{En la casa de Nazaret había tres divisiones. La mayor y más arreglada era para
María, adonde acudían José y Jesús para rezar en común; rezaban en voz alta, de pie y con
las manos cruzadas sobre el pecho. A menudo los he visto rezar a la luz de una lámpara de
varias mechas. En la pared había un candelero donde brillaba una luz. Fuera de esto, cada
uno estaba en su propio compartimento. José trabajaba en su taller: lo vi hacer listones,
tallar palos, cepillar maderas o transportar vigas. Jesús le ayudaba en estos trabajos. María
estaba de ordinario ocupada en coser y hacer punto sentada sobre las piernas cruzadas y
teniendo a su alcance una cestita de costura. Cada uno dormía en un lugar aparte. Los
lechos consistían en mantas que se arrollaban por la mañana.
He visto a Jesús hacer toda clase de trabajos para sus padres, en casa y en la calle,
ayudando, con gracia y benevolencia, a todo el que se encontrase necesitado. Cuando no
ayudaba a José se entregaba a la oración y la meditación. Era un modelo para todos los
niños de Nazaret que lo querían bien y se guardaban mucho de disgustarle. Los padres
solían decir a sus criaturas cuando se portaban mal:
—¿Qué dirá el hijo de José cuando sepa como te portas?… ¿Es que quieres darle un
disgusto?
A veces llevaban a sus hijos delante de Jesús pidiéndole que les dijera que no
hicieran esto o aquello. A veces rezaba con ellos pidiendo a Dios fuerzas para que se
corrigieran, los convencía de que mejorasen y de que pidiesen perdón a sus padres
reconociendo sus faltas.
A una hora más o menos de Nazaret, hacia Séforis, había una aldea llamada Ofna
donde en tiempos de Cristo vivían los padres de Santiago y Juan. Estos niños se
encontraban con Jesús con frecuencia hasta que sus padres se trasladaron a Betsaida y ellos
se dedicaron a la pesca. En Nazaret vivía una familia esenia emparentada con Joaquín que
tenía cuatro hijos: Cleofás, Jacobo, Judas y Jafet, unos mayores y otros más pequeños que
Jesús, que también eran compañeros suyos. Sus padres solían juntarse con la Sagrada
Familia cuando iban a las fiestas del Templo de Jerusalén. Los cuatro hermanos fueron más
tarde discípulos de Juan el Bautista y después de su muerte pasaron a ser discípulos de
Cristo. Cuando Andrés y Saturnino atravesaron el Jordán permanecieron todo el día con
Jesús. Más adelante estuvieron en calidad de discípulos suyos en las bodas de Caná.
Cleofás es el mismo que en compañía de San Lucas se les apareció Jesús en Emaús; estaba
casado y vivía en Emaús. Su mujer se unió más adelante a las santas mujeres de la
comunidad cristiana.} {Cuando Jesús tenía ocho años fue por primera vez con sus padres a Jerusalén y
desde entonces iba año tras año a las festividades del Templo. Desde su primera aparición
en el Templo, Jesús despertó curiosidad entre sus amigos y entre los escribas y fariseos del
Templo. Los parientes y amigos de Jerusalén hablaban de aquel niño tan prudente y
piadoso, hijo de José, y lo llamaban admirable, tal como aquí hablamos, en las romerías
anuales o en los encuentros de personas conocidas de éste o aquél niño piadoso y modesto
de alguna familia de labradores. Así pues, cuando Jesús se quedó en el Templo tenía
amigos y conocidos en Jerusalén, y por eso no se extrañaron sus padres de no verlo al salir
de Jerusalén, porque ya desde la primera vez que fue al Templo hasta ésta que era la quinta,
solía juntarse con los niños de otras familias que viajaban camino de Nazaret.
Esta vez Jesús, al llegar al Huerto de los Olivos, se separó de sus acompañantes, que
pensaron que lo hacía para juntarse con sus padres que venían detrás. Jesús se dirigió a la
parte de la ciudad que mira hacia Belén y fue a aquella posada donde se hospedó la Sagrada
Familia cuando fue al Templo a la Presentación. Sus padres creían que estaría con los que
iban a Nazaret, y éstos pensaban que se apartaba de ellos para reunirse con sus padres. Pero
cuando llegaron a Gofna y advirtieron que Jesús no estaba con los viajeros, el susto de
María y de José fue muy grande. Inmediatamente volvieron a Jerusalén preguntando por el
camino a los parientes y amigos por el niño; pero no lo encontraron por ningún lado pues
no se había quedado donde solían hacerlo ordinariamente al ir al Templo.}
{Jesús pasó la noche en la posada cercana a la Puerta de Belén donde lo conocían a
él y a sus padres. Se juntó con otros muchachitos y fue a dos escuelas que había en la
ciudad; el primer día a una escuela y el segundo a otra. El tercer día estuvo por la mañana
en una escuela del Templo y por la tarde en el Templo propiamente dicho donde finalmente
lo encontraron sus padres. Estas escuelas eran de diversas clases y no solamente para
aprender la Ley y la religión. Se enseñaban diversas ciencias, y la última de ellas, situada
junto al Templo, era de donde salían los levitas y sacerdotes.
Con sus preguntas y respuestas asombró tanto el niño a los maestros y rabinos de
estas escuelas, y los estrechó tanto, que éstos se propusieron a su vez humillar al niño con
los rabinos más sabios en las diferentes ramas del saber humano. Con este fin se
confabularon los sacerdotes y los escribas, que al principio estaban complacidos de la
preparación del Niño Jesús, pero luego quedaron mortificados y querían vengarse.
Esto ocurrió en el aula pública situada en el vestíbulo del Templo, delante del Santo
de los Santos, en el ámbito circular desde donde más tarde Jesús enseñó al pueblo. Vi
sentado al Niño Jesús en una silla que era muy grande para él, y alrededor una multitud de
judíos y ancianos con vestiduras sacerdotales que escuchaban atentos y parecían tan
furiosos que por momentos pensé que lo maltratarían. En la parte alta de la cátedra había
unas cabezas pardas como de perros que lucían y relumbraban en sus puntos más altos;
tales figuras y cabezas se veían en las mesas largas de cocina que había en la parte lateral
de este recinto del Templo y que estaban llenas de ofrendas. Todo este espacio era tan
grande y amplio y estaba tan lleno de gente que uno no creía estar en un Templo.
Como Jesús había aducido en las otras escuelas en sus respuestas y explicaciones
toda clase de ejemplos de la Naturaleza, las artes y las ciencias, aquí se habían reunido
maestros de todas estas disciplinas. Cuando comenzaron a preguntarle y a disputar en
particular con Jesús sobre estas materias, Él les dijo que eso no era propio de este lugar del
Templo; pero que también en eso quería satisfacerlos por ser así la voluntad de su padre.
Como ellos no comprendían que hablaba del Padre Celestial, pensaron que José le había
dicho que hiciera alarde de toda su ciencia delante de los sacerdotes. Jesús comenzó a
responder y a enseñar sobre medicina describiendo el cuerpo humano y diciendo cosas que
no sabían ni los más entendidos en la materia.
Habló asimismo de astronomía, arquitectura, agricultura, geometría y matemáticas;
luego pasó a la jurisprudencia. De este modo, todo lo que iba diciendo lo aplicaba tan
bellamente a la Ley, las promesas, las profecías, el Templo y los misterios del culto y del
sacrificio, que algunos estaban sumamente admirados, mientras que otros estaban
avergonzados y disgustados. Así fueron las cosas hasta que todos quedaron corridos y muy
molestos, especialmente al oír cosas que jamás habían oído ni entendido, o que
interpretaban de manera muy diferente.
Llevaba varias horas enseñando cuando José y María entraron en el Templo y
preguntaron por su hijo a los levitas que los conocían, que les dijeron que estaba en el atrio
con los escribas y sacerdotes. No siendo éste un lugar accesible para ellos, enviaron a un
levita a buscar a Jesús, quien envió a decirles que primero tenía que terminar su trabajo.
Que Jesús no viniera afligió mucho a María; pues era la primera vez que Jesús daba a
entender que tenía otros mandatos distintos de los de sus padres de la Tierra.
Continuó enseñando al menos una hora más, y cuando todos se vieron derrotados,
confusos y corridos en sus preguntas capciosas, dejó el aula y se acercó al vestíbulo de
Israel y de las mujeres. José, tímidamente, callaba lleno de admiración pero María se acercó
a Jesús y le dijo:
—Hijo ¿por qué nos has hecho esto? Mira que tu padre y yo te hemos buscado con
tanto dolor.— Y Jesús dijo:
—¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en las cosas de mi Padre?
Ellos no lo entendieron y regresaron con él inmediatamente. Los que habían oído
estas palabras estaban asombrados y se quedaron mirándolo. Yo estaba llena de temor y me
parecía que querían capturarlo porque estaban llenos de encono contra el niño. Me asombró
que dejasen partir tranquilamente a la Sagrada Familia, a la que la muchedumbre apiñada
en aquel lugar abrió ancho camino.
La doctrina de Jesús excitó vivamente la atención de los escribas; algunos anotaron
sus dichos como algo notable. Se hicieron toda clase de comentarios y murmuraciones
sobre el particular, pero todo lo que había ocurrido en el Templo se lo guardaron para sí,
tergiversando las cosas y calificando al niño de intruso y atrevido al que habían corregido.
Sin duda tenía mucho talento, pero esas cosas había que pensarlas mejor.
Vi que la Sagrada Familia volvió a salir de Jerusalén y se reunió con dos mujeres y
unos niños que yo no conocía, pero que parecían ser de Nazaret. Fueron por diversos
lugares por varios caminos alrededor de Jerusalén, por el Monte de los Olivos,
deteniéndose aquí y allá en los hermosos y verdes lugares de recreo y rezando con las
manos cruzadas sobre el pecho. Los vi cruzar un puente grande sobre un arroyo. Aquel
pequeño grupo, al caminar y rezar, me recordaba vivamente una peregrinación.} {Cuando Jesús estuvo de vuelta en Nazaret vi una gran fiesta en casa de Ana a la
que asistieron todos los jóvenes y niñas de los parientes y amigos. No sé si sería una fiesta
por el hallazgo del Niño Jesús, una solemnidad acostumbrada al regreso de Pascua, o la
conmemoración del duodécimo aniversario de los hijos, que solía celebrarse. Jesús estaba
allí como el principal festejado. Las mesas estaban bajo hermosas pérgolas de las que
colgaban guirnaldas de hojas de parra y espigas. Los niños llevaban uvas y panecillos;
estaban presentes treinta y tres niños, todos ellos futuros discípulos de Jesús, lo que
guardaba relación con los años de vida de Jesús.
Durante la fiesta Jesús enseñó y contó a los niños una parábola maravillosa y poco
comprendida de unas bodas donde el vino se convertiría en sangre y el pan en carne, y que
ésta permanecería hasta el fin del mundo entre los convidados para su consuelo, fortaleza y
vínculo de unión. A un joven llamado Natanael, pariente suyo, le dijo:
—Estaré en tus bodas.
A partir del duodécimo año de vida, Jesús fue siempre como el maestro de sus
compañeros de infancia. A menudo estaba con ellos contándoles algo y paseando al aire
libre. Después empezó a ayudar a José en su oficio. El Salvador era de figura delicada,
rostro largo, ovalado y brillante; su color era sano pero pálido; el cabello, muy liso y rubio
encendido, le caía en crenchas por su alta y serena frente hasta los hombros. Vestía una
larga túnica entre gris y parduzca que le llegaba hasta los pies; las mangas se abrían algún
tanto cerca de las manos.} {Jesús rondaba los treinta años cuando José se fue debilitando cada vez más.
Muchas veces vi que Jesús y María estaban con él y que María se sentaba muchas veces en
el suelo delante de su lecho o en un taburete de tres patas, redondo y bajo, que a veces
utilizaba de mesa. Los vi comer pocas veces. A San José le llevaban a comer al lecho un
plato con tres rebanadas cuadradas y blancas, como de dos dedos de largo, o frutas
pequeñas en una taza. Le daban de beber en una especie de ánfora.
Cuando José murió, María estaba sentada a la cabecera de su lecho y lo tenía en
brazos, mientras que Jesús estaba junto a su pecho. Vi el aposento lleno de ángeles y de
resplandor. Le cruzaron las manos sobre el pecho, lo envolvieron en lienzos blancos, lo
metieron en un cajón estrecho y lo depositaron en una hermosa caverna sepulcral que le
había regalado un buen hombre. Además de José y de María, pocas personas acompañaron
su ataúd, que yo veía en cambio entre ángeles y resplandores.
San José tuvo que morir antes que el Señor porque no hubiera podido sufrir la
crucifixión; estaba demasiado débil y era demasiado amoroso. Ya fueron para él grandes
padecimientos las persecuciones que tuvo que soportar el Señor entre sus veinte y sus
treinta años por toda suerte de maquinaciones por parte de los judíos que no lo podían
sufrir. Decían que el hijo del carpintero quería saberlo todo mejor y estaban llenos de
envidia porque muchas veces impugnaba la doctrina de los fariseos y siempre tenía consigo
muchos jóvenes que le seguían. María sufrió infinitamente con estas persecuciones. A mí
siempre me parecieron más grandes estas penas que los martirios efectivos. Es
indescriptible el amor con que Jesús soportó en su juventud las persecuciones y añagazas de
los judíos. Como iba con sus seguidores a la fiesta de Jerusalén y solía pasear con ellos, los
fariseos de Nazaret le llamaban vagabundo. Muchos de estos seguidores luego no
perseveraron y lo abandonaron.
Después de la muerte de José, Jesús y María se trasladaron a un pueblecito de pocas
casas entre Cafarnaúm y Betsaida, donde un hombre de Cafarnaúm llamado Leví, que
amaba a la Sagrada Familia, dio a Jesús una casita para vivir en un lugar apartado rodeada
de un estanque de agua. En ella vivían también unos servidores de Leví para atender los
quehaceres domésticos, y la comida la traían de casa de Leví. A este mismo pueblecito se
retiró también el padre del apóstol San Pedro cuando dejó a éste su negocio de pesca en
Betsaida. Jesús tenía entonces algunos adeptos en Nazaret, pero lo abandonaban con
facilidad. Jesús ya iba con ellos al lago y a Jerusalén a las fiestas del Templo. La familia de
Lázaro, de Betania, ya era conocida de la Sagrada Familia. Leví le había entregado esta
casa para que Jesús pudiera refugiarse allí con sus discípulos sin ser molestado.
Había entonces en torno al lago de Cafarnaúm una comarca muy fértil, con
hermosos valles, y he visto que recogían allí varias cosechas al año. El aspecto era muy
hermoso por el verdor, las flores y las frutas; por eso muchos judíos nobles tenían allí sus
casas de recreo, castillos y jardines; también Herodes tenía una residencia. Los judíos de la
época del Señor no eran como los de otros tiempos, pues estaban muy pervertidos por el
comercio con paganos. A las mujeres no se las veía normalmente en público ni en el
campo, a no ser a las muy pobres que recogían espigas de trigo. En cambio se las veía en la
peregrinaciones a Jerusalén y en otros lugares de oración. El comercio y la agricultura las
llevaban sobre todo esclavos y sirvientes. He visto todas las ciudades de Galilea, y donde
ahora veo apenas dos o tres pueblecitos, había entonces un centenar repleto de gente en
movimiento.
María Cleofás, que hasta ahora vivía en casa de Ana, cerca de Nazaret, con su tercer
marido, el padre de Simeón de Jerusalén, se trasladó con su hijo Simeón a la casa de
Nazaret cuando la dejaron Jesús y María, mientras que los criados y parientes se quedaron
en la de Ana. En esta época, cuando Jesús se dirigió de Cafarnaúm a Hebrón pasando por
Nazaret, María le acompaño hasta Nazaret, donde se quedó esperando su vuelta. María
solía acompañar a su hijo con mucho cariño en estos cortos viajes. Acudieron allí José
Barsabas, hijo de María Cleofás, que lo tuvo de su segundo marido Sabas, y otros tres hijos
de su primer marido Alfeo: Simón, Santiago el Menor y Tadeo, que ejercían sus oficios
fuera de casa. Todos fueron a consolarse viendo a María, a consolarla de la muerte de José,
y también a volver a ver de nuevo a Jesús, a quien no habían vuelto a ver desde su infancia.
Habían oído comentar las palabras de Simeón en el Templo y la profecía de Ana cuando la
presentación de Jesús en el templo, pero apenas se las creían y por eso se unieron a Juan el
Bautista, que ya había hecho su aparición en esos lugares.}