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LA SAGRADA FAMILIA EN EGIPTO - LA MATANZA DE LOS INOCENTES




[Pasan un canal. Habitantes malintencionados. Pasan de largo. Longitud del viaje.] A continuación los vi llegar a un lugar que se llama algo así como Lepe o Lape, en la que hay agua y han hecho zanjas y canales y hay altos diques1 . Pasaron el agua en una balsa de troncos que tenía encima una especie de patín grande donde metieron al asno. María se sentó con su niñito en una viga. Guiaban la balsa dos hombres castaños, deformes y medio desnudos, de narices aplastadas y labios salientes. No llegaron a la población, sino solo a unas casas apartadas; pero como la gente era tan ruda e inmisericorde, pasaron de largo sin trabar conversación. Pienso que ésta era la primera ciudad pagana [¿egipcia?]. La Sagrada Familia ha viajado diez días por tierra judía y otros diez por el desierto. A continuación vi ya a la Sagrada Familia en heredades egipcias. Aquí y allá había algunos prados verdes donde andaba ganado. Vi también árboles que tenían ídolos sujetos de la forma de muñecos de trapo fajados con vendas anchas en las que había figuras o letras. También veo por doquier gente más bien gruesa y rechoncha, vestida de la misma forma que los que hilaban algodón que vi una vez en la frontera del país de los Reyes Magos; vi que iban apresurados a venerar a sus ídolos. La Sagrada Familia entró en un cobertizo de ganado pero el ganado les hizo sitio y salió fuera. Carecían de víveres y no tenían pan ni agua; nadie les dio nada. María apenas lograba alimentar a su niño; estaban apurando toda la miseria humana. Finalmente llegaron algunos pastores a abrevar su ganado en un pozo cerrado y les dieron un poco de agua ante las apremiantes súplicas de San José. Más tarde los vi que marchar por un bosque, muy desvalidos y desmayados, y que a la salida del bosque había una palmera delgada y fina que tenía en lo más alto sus frutos reunidos como en un racimo. María fue al árbol con el niño en brazos, rezó y levantó al niño y entonces el árbol inclinó su copa hacia ellos y recogieron todos los dátiles. El árbol se quedó en esta posición como si se hubiera arrodillado. A la Sagrada Familia la seguía una turba del pueblo que estaba un poco más lejos y María repartió muchos dátiles a los chicos desnudos que corrían a su lado. A un cuarto de hora de aquel primer árbol los vi llegar a un sicomoro grande y extraordinariamente grueso; estaba hueco y se escondieron en él. Los que los seguían los perdieron de vista y pasaron de largo. La Sagrada Familia pasó allí la noche. [Brota un manantial por la oración de María. Origen del huerto de balsameros. Más tarde se instala allí un poblado.] Al día siguiente prosiguieron su camino por un monótono desierto de arena. Se sentaron en una duna, casi completamente desmayados y completamente sin agua. La Santísima Virgen imploró a Dios y a su lado brotó un manantial abundante que empapó el suelo todo a su alrededor. José cortó una duna pequeña, hizo un pilón y excavó un canalillo para dar salida al agua. Entonces se refrescaron; María lavó al niño, José abrevó al asno y llenó el odre. Vi que también se acercaron a refrescarse en el agua unas fieras horribles como lagartos grandísimos, y también tortugas. No hicieron daño a la Sagrada Familia, sino que la miraban muy bondadosamente. El agua que manaba, después de bañar un espacio bastante grande, volvía a perderse en el paraje donde había brotado. Este sitio se volvió maravillosamente fértil, pronto se puso todo verde y allí crecieron deliciosos balsameros; cuando la Sagrada Familia regresó de Egipto, ya pudo refrescarse con su bálsamo. El lugar se hizo famoso más tarde como Huerto de Balsameros y en él se asentó gente de toda clase; creo que también vino aquí la madre del hijo que se curó de la lepra. He visto cuadros posteriores de este lugar. Un hermoso seto de balsameros rodeaba el huerto, y en el centro había varios frutales grandes. En una época posterior excavaron un pozo más grande y profundo, del que sacaban mucha agua con una noria tirada por bueyes. Esta agua la mezclaron con la del manantial de María para poder regar todo el huerto, pues sin mezclar, el agua del nuevo pozo era insalubre. Se me mostró que los bueyes que movían la noria dejaban de trabajar de sábado a mediodía a lunes por la mañana temprano. [Se desploma un ídolo en las afueras de la ciudad. Alboroto. Entran en la ciudad.] Después que se refrescaron aquí, tiraron hacia Heliópolis, que también se llama On, una ciudad grande y maravillosamente construida, pero también con muchas ruinas. En tiempos de los hijos de Jacob vivía en ella el sacerdote egipcio Putifar en cuya casa moraba Asenet, la hija de Dina y del siquemita que se casó con el patriarca José. Aquí vivía también Dionisio el Areopagita en la época de la muerte de Cristo. La ciudad estaba muy devastada y despoblada por la guerra, y mucha gente había vuelto a construir en el interior de los edificios destruidos. Ellos siguieron por un puente alto y largo que cruza un río ancho [el Nilo], que me parece que aquí tiene varios brazos. Llegaron a una plaza bordeada de una especie de paseo delante de la puerta de la ciudad en la que, encima de un fuste de columna más delgada por arriba que por abajo, había un gran ídolo con cabeza de buey que llevaba en brazos algo de la forma de un niño fajado. El ídolo estaba rodeado de un círculo de piedras como si fueran mesas o bancos, adonde venían a depositar sus ofrendas las masas de gente que salían de la ciudad e irrumpían en el cuadro. No lejos de este ídolo había un árbol grande y la Sagrada Familia se sentó a descansar debajo de él. Apenas llevaban un rato descansando bajo el árbol cuando se produjo un terremoto que sacudió al ídolo y lo tiró al suelo. Se formó alboroto y griterío en el pueblo, y muchos trabajadores del canal vinieron corriendo de las inmediaciones; pero un buen hombre, que creo que era picador del canal y que había acompañado hasta aquí por el camino a la Sagrada Familia, se los llevó corriendo a la ciudad. Ya estaban en la salida de la Plaza del Ídolo cuando el pueblo asustado reparó en ellos. Les atribuyeron la caída del ídolo y los rodearon coléricos con amenazas y denuestos, pero no por mucho tiempo, porque tembló la tierra, el gran árbol se desplomó, sus raíces salieron del suelo y el suelo bruscamente rajado que abarcaba el sitio del ídolo se llenó de un charco sucio y oscuro donde el ídolo se hundió hasta los cuernos. Algunos de los peores de aquellos se hundieron también en el hoyo de agua negra. La Sagrada Familia entró tranquilamente en la ciudad y se alojó en el interior de un grueso muro en el que había mucho espacio vacío contiguo a un gran templo pagano. [La localidad. Vivienda de la Sagrada Familia. Trabajos de San José y de la Santísima Virgen. Traje de los habitantes. El lecho del Niño Jesús. El país de Gosén. Judíos perversos.] [Ana Catalina comunicó los siguientes fragmentos de sus visiones de la vida posterior de la Sagrada Familia en Heliópolis u On:] Más adelante, una vez que llegué a Egipto por encima del mar, encontré que la Sagrada Familia todavía vivía en la gran ciudad devastada. La ciudad es muy extensa y está construida en torno a un gran río de muchos brazos; su silueta se ve desde muy lejos. Aquí hay sitios completamente construidos por muros bajo los cuales corre el río. Las personas van en balsas por los brazos del río, para lo cual se instalan en el agua. Vi muy extrañada ruinas de edificios, grandes trozos de gruesos muros, torres a medias y también templos casi enteros; columnas como torres a las que se podía subir dando vueltas por fuera; altas columnas que por arriba eran delgadas y terminaban en punta, cubiertas completamente de figuras extrañas; y muchas figuras grandes como de perros tumbados con cabeza humana. La Sagrada Familia vivía en el vestíbulo de una gran construcción de piedra, sostenida por uno de sus lados por columnas cuadradas y redondas, cortas y pesadas. Mucha gente se había apañado una vivienda dentro de las columnas o delante de ellas. Por encima de esta construcción iba un camino por el que se podía ir a pie o en vehículo. Enfrente había un gran templo con dos patios. Delante de este espacio, que por un lado estaba cerrado por un muro y que por los demás estaba abierto y con una fila de columnas gruesas y nada altas, José levantó un saledizo de madera, dividido en varios cuartos con tabiques de corteza en los que vivían. Aquí los vi a todos juntos y los burros también, pero separados por esos tabiques de corteza que siempre solía hacer José. Por primera vez me di cuenta que, escondido detrás de un mamparo de éstos, tenían también un pequeño altarcito en la pared donde rezaban: una mesita cubierta con un tapete rojo y otro blanco transparente, sobre la que colgaba una lámpara. Más adelante, cuando San José estuvo completamente instalado lo vi trabajar en casa y muchas veces también fuera. Hacía bastones largos con pomos redondos, pequeños taburetes de tres patas, bajos, redondos y con un asa detrás para poder llevarlos, y una especie de cestas. Fabricaba muchos tabiques ligeros de cortezas entrecruzadas; la gente las untaba con algo para darlas más consistencia, y con ellas alzaban cabañas y separaciones de todo género apoyadas en aquellos muros monstruosamente gruesos, o incluso dentro de ellos. San José también hacía con tablas largas, delgadas y ligeras unas torrecillas livianas de seis u ocho caras terminadas en punta con un botón. Tenían una abertura, de modo que un hombre podía sentarse dentro como en una garita, y por fuera tenían algunos escalones alrededor para subirse a ellas. A veces he visto torrecillas de estas en los templos paganos y también en las azoteas. Se sentaban dentro; quizá fueran garitas para poder vigilar a la sombra. La Santísima Virgen hacía alfombras y también la vi hacer otra labor: tenía junto a sí una vara que tenía sujeto en la punta un ovillo; ya no sé si hilaba o hacía punto. Muchas veces venían a visitarla a ella o al Niño Jesús, que estaba en el suelo junto a ella, acostado en una especie de moisés; y a veces veía la barquilla puesta en un soporte parecido a un aserradero de troncos. Entonces yo veía al niñito tumbado muy contento, que a veces dejaba caer los brazos colgando por fuera por los dos lados. Una vez vi que se había incorporado y estaba sentado. María estaba sentada a su lado y hacía punto con una cestita al lado. Tres mujeres estaban con ella. En esta ciudad destruida, los hombres vestían exactamente como aquella gente a la que vi hilar algodón cuando fui al encuentro de los Reyes Magos, solo que éstos llevaban en torno al bajo vientre un mandil completo, como si llevaran falditas cortas. Había pocos judíos por aquí y los veía rondar con precaución, como si no tuvieran derecho a vivir aquí. Al Norte de Heliópolis, entre esta ciudad y el Nilo, que allí se divide en muchos brazos, hay un país pequeño llamado Gosén, en el que había un lugar donde vivían entre canales muchos judíos cuya religión se había embrutecido mucho. Varios de estos judíos trabaron conocimiento con la Sagrada Familia, y María hizo toda clase de labores femeninas para ellos a cambio de pan y víveres. Los judíos tenían en el país de Gosén un templo que comparaban con el de Salomón, pero era muy distinto. [José erige aquí un oratorio común para los judíos. El Niño Jesús va por primera vez al oratorio. Jesús con sus compañeros de juegos y con San José. La caída de los ídolos se atribuye a la Sagrada Familia.] Vi a la Sagrada Familia en Heliópolis. Todavía vivían en el templo pagano en una bóveda dentro de aquel grueso muro. No lejos de allí José había construido un oratorio donde se reunían los judíos que vivían aquí pues antes no tenían oratorio común. El oratorio tenía encima una cúpula ligera que se podía abrir para estar al aire libre. Los rollos estaban en el centro encima de un altar o mesita de ofrendas cubierta de rojo y blanco. El sacerdote o profesor era un hombre muy viejo. Aquí, hombres y mujeres no estaban tan separados como en la Tierra Prometida; aquí los hombres estaban a un lado y las mujeres a otro. Eché una mirada a la primera vez que la Santísima Virgen estuvo con el Niño Jesús en la sala de oración; ella se sentó en el suelo apoyada en un brazo, con el niño sentado delante de sí, vestido con una túnica azul celeste y le juntó las manitas sobre el pecho. José estaba de pie detrás de ella, como siempre hacía aquí, aunque los demás hombres y mujeres, de pie o sentados, estaban separados a ambos lados de la sala. Se me mostró también que cuando Jesusito ya fue algo mayor recibía visitas de otros niños; ya podía hablar graciosamente y corretear, estaba mucho con José y también iba con él cuando salía a trabajar fuera. Llevaba puesta una túnica como una camisita hecha de punto y de una sola pieza. Entonces se cayeron algunos ídolos del templo cerca del cual vivían, y como al venir a la ciudad también se cayó el ídolo de la puerta, algunos interpretaron que era el enojo de los dioses contra ellos, por lo que tuvieron que padecer algunas persecuciones. [En el segundo año de vida de Jesús, un ángel anuncia a la Sagrada Familia la matanza de niños de Herodes. Descripción de este acontecimiento en Jerusalén.] Hacia la mitad del segundo año de vida de Jesús se apareció un ángel a la Santísima Virgen en Heliópolis para hacerla saber la matanza de niños mandada por Herodes. Ella y José se afligieron mucho, y el Niño Jesús lloró todo el día. Pero yo vi lo siguiente: Como los Reyes Magos no volvieron a verle, la preocupación de Herodes se adormeció un tanto, ocupado con todos los negocios de su familia. Pero su inquietud volvió a despertarse cuando le llegaron rumores de las predicciones de Simeón y Hanna en el Templo durante la ofrenda de Jesús. Por esta época la Sagrada Familia llevaba ya algún tiempo en Nazaret. Con distintos pretextos mandó soldados a distintos lugares en torno a Jerusalén: Gilgal, Belén y hasta Hebrón, y ordenó que se averiguara el número de niños. Mientras Herodes estuvo en Roma, los soldados llevaban más de nueve meses en esos lugares. Los niños fueron asesinados a su regreso2 . Cuando ocurrió la matanza, Juan ya tenía dos años y llevaba secretamente una temporada en casa de sus padres. Entonces, antes que Herodes mandara publicar la orden de que las madres llevaran a las autoridades sus niños de hasta dos años de edad, Isabel, advertida por la aparición de un ángel, volvió a huir al desierto con el pequeño Juan. Por esa época Jesús tenía ya casi año y medio y ya sabía correr. Los inocentes fueron asesinados en siete lugares distintos. A sus madres las prometieron premios a su fecundidad, y ellas llevaron sus niños vestidos de fiesta a las casas del gobierno de estos lugares. Los hombres fueron rechazados, separaron a las madres de los niños, y cuando éstos estuvieron solos, fueron acuchillados por los soldados en patios cerrados. Hicieron montones con ellos y luego los enterraron someramente en hoyos. [Esta visión del asesinato de los Niños Inocentes la comunicó Ana Catalina el 8 de marzo de 1821, y por tanto en la época del año en la que se produjo la huida a Egipto, así que puede aceptarse que este acontecimiento tuvo lugar un año después. Ana Catalina dijo:] Hoy por la tarde vi ir a Jerusalén las madres con sus niños, desde los más pequeños hasta los de dos años. Venían de Hebrón, Belén y de otro lugar, donde Herodes había enviado soldados y más adelante había hecho publicar, a través de las autoridades locales, la orden de ir a Jerusalén. Iban a la ciudad formando varios grupos; muchas traían dos niños y venían montadas en burro. Las llevaron a todas a un gran edificio y allí despidieron a los hombres que las acompañaban. Todas entraron tan contentas pues creían que iban a recibir un premio a su fecundidad. El edificio estaba algo apartado, no lejos de donde estuvo después la residencia de Pilatos. Desde fuera no era fácil escuchar lo que pasaba dentro porque estaba circundado de murallas. Tiene que haber sido un tribunal, pues vi en el patio pilares y bloques de piedra con cadenas, así como algunos árboles que se ataban juntos para sujetar al reo con grilletes y después los volvían a soltar. Los árboles se separaban, y descuartizaban al reo. Era un edificio sólido y oscuro y el patio era casi tan grande como el cementerio que está junto a la iglesia parroquial de Dülmen. Un portal que atravesaba dos muros daba a este patio, que estaba rodeado de edificios por tres lados. Los edificios de derecha e izquierda eran de una sola planta pero el del medio tenía dos y parecía una vieja sinagoga abandonada. Los tres edificios tenían puertas al patio. Llevaron a las madres por el patio a los dos edificios laterales y las encerraron allí. Al principio me pareció que estaban en una especie de hospital o de albergue. Cuando se vieron privadas de libertad, se asustaron y empezaron a llorar y a lamentarse y en esta aflicción pasaron toda la noche. [Al día siguiente, 9 de marzo, contó:] Esta tarde he visto el horrible cuadro de la matanza de los niños inocentes en el tribunal. En la casa grande de dos plantas que cierra el fondo del patio, el de abajo era un gran vestíbulo vacío, como una cárcel o sala de guardia del tribunal, y en el de arriba había una sala cuyas ventanas daban al patio; en éste vi toda clase de señores reunidos como en un juicio, que tenían delante rollos encima de una mesa. Creo que Herodes también estaba presente, pues había uno con un manto rojo forrado de una piel blanca en la que había colitas negras; llevaba corona, los otros le rodeaban y él miraba al exterior por las ventanas de la sala. Llamaron una a una a las madres con sus niños, para que pasaran de los edificios laterales al gran vestíbulo de abajo del gran edificio del fondo. Al entrar, los soldados les quitaban los niños y los sacaban al patio por la puerta, donde unos veinte se afanaban en matarlos con espadas y venablos, cortándoles el cuello o pinchándoles en el corazón. Unos eran niños de pañales, cuyas madres aún les daban el pecho, y otros eran chiquillos con largas túnicas de punto. No los desnudaban primero, sino que les daban un tajo en el cuello o en el corazón, los agarraban por el brazo o un pie y los tiraban a un montón. Era una visión espantosa. En el gran vestíbulo, los soldados empujaban a las madres unas contra otras y cuando ellas se dieron cuenta del destino de sus niños se alzó un terrible griterío, se mesaban los cabellos y se abrazaban mutuamente. Al final estaban tan apretadas que apenas podían moverse. Creo que la matanza duró hasta la noche. Los niños fueron enterrados en una fosa en este mismo patio. Se me mostró su número que ya no recuerdo exactamente; creo que eran 700 y un número más, en el que había un 7 o un 17. Me explicaron la cifra con una expresión que me acuerdo que sonaba como ducen , pienso que había que contar varias veces CC . [¿Quizá era Ducentos ?] Esta visión me dejó sumamente horrorizada, no sabía dónde estaba pasando, creía que era aquí. Cuando me desperté volví en mí muy poco a poco. La noche siguiente devolvieron a sus pueblos a las madres atadas en grupos separados. El lugar de la matanza de los inocentes en Jerusalén fue después el patio del tribunal, y no estaba lejos del tribunal de Pilatos, aunque para esta época ya había cambiado un poco. Cuando la muerte de Cristo, la fosa de los niños asesinados se hundió, aparecieron sus almas y salieron de allí. Cuando le avisó un ángel, Isabel volvió a huir al desierto antes de la matanza de los niños y se me mostró lo que sigue: Estuvo mucho tiempo buscando hasta que encontró una cueva que le pareció bastante escondida y allí se quedó aproximadamente 40 días con su chiquillo. Cuando Isabel volvió a su casa, un esenio de la comunidad del Monte Horeb en el desierto fue hasta donde estaba el niño, le trajo comida y le ayudó en todo lo necesario. Este esenio, cuyo nombre he olvidado varias veces, era pariente de Hanna la del Templo. Al principio venía a ver a Juan cada ocho días, y después cada catorce hasta que ya no necesitó su ayuda; lo cual no tardó mucho pues muy pronto Juan estaba en el desierto como en casa y más a gusto que con la gente. Era un designio divino que Juan creciera inocente en el desierto, sin contacto con los seres humanos y sus pecados. Juan, como Jesús, nunca fue a la escuela; el Espíritu Santo le enseñaba en el desierto. Muchas veces vi con él una luz o figuras luminosas como de ángeles. Este desierto no estaba yermo y vacío sino que entre las rocas crecían muchas plantas y matas, que muchas veces tenían bayas, fresas o madroños que Juan recogía y se comía al pasar. Tenía extraordinaria familiaridad con los animales, especialmente con los pájaros que se le venían volando y se posaban en sus hombros. Hablaba con ellos y parecían entenderle todo; eran como sus mensajeros. Seguía el curso de los arroyuelos y también tenía familiaridad con los peces, que se le acercaban cuando los llamaba y le acompañaban su camino remontando el curso del agua. Vi que ahora se alejó mucho de su casa, quizá a causa del peligro que le amenazaba. Tenía tanta familiaridad con los animales que éstos le servían y le avisaban; le llevaban a sus nidos y madrigueras, y si se acercaba alguien, huía con ellos a sus escondrijos. Juan se alimentaba de fruta, bayas, hierbas y raíces. No necesitaba buscar mucho: o bien sabía el lugar o los animales se lo mostraban. Siempre llevaba su piel y su bastoncito, y de cuando en cuando se internaba cada vez más profundamente en el desierto, o de repente se acercaba más a su lugar natal. Un par de veces se reunió con sus padres, que siempre estaban suspirando por él. Probablemente supieran unos de otros por revelación, pues cuando Isabel y Zacarías querían verle, él les salía al encuentro desde muy lejos.  [Se derrumban los ídolos a su llegada. Troya, a oriente de Menfis. Mirada al niño Moisés. Van al Norte hacia Matarea, contorneando Babilonia, que entonces se llamaba de otra manera, cerca de Heliópolis. Características locales. Los judíos de tierra de Gosén. Su abyección, su templo, su impúdica idolatría.] Después de una estancia de poco más o menos año y medio, cuando Jesús tenía unos dos años, la Sagrada Familia abandonó Heliópolis por falta de trabajo y a causa de algunas persecuciones. Mientras atravesaban una pequeña ciudad no lejos de Heliópolis, pararon a descansar en el atrio de un templo pagano abierto y la imagen del ídolo se cayó y se rompió. Tenía cabeza de buey y tres cuernos, así como varios agujeros en el cuerpo para meter las ofrendas y quemarlas. Se formó en consecuencia un alboroto entre los sacerdotes idólatras que amenazaron y detuvieron a la Sagrada Familia. Pero un sacerdote propuso a los demás que, en su opinión, más les valdría encomendarse al Dios de esta gente, y les recordó las plagas que sobrevinieron a los antepasados por perseguir a este pueblo, quee la noche anterior a su partida habían muerto los primogénitos de cada casa y muchas cosas más. Al oír el consejo, soltaron a la Sagrada Familia sin molestarla. La Sagrada Familia siguió entonces a Troya, un lugar a oriente del Nilo frente a Menfis, grande pero lleno de excrementos. Pensaron en quedarse pero aquí no los quisieron y de hecho, no les dieron un trago de agua y unos dátiles que pidieron. Menfis está a poniente del Nilo, que aquí es muy ancho y tiene islas pero parte de la ciudad está también a este lado del Nilo, y en tiempos del Faraón había un gran palacio con una torre alta donde la hija del Faraón muchas veces contemplaba el panorama. Vi también el lugar donde encontraron a Moisés entre cañas altas. Menfis era como tres ciudades a éste y el otro lado del Nilo, como si también le perteneciera Babilonia, una ciudad aguas abajo y a oriente del río. En general, en tiempos del Faraón, la comarca del Nilo entre Heliópolis, Babilonia, y Menfis estaba tan unida y tan llena de altos diques de piedra, edificios y canales, que todas parecían una sola ciudad interdependiente. Pero ahora, en tiempos de la Sagrada Familia, todo esto estaba separado e interrumpido por grandes destrucciones. Así que desde Troya tiraron al norte, aguas abajo, hacia Babilonia, ciudad llena de excrementos, desordenada y mal construida. La bordearon pasando entre el Nilo y la ciudad, pero para hacerlo tuvieron que desandar un trecho de la dirección que habían traído. Fueron por un dique aguas abajo del Nilo por el que también fue Jesús cuando viajó por Arabia y Egipto después de la resurrección de Lázaro, antes de volver a reunirse con los discípulos en el pozo de Jacob en Sichar. Marcharon durante unas dos horas Nilo abajo; todo el camino estaba ocupado aquí y allá por ruinas de edificaciones. También tuvieron que pasar un canal o brazo pequeño del río, y llegaron a un lugar cuyo nombre de entonces he olvidado, pero que ahora se llama Matarea. Este lugar, que estaba cerca de Heliópolis, se extiende sobre una lengua de tierra de modo que el agua la toca por dos lados. Estaba muy despoblado y diseminado, y la mayoría de sus viviendas estaban hechas con madera de palmera datilera, barro seco, y cubierta de caña, así que José tendría aquí mucho trabajo. Hizo casas más resistentes con ramas entrelazadas y las puso encima galerías por las que podían andar. Aquí vivía la Sagrada Familia en una bóveda oscura en un paraje solitario del campo, no lejos de la puerta por donde entraron. De nuevo José hizo un porche ligero delante de la bóveda y aquí también a su llegada cayó el ídolo de un templete y más adelante cayeron todos los ídolos de alrededor. También aquí un sacerdote tranquilizó al pueblo con el recuerdo de las plagas de Egipto. Más adelante se congregó en torno a ellos una pequeña comunidad de judíos y paganos convertidos, y los sacerdotes les dejaron el templete cuyo ídolo se había caído a su entrada, que José transformó en sinagoga. José se convirtió en una especie de padre de la comunidad e introdujo el canto ordenado de los salmos, pues su culto estaba muy deformado. Aquí solamente vivían algunos judíos muy pobres que vivían metidos en zanjas y agujeros. En cambio, en el lugar judío entre On y el Nilo vivían muchos judíos que tenían un templo bien arreglado, pero estaban sumidos en una idolatría terrible: tenían un becerro de oro, una figura con cabeza de buey y alrededor bajo doseles figuritas de animales de pie como turones o hurones que eran los animales que protegían contra los cocodrilos3 . Estos judíos tenían una copia del Arca de la Alianza en la que había cosas abominables, y en un pasillo subterráneo realizaban un culto horrible en el que se entregaban a la fornicación con todo género de impudicias, pues pensaban que así nacería el Mesías. Eran muy testarudos y no querían mejorar. Más tarde muchos abandonaron este lugar para venirse aquí, que estaba todo lo más a dos horas. Tuvieron que dar un rodeo por On porque no podían venir por derecho a causa de los numerosos canales y diques. María había trabajado para ellos toda clase de labores femeninas de punto, trenzado, ganchillo y otras, pero no quería trabajar en cosas superfluas y de lujo, sino en cosas necesarias y vestiduras litúrgicas. Las mujeres que la traían trabajo por vanidad o porque pretendían seguir la moda, María las devolvía el trabajo aunque necesitara aquellos ingresos. Estas mujeres la insultaron con toda insolencia. [Pobreza del lugar. Dormitorio de María y Jesús. Oratorio de la Sagrada Familia. Descripción de una especie de relicario en el oratorio.] En Matarea tuvieron muchas dificultades al principio; aquí faltaba leña y agua potable. Los habitantes cocinaban con cañas o hierba seca y la mayoría de las veces, la Sagrada Familia tomaba alimentos fríos. José tenía algún trabajo y mejoraba las cabañas, pero la gente le trataba casi como a un esclavo y le daban lo que querían; con su trabajo, unas veces traía algo a casa y otras nada. Éstos eran muy desmañados para hacer sus cabañas; les faltaba madera, y si a veces veía un tronco en alguna parte, me daba cuenta que no tenían herramientas. La mayoría tenían cuchillos de piedra o hueso que eran como para cortar turba [es decir: sin filo]. José se había traído sus herramientas más imprescindibles y enseguida la Sagrada Familia estuvo instalada con cierta comodidad. José dividió el espacio con tabiques ligeros de zarzo, preparó un fogón muy arreglado y fabricó taburetes y mesitas bajas; la gente de por aquí comía todo en el suelo. Aquí vivieron varios años, y he visto toda clase de cuadros de Jesús a distintas edades. Vi dónde dormía: en la pared de la bóveda donde dormía María, José labró una cavidad donde puso el lecho de Jesús. María dormía a su lado, y muchas veces la he visto rezar de rodillas a Dios por las noches ante el lecho de Jesús. José dormía en otro cuarto. José instaló también un oratorio en un pasillo apartado de la vivienda, donde José y María tenían sus sitios. Jesús también tenía su propio rinconcito donde rezaba de pie, sentado o de rodillas. La Santísima Virgen rezaba delante de una especie de altarcito, una mesita pequeña, cubierta de rojo y de blanco, que sacaba de un nicho en el muro que estaba habitualmente cerrado. En la oquedad del muro había una especie de relicario. Vi matitas en tiestos pequeños en forma de cáliz y el extremo florido de la vara de José, con que fue elegido en suerte en el Templo para esposo de María; estaba metida en una cajita de unos cuatro centímetros de grueso. Vi otro relicario además de éste, pero ya no estoy muy segura qué era: en un tarrito transparente vi cinco palitos blancos del diámetro de la paja gruesa. Estaban atados por la mitad como en cruz, y por arriba parecían más anchos y rizados, al estilo de una pequeña gavilla. Mientras la Sagrada Familia estuvo en Egipto, el pequeño Juan todavía estuvo alguna vez en secreto con sus padres en Juta, pues vi que Isabel le acompañó otra vez al desierto cuando tendría cuatro o cinco años. Cuando salió de casa, Zacarías no estaba presente; creo que había salido de viaje antes para no presenciar la despedida, pues quería muchísimo a Juan. Le había dado su bendición, ya que bendecía a Isabel y a Juan todas las veces antes de salir de viaje. El pequeño Juan llevaba una piel [de cordero] colgada del hombro izquierdo que le cruzaba el pecho y la espalda y se cerraba bajo la axila derecha. Más tarde, le vi llevar esta piel en el desierto, que le era muy cómoda, unas veces sobre los hombros, otras cruzada por el pecho y otras puesta a la cintura. Salvo esta piel, el niño iba desnudo. Tenía el pelo más bien castaño y más oscuro que el de Jesús; seguía llevando en la mano la varita blanca que sacó de casa, con la que siempre le veía en el desierto. Iba deprisa por el campo de la mano de su madre Isabel, una mujer ya de edad que iba envuelta totalmente, alta, ágil y de cara fina y pequeña. Muchas veces corría delante de su madre; era completamente infantil y despreocupado, pero no distraído. Al principio fueron mucho tiempo hacia el norte teniendo siempre un arroyo a su mano derecha; luego los vi pasar un riachuelo que no tenía puente; subieron a unos maderos que estaban en el agua e Isabel, que era muy decidida, remó con una rama. Cuando pasaron el riachuelo torcieron más a Oriente y se metieron por un barranco rocoso que por arriba estaba yermo y pedregoso pero que en el fondo estaba cubierto de arbustos con muchas fresas y otras frutas que el niño picaba de vez en cuando. Al cabo de andar un trecho por este barranco, Isabel se despidió de su niño. Lo bendijo, lo apretó contra su corazón, le besó en la frente y en ambas mejillas y emprendió el camino de vuelta. Por el camino se volvió varias veces y la vi llorando por su Juan. Pero éste estaba despreocupado y siguió internándose por el barranco con paso firme. Como yo estaba muy enferma durante esta contemplación, Dios me concedió la gracia de sentirme como si fuera una niña que estuviera presente en todo lo que pasaba y enseguida creí estar de camino con Juan como una niña de su misma edad y me asusté de que se alejara demasiado de su madre y luego no encontrara el camino a casa, pero una voz me tranquilizó enseguida: —No te preocupes; mi niño sabe muy bien lo que hace. A continuación creí que me adentraba en el desierto con él como si fuera mi único amigo íntimo de la infancia, y vi muchas cosas que le pasaron en el desierto. Sí, en este encuentro, Juan mismo me contó muchas cosas de su vida en el desierto. Por ejemplo, cómo mortificaba sus sentidos y hacía todo género de abstinencias y se volvía cada vez más clarividente y cómo todo lo que le rodeaba lo instruía de una forma indescriptible. Nada de eso me asombraba, pues ya de niña, cuando guardaba nuestras vacas completamente sola, vivía con Juan en el desierto con mucha intimidad, y muchas veces, cuando tenía anhelo de estar con él, le llamaba en el bosquecillo: —¡Juanito!, ven a mi encuentro con tu varita y tu piel en los hombros!5 Y entonces muchas veces se venía conmigo Juanito con su varita y su piel en los hombros, jugábamos como niños y me contaba y me enseñaba toda clase de cosas buenas. Tampoco me extrañaba que en el desierto los animales y las plantas le enseñaran tantas cosas, pues yo también, cuando de niña estaba en el bosque, o con el rebaño en los campos del páramo, o cuando recogía espigas, arrancaba la hierba y recogía plantas, contemplaba cada hojita y cada flor como si fuera un libro; y cada pájaro o cada animalito que pasaba corriendo y todo lo que me rodeaba me enseñaban cosas. Con cada color y cada forma, con las nervaduras de cada hoja, me venían toda clase de pensamientos profundos que si los repetía a la gente unas veces me escuchaban con asombro, pero la mayoría de las veces se reían de mí, con lo que al final me acostumbré a callármelo todo. Antes pensaba, y todavía lo pienso ahora a veces, que esto le pasa a cada ser humano y que en ninguna parte se aprende mejor porque es el abecedario que Dios mismo escribió. En mi contemplación, cuando seguí al niño Juan en el desierto, vi su conducta como antes. Lo veía jugar con flores y animales y en especial los pájaros tenían mucha confianza en él y se le posaban en la cabeza cuando se ponía a rezar de rodillas o andando. Muchas veces vi que ponía su vara atravesada en una rama y entonces venían volando a su llamada muchos pájaros variopintos que se posaban en fila en la vara. Los contemplaba y hablaba con ellos familiarmente, como si les diera clase. También le vi ir a las madrigueras de otras fieras, a las que daba de comer y contemplaba atentamente. [Herodes manda apresar y matar a Zacarías. Isabel se va al desierto con Juan y muere en él. Juan se interna más en el desierto.] Cuando Juan estaba en el desierto y tenía aproximadamente seis años de vida, Zacarías fue una vez al Templo con rebaños para el sacrificio, e Isabel aprovechó su ausencia para ir a ver a su hijo en el desierto. Zacarías nunca había estado con Juan en el desierto por si Herodes le preguntaba dónde estaba su hijo, poder contestarle la verdad: que no sabía donde estaba. Pero para satisfacer sus muchas ganas de ver a Juan, éste volvió del desierto varias veces con todo secreto y por la noche a casa de sus padres y se quedaba una temporadita en ella. Probablemente le llevara su ángel de la guarda para que Juan pudiera estar allí sin peligro. Siempre lo vi dirigido y protegido por altas potestades y muchas veces le vi con figuras luminosas como ángeles. Juan estaba destinado por el Espíritu de Dios a criarse y educarse en el desierto, apartado del mundo y de los alimentos humanos normales. La Providencia dispuso que, obligado por circunstancias ajenas, lo llevaran al desierto adonde ya le llevaba su irresistible impulso natural, pues desde su niñez más temprana siempre lo he visto solitario y reflexivo. Lo mismo que llevaron al Niño Jesús a Egipto por aviso divino, así también escondieron en el desierto a Juan, su predecesor. La gente también pensaba en él, pues desde sus primeros días hubo en el país muchas conversaciones sobre Juan, se conocían los prodigios de su nacimiento y se le había visto muchas veces rodeado de luz; por eso Herodes lo buscaba con ahínco. Herodes ya había mandado varias veces interrogar a Zacarías sobre dónde estaba Juan, pero nunca le había puesto la mano encima. Sin embargo esta vez, cuando Zacarías iba al Templo, soldados de Herodes que le acechaban le sorprendieron y maltrataron gravemente en el desfiladero delante de la Puerta de Belén, un sitio desde el cual todavía no se ve Jerusalén. Lo arrastraron a una prisión que hay en esa ladera del Monte Sión por la que después vi muchas veces pasar a los discípulos de Jesús que iban camino del Templo. Lo torturaron mucho en la prisión e incluso lo sometieron al potro para arrancarle la confesión de dónde estaba su hijo, y como no lo consiguieron, lo acuchillaron por orden de Herodes. Más adelante, sus amigos enterraron su cuerpo, no lejos del Templo. Pero este Zacarías no era el Zacarías que fue asesinado entre Templo y altar, el que vi salir del muro del Templo junto al oratorio del anciano Simeón al desprenderse su tumba del muro cuando resucitaron los muertos a la muerte de Cristo. En aquella ocasión se derrumbaron en el Templo varias tumbas secretas. El motivo de que asesinaran a Zacarías entre Templo y altar fue unos que peleaban por el linaje del Mesías y por ciertos derechos, puestos y lugares de determinadas familias en el Templo; por ejemplo, no todas las familias podían llevar a educar sus hijos al Templo. En esto me acordé que una vez vi que Hanna cuidaba de un chico en el Templo, creo que era hijo de un rey cuyo nombre se me ha olvidado. Zacarías fue el único asesinado en estas luchas; su padre se llamaba Baraquías6 . Isabel regresó del desierto a Juta en la época en que esperaba que regresara su marido. Juan la acompañó un trecho del camino, luego ella le bendijo en la frente y lo besó y Juan se apresuró a regresar despreocupadamente al desierto. Isabel se encontró en casa la terrible noticia del asesinato de Zacarías y se sumió en un duelo y una pena tan grande que no podía encontrar descanso en Juta y se apresuró a irse para siempre con Juan al desierto, y allí murió no mucho después, antes que la Sagrada Familia volviera de Egipto. El esenio del Monte Horeb que ayudaba siempre al pequeño Juan la enterró en el desierto. Entonces Juan se internó aún más en el desierto. Abandonó el barranco rocoso, fue a una comarca más abierta y le vi llegar por lo salvaje a una laguna que tenía una playa llana de arena blanca. Le vi internarse mucho andando en el agua, y que todos los peces venían nadando hacia él sin temor; Juan tenía mucha familiaridad con ellos. Vivió mucho tiempo en este paraje, y se tejió con ramas una choza para dormir en el boscaje; la choza era bajita y no mayor que para tumbarse dentro a dormir. Aquí, más adelante le vi muy a menudo con figuras luminosas o ángeles, con quienes iba humilde y piadoso, pero totalmente infantil, confiado y sin asustarse. Parecían enseñarle y llamaban su atención sobre cosas de todo género. Entonces vi que sujetó un palito atravesado en su vara para que formara una cruz, y puso en ella una tira ancha de corteza de haya o de árbol como un gallardete con el que jugaba yendo y viniendo para que flotase. En la casa paterna de Juan en Juta, cerca de Hebrón, vivía ahora la hija de una hermana de Isabel; la casa estaba completamente amueblada. Ya más crecido, Juan aún volvió en secreto una vez a su casa, pero regresó enseguida y se internó aún más en el desierto, hasta que apareció en medio de los hombres, lo cual se me comunicó más adelante. [La Santísima Virgen descubre un manantial junto a su vivienda. José arregla el manantial enterrado. Una antigua piedra de sacrificios junto a la fuente. El niño Jesús saca agua para otros niños. Preocupación de la Santísima Virgen cuando Jesús fue por agua por primera vez. El Niño Jesús sirve a sus padres. De camino al lugar judío, un ángel anuncia a Jesús la muerte de Herodes. Su pesadumbre por la abyección de aquellos judíos.] También en Matarea, donde los habitantes se valían del agua turbia del Nilo, María encontró en oración otro manantial. Al principio padecían gran necesidad y tuvieron que vivir de fruta y agua mala. Hacía mucho tiempo que no tenían agua buena, y José quería ir a buscarla al desierto con un odre y el asno, a la fuente de los balsameros, cuando en esto un ángel se apareció en oración a la Santísima Virgen y la avisó que detrás de su vivienda había un manantial. María anduvo por encima del muro donde estaba su vivienda, y luego bajó a un espacio despejado entre muros caídos, donde se alzaba un grueso árbol añoso; llevaba en la mano un bastón con una paleta en el extremo, cosa que allí solían llevar cuando iban de viaje. Pinchó con ella la tierra cerca del árbol y brotó un hermoso chorro de agua clara. Muy contenta se apresuró a llamar a José, quien al excavar descubrió que la parte más honda de la fuente ya había estado revestida de obra antigua, solo que estaba seca y llena de tierra. José la restauró y la revistió muy bien con piedras. Junto a la fuente, por el lado por donde llegó María, había una gran piedra casi como un altar y pienso que había sido altar alguna vez aunque ahora he olvidado en qué ocasión. En lo sucesivo, cuando la Santísima Virgen lavaba, muchas veces ponía a secar al sol en ella los pañales y los trajes de Jesús. Esta fuente permaneció desconocida y solo en uso por la Sagrada Familia hasta que Jesús creció tanto que ya hacía todos los recados y también iba a buscar agua para su madre. Una vez llevó a otros niños a beber al pozo, y les sacó el agua para beber con una hoja cóncava doblada. Como los niños se lo contaron a sus padres, también vinieron a la fuente que, no obstante quedó reservada principalmente para uso de los judíos. Vi también la primera vez que Jesús fue por agua para su madre. María estaba rezando de rodillas en la bóveda y Jesús se fue de puntillas con un odre por agua a la fuente; era la primera vez. Cuando lo vio regresar, María se conmovió indeciblemente y le rogó de rodillas que no volviera a hacerlo para que no se cayera al pozo. Jesús la dijo que tendría cuidado, pero que quería traerla agua siempre que la necesitara. El pequeño Jesús hacía todo género de pequeños servicios a sus padres con toda atención y cuidado. Vi por ejemplo que cuando José trabajaba no lejos de casa y se había dejado alguna herramienta, el niño iba enseguida a traerla. Atendía a todo. Creo que la alegría que tenían con él tuvo que superarles todas sus penas. También vi que a veces Jesús iba al lugar judío, que estaba a una buena milla de Matarea, a buscar el pan con que pagaban el trabajo de su madre. En este país había muchos animales horribles, pero no le hacían nada; eran muy amistosos con él. Lo he visto jugar con serpientes. Cuando fue por primera vez al lugar judío, ya no estoy segura si tenía cinco o siete años, llevó por primera vez la túnica marrón con flores amarillas por abajo que le tejió la Santísima Virgen. Vi que se arrodilló a rezar por el camino y se le aparecieron dos ángeles que le anunciaron la muerte de Herodes el Grande. Jesús no se lo dijo a sus padres, no sé por qué razón, si por humildad, porque el ángel se lo prohibiera, o porque sabía que todavía no debían abandonar Egipto. Una vez lo vi ir también al lugar judío con otros niños judíos, pero cuando volvió a casa lloró amargamente por la abyección de los judíos del lugar. [Job vivió aquí antes de Abraham y descubrió la fuente. De la patria de Job y sus migraciones. Trae una novia al rey de Egipto y vive cinco años en este lugar. La religión de Job, su imagen de Dios. Su repugnancia por las supersticiones de los egipcios. Algo sobre el destino de Job y su libro.] La fuente de Matarea no es que se formara aquí por primera vez a causa de la Santísima Virgen, sino que solamente volvió a manar de nuevo. Estaba llena de tierra, pero por dentro estaba todavía completamente revestida. Mucho tiempo antes que Abraham, Job estuvo en Egipto y vivió en esta al dea y este sitio. Él fue quien encontró la fuente y hacía ofrendas sobre la piedra grande que ahora estaba aquí tirada. Job era el menor de trece hermanos. Su padre era un gran jefe de tribu en la época que se construía la Torre de Babel; de un hermano suyo procedió la estirpe de Abraham. Los linajes de estos dos hermanos se casaban muchas veces entre sí. La primera mujer de Job era de esta estirpe de Faleg. Y cuando Job ya había sufrido muchos infortunios y se había mudado de lugar tres veces, aún se casó con tres mujeres más del linaje de Faleg, por cuya razón Job era trasabuelo de la madre de Abraham. El padre de Job se llamaba Joctán, hijo de Heber, y vivía al norte del Mar Caspio en el paraje de una montaña que hace mucho calor en uno de sus lados y por el otro es fría y está llena de hielo. En aquel país había elefantes. En el sitio donde Job se mudó por primera vez y donde empezó su propia familia, los elefantes no hubieran podido andar bien porque era muy pantanoso. Es un país que está al norte de una montaña que está entre dos mares, de los cuales, antes del Diluvio, el mar occidental era también una alta montaña en la que vivían ángeles malignos que tomaban posesión de los humanos7 . Había allí una mísera región pantanosa, donde creo que ahora vive un pueblo de ojos pequeños, nariz aplastada y pómulos altos. Allí le sobrevino a Job su primer infortunio, y a continuación se fue al Sur a través del Cáucaso a empezar de nuevo. Desde esta comarca, Job hizo una gran expedición en caravana a Egipto, donde entonces reinaban extranjeros que eran de la patria de Job, reyes de pueblos pastores. Uno de los reyes era de la misma comarca que Job y otro del más lejano de los países de los Reyes Magos. Solo dominaban una parte de Egipto y más adelante un rey egipcio los expulsó. Una vez se congregó en una ciudad una inmensa muchedumbre de este pueblo pastor, pues habían inmigrado allí. El rey pastor que procedía de la comarca de Job quería para su hijo una mujer del Cáucaso, de su mismo pueblo, y Job llevó a Egipto con una gran caravana a la novia del rey, que era pariente suya. La caravana traía treinta camellos y muchísimos criados con grandes regalos. Job era entonces un hombre todavía joven, alto, pelirrojo y de agradable color castaño amarillento. En Egipto la gente era de un sucio color castaño. Por entonces Egipto no estaba muy habitado y solo había grandes muchedumbres en algunos sitios; y tampoco había construcciones muy grandes, que solo empezaron en la época que llegaron los hijos de Israel. El rey honró mucho a Job y no lo quería dejar marchar. Le quería muchísimo y quisiera que se viniera con todo su clan. Le asignó para residir la ciudad donde después vivió la Sagrada Familia, que entonces era muy distinta. Job vivió en Egipto cinco años en el mismo sitio que la Sagrada Familia; fue Dios quien le mostró aquel manantial, y en su servicio divino sacrificaba sobre aquella gran piedra. Job era pagano, pero un hombre justo que reconocía al verdadero Dios, al que adoraba como Creador al contemplar la Naturaleza, las constelaciones y los cambios de luz. Hablaba con Dios muy a gusto de sus maravillosas criaturas. No adoraba ninguna imagen de animal horrible como hacían otras tribus de entonces, pero había imaginado para sí una imagen del verdadero Dios; una pequeña imagen humana con rayos en torno a la cabeza que pienso que también estaba alada. Tenía las manos unidas bajo el pecho, y en ellas llevaba una bola en la que estaba representada una barquilla en las olas que quizá representara el Diluvio. En su servicio divino quemaba semillas ante esta imagencita. Más adelante se introdujeron en Egipto imágenes como ésta, sentadas en una cátedra y con un dosel encima. Job encontró en esta ciudad una idolatría horrible que procedía todavía de las supersticiones mágicas que se hacían cuando la construcción de la Torre de Babel; tenían un ídolo con una cabeza de buey ancha y en punta por arriba, como dirigida a lo alto, con el morro abierto y los cuernos muy curvados para atrás. Estaba hueca, encendían fuego en su interior y le ponían niños vivos en sus brazos ardientes. Vi que sacaban algo de los agujeros de su cuerpo. La gente de aquí era de color parduzco y la tierra estaba llena de fieras espantosas. Volaban de acá para allá grandes bandadas de grandes animales negros con fauces de fuego; allí donde volaran salía de ellos como fuego. Lo envenenaban todo y marchitaban los árboles donde se posaban. Vi también animales como topos, con las patas traseras largas y las delanteras cortas, que podían saltar de una azotea a otra. En las cuevas y entre las rocas acechaban animales espantosos que se enroscaban a la gente y la asfixiaban. En el Nilo vi una fiera gorda y maciza con feos dientes y patas gordas y negras; era del tamaño de un caballo, pero también tenía algo porcino. Todavía vi muchos más animales horribles, pero la gente de aquí era aún más abominable, y Job, al que con sus oraciones vi librar de fieras dañinas la comarca donde vivía, sentía tal repugnancia por esta gente atea que en sus quejas a sus acompañantes a menudo expresaba que prefería vivir con las fieras horribles que con esta gente desvergonzada. Muchas veces le veía mirar con nostalgia a Oriente, su patria, que está algo más al sur que el país, más alejado aún, de los Reyes Magos. Job vio prefiguraciones proféticas de la llegada de los hijos de Israel aquí a este país, y una visión general de la salvación de la Humanidad, así como de las pruebas que él tendría que afrontar. No se dejó convencer para quedarse, y al cabo de cinco años volvió a salir de Egipto con sus acompañantes. Entre las pruebas que sufrió tuvo intervalos: la primera vez nueve años de tranquilidad, la segunda siete y la tercera doce. Las palabras del libro de Job: Y cuando el mensajero de la desgracia todavía estaba hablando quieren decir: Esta desgracia estaba todavía en boca de la gente cuando le sobrevino la siguiente . Job pasó sus penas en tres lugares diferentes. La última desgracia y la restauración de todo su bienestar le ocurrieron en la comarca llana que hay justo a oriente de Jericó, en la que había incienso, mirra y también una mina de oro; hacían forja y muchas cosas más. En otra ocasión aún vi muchas más cosas del carácter de Job que contaré más adelante; ahora solo quiero decir que la historia de Job y sus conversaciones con Dios las copiaron de sus labios dos fieles criados que eran como sus administradores y que se llamaban Hai y Ois o Uis8 . Esta historia, considerada santa por sus descendientes, llegó de generación en generación a Abraham y sus hijos, que fueron educados en consecuencia. La historia llegó a Egipto con los hijos de Israel y Moisés la resumió para consuelo de los israelitas durante la opresión egipcia y la marcha por el desierto, pues era mucho más larga y no hubieran entendido mucho de ella. Salomón la volvió a reelaborar y de ese modo se convirtió en un libro edificante, repleto de la sabiduría de Job, de Moisés y de Salomón. Por eso es difícil conocer la verdadera historia de Job, porque acomodaron los nombres de pueblos y lugares a los del país de Canaán, y así suele creerse que Job era edomita porque la última comarca en que vivió la habitaron mucho después de su muerte los edomitas descendientes de Esaú. Cuando nació Abraham, Job aún podía estar vivo. [Abraham vivió mucho tiempo junto a ella. También estuvo Lot. Abraham recuperó aquí su registro genealógico, que le habían robado. Por qué quería el faraón a la mujer de Abraham. Carácter de los egipcios. Abraham recibe su registro genealógico y abandona el país. Algo más de la fuente de Matarea hasta la época cristiana.] Durante su estancia en Egipto, Abraham también tuvo sus tiendas aquí junto a la fuente en la que le he visto enseñar al pueblo9 . Abraham vivió en este país varios años con Sara y con algunos hijos e hijas cuyas madres se habían quedado en Caldea; su hermano Lot también estaba aquí con su familia, aunque ya no sé qué lugar le asignaron. Abraham fue a Egipto por orden de Dios: la primera vez, a causa de una hambruna en el país de Canaán, y la segunda para recuperar un tesoro de familia que se había llevado la hija de una hermana de la madre de Sara, una mujer de la familia de Job, de la raza del pueblo pastor que en tiempos dominó una parte de Egipto que había venido aquí como criada de servir y luego se había casado con un egipcio; su descendencia formó una tribu cuyo nombre he olvidado. Agar, la madre de Ismael, era descendiente suya y por tanto también de Sara10 . Aquella mujer había robado aquel tesoro familiar igual que Raquel robó los dioses de Labán, y lo había vendido en Egipto por una gran suma de dinero. De este modo, a través de ella, el tesoro llegó a poder del rey y los sacerdotes. El tesoro era el registro genealógico de los hijos de Noé y en especial, de los hijos de Sem hasta la época de Abraham, y consistía en una serie de piezas de oro triangulares enganchadas entre sí para formar una cadena. El conjunto era como un platillo de balanza con sus cadenillas. Las cadenillas estaban formadas por las piececitas triangulares encadenadas; algunas de ellas tenían líneas colaterales. En las piececitas estaban incisos los nombres de los miembros del linaje. Todas las cadenillas venían a parar al centro de la tapa y descansaban juntas en el platillo de la balanza; cuando se bajaba la tapa con las cadenas, el platillo de la balanza quedaba cerrado como una cajita. Las monedas sueltas eran gruesas y amarillas, y los engarces, delgados y blancos como plata. Todo brillaba. Muchas piezas amarillas tenían otras colgando. He oído también cuántos siclos (que era cierta suma de dinero) importaba el total pero lo he vuelto a olvidar. Los sacerdotes egipcios habían hecho toda clase de cálculos con este árbol genealógico, pero sus cuentas, larguísimas, estaban completamente equivocadas. Por medio de sus astrólogos y pitonisas supieron por que Abraham había llegado a este país, y que además, él y su mujer eran del linaje más excelso y que sería padre de una familia elegida. En sus adivinaciones siempre investigaban los linajes más nobles para procurar contraer matrimonios con ellos; de este modo Satanás llevaba los linajes puros a la violencia y la impudicia y los envilecía. Abraham, que temía que los egipcios quisieran matarle a causa de la belleza de su mujer Sara, la presentó como su hermana, lo que tampoco era mentira pues era hermanastra suya, hija de su padre Téraj con otra mujer (Gn 20, 12). El rey hizo llevar a Sara a su palacio y la quería tomar por esposa. Ambos, Abraham y Sara, se afligieron mucho e imploraron la ayuda de Dios, y Dios castigó con una enfermedad al rey, a todas sus mujeres y a la mayoría de las mujeres de la ciudad. Espantado por ello, el rey se informó, oyó que Sara era esposa de Abraham y se la devolvió rogándole que se fuera de Egipto tan pronto como pudiera, porque ya se había dado cuenta que Dios los protegía. Los egipcios eran un pueblo maravilloso: por un lado eran muy orgullosos y se consideraban los más grandes y más sabios, pero por otro eran también extraordinariamente pusilánimes y rastreros, y cedían en cuanto temían que hubiera un poder superior al suyo. Esto les pasaba porque no estaban bien seguros de sus conocimientos, ya que la mayor parte de lo que sabían eran adivinaciones de doble sentido que podían anunciar buena cantidad de consecuencias enmarañadas y contradictorias. Como los egipcios creían que todo era milagroso, cada vez que algo se apartaba de sus predicciones se asustaban enseguida. Abraham, al pedir trigo, se había dirigido muy humildemente al rey llamándole padre de los pueblos , con lo que se ganó su buena voluntad y el rey le hizo muchos regalos. Ahora que le habían devuelto a Sara y le rogaban que abandonara el país, Abraham dijo al rey que no podía irse sin el árbol genealógico que le pertenecía, y le contó con todo detalle la forma en que este árbol había venido hasta aquí. Entonces el rey mandó venir a los sacerdotes, que dieron gustosos a Abraham lo que le pertenecía, pero antes le pidieron que les dejase copiarlo todo, como así se hizo. Luego Abraham regresó con su séquito al país de Canaán. De la fuente de Matarea todavía he visto muchas cosas hasta de nuestros tiempos, de las que recuerdo lo siguiente: Ya en tiempos de la Sagrada Familia, los leprosos la utilizaron como fuente milagrosa. Mucho tiempo después, cuando ya habían construido una pequeña iglesia cristiana en el lugar de la vivienda de María, arriba, justo al lado del altar, se bajaba a la cueva donde la Sagrada Familia estuvo tanto tiempo hasta que José instaló bien la vivienda. En esta época, la fuente estaba rodeada de gente que vivía allí y que utilizaba el agua para curarse de distintas clases de lepra. También vi que había quienes se bañaban allí para quitarse secreciones malignas. Esto era cuando los mahometanos estaban aquí. Vi que también los turcos mantenían siempre una luz en la iglesia de la Vivienda de María , pues temían alguna desgracia si descuidaban encenderla. En tiempos más recientes he visto la fuente solitaria y a bastante distancia de cualquier vivienda; la ciudad ya no está allí, y por los alrededores crecen distintos frutales silvestres. [El templo y el arca de la alianza del lugar judío. Un ángel ordena a José que abandone Egipto. Despedida y regalos de los habitantes. Mira, a la que María había pedido un hijo, hace regalos a Jesús. Partida; los amigos les acompañan hasta la fuente del huerto de Balsameros. Ropa de los viajeros. Rameses. Atraviesan un canal. Permanecen tres meses en Gaza. Jesús tiene siete años y nueve meses. Ana todavía está viva.] Finalmente, vi también cómo salió de Egipto la Sagrada Familia. Ciertamente Herodes ya había muerto antes, pero aún no podían volver porque había peligro. A San José, la estancia en Egipto se le hacía cada día más pesada. La gente tenía una idolatría horrible; incluso sacrificaban niños con malformaciones, y a quien sacrificaba un niño sano aún lo creían más piadoso. También el lugar judío estaba metido en estos horrores. Tenían un templo que decían que era como el de Salomón, una vanidad risible pues era muy distinto. Tenían un Arca de la Alianza que habían copiado y dentro habían puesto figuras impúdicas, y realizaban cosas horribles. Ya no cantaban los salmos. En la escuela de Matarea, José lo había organizado todo correctamente. El sacerdote idólatra que había hablado a favor de la Sagrada Familia cuando se cayeron los ídolos en la pequeña ciudad junto a Heliópolis, se trasladó aquí con otras personas y se insertaron en la comunidad judía. Vi a San José afanado en su trabajo de carpintero, muy dolido al final de la jornada porque no le daban su jornal y no podía llevar nada a casa, donde hacía mucha falta. En este apuro se arrodilló en un rincón al aire libre, se quejó a Dios de su necesidad y le imploró ayuda. A la noche siguiente un ángel vino a él en sueños y le dijo que los que buscaban al niño estaban muertos, que debía levantarse y prepararse para salir de Egipto a casa por la carretera militar usual. No debía preocuparse pues el ángel estaría con él. San José dio a conocer la orden de Dios a la Santísima Virgen y al Niño Jesús, y se prepararon rápidamente para el viaje de vuelta con total obediencia, igual que habían hecho cuando les avisaron que huyeran a Egipto. A la mañana siguiente, cuando se supo su decisión, vino mucha gente apenada a despedirse con toda clase de regalos en pequeños envases de corcho. Esta gente estaba sinceramente apenada; algunos eran judíos, pero muchos más eran paganos convertidos. Los judíos en todo este país habían caído en tales supersticiones que casi no se los podía reconocer como tales. También hubo quienes se alegraron de que se fuera la Sagrada Familia, pues los tenían por hechiceros que todo lo conseguían por medio de los espíritus malignos más poderosos. Entre la buena gente que les traía regalos vi también madres con chiquillos que habían sido compañeros de juegos de Jesús, y en particular una mujer principal de esta ciudad con un hijito de pocos años al que solía llamar hijo de María , pues durante mucho tiempo esta mujer había anhelado tener hijos y Dios la bendijo con este chiquillo por la oración de la Santísima Virgen. La mujer se llamaba Mira, y el niño, Deodato11 . Esta señora regaló dinero a Jesús: piececitas triangulares amarillas, blancas y castañas. Al recibirlo, Jesús miró a su madre. Cuando José terminó de empacar y cargar en el burro los enseres más necesarios, emprendieron viaje acompañados de todos estos amigos. Todavía llevaban la misma cabalgadura en que María viajó a Belén. Durante la huida a Egipto habían tenido también una borriquilla, pero José la tuvo que vender por necesidad. Pasaron entre On y el lugar judío, y en On doblaron un poco al Sur en dirección a la fuente que había brotado por la oración de María antes de que llegaran por primera vez a On o Heliópolis. Aquí todo se había puesto verde y la fuente regaba todo alrededor un huerto rodeado por un seto cuadrado de balsameros. El sitio tenía una entrada que era más o menos tan grande como el picadero del duque [se refería al duque de Croy en Dülmen] y dentro habían crecido en el medio frutales jóvenes, palmeras datileras, sicomoros y cosas parecidas. Los balsameros eran ya tan grandes como vides de regular tamaño. José había hecho pequeños recipientes de corteza de árbol que por algunos sitios estaban pegajosos, pero que eran muy lisos y graciosos. Allí donde descansaban durante el viaje, José muchas veces hacía recipientes de éstos para distintos usos. Arrancaba las hojas en forma de trébol de los pámpanos rojizos de los balsameros, y colgaba en ellos sus recipientes de corteza para recoger las gotas de bálsamo que fluían, a fin de tomarlas luego durante el viaje. Sus acompañantes se despidieron aquí muy emocionados, pero ellos se quedaron varias horas. La Santísima Virgen lavó y secó algunas cosas, se refrescaron en el agua y llenaron el odre para el viaje, que después emprendieron por el camino militar, que era lo normal. He visto muchos cuadros de este viaje de vuelta, pero siempre sin peligro. Para protegerse del sol, Jesús, que ya era un muchacho, así como María y José, llevaban en la cabeza un disco de corteza delgada de árbol, sujeto con un pañuelo bajo la barbilla. Jesús llevaba puesta su túnica parda y unas alpargatas de cáñamo que le había hecho José, atadas hasta medio pie. María solo llevaba sandalias. Muchas veces los he visto preocupados porque andar por la arena caliente era muy penoso para el chiquillo, y los veo pararse a menudo a sacudir la arena de las sandalias. A menudo tenían que sentarlo en el burro para que descansara. Atravesaron algunas ciudades y pasaron de largo por otras; se me han olvidado los nombres pero aún me acuerdo de Rameses. Pasaron un curso de agua que va del Mar Rojo al Nilo y que [muchos años después] también atravesó el Señor en su viaje. En realidad José no quería volver a Nazaret sino quedarse en Belén, la ciudad de sus padres. Sin embargo todavía no estaba decidido porque en la Tierra Prometida oyó que ahora gobernaba en Judea Arquelao, que también era muy cruel. Cuando la Sagrada Familia llegó a Gaza se quedaron allí tres meses. En esta ciudad vivían muchos paganos. Pero entonces a José se le apareció otra vez un ángel en sueños que le ordenó volver a Nazaret, lo que también esta vez hizo enseguida. Ana estaba todavía viva, y ella y algunos parientes supieron la estancia de la Sagrada Familia [en Gaza]. Volvieron de Egipto en septiembre. Jesús tenía ocho años menos tres semanas.