—¡Qué sabio es ese hombre! Ahora puede hablar y me ha dicho: No te preocupes
por ninguna vivienda para ti; preocúpate de que tu interior, donde recibes al Señor Jesús
cuando se aloja en ti, esté puro y adornado. Cuando José llegó a Belén, no buscó vivienda
para sí sino para Jesús, y barrió la cueva hasta dejarla limpia y bonita».
[Ana Catalina comunicó también otras contemplaciones parecidas y también muy
profundas que la había dicho aquel amigo suyo, muy propias de un hombre que conocía
bien su carácter. También mencionó que había dicho:]
—Cuando el ángel ordenó a San José que huyera a Egipto con Jesús y María, José
no se preocupó de ninguna vivienda, sino que emigró obedientemente.
[Como el año anterior por esta misma época Ana Catalina había visto algo de la
huida a Egipto, el Escritor supuso que este era otra vez el caso y la preguntó: ¿Entonces,
es que José ha huido hoy a Egipto?», a lo que ella replicó con voz clara y precisa:]
—No, el día que huyó José cayó en 29 de febrero. [Desgraciadamente no hubo oportunidad de sacárselo con precisión porque durante
estas comunicaciones estuvo muy enferma, pero una vez dijo:]
El niño puede que tenga más de un año; en un descanso del viaje lo he visto jugar
alrededor de un balsamero; a veces sus padres también le hacían andar un ratito.
[En otra ocasión Ana Catalina creyó entender que Jesús tenía nueve meses. El lector
puede estimar la edad de Jesús por otras circunstancias del relato, y en especial por su
relación con la edad del pequeño Juan, lo que hace más probable admitir nueve meses para
la edad de Jesús.] Vi que la Santísima Virgen hacía túnicas pequeñas de punto o con ganchillo. Tenía
a su derecha un ovillo de lana sujeto junto a la cadera y en las manos, según creo, dos
palitos de hueso con un ganchito en su extremo; uno de medio codo de largo y el otro más
corto. Más allá del gancho, los palillos tenían una prolongación donde iban anudándose los
hilos y se iba formando la malla, dejando lo que ya estaba tejido colgando entre los dos
palillos. La Santísima Virgen trabajaba así de pie o sentada junto al Niño Jesús acostado en
una cesta.
Arriba en las habitaciones, San José trenzaba biombos, cañizos y grandes
superficies de zarzo con tiras de corteza verdes, amarillas y castañas. Tenía un almacén de
mamparos de este tipo amontonados unos sobre otros en un cobertizo junto a la casa. En los
zarzos tejía estrellas, corazones y símbolos de toda clase. Pensé con muchísima compasión
que José ni siquiera podía imaginar que pronto tendría que huir a Egipto.
La madre Ana venía de visita casi todos los días desde su casa, que estaba casi a una
hora.
[Domingo, 25 de febrero:]
Di un vistazo a Jerusalén y vi que Herodes mandó llamar a muchos hombres, como
cuando reclutan soldados entre nosotros. Los hombres iban a un gran patio y recibían ropa
y armas. En un brazo llevaban como una media luna [¿una rodela?], y tenían venablos y
sables cortos parecidos a machetes. Llevaban yelmos y muchos también cordones en las
piernas. Esto tiene que tener relación con la matanza de niños. Herodes tenía el ánimo muy
inquieto. Veo a Herodes cada vez más inquieto; está exactamente igual que cuando los Reyes
Magos le preguntaron por el rey recién nacido. Vi que se aconsejó con distintos ancianos
doctores de la Escritura, que llevaban rollos de pergamino sujetos a varas y los leían.
Vi también que los soldados que anteayer se pusieron por primera vez el uniforme
los han enviado a distintos lugares de los contornos de Jerusalén, de donde más adelante las
madres tuvieron que llevar sus niños a Jerusalén sin saber que los matarían, para que el
rumor de la crueldad no levantara ningún motín. Hoy vi que los soldados de Herodes que ayer salieron de Jerusalén habían llegado a
tres lugares: Hebrón, Belén, y un tercer lugar cuyo nombre he olvidado pero que está entre
estos dos y el Mar Muerto.
Los habitantes se sobresaltaron porque no sabían absolutamente nada de por qué
venían los soldados a su pueblo. Pero Herodes era astuto y mandó no hacerse notar y buscar
sigilosamente a Jesús. Los soldados se quedaron largo tiempo en estos lugares, y como
Herodes no pudo averiguar nada del niño recién nacido de Belén, mandó asesinar a todos
los menores de dos años. [En el crepúsculo vespertino de hoy, la enferma se durmió y al cabo de unos
minutos dijo con gran alegría y sin ningún estímulo exterior:]
—Mil gracias sean dadas a Dios. He llegado bien, ¡qué bien que ya estoy aquí! El
pobre niño se ha salvado; recé para que ella tuviera que besarlo y bendecirlo, así ya no
podía tirarlo al pantano.
[Ante esta repentina exclamación, el Escritor la preguntó:—¿Quién?—y ella
prosiguió:]
—No muy lejos de aquí, una jovencita a la que habían seducido quería ahogar a su
recién nacido. Estos días he implorado apremiantemente a Dios que no ningún pobre niño
inocente muriera sin bautismo y bendición; y rezaba así porque se acerca la época del año
del martirio de los Niños Inocentes. Yo le conjuraba a mi querido Dios por la sangre de
estos niños que fueron sus primeros testigos de sangre. Hay que aprovechar el tiempo, y
cada año, cuando florecen estas rositas en el jardín de la Iglesia celestial, hay que
recogerlas para la Tierra. Dios me ha oído siempre y he podido ayudar a la madre y a su
niño. Quizá vea a ese niño en alguna ocasión.
[Esto es lo que exclamó inmediatamente después de su visión, o por mejor decir,
después que estuvo actuando en espíritu. A la mañana siguiente contó:]
—Mi guía me llevó rápidamente a M.; vi a la muchacha seducida, pienso que en las
afueras de M.; el paraje me parece que está a la izquierda del camino de T. a K. Su niño
había venido al mundo detrás de un arbusto y ella se acercó con él a un pantano profundo
donde flota una sustancia muy verde; llevaba al niño en el delantal y quería tirarlo al agua.
Cerca de ella vi una figura grande y oscura que despedía de sí una luz repugnante; pienso
que era el enemigo malo. Yo recé insistentemente de todo corazón, y vi que la figura oscura
se debilitaba; entonces ella tomó su niño y lo besó una vez más. En cuanto lo hizo, ya no
fue capaz de ahogarlo, se derrumbó y lloró amargamente sin consuelo. La consolé y la di el
pensamiento de ir a su confesor a implorarle ayuda. Ella no me vio, pero su ángel de la
guarda se lo dijo. Creo que es de clase media y que no tiene aquí a sus padres. Hoy vi que la madre Santa Ana fue a Nazaret con aquella pariente suya que dejó en
Belén con la Santísima Virgen después del nacimiento de Cristo. La criada llevaba un
hatillo al costado, una cesta en la cabeza y otra en la mano; eran cestas redondas, una de las
cuales dejaba ver aves dentro. Llevaban víveres a María, pues ésta no llevaba su casa sino
que Ana se ocupaba de todo. Hoy al anochecer vi a la madre Santa Ana y a sus hijas mayores con la Santísima
Virgen. María Helí tenía con ella a su nieto, el hijo mayor de su hija María Cleofás, un
chiquillo robusto de cuatro o cinco años. José había ido a casa de Ana.
Cuando las veía sentadas juntas, hablando en confianza, jugando con el Niño Jesús,
apretándolo contra el pecho y teniendo a sus niños en brazos, pensaba una vez más que las
mujeres son siempre iguales, pues todo era exactamente igual que en nuestros días.
María Helí vivía en un pueblecito a unas tres horas a oriente de Nazaret. Su casa era
casi tan buena como la de Ana; tenía un patio vallado con una bomba de agua dentro; si uno
pisaba algo abajo, salía por arriba un surtidor de agua que caía sobre una taza de piedra. Su
marido se llamaba Cleofás, y su hija mayor, María Cleofás, estaba casada con Alfeo y vivía
en el otro extremo del pueblo.
Las vi rezar al anochecer; estaban de pie frente a una mesita adosada a la pared
revestida de rojo y blanco; la mesa tenía encima un rollo que la Santísima Virgen enrolló y
sujetó en la pared; el rollo tenía bordada una figura con colores pálidos, parecida a un
muerto envuelto en un largo manto blanco, como un muñeco de trapo. Tenía el manto
echado por la cabeza y la figura tenía algo en brazos; en torno a los brazos, el manto estaba
más abultado. Ya había visto yo esta figura en la fiesta en casa de Ana, cuando llevaron al
Templo a la Santísima Virgen. Entonces me recordó a Melquisedec y era como si tuviera
un cáliz en el brazo; en otra ocasión pensé que representaba a Moisés.
Mientras rezaban tenían cerca una lámpara encendida; María estaba de pie delante
de Ana, y su hermana junto a ella. Cruzaban las manos sobre el pecho, las juntaban y las
separaban. María leía un rollo que tenía delante que enrollaba de vez en cuando. Rezaban
con un tono y un ritmo que me recordaban al convento. [Aprestos para salir de viaje. Despedida de las santas mujeres. Comienzo de la huida
a Egipto.]
[Desde la noche del jueves 1 de marzo a la mañana del viernes 2 de marzo:]
Se han ido; los he visto salir de viaje. Ayer jueves, José volvió temprano de casa de
Ana; Ana y su hija mayor todavía estaban aquí en Nazaret.
Apenas se habían ido todos a dormir, cuando el ángel avisó a José. María y el Niño
Jesús tenían su cuarto a la derecha del hogar; Ana a la izquierda; y la hija mayor, entre la de
su madre y la de José. Las habitaciones eran solo celdas contiguas hechas con mamparos de
zarzo y por arriba estaban cubiertas parcialmente también con cañizos. El lecho de María
estaba separado de la habitación además por una cortina o biombo. El Niño Jesús estaba
acostado en una alfombra a sus pies, y si María se incorporaba, podía cogerlo en brazos.
Vi a José acostado en su cuarto; dormía de costado con la cabeza apoyada en un
brazo. Un joven luminoso se acercó a su lecho y le habló. José se incorporó, pero como
estaba medio dormido volvió a tumbarse. Entonces el joven le tomó de la mano y tiró de él;
José se dio cuenta entonces y se puso de pie. El ángel desapareció.
Entonces José fue a la lámpara que estaba encendida en medio de la casa, delante
del fogón y encendió la suya. Llamó al cuarto de la Santísima Virgen y preguntó si podía
pasar. Lo vi entrar y hablar con María, que sin embargo no descorrió la cortina de delante
de su lecho; luego lo vi ir al establo por el burro y a continuación a la habitación donde
guardaban todos los enseres a prepararlo todo para el viaje.
Cuando José dejó sola a la Santísima Virgen, ésta enseguida se levantó y se vistió
de viaje y a continuación fue a ver a su madre Ana para anunciarla el mandato de Dios.
Entonces, Ana se levantó, y también salieron del lecho María Helí y su niño, pero al Niño
Jesús lo dejaron descansar. Para aquella gente piadosa, la voluntad de Dios estaba por
encima de todo, y por tristes que tuvieran sus corazones, enseguida se prepararon para el
viaje en vez de abandonarse a las tristezas de la despedida. Ana y María ayudaron a
preparar todo lo necesario, pero María aprestó muchas menos cosas de las que llevó a
Belén. Solo prepararon un hatillo abultado y algunas colchas, que José sacó afuera para
cargarlo todo. Todo se hizo con calma y muy rápido, como cuando una se despierta para
salir en secreto.
Entonces María recogió a su niño con tanta prisa que ni siquiera la vi cambiarle los
pañales. ¡Ay!, ahora era la despedida y no puedo decir cuán conmovedora era la tristeza de
Ana y de la hermana mayor. Todas estrecharon al Niño Jesús contra su corazón entre
lágrimas, y hasta el pequeño pudo abrazarlo. Ana abrazó varias veces a la Santísima
Virgen, llorando tan amargamente como si no fuera a volver a verla. María Helí se tiró al
suelo a llorar.
Aún no era medianoche cuando salieron de casa. Ana y la hermana acompañaron a
la Santísima Virgen a pie un corto trecho de camino a las afueras de Nazaret. José venía
detrás con el burro. Iban en dirección a casa de Ana, solo que algo más a la izquierda.
María llevaba metido al Niño Jesús delante de sí, envuelto como un muñeco y sujeto con
una faja que la pasaba por los hombros y estaba atada en la nuca. María llevaba un manto
largo que la envolvía a ella y al niño, y un gran velo rectangular que por detrás solo cubría
la cabeza, pero que colgaba mucho por ambos lados.
Habían hecho un corto trecho de camino cuando José se acercó con el burro, en el
que había un odre con agua y una cesta con varios compartimentos con panecillos, jarritas y
aves vivas. El fardo y algunas colchas iban cargadas alrededor de la silla, que estaba puesta
de través y tenía estribo. Todos se abrazaron una vez más entre lágrimas y Ana bendijo a la
Santísima Virgen, que se sentó en el burro que traía José, y prosiguieron viaje.
[Ana Catalina lloró de todo corazón mientras contaba la tristeza de Ana y de María
Helí, y dijo que cuando lo vio por la noche también estuvo llorando muchísimo.] Esta mañana temprano he visto que María de Helí fue con su niño a casa de Ana y
envió a Nazaret al jefe de familia con un criado, después de lo cual se fue a su pueblo. Ana
lo ordenó todo en casa de José y empaquetó muchas cosas. Por la mañana vinieron dos
hombres de casa de Ana: uno solamente iba envuelto con una piel de cordero y llevaba
grandes abarcas sujetas con correas por las piernas; el otro llevaba traje largo y me pareció
que era el actual marido de Ana. En casa de José ayudaron a arreglarlo todo, empacaron
todos los enseres portátiles y se los llevaron a casa de Ana.
La Sagrada Familia pasó de noche por varios lugares y al amanecer se metió a
descansar bajo un cobertizo. A eso del anochecer vi que la Sagrada Familia, que ya no
podía más, entró en Nazara en una casa de gente marginada y algo despreciada. No eran
auténticos judíos; su religión tenía algo de pagano y hacían sus oraciones en el templo del
Monte Garizim en Samaria, adonde tenían que ir por algunas millas de difícil camino de
montaña. Estaban oprimidos por varias cargas pesadas, y tenían la servidumbre de trabajar
como esclavos en el Templo de Jerusalén y en otros trabajos públicos. Acogieron muy
amistosamente a la Sagrada Familia, que se quedó allí todo el día siguiente. A su regreso de
Egipto, la Sagrada Familia volvió a visitarlos, y también después, cuando Jesús a los doce
años estuvo en el Templo y de allí fue a Nazaret1
.
Más adelante toda esta familia se hizo bautizar por Juan y entró en la comunidad de
Jesús. Este lugar de aquí no está lejos de una ciudad maravillosa puesta en un alto, cuyo
nombre ya no puedo decir con toda seguridad, pues he visto y he oído nombrar muchos
ciudades en estos contornos, entre ellos Legio y Massaloz, entre los cuales según creo está
Nazara. Casi estoy convencida que la ciudad cuya situación tanto me maravilla se llama
Legio; pero también tiene otro nombre. Ayer al anochecer del sábado, a la clausura del sabbat, la Sagrada Familia se alejó
de Nazara por la noche y la vi hacer alto y esconderse todo el domingo y la noche siguiente
hasta el lunes en el gran terebinto añoso donde estuvieron en Adviento en su viaje a Belén,
cuando la Santísima Virgen pasó tanto frío.
Era el terebinto de Abraham, cerca de Hain [el bosque de] Moreh, no lejos de
Siquem, Zenat, Silo y Aruma. Por aquí sabían la persecución de Herodes y esto era seguro
para la Sagrada Familia.
Jacob enterró junto a este árbol los ídolos de Labán; Josué reunió al pueblo junto a
este terebinto, bajo el cual había erigido la cabañuela en la que estuvo el Arca de la
Alianza, y mandó al pueblo que renunciara a sus ídolos; y aquí los siquemitas aclamaron
por rey a Abimelec, hijo de Gedeón. Por la mañana temprano vi a la Sagrada Familia descansar y tomar un refrigerio en
una fuentecilla junto a un balsamero en una comarca fértil. El Niño Jesús estaba acostado
con los pies desnudos en el regazo de la Santísima Virgen. Los balsameros, cuyas bayas
son rojas, tenían aquí y allá cortes en las ramas que goteaban líquido en unos tiestos
pequeños allí colgados. Me asombré de que no los hubieran robado. José llenó de jugo las
jarritas que traía consigo, y comieron panecillos y bayas que José recogió en los arbustos de
los alrededores.
El asno bebió y comió pasto por allí. A lo lejos se veía Jerusalén asentada en un
alto; era un cuadro extraordinariamente conmovedor.
JUTA. ISABEL HUYE AL DESIERTO CON EL PEQUEÑO JUAN. ZACARÍAS
VIAJA A NAZARET
[Martes, 6 de marzo:]
Zacarías e Isabel han recibido un mensaje del peligro que amenaza. Creo que la
Sagrada Familia les ha enviado un mensajero de confianza. Entonces vi que Isabel llevó al
pequeño Juan a un lugar muy recóndito del desierto a un par de horas de Hebrón.
Zacarías solo los acompañó un trecho del camino, hasta un sitio donde pusieron un
viejo madero para pasar un torrente. Allí se separó de ellos y se fue para Nazaret por el
camino por el que había venido María cuando la Visitación. Hoy lo vi de viaje a las seis de
la mañana; probablemente quiere que Ana le informe de cerca. Varios amigos de la Sagrada
Familia están allí, muy atribulados por causa de su partida.
El pequeño Juan solo llevaba puesta una pielecita de cordero, y aunque apenas tenía
año y medio, corría y saltaba con toda seguridad. Ya entonces llevaba en la mano una varita
blanca con la que jugaba como hacen los niños. Este desierto de aquí no debe
entenderse como una gran extensión de arena vacía sino más bien un sitio salvaje con
muchas rocas, cuevas y barrancos, donde crecen toda clase de arbustos y hay frutas y bayas.
Isabel llevó al pequeño Juan a la cueva donde después Magdalena estuvo una
temporada tras la muerte de Jesús. Ya no recuerdo cuánto tiempo estuvo esta vez aquí
escondida Isabel con el niño Juan muy pequeño, pero probablemente solo se quedó lo
necesario hasta que se tranquilizó un poco su preocupación por la persecución de Herodes.
Isabel y su chiquillo regresaron a Juta, que está a unas dos horas; después vi huir al desierto
al pequeño Juan en la época en que Herodes convocó a las madres con hijos menores de
dos años, pero eso ocurrió casi un año después.
[Hasta aquí la narradora nos había contado diariamente los cuadros de la huida, pero
después se produjo una interrupción debida a la enfermedad y otras molestias, y cuando
varios días después recobró el hilo de su narración, dijo:]
—Ahora ya no puedo decir exactamente los días, pero voy a contar los cuadros
aislados de la huida a Egipto aproximadamente en el orden en que recuerdo haberlos visto. [La Sagrada Familia hace en una cueva la sexta parada de su huida. Consuelo y
refrigerio. Aquí estuvieron Samuel y David, así como Jesús en su predicación itinerante.
Tradición de este lugar todavía hoy.]
Después que la Sagrada Familia pasó algunas alturas del Monte de los Olivos, los vi
algo más allá de Belén, hacia Hebrón, a una milla del Bosque de Mambré. Entraron en una
cueva espaciosa situada en un barranco salvaje de un monte encima del cual está un lugar
cuyo nombre suena como Efraím. Creo que esta era la sexta parada de su viaje.
Aquí vi a la Sagrada Familia muy agotada y desconsolada; María estaba muy
afligida y lloraba. Les faltaba de todo, pues huían campo a través evitando las ciudades y
los albergues públicos. Aquí descansaron un día entero y hubo varios milagros para
aliviarlos: En la cueva brotó una fuente por la oración de la Santísima Virgen; y una cabra
salvaje se vino con ellos y se dejó ordeñar. También se les apareció un ángel que los
consoló.
En otros tiempos, en esta cueva rezó un profeta muchas veces; creo que Samuel se
detuvo a veces aquí. Por aquí alrededor guardaba David el rebaño de su padre, aquí rezaba
y aquí, por ejemplo, fue donde recibió de un ángel la intuición de que saldría airoso del
combate contra Goliat2
.
[El 18 de octubre dijo:]
Esta Cueva de la Huida de la Sagrada Familia se llamó más tarde Lugar de
Estancia de María , que los peregrinos visitaban sin saber exactamente la Historia; y
después solo vivió aquí pobre gente.
[Ana Catalina describió exactamente la situación del lugar, y mucho tiempo
después, el Escritor encontró para su asombro en el Viaje a Jerusalén del franciscano
Antón González (Amberes, 1679, I Parte, p. 556) que estuvo a una milla corta de Hebrón en
dirección a Belén, a la izquierda del camino en una aldea de María , donde ésta se
refugió en su huida. La aldea está en una altura y en ella todavía estaba en pie y entera una
iglesia con tres arcos y tres puertas. En la pared estaban representados María con el niño en
el burro, y José que los llevaba. Debajo de la montaña donde están la aldea y la iglesia, hay
una hermosa fuente llamada Fuente de María . Todo esto coincide con el lugar descrito
por Ana Catalina. Arvieux en el 2.° tomo de sus Memorias (Leipzig, 1783) dice: Entre
Hebrón y Belén llegamos a la aldea de la Santísima Virgen, que habría descansado aquí en
su huida .]
Al salir de esta cueva estuvieron andando siete horas en dirección Sur, siempre con
el Mar Muerto a la izquierda. Dos horas más allá de Hebrón entraron en el desierto donde
entonces se encontraba el pequeño Juan, a un tiro de flecha de su cueva.
La Sagrada Familia, solitaria, fatigada y agotada, atravesó un desierto de arena. El
odre del agua y las jarritas de bálsamo estaban vacías; la Santísima Virgen estaba muy
atribulada, tenía sed y Jesús también; entonces se apartaron a un lado del camino donde
había una hondonada con arbustos y un poco de hierba rala. La Santísima Virgen se bajó
del burro y se sentó un poco. Tenía a su niño delante, estaba acongojada y rezaba.
Mientras la Santísima Virgen imploraba el agua como Agar en el desierto, mis ojos
se volvieron a mirar un acontecimiento extraordinario y conmovedor. La cueva donde
Isabel había ocultado a su chiquillo Juan estaba en una agreste elevación rocosa muy cerca
de aquí, y vi como si el pequeño Juan esperara algo y estuviera ansiosamente preocupado
mientras correteaba por los arbustos y las rocas sin alejarse de la cueva; en esta visión no vi
a Isabel.
La vista de aquel chiquillo que andaba y corría por lo más agreste me hizo una
impresión muy especial, conmovedora y llena de significado. De la misma manera que Juan
ya brincó hacia su Señor cuando aún estaba bajo el corazón de su madre, ahora le movía
también la cercanía de su sediento Salvador.
El chico llevaba colgada de los hombros una piel de cordero ceñida a medio cuerpo,
y en la mano una varita en la que ondeaba un gallardete de corteza. Juan sentía que Jesús
pasaba por allí y tenía sed, y se echó de rodillas y clamó a Dios con los brazos abiertos.
Luego, movido por el Espíritu, saltó y corrió a un alto de la roca, pinchó con su varita en el
suelo y allí brotó un manantial abundante. Juan siguió el curso del agua corriendo a toda
prisa hasta el borde donde el agua se despeñaba; allí se quedó de pie y vio pasar a lo lejos a
la Sagrada Familia3
.
La Santísima Virgen levantó en alto al Niño Jesús y le señaló hacia allí con las
palabras:
—Mira allí, es Juan que está en el desierto.
Y entonces vi que Juan brincaba alegremente junto al agua que caía, hizo señas
oscilando de un lado a otro el gallardete de corteza de su varita, y luego se apresuró a
volver al desierto.
Al cabo de un rato, el agua del manantial se acercó al camino de los viajeros, que la
pasaron por encima y fueron a un lugar cómodo con arbustos y hierba rala para hacer un
descanso y tomar un refrigerio. La Santísima Virgen se apeó del burro con el niño y se
sentó en la hierba. Todos estaban emocionados de alegría. José preparó un hoyo a cierta
distancia, se llenó de agua, y cuando le pareció que el agua estaba completamente clara,
bebieron todos, María lavó a su niño y ellos se refrescaron las manos, los pies y la cara.
Luego José llevó al agua al asno, que bebió en abundancia, y rellenó el odre.
Todos estaban felizmente agradecidos. La hierba rala se empapó y se enderezó, vino
un rayo de sol y todos quedaron repuestos, dichosos y serenos. Aquí descansaron dos o tres
horas. [Último albergue de su huida en territorio de Herodes. Entran en casa de Rubén, un
camellero, al que Jesús fue a visitar después de su Bautismo.]
El último refugio de la Sagrada Familia en territorio de Herodes no quedaba lejos de
una ciudad que está en la frontera del desierto, a un par de horas del Mar Muerto, y se llama
algo así como Anam, Anem o Anim [Ana Catalina vaciló entre estos sonidos]. Entraron en
una casa aislada que era un albergue para los que viajaban por el desierto. En una altura
había varias chozas y cobertizos, y alrededor crecían algunos frutales silvestres. Los
habitantes me parecieron camelleros. Había muchos camellos en unos pastizales cercados.
Era gente un poco salvaje que también hacía robos, pero recibieron bien a la
Sagrada Familia y se mostraron hospitalarios. En la ciudad cercana también vivía mucha
gente de vida desordenada que se había asentado allí después de una guerra. En el albergue
estaba, entre otros, un hombre de veinte años que se llamaba Rubén. [La Sagrada Familia asustada por culebras y lagartos voladores. Personal. Un amigo
muerto se aparece a la narradora.]
[Jueves, 8 de marzo:]
La Sagrada Familia marchaba en la noche estrellada por un desierto de arena
cubierto de matas y para mí era como si yo misma fuera por el desierto, que estaba lleno de
peligros a causa de muchas serpientes que con mucha frecuencia yacían arrolladas en
círculos en hoyitos del suelo debajo de las ramas. Todas se acercaban al camino haciendo
grandes cuchicheos, y estiraban la cabeza hacia la Sagrada Familia que, sin embargo, estaba
rodeada de luz y pasó de largo sin problemas.
También vi otra clase de alimaña dañina con un cuerpo alargado y negruzco, patitas
cortas y una especie de alas sin plumas que parecían grandes aletas. Se tiraban como
volando por encima del suelo. La forma de su cabeza se parecía un poco a la de un pez.
[Quizás un lagarto volador.]
Después vi que la Sagrada Familia llegó detrás de los arbustos a una grieta profunda
del terreno como el borde de un desfiladero; querían instalarse allí. Yo estaba asustada por la Sagrada Familia; el lugar era tan pavoroso que yo quería
preparar a toda prisa una barrera de ramas trenzadas para cerrar el lado que el seto dejaba
abierto, pero entonces se metió una fiera rabiosa como un oso y me entró un miedo terrible.
Entonces se me apareció de repente un viejo amigo sacerdote que había muerto hacía poco,
pero que ahora tenía un aspecto más joven y hermoso, agarró a la fiera por el pescuezo y la
echó fuera. Le pregunté cómo es que había venido, ya que seguramente estaría mejor en su
lugar, y replicó:
—Solo quería ayudarte, no me quedaré aquí mucho tiempo.
Me dijo que todavía le vería una vez más. [Lugar poco hospitalario, desierto de arena. Las fieras salvajes muestran el camino a
la Sagrada Familia. Montaña (Seir). Comarca áspera.]
La Sagrada Familia siguió por el camino militar todavía una milla más a Oriente. El
nombre del último lugar al que llegaron entre Judea y el desierto suena casi como Mara, y
con tal motivo pensé en el lugar natal de Ana, pero no era éste. La gente de por aquí era
salvaje y licenciosa y no dio ninguna ayuda a la Sagrada Familia.
Desde allí entraron en un gran desierto de arena sin ningún camino ni orientación y
no sabían cómo hacer. Al cabo de un trecho de camino vieron delante de sí una montaña
maligna y oscura. La Sagrada Familia estaba muy afligida y se desplomaron de rodillas a
rezar a Dios para suplicarle ayuda.
Entonces se congregaron a su alrededor grandes animales salvajes, que al principio
parecían peligrosos, pero que no eran malos en absoluto, sino que los miraban tan
amistosamente como me miraba el viejo perro de mi confesor si alguna vez llegaba a
verme. Me di cuenta que a estos animales los habían enviado para mostrarles el camino;
miraban hacia la montaña, se alejaban corriendo hacia ella y volvían, igual que un perro
que quiere guiarle a uno adonde ir. Vi que la Sagrada Familia finalmente siguió a estos
animales, pasó una montaña [¿Seir?] y entraron en una comarca lúgubre y salvaje. [Acogidos amistosamente. Curación del hijo leproso del ladrón con el agua del baño
de Jesús. Este niño era el futuro buen ladrón.]
Iban por el camino junto a un bosque y ya estaba oscuro. Delante del bosque y
separada del camino había una mala choza, y no lejos de ella, una luz en un árbol que podía
verse de lejos para atraer a los viajeros hacia aquí.
El camino era muy malo y estaba cortado una y otra vez por zanjas; también había
muchas zanjas alrededor de la choza. Por las partes transitables del camino habían tendido
por doquier hilos escondidos, que cuando los viandantes tropezaban con ellos, daban algún
tipo de señal en la campanilla de la choza. Entonces salían los ladrones que habitaban en
ella y los asaltaban. La choza no estaba siempre allí, sino que era portátil y, según fueran
las cosas, sus habitantes se la llevaban a otro lugar.
Cuando la Sagrada Familia se acercó a la luz, los rodearon el jefe de los ladrones y
unos cinco compañeros, pero vi que con la mirada del Niño Jesús un rayo penetró como
una flecha en el corazón del jefe, que ordenó a sus compañeros no hacerles ningún daño. La
Santísima Virgen también vio entrar este rayo en el corazón del ladrón, como más tarde
contó a Ana a su regreso6
.
Entonces los ladrones acompañaron a la Sagrada Familia por los lugares más
peligrosos del camino hasta su choza. Era de noche. En la choza estaban la mujer del ladrón
y un par de niños. El hombre dijo a su mujer la maravillosa conmoción que le sobrevino
cuando le miró el niño. Ella recibió a la Sagrada Familia con timidez pero sin hostilidad.
Los santos viajeros se sentaron en un rincón en el suelo y empezaron a comer algo de las
provisiones que llevaban consigo.
Al principio, aquella gente estaba tonta y tímida, lo que no parecía ser su estilo, pero
poco a poco se les fueron acercando. De vez en cuando iban y venían también los demás
hombres, que entretanto habían puesto bajo techo al asno de José. Tomaron confianza, se
pusieron a su alrededor y hablaban con ellos.
La mujer trajo a María frutas y panecillos con miel, así como jarras con bebidas. En
un rincón de la cueva ardía lumbre en un hoyo. La mujer preparó también un sitio aparte
para la Santísima Virgen, y a petición suya la trajo una artesa con agua para bañar al Niño
Jesús. También la lavó la ropa y la secó al fuego. María bañó al niño debajo de un lienzo.
Pero el hombre estaba tan conmovido que dijo a su mujer:
—Este niño hebreo no es un niño normal, es un niño santo; pídele a su madre que
nos deje bañar a nuestro hijito leproso en el agua de su baño; que quizás le vendrá bien.
Cuando la mujer se acercó a pedírselo a María, antes que hablara, la Santísima
Virgen la dijo que bañara a su hijo leproso en el agua del baño de Jesús.
Entonces la mujer trajo en brazos a su hijito de unos tres años; estaba comido de
lepra y la cara casi no se le conocía, pues era toda una costra. El agua donde habían bañado
a Jesús parecía más clara que antes, y cuando metieron al niño leproso en el agua se le
cayeron las costras de la lepra, cayeron al fondo y el niño se quedó limpio.
La mujer estaba fuera de sí de contenta, quería abrazar a María y al niño, pero María
lo impidió con la mano y tampoco la dejó tocar al Niño Jesús. María dijo a la mujer que
excavasen un pozo profundo hasta encontrar roca y derramara allí esta agua pura y entonces
el pozo tendría el mismo poder curativo. Luego María todavía habló largamente con ella, y
pienso que la mujer prometió escapar a esta vida a la primera ocasión.
Esta gente se puso extraordinariamente alegre con la curación de su niño y esa
misma noche fueron a traer a varios de sus compañeros para enseñarles el niño curado y
contarles lo que había pasado. Los recién llegados rodearon a la Sagrada Familia, y entre
ellos algunos chicos que los miraban con asombro.
Fue asombroso que estos ladrones fueran tan respetuosos con la Sagrada Familia,
porque esa misma noche, mientras albergaban a huéspedes tan santos, los vi apresar a
varios viajeros atraídos a la emboscada por la luz, a los que llevaron a una cueva en lo
profundo del bosque. Esta cueva, cuya entrada está muy escondida y sobre la cual crecía
toda clase de maleza de modo que no se veía, parecía ser su auténtico almacén y en vi en
ella varios niños robados de siete a nueve años y una vieja que lo administraba y custodiaba
todo. Vi meter allí trajes, alfombras, carne, cabritillas, corderos, animales grandes y muchos
otros robos. Había mucho espacio y allí había de todo en abundancia.
María no durmió mucho esta noche; la mayor parte del tiempo estuvo sentada en su
lecho. Se pusieron de viaje por la mañana temprano con los alimentos que les habían dado.
Esta gente los guió un trecho, pasando junto a un montón de zanjas hasta llegar al buen
camino.
Cuando estos ladrones se despidieron muy emocionados de la Sagrada Familia, el
hombre les dijo con hondo sentimiento:
—Pensad en nosotros allá donde vayáis.
Al decir estas palabras vi de repente una imagen de la crucifixión y vi que el buen
ladrón decía a Jesús:
—Piensa en mí cuando llegues a tu reino.
y me di cuenta que era el niño curado de lepra. Por entonces, la mujer del ladrón se
había apartado mucho tiempo antes de este modo de vida y se había instalado en un sitio
donde la Sagrada Familia se detuvo a descansar más adelante: brotó un manantial y se
formó un huerto de balsameros, donde se instalaron varias familias buenas. [Lagartos voladores y serpientes. Las rosas de Jericó indican el camino. Comarca de
Gose o Gase.]
Después que se despidieron los ladrones, la Sagrada Familia atravesó otra vez un
desierto, y cuando perdieron totalmente el camino, vi que de nuevo se les acercaron reptiles
de varias clases, entre ellos serpientes y lagartos reptantes con alas de murciélago, solo que
no eran hostiles y solo parecían querer mostrar el camino.
Más tarde, cuando volvieron a perder la senda y la dirección, vi que los guió un
milagro entrañable: de repente brotaron por doquier a ambos lados del camino rosas de
Jericó con sus ramas rizadas, las florecitas en el medio, y las raíces rectas.
Siguieron contentos por este camino, viéndolo crecer plantas de éstas hasta donde
alcanzaba la vista, y así fueron siempre todo a lo largo del desierto.
Vi también a la Santísima Virgen se le reveló que en épocas posteriores la gente del
país vendría aquí a buscar estas flores para venderlas a los viajantes extranjeros a cambio
de pan. También vi después que esto mismo le sucedió también a unos extranjeros. El
nombre de esta comarca suena como Gase o Gose. [Quizá Jos 10, 41-11, 16-15, 51]