Hoy Joaquín y los demás hombres han ido muy temprano al Templo. Después, su madre Santa Ana llevó también allí a la Niña María en festiva comitiva. Iban delante Ana, su hija mayor María Helí y la hijita de ésta, María Cleofás; las seguía la Niña María con traje y velo azul celestes, adornada con ajorcas de flores en los brazos y collares de flores en el cuello; llevaba en la mano un cirio o antorcha envuelto en flores. A cada lado iban tres niñas llevando antorchas adornadas de modo parecido, con vestidos blancos bordados en oro. También llevaban mantilla azul claro y estaban completamente envueltas en guirnaldas de flores, que también llevaban en el cuello y en los brazos. Luego seguían las demás doncellas y niñas, con vestidos distintos pero todas de fiesta y con mantilla. Cerraban la comitiva las demás mujeres. Desde el albergue de fiestas no se podía ir derecho al Templo sino que tenían que dar un rodeo por varias calles; todo el mundo se alegraba de la hermosa comitiva y en varias casas la hicieron los honores. La Niña María tenía en su apariencia algo indeciblemente santo y conmovedor. Al llegar la comitiva vi muchos servidores del Templo afanados en abrir con grandes esfuerzos una puerta monstruosamente grande, pesada y brillante como el oro, en la que estaban representados toda clase de cabezas, racimos y haces de espigas: Era la Puerta Dorada. Se subía a ella por quince escalones que ya no me acuerdo si tenían rellanos. Quisieron llevarla de la mano, pero María no aceptó y se apresuró a subir la escalera con alegre entusiasmo y sin dar traspiés, con lo que todos se emocionaron. Zacarías, Joaquín y algunos sacerdotes la recibieron bajo el portón, que era un arco alargado [una bóveda], donde la llevaron a la derecha, a una sala alta o vestíbulo donde estaba preparada una comida. Aquí la comitiva se separó: algunas mujeres y niñas fueron al oratorio de las mujeres dentro del Templo, y Joaquín y Zacarías fueron a la ofrenda. En este vestíbulo, los sacerdotes volvieron a hacer preguntas de examen a la Niña María. Cuando se despidieron impresionados por la sabiduría de la criatura, Ana la puso el tercer traje de fiesta color añil, el más solemne, así como la capa, el velo y la coronita que ya he descrito en la ceremonia en casa de Ana. Mientras tanto, Joaquín ya se había ido con los sacerdotes a la ofrenda. En determinado lugar le dieron fuego, y luego estuvo de pie entre dos sacerdotes cerca del altar. Ahora estoy demasiado enferma y molesta para contar ordenadamente todo el desarrollo de la ofrenda, pero lo que todavía recuerdo es lo siguiente: Al altar solo podían acercarse por tres lados, y las piezas preparadas para el sacrificio no se ponían juntas todas juntas, sino en distintos sitios todo alrededor. Por los tres lados del altar se podían sacar planchas donde ponían las ofrendas y las empujaban hasta el centro, pues el altar era demasiado ancho para poder llegar con los brazos. En las cuatro esquinas del altar había unas columnitas metálicas huecas sobre las que descansaban unas como campanas para humos, embudos anchos de cobre delgado que terminaban por arriba en forma de cuernos retorcidos hacia afuera, de modo que el humo pasaba por ellos y desde allí se expandía por encima de las cabezas de los sacerdotes que hacían la ofrenda. Cuando la ofrenda de Joaquín ya estaba ardiendo, Ana, la Niña María engalanada y las niñas que la acompañaban fueron al Patio de las Mujeres, que es el Sitio de la Mujer en el Templo. Este lugar está separado del patio del Altar de Ofrendas por un muro que terminaba por arriba en una reja; sin embargo, en medio de esta pared hay una puerta. El suelo del Sitio de la Mujer en el Templo está inclinado y se va elevando bastante a medida que se aleja de la pared de separación, de modo que, si no todas, por lo menos las que están atrás de pie pueden ver algo del Altar de las Ofrendas. Cuando la puerta del muro de separación estaba abierta, algunas de las mujeres podían ver el altar a través de ella. María y las otras niñas estaban delante de Ana, y las demás mujeres no lejos de esta puerta. En un sitio aparte, una formación de niños del Templo vestidos de blanco tocaban flautas y arpas. Después de la ofrenda, en la puerta que permitía mirar desde el Patio de las Mujeres al Patio de las Ofrendas instalaron un altar portátil, una mesa de ofrendas revestida, así como algunos escalones para subir a él2 . Del Patio de Ofrendas vinieron Zacarías y Joaquín con un sacerdote a este altar, delante del cual estaban otro sacerdote y dos levitas con rollos y recado de escribir. Ana les llevó la Niña María. Algo más atrás estaban las niñas que habían acompañado a María. María se arrodilló en los escalones y Joaquín y Ana la pusieron las manos sobre la cabeza. El sacerdote la cortó unos cabellos y los quemó en el fuego. Los padres dijeron también unas palabras para ofrecer a su hija y ambos levitas las copiaron. Mientras tanto, las niñas cantaban el salmo 44: « Eructavit cor meum verbum bonum» y el 49: «Deus, deorum Dominus, locutus est», que los chicos acompañaban con su música. Entonces vi que dos sacerdotes llevaron a María de la mano a un lugar elevado en la pared de separación que separaba el Atrio del Santo de los demás espacios. Pusieron a la niña en una especie de nicho en mitad de la pared de modo que pudiera mirar hacia abajo dentro del Templo, donde estaban muchos hombres de pie en formación, que también me parecieron prometidos al Templo. Dos sacerdotes estaban de pie a ambos lados de María, y más abajo, en los escalones, otros que rezaban en voz alta y leían de los rollos. El lado de allá de la pared de separación estaba tan alto, que solo se podía ver a medias un sacerdote anciano junto al Altar de los Perfumes. Vi que llevaron una ofrenda de incienso y que la nube de humo se extendió en torno a la Niña María. Mientras hacían todo esto, apareció una imagen simbólica de la Santísima Virgen que terminó por llenar y oscurecer el Templo: Debajo del corazón de María vi una gloria que supe que abarcaba la Promesa y la Bendición altísima de Dios. A esta gloria la vi como rodeada del arca de Noé, y que sobresalía de ella la cabeza de la Santísima Virgen. A continuación vi que, dentro de la gloria, la figura pasó del arca de Noé al Arca de la Alianza, y que enseguida rodeó a ésta la aparición del Templo. Entonces vi desaparecer de aquella gloria todas estas formas, y que de ésta salió a ponerse ante el pecho de María como el cáliz de la Última Cena, sobre el que apareció delante de su boca un pan marcado con una cruz. A ambos lados salían numerosos rayos en cuyo extremo aparecían imágenes de muchos misterios y símbolos de la Santísima Virgen, como por ejemplo, todas las invocaciones de la Letanía Lauretana. Dos ramas distintas se apoyaban en sus hombros derecho e izquierdo y se cruzaban; eran ramas de olivo y ciprés (o de cedro y ciprés) sobre una palmera fina a la que justo detrás le salía un pequeño arbusto con hojas. En los intervalos entre estas ramas vi toda la Pasión de Jesús. Sobre esta escena flotaba el Espíritu Santo en figura alada, más como ser humano que como paloma, y sobre él el cielo abierto. El centro de la ciudad de Dios, la Jerusalén Celestial, se cernía sobre ella con todos los palacios y jardines y espacios de los santos futuros, todo lleno de ángeles, lo mismo toda aquella gloria que ahora rodeaba a la Santísima Virgen estaba llena de caras de ángeles3 . ¿Quién podría expresarlo? Todo era inmensamente multiforme y las cosas crecían y se transformaban unas en otras, así que se me ha olvidado muchísimo. Allí estaba expresada toda la significación e importancia de la Santísima Virgen en la Vieja y la Nueva Alianza y hasta toda la Eternidad. Solo puedo comparar esta aparición con una que tuve hace poco a escala reducida sobre la magnificencia del Santo Rosario, del que mucha gente que parece inteligente habla mucho, pero lo entiende menos que la gente pobre y modesta que lo reza con sencillez y lo adorna con su devoción humilde y con el esplendor de la obediencia con que confía en la Iglesia que lo recomienda. Cuando veía en este cuadro, detrás de la Santísima Virgen, turbia y ennegrecida toda la pompa y ornamentación del Templo y sus paredes hermosamente adornadas; el Templo mismo parecía no estar allí y María y su gloria lo llenaban todo. Mientras estas apariciones desarrollaban ante mis ojos todo el significado de la Santísima Virgen, ya no la vi como Niña María, sino como la Santísima Virgen, grande y flotante. Sin embargo a través del cuadro veía los sacerdotes, la ofrenda de perfumes y todo lo que pasaba, y era como si el sacerdote que estaba tras ella profetizara y anunciara al pueblo que debía rezar y dar gracias a Dios, y que esta niña se convertiría en algo grande. Aunque todos los que estaban presentes en el Templo no veían el cuadro que yo vi, estaban solemne y silenciosamente conmovidos. Poco a poco desapareció el cuadro de la misma manera que lo había visto surgir y al final solamente veía la gloria bajo el corazón de María donde relucía la Bendición de la Promesa, cuando de repente desapareció también esta aparición, y yo volví a ver a la santa niña engalanada y ofrecida, sola en el Templo entre los sacerdotes. Los sacerdotes le quitaron a María el cirio de la mano y las guirnaldas de los brazos, y se las dieron a sus acompañantes, quienes entonces la pusieron una toca color marrón en la cabeza y la guiaron por unos escalones a una puerta que daba a otra sala donde estaban seis chicas del Templo, ya mayores, que salieron a su encuentro esparciendo flores. Detrás de ellas estaban sus profesoras Noemí, hermana de la madre de Lázaro; la profetisa Hanna y una tercera mujer. Los sacerdotes las hicieron entrega de la Niña María y se volvieron. Sus padres y los parientes próximos fueron también hacia allí. Los cánticos habían terminado, y María se despidió de los suyos. Joaquín sobre todo, que estaba hondamente conmovido, levantó a María, la apretó contra su corazón y la dijo entre lágrimas: —¡Delante de Dios, piensa en mi alma! Tras esto, María, sus profesoras y algunas de las niñas fueron al alojamiento de las mujeres en el lado septentrional del Templo propiamente dicho. Tenían sus moradas en cuartos practicados en el interior de los gruesos muros del Templo, y podían subir por pasadizos y escaleras de caracol a los pequeños oratorios situados junto al Santo y el Santísimo. Los padres y parientes de María volvieron otra vez a la sala de la Puerta Dorada donde habían aguardado al principio y donde ahora comieron con los sacerdotes. Las mujeres comieron en una sala aparte. He olvidado muchísimo de todo lo que he visto y oído y, entre otras cosas, la causa próxima de por qué la fiesta había sido tan rica y solemne, que no sé si fue a consecuencia de una revelación de la voluntad de Dios. Los padres de María eran realmente pudientes, y solo vivían pobremente para hacer limosnas y para mortificarse. No sé cuánto tiempo estuvo Ana tomando solo comidas frías. Pero a sus criados los mantenían bien y los dotaban ricamente. He visto todavía mucha gente rezando en el Templo; muchos habían seguido la comitiva hasta el portal del Templo. Algunos tuvieron que tener algún presentimiento del destino de la Santísima Virgen pues me acuerdo de algunas cosas que Ana dijo a algunas mujeres con alegre entusiasmo, y que aproximadamente venían a decir: —Ahora entra en el Templo el Arca de la Alianza, el Vaso de la Promesa. Los padres y los demás parientes de María se volvieron hoy a Bezorón. Entonces vi la fiesta de las jóvenes del Templo. María tenía que preguntar una tras otra a las niñas y las profesoras si la soportarían entre ellas, pues ésta era la costumbre. Luego tuvieron una comida y después bailaron entre sí; se ponían frente a frente por parejas y bailaban entrecruzándose y haciendo toda clase de figuras. No brincaban, era como un minué. De vez en cuando hacían con el cuerpo un movimiento ondulante y balanceante, del tipo de los movimientos de los judíos en oración. Algunas de las niñas además hacían música con flautas, triángulos y campanillas. Había un instrumento que sonaba especialmente agradable y extraño: era un cajoncito inclinado por ambos costados en los que había cuerdas tensas donde se rasgueaba y en el medio del cajoncito había unos fuelles que, al apretarlos arriba y abajo, hacían sonar unos silbatos rectos o rizados entre los sones del arpa. Las que tocaban este instrumento lo tenían en las rodillas. Por la tarde, la profesora Noemí llevó a la Santísima Virgen a su celda, desde la que podía ver el Templo. No era completamente rectangular, y las paredes estaban adornadas con figuras triangulares de distintos colores. En el cuarto había una mesita y un taburete, y en las esquinas, estantes con departamentos para poner cosas encima. Delante de este camarín había un lecho y un armario ropero, así como la alcoba de Noemí. María habló con ésta de levantarse más veces por la noche, pero Noemí no se lo permitió por ahora. Las mujeres del Templo llevaban trajes largos, amplios y blancos con cinturón y mangas muy amplias que se recogían para trabajar. Iban veladas. No recuerdo haber visto nunca que Herodes reconstruyera completamente el Templo; durante su gobierno solo vi cambios de toda clase. Ahora, cuando llegó María al Templo, once años antes del nacimiento de Cristo, ya no se construía nada en el Templo propiamente dicho, pero sí, como siempre, en el entorno exterior; no terminaban nunca. [El 21 de noviembre, Ana Catalina dijo:] Hoy he echado un vistazo a la habitación de María en el Templo. En el lado Norte del muro del Templo, hacia donde está El Santo, se encuentran arriba varias camaretas que dependen de las habitaciones de las mujeres; la habitación de María era una de las más cercanas al Santísimo. Levantando una cortina se pasaba del pasillo a una especie de antesala separada del cuarto propiamente dicho por un tabique semicircular o en ángulo. En los rincones a derecha e izquierda había estantes para guardar los trajes y enseres. Frente a la puerta del tabique, unos escalones subían a una abertura desde la que se veía el Templo allí abajo; la puerta estaba cubierta con gasa y un tapiz. A la izquierda, apoyada en la pared de la cámara, estaba arrollada una alfombra que cuando se extendía formaba el lecho donde descansaba María para dormir. En un nicho de la pared estaba puesta una lámpara de brazos. Hoy he visto a la niña de pie en un taburete junto a la lámpara y rezando oraciones de un rollo de pergamino con los pomos rojos. Verla era muy conmovedor. La niña llevaba un vestidito a rayas blancas y azules bordado con flores amarillas. En el cuarto había una mesita baja y redonda. Hanna entró y puso en la mesa una bandeja con frutas del tamaño de alubias y una jarrita. María era muy aplicada para su edad y enseguida la vi trabajar en pañitos blancos para el servicio del Templo. La Santísima Virgen crecía en el Templo en doctrina, oración y trabajos; unas veces la veía con las demás niñas en el alojamiento de las mujeres y otras sola en su cuartito. {Las paredes de su celda estaban revestidas de piedrecitas triangulares de colores. Muchas veces oía yo que la niña decía a Hanna: —¡Ah! Pronto nacerá el Niño de la Promesa, ¡Si yo pudiera ver al Niño Redentor! —y Hanna la respondía: —Yo ya soy anciana y he tenido que esperar mucho a ese niño, pero tú en cambio ¡eres tan pequeña! María lloraba a menudo por ansias de ver al Niño Redentor.} En el servicio del Templo tejía, cosía y bordaba estrechas tiras de tela en varas largas y también lavaba paños y limpiaba los cacharros. Muchas veces la vi rezar y meditar. Nunca vi que se mortificara o castigara corporalmente, pues no lo necesitaba. Como todos los seres humanos más santos, solo comía para vivir, y solo de los alimentos a los que se había comprometido. Además de las oraciones prescritas en el Templo, la devoción de María era un anhelo incesante, una oración interior constante de que llegara la Salvación. Todo lo hacía silenciosa y discretamente y cuando todos dormían, se levantaba del lecho a implorar a Dios. A menudo la vi deshecha en lágrimas y rodeada de resplandor durante su oración. Cuando fue algo mayor, su traje era de color azulado brillante. Se bajaba el velo para rezar, y también se lo bajaba si hablaba con sacerdotes o para bajar a un cuarto del Templo a que la dieran trabajo o a llevarlo hecho. En el Templo había tres espacios para ello que a mí siempre me parecían sacristías, en los que se guardaban los utensilios de toda clase que las servidoras del Templo tenían que aumentar, fabricar y mantener. La Santísima Virgen vivía en el Templo continuamente arrobada en oración. Me parecía que su alma no estaba en la Tierra y que muchas veces era partícipe de consuelos celestiales. Tenía un ansia infinita de que se cumpliera la Promesa y, en su humildad, apenas osaba desear ser la más pequeña de las sirvientas de la Madre del Salvador. La tutora y profesora de María en el Templo se llamaba Noemí, hermana de la madre de Lázaro. Tenía cincuenta años y al igual que las demás servidoras del Templo pertenecía a los esenios. María aprendió con ella a hacer punto y la echaba una mano cuando fregaba los cacharros y los vasos de los sacrificios sangrientos, o cuando preparaba y distribuía determinadas partes de la carne de las ofrendas para la comida de los sacerdotes y de las servidoras del Templo, que en parte se nutrían con ella. Más adelante, María tomó parte más activa en estas ocupaciones. Cuando Zacarías tenía servicio en el Templo la iba a visitar. María también conocía a Simeón. La importancia de María no puede haber pasado inadvertida a los sacerdotes del Templo, pues desde que estuvo de niña en el Templo, todo su carácter, su gracia y su sabiduría eran tan maravillosos que ni su gran humildad pudo ocultarlo. {Se puede ver cuán ciegos y duros de corazón fueron los fariseos y los sacerdotes del Templo en el poco interés que manifestaron con aquellas personas santas que trataban y a las que desconocieron. Primero desecharon el sacrificio de Joaquín y solo después de unos meses lo aceptaron por orden de Dios. Joaquín llega a las cercanías de El Santo conducido por el pasadizo debajo del Templo por los mismos sacerdotes. Ambos esposos se encuentran, María es concebida y oros sacerdotes los esperan a la salida; todo ello por orden e inspiración de Dios. María llega al Templo con algo menos de cuatro años; en toda su presentación hubo signos insólitos y extraordinarios. La hermana de la madre de Lázaro viene a ser la maestra de María, que apareció en el Templo con tales señales […] Más tarde suceden otros prodigios como el florecimiento de la vara en el casamiento de José; luego la extraña historia de los pastores por el anuncio de los ángeles y de la venida de los Reyes Magos. Después, la presentación de Jesús en el Templo, el testimonio de Simeón y de Hanna y el hecho admirable de Jesús entre los doctores del Templo a los doce años. Los fariseos las despreciaron y desatendieron todo este conjunto de cosas extraordinarias; tenían la cabeza llena de otras ideas y de asuntos profanos y de gobierno. La Sagrada Familia fue relegada al olvido porque vivía en pobreza voluntaria como el común del pueblo. Los pocos que tuvieron luz como Simeón, Hanna y otros, tuvieron que callar y ser reservados delante de ellos.} Ancianos sacerdotes santos escribieron grandes rollos en relación con ella, y se me ha mostrado que estos escritos están todavía entre otros escritos antiguos, ya no sé de qué época. {Cuando voy por las calles de la actual Jerusalén para hacer el vía crucis, muchas veces veo debajo de un edificio en ruinas una gran arcada que en parte está derruida y en parte llena de agua que ha entrado allí. El agua llega actualmente al tablero de la mesa, en cuyo centro se levanta una columna en torno a la cual cuelgan cajas llenas de rollos escritos. Debajo de la mesa también hay en el agua más rollos escritos. Estos subterráneos deben ser sepulcros; se extienden hasta el Monte Calvario. Creo que esta es la casa que habitó Pilatos. A su tiempo se descubrirá este tesoro de manuscritos.}
FILOSOFÍA Y LETRAS COMUNIDAD MARIARUM
VISITAS
COMUNIDAD
LA PRESENTACIÓN DE MARÍA EN EL TEMPLO
Hoy Joaquín y los demás hombres han ido muy temprano al Templo. Después, su madre Santa Ana llevó también allí a la Niña María en festiva comitiva. Iban delante Ana, su hija mayor María Helí y la hijita de ésta, María Cleofás; las seguía la Niña María con traje y velo azul celestes, adornada con ajorcas de flores en los brazos y collares de flores en el cuello; llevaba en la mano un cirio o antorcha envuelto en flores. A cada lado iban tres niñas llevando antorchas adornadas de modo parecido, con vestidos blancos bordados en oro. También llevaban mantilla azul claro y estaban completamente envueltas en guirnaldas de flores, que también llevaban en el cuello y en los brazos. Luego seguían las demás doncellas y niñas, con vestidos distintos pero todas de fiesta y con mantilla. Cerraban la comitiva las demás mujeres. Desde el albergue de fiestas no se podía ir derecho al Templo sino que tenían que dar un rodeo por varias calles; todo el mundo se alegraba de la hermosa comitiva y en varias casas la hicieron los honores. La Niña María tenía en su apariencia algo indeciblemente santo y conmovedor. Al llegar la comitiva vi muchos servidores del Templo afanados en abrir con grandes esfuerzos una puerta monstruosamente grande, pesada y brillante como el oro, en la que estaban representados toda clase de cabezas, racimos y haces de espigas: Era la Puerta Dorada. Se subía a ella por quince escalones que ya no me acuerdo si tenían rellanos. Quisieron llevarla de la mano, pero María no aceptó y se apresuró a subir la escalera con alegre entusiasmo y sin dar traspiés, con lo que todos se emocionaron. Zacarías, Joaquín y algunos sacerdotes la recibieron bajo el portón, que era un arco alargado [una bóveda], donde la llevaron a la derecha, a una sala alta o vestíbulo donde estaba preparada una comida. Aquí la comitiva se separó: algunas mujeres y niñas fueron al oratorio de las mujeres dentro del Templo, y Joaquín y Zacarías fueron a la ofrenda. En este vestíbulo, los sacerdotes volvieron a hacer preguntas de examen a la Niña María. Cuando se despidieron impresionados por la sabiduría de la criatura, Ana la puso el tercer traje de fiesta color añil, el más solemne, así como la capa, el velo y la coronita que ya he descrito en la ceremonia en casa de Ana. Mientras tanto, Joaquín ya se había ido con los sacerdotes a la ofrenda. En determinado lugar le dieron fuego, y luego estuvo de pie entre dos sacerdotes cerca del altar. Ahora estoy demasiado enferma y molesta para contar ordenadamente todo el desarrollo de la ofrenda, pero lo que todavía recuerdo es lo siguiente: Al altar solo podían acercarse por tres lados, y las piezas preparadas para el sacrificio no se ponían juntas todas juntas, sino en distintos sitios todo alrededor. Por los tres lados del altar se podían sacar planchas donde ponían las ofrendas y las empujaban hasta el centro, pues el altar era demasiado ancho para poder llegar con los brazos. En las cuatro esquinas del altar había unas columnitas metálicas huecas sobre las que descansaban unas como campanas para humos, embudos anchos de cobre delgado que terminaban por arriba en forma de cuernos retorcidos hacia afuera, de modo que el humo pasaba por ellos y desde allí se expandía por encima de las cabezas de los sacerdotes que hacían la ofrenda. Cuando la ofrenda de Joaquín ya estaba ardiendo, Ana, la Niña María engalanada y las niñas que la acompañaban fueron al Patio de las Mujeres, que es el Sitio de la Mujer en el Templo. Este lugar está separado del patio del Altar de Ofrendas por un muro que terminaba por arriba en una reja; sin embargo, en medio de esta pared hay una puerta. El suelo del Sitio de la Mujer en el Templo está inclinado y se va elevando bastante a medida que se aleja de la pared de separación, de modo que, si no todas, por lo menos las que están atrás de pie pueden ver algo del Altar de las Ofrendas. Cuando la puerta del muro de separación estaba abierta, algunas de las mujeres podían ver el altar a través de ella. María y las otras niñas estaban delante de Ana, y las demás mujeres no lejos de esta puerta. En un sitio aparte, una formación de niños del Templo vestidos de blanco tocaban flautas y arpas. Después de la ofrenda, en la puerta que permitía mirar desde el Patio de las Mujeres al Patio de las Ofrendas instalaron un altar portátil, una mesa de ofrendas revestida, así como algunos escalones para subir a él2 . Del Patio de Ofrendas vinieron Zacarías y Joaquín con un sacerdote a este altar, delante del cual estaban otro sacerdote y dos levitas con rollos y recado de escribir. Ana les llevó la Niña María. Algo más atrás estaban las niñas que habían acompañado a María. María se arrodilló en los escalones y Joaquín y Ana la pusieron las manos sobre la cabeza. El sacerdote la cortó unos cabellos y los quemó en el fuego. Los padres dijeron también unas palabras para ofrecer a su hija y ambos levitas las copiaron. Mientras tanto, las niñas cantaban el salmo 44: « Eructavit cor meum verbum bonum» y el 49: «Deus, deorum Dominus, locutus est», que los chicos acompañaban con su música. Entonces vi que dos sacerdotes llevaron a María de la mano a un lugar elevado en la pared de separación que separaba el Atrio del Santo de los demás espacios. Pusieron a la niña en una especie de nicho en mitad de la pared de modo que pudiera mirar hacia abajo dentro del Templo, donde estaban muchos hombres de pie en formación, que también me parecieron prometidos al Templo. Dos sacerdotes estaban de pie a ambos lados de María, y más abajo, en los escalones, otros que rezaban en voz alta y leían de los rollos. El lado de allá de la pared de separación estaba tan alto, que solo se podía ver a medias un sacerdote anciano junto al Altar de los Perfumes. Vi que llevaron una ofrenda de incienso y que la nube de humo se extendió en torno a la Niña María. Mientras hacían todo esto, apareció una imagen simbólica de la Santísima Virgen que terminó por llenar y oscurecer el Templo: Debajo del corazón de María vi una gloria que supe que abarcaba la Promesa y la Bendición altísima de Dios. A esta gloria la vi como rodeada del arca de Noé, y que sobresalía de ella la cabeza de la Santísima Virgen. A continuación vi que, dentro de la gloria, la figura pasó del arca de Noé al Arca de la Alianza, y que enseguida rodeó a ésta la aparición del Templo. Entonces vi desaparecer de aquella gloria todas estas formas, y que de ésta salió a ponerse ante el pecho de María como el cáliz de la Última Cena, sobre el que apareció delante de su boca un pan marcado con una cruz. A ambos lados salían numerosos rayos en cuyo extremo aparecían imágenes de muchos misterios y símbolos de la Santísima Virgen, como por ejemplo, todas las invocaciones de la Letanía Lauretana. Dos ramas distintas se apoyaban en sus hombros derecho e izquierdo y se cruzaban; eran ramas de olivo y ciprés (o de cedro y ciprés) sobre una palmera fina a la que justo detrás le salía un pequeño arbusto con hojas. En los intervalos entre estas ramas vi toda la Pasión de Jesús. Sobre esta escena flotaba el Espíritu Santo en figura alada, más como ser humano que como paloma, y sobre él el cielo abierto. El centro de la ciudad de Dios, la Jerusalén Celestial, se cernía sobre ella con todos los palacios y jardines y espacios de los santos futuros, todo lleno de ángeles, lo mismo toda aquella gloria que ahora rodeaba a la Santísima Virgen estaba llena de caras de ángeles3 . ¿Quién podría expresarlo? Todo era inmensamente multiforme y las cosas crecían y se transformaban unas en otras, así que se me ha olvidado muchísimo. Allí estaba expresada toda la significación e importancia de la Santísima Virgen en la Vieja y la Nueva Alianza y hasta toda la Eternidad. Solo puedo comparar esta aparición con una que tuve hace poco a escala reducida sobre la magnificencia del Santo Rosario, del que mucha gente que parece inteligente habla mucho, pero lo entiende menos que la gente pobre y modesta que lo reza con sencillez y lo adorna con su devoción humilde y con el esplendor de la obediencia con que confía en la Iglesia que lo recomienda. Cuando veía en este cuadro, detrás de la Santísima Virgen, turbia y ennegrecida toda la pompa y ornamentación del Templo y sus paredes hermosamente adornadas; el Templo mismo parecía no estar allí y María y su gloria lo llenaban todo. Mientras estas apariciones desarrollaban ante mis ojos todo el significado de la Santísima Virgen, ya no la vi como Niña María, sino como la Santísima Virgen, grande y flotante. Sin embargo a través del cuadro veía los sacerdotes, la ofrenda de perfumes y todo lo que pasaba, y era como si el sacerdote que estaba tras ella profetizara y anunciara al pueblo que debía rezar y dar gracias a Dios, y que esta niña se convertiría en algo grande. Aunque todos los que estaban presentes en el Templo no veían el cuadro que yo vi, estaban solemne y silenciosamente conmovidos. Poco a poco desapareció el cuadro de la misma manera que lo había visto surgir y al final solamente veía la gloria bajo el corazón de María donde relucía la Bendición de la Promesa, cuando de repente desapareció también esta aparición, y yo volví a ver a la santa niña engalanada y ofrecida, sola en el Templo entre los sacerdotes. Los sacerdotes le quitaron a María el cirio de la mano y las guirnaldas de los brazos, y se las dieron a sus acompañantes, quienes entonces la pusieron una toca color marrón en la cabeza y la guiaron por unos escalones a una puerta que daba a otra sala donde estaban seis chicas del Templo, ya mayores, que salieron a su encuentro esparciendo flores. Detrás de ellas estaban sus profesoras Noemí, hermana de la madre de Lázaro; la profetisa Hanna y una tercera mujer. Los sacerdotes las hicieron entrega de la Niña María y se volvieron. Sus padres y los parientes próximos fueron también hacia allí. Los cánticos habían terminado, y María se despidió de los suyos. Joaquín sobre todo, que estaba hondamente conmovido, levantó a María, la apretó contra su corazón y la dijo entre lágrimas: —¡Delante de Dios, piensa en mi alma! Tras esto, María, sus profesoras y algunas de las niñas fueron al alojamiento de las mujeres en el lado septentrional del Templo propiamente dicho. Tenían sus moradas en cuartos practicados en el interior de los gruesos muros del Templo, y podían subir por pasadizos y escaleras de caracol a los pequeños oratorios situados junto al Santo y el Santísimo. Los padres y parientes de María volvieron otra vez a la sala de la Puerta Dorada donde habían aguardado al principio y donde ahora comieron con los sacerdotes. Las mujeres comieron en una sala aparte. He olvidado muchísimo de todo lo que he visto y oído y, entre otras cosas, la causa próxima de por qué la fiesta había sido tan rica y solemne, que no sé si fue a consecuencia de una revelación de la voluntad de Dios. Los padres de María eran realmente pudientes, y solo vivían pobremente para hacer limosnas y para mortificarse. No sé cuánto tiempo estuvo Ana tomando solo comidas frías. Pero a sus criados los mantenían bien y los dotaban ricamente. He visto todavía mucha gente rezando en el Templo; muchos habían seguido la comitiva hasta el portal del Templo. Algunos tuvieron que tener algún presentimiento del destino de la Santísima Virgen pues me acuerdo de algunas cosas que Ana dijo a algunas mujeres con alegre entusiasmo, y que aproximadamente venían a decir: —Ahora entra en el Templo el Arca de la Alianza, el Vaso de la Promesa. Los padres y los demás parientes de María se volvieron hoy a Bezorón. Entonces vi la fiesta de las jóvenes del Templo. María tenía que preguntar una tras otra a las niñas y las profesoras si la soportarían entre ellas, pues ésta era la costumbre. Luego tuvieron una comida y después bailaron entre sí; se ponían frente a frente por parejas y bailaban entrecruzándose y haciendo toda clase de figuras. No brincaban, era como un minué. De vez en cuando hacían con el cuerpo un movimiento ondulante y balanceante, del tipo de los movimientos de los judíos en oración. Algunas de las niñas además hacían música con flautas, triángulos y campanillas. Había un instrumento que sonaba especialmente agradable y extraño: era un cajoncito inclinado por ambos costados en los que había cuerdas tensas donde se rasgueaba y en el medio del cajoncito había unos fuelles que, al apretarlos arriba y abajo, hacían sonar unos silbatos rectos o rizados entre los sones del arpa. Las que tocaban este instrumento lo tenían en las rodillas. Por la tarde, la profesora Noemí llevó a la Santísima Virgen a su celda, desde la que podía ver el Templo. No era completamente rectangular, y las paredes estaban adornadas con figuras triangulares de distintos colores. En el cuarto había una mesita y un taburete, y en las esquinas, estantes con departamentos para poner cosas encima. Delante de este camarín había un lecho y un armario ropero, así como la alcoba de Noemí. María habló con ésta de levantarse más veces por la noche, pero Noemí no se lo permitió por ahora. Las mujeres del Templo llevaban trajes largos, amplios y blancos con cinturón y mangas muy amplias que se recogían para trabajar. Iban veladas. No recuerdo haber visto nunca que Herodes reconstruyera completamente el Templo; durante su gobierno solo vi cambios de toda clase. Ahora, cuando llegó María al Templo, once años antes del nacimiento de Cristo, ya no se construía nada en el Templo propiamente dicho, pero sí, como siempre, en el entorno exterior; no terminaban nunca. [El 21 de noviembre, Ana Catalina dijo:] Hoy he echado un vistazo a la habitación de María en el Templo. En el lado Norte del muro del Templo, hacia donde está El Santo, se encuentran arriba varias camaretas que dependen de las habitaciones de las mujeres; la habitación de María era una de las más cercanas al Santísimo. Levantando una cortina se pasaba del pasillo a una especie de antesala separada del cuarto propiamente dicho por un tabique semicircular o en ángulo. En los rincones a derecha e izquierda había estantes para guardar los trajes y enseres. Frente a la puerta del tabique, unos escalones subían a una abertura desde la que se veía el Templo allí abajo; la puerta estaba cubierta con gasa y un tapiz. A la izquierda, apoyada en la pared de la cámara, estaba arrollada una alfombra que cuando se extendía formaba el lecho donde descansaba María para dormir. En un nicho de la pared estaba puesta una lámpara de brazos. Hoy he visto a la niña de pie en un taburete junto a la lámpara y rezando oraciones de un rollo de pergamino con los pomos rojos. Verla era muy conmovedor. La niña llevaba un vestidito a rayas blancas y azules bordado con flores amarillas. En el cuarto había una mesita baja y redonda. Hanna entró y puso en la mesa una bandeja con frutas del tamaño de alubias y una jarrita. María era muy aplicada para su edad y enseguida la vi trabajar en pañitos blancos para el servicio del Templo. La Santísima Virgen crecía en el Templo en doctrina, oración y trabajos; unas veces la veía con las demás niñas en el alojamiento de las mujeres y otras sola en su cuartito. {Las paredes de su celda estaban revestidas de piedrecitas triangulares de colores. Muchas veces oía yo que la niña decía a Hanna: —¡Ah! Pronto nacerá el Niño de la Promesa, ¡Si yo pudiera ver al Niño Redentor! —y Hanna la respondía: —Yo ya soy anciana y he tenido que esperar mucho a ese niño, pero tú en cambio ¡eres tan pequeña! María lloraba a menudo por ansias de ver al Niño Redentor.} En el servicio del Templo tejía, cosía y bordaba estrechas tiras de tela en varas largas y también lavaba paños y limpiaba los cacharros. Muchas veces la vi rezar y meditar. Nunca vi que se mortificara o castigara corporalmente, pues no lo necesitaba. Como todos los seres humanos más santos, solo comía para vivir, y solo de los alimentos a los que se había comprometido. Además de las oraciones prescritas en el Templo, la devoción de María era un anhelo incesante, una oración interior constante de que llegara la Salvación. Todo lo hacía silenciosa y discretamente y cuando todos dormían, se levantaba del lecho a implorar a Dios. A menudo la vi deshecha en lágrimas y rodeada de resplandor durante su oración. Cuando fue algo mayor, su traje era de color azulado brillante. Se bajaba el velo para rezar, y también se lo bajaba si hablaba con sacerdotes o para bajar a un cuarto del Templo a que la dieran trabajo o a llevarlo hecho. En el Templo había tres espacios para ello que a mí siempre me parecían sacristías, en los que se guardaban los utensilios de toda clase que las servidoras del Templo tenían que aumentar, fabricar y mantener. La Santísima Virgen vivía en el Templo continuamente arrobada en oración. Me parecía que su alma no estaba en la Tierra y que muchas veces era partícipe de consuelos celestiales. Tenía un ansia infinita de que se cumpliera la Promesa y, en su humildad, apenas osaba desear ser la más pequeña de las sirvientas de la Madre del Salvador. La tutora y profesora de María en el Templo se llamaba Noemí, hermana de la madre de Lázaro. Tenía cincuenta años y al igual que las demás servidoras del Templo pertenecía a los esenios. María aprendió con ella a hacer punto y la echaba una mano cuando fregaba los cacharros y los vasos de los sacrificios sangrientos, o cuando preparaba y distribuía determinadas partes de la carne de las ofrendas para la comida de los sacerdotes y de las servidoras del Templo, que en parte se nutrían con ella. Más adelante, María tomó parte más activa en estas ocupaciones. Cuando Zacarías tenía servicio en el Templo la iba a visitar. María también conocía a Simeón. La importancia de María no puede haber pasado inadvertida a los sacerdotes del Templo, pues desde que estuvo de niña en el Templo, todo su carácter, su gracia y su sabiduría eran tan maravillosos que ni su gran humildad pudo ocultarlo. {Se puede ver cuán ciegos y duros de corazón fueron los fariseos y los sacerdotes del Templo en el poco interés que manifestaron con aquellas personas santas que trataban y a las que desconocieron. Primero desecharon el sacrificio de Joaquín y solo después de unos meses lo aceptaron por orden de Dios. Joaquín llega a las cercanías de El Santo conducido por el pasadizo debajo del Templo por los mismos sacerdotes. Ambos esposos se encuentran, María es concebida y oros sacerdotes los esperan a la salida; todo ello por orden e inspiración de Dios. María llega al Templo con algo menos de cuatro años; en toda su presentación hubo signos insólitos y extraordinarios. La hermana de la madre de Lázaro viene a ser la maestra de María, que apareció en el Templo con tales señales […] Más tarde suceden otros prodigios como el florecimiento de la vara en el casamiento de José; luego la extraña historia de los pastores por el anuncio de los ángeles y de la venida de los Reyes Magos. Después, la presentación de Jesús en el Templo, el testimonio de Simeón y de Hanna y el hecho admirable de Jesús entre los doctores del Templo a los doce años. Los fariseos las despreciaron y desatendieron todo este conjunto de cosas extraordinarias; tenían la cabeza llena de otras ideas y de asuntos profanos y de gobierno. La Sagrada Familia fue relegada al olvido porque vivía en pobreza voluntaria como el común del pueblo. Los pocos que tuvieron luz como Simeón, Hanna y otros, tuvieron que callar y ser reservados delante de ellos.} Ancianos sacerdotes santos escribieron grandes rollos en relación con ella, y se me ha mostrado que estos escritos están todavía entre otros escritos antiguos, ya no sé de qué época. {Cuando voy por las calles de la actual Jerusalén para hacer el vía crucis, muchas veces veo debajo de un edificio en ruinas una gran arcada que en parte está derruida y en parte llena de agua que ha entrado allí. El agua llega actualmente al tablero de la mesa, en cuyo centro se levanta una columna en torno a la cual cuelgan cajas llenas de rollos escritos. Debajo de la mesa también hay en el agua más rollos escritos. Estos subterráneos deben ser sepulcros; se extienden hasta el Monte Calvario. Creo que esta es la casa que habitó Pilatos. A su tiempo se descubrirá este tesoro de manuscritos.}