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SAN JOSÉ




De lo mucho que he visto sobre la juventud de San José, me acuerdo todavía de lo siguiente: José, cuyo padre se llamaba Jacob, era el tercero de seis hermanos. Sus padres vivían en un gran edificio a las afueras de Belén, la antigua casa solariega de David, a cuyo padre Isaí o Jesé perteneció. Sin embargo en tiempos de José ya no quedaba mucho del viejo edificio, excepto los muros principales. Estaba en un sitio aireado y con mucha agua. Lo conozco casi con más detalle que nuestra aldeílla de Flamske. Delante de la casa había, como en las casas de la antigua Roma, un patio delantero rodeado de columnatas como una especie de emparrado; en estas columnatas vi figuras como cabezas de ancianos. A un lado de este patio, una construcción de piedra daba cubierta a una fuente alimentada por un pozo; el agua salía por cabezas de animales. En la planta baja de la casa propiamente dicha no he visto ventanas, sino aberturas redondas que estaban muy altas. En la casa vi una puerta. Por arriba, todo alrededor de la casa corría una galería ancha que tenía en sus cuatro esquinas unas torrecillas parecidas a columnas gruesas y cortas, terminadas en grandes bolas o cúpulas, en las que estaban puestas banderolas. Desde las aberturas de estas cúpulas, a las que se subía por unas escaleras a través de las torrecillas, se podían observar sin ser visto todo el contorno hasta muy lejos. En el palacio de David en Jerusalén había torrecillas de éstas, y desde la cúpula de una de ellas estuvo David mirando el baño de Betsabé. La galería de encima de la casa corría alrededor de un piso poco elevado sobre cuya azotea todavía había un anejo con una torrecilla de éstas; aquí arriba vivían José y sus hermanos, y en el anejo más alto su profesor, que era un anciano judío. Dormían todos en torno a la misma pieza en el centro del piso en torno al cual corría la galería. Durante el día sus lechos, que consistían en alfombras, estaban apoyados en la pared; los dormitorios estaban separados por esteras que también se podían quitar. Los he visto jugar allí arriba; tenían juguetes con forma de animal, como perros chatos2 . El profesor les daba extrañas lecciones que yo no entendía bien. Ponía en el suelo diversas figuras con varillas, y hacía que los niños se metieran dentro; luego los niños entraban en otras, separaban las varillas, ponían más y las repartían, con lo que tenían que hacer diversas medidas. También vi a los padres, que no se preocupaban mucho de los niños y tenían poco contacto con ellos. No me parecieron ni buenos ni malos. José, al que en estas contemplaciones vi con ocho años, era de carácter muy distinto a sus hermanos. Tenía mucho talento y aprendía muy bien, pero era sencillo, tranquilo, piadoso y sin ambiciones. Sus hermanos le jugaban toda clase de trastadas y le empujaban de un lado para otro. Los chicos tenían huertecillos separados que, a la entrada, tenían postes con unas figuras algo tapadas [¿quizás en nichos?] que se parecían a los muñecos fajados que he visto muchas veces en la cortina que indicaba el oratorio de la Santísima Virgen y el de su madre Ana, solo que en casa de María la figura tenía en brazos algo que recordaba un cáliz del que salía algo serpenteante. Las figuras de la casa de aquí eran como muñecos de trapo fajados con caras redondas y radiantes. He notado que en Jerusalén había muchas figuras de éstas, sobre todo en épocas aún más antiguas, y que también las había en la decoración del Templo. También las he visto en Egipto, pero allí tenían gorritos en la cabeza. Entre las figuras que Raquel sustrajo a su padre Labán también había algunas, aunque más pequeñas, y otras de otra forma. En las casas judías también he visto figuras de éstas acostadas en cajones o cestas. Pienso que tal vez significaran el niño Moisés flotando en el Nilo, y la envoltura, la firme atadura de la Ley. A veces pienso que tendrían estas figuritas como nosotros al Niño Jesús del belén. En los huertos de los chicos vi hierbas, arbustos y arbolitos. Los hermanos entraban muchas veces a hurtadillas en el huertecillo de José y le arrancaban y pisoteaban las cosas; le daban muchos disgustos. Muchas veces estaba José rezando de rodillas con los brazos en cruz, vuelto hacia la pared en la columnata del patio delantero, y sus hermanos se acercaban sin hacer ruido y le empujaban por la espalda. Una vez que estaba rezando así, uno de ellos le dio una patada en la espalda y como José casi pareció no darse cuenta, repitió el maltrato con tanta violencia que el pobre José cayó de bruces contra el duro suelo de piedra; por eso me di cuenta que no estaba en estado de vigilia, sino arrobado en oración. Cuando volvió en sí no se enfadó ni se vengó, sino que buscó un rincón escondido para seguir rezando. Vi unas moradas pequeñas adosadas por fuera a los muros de la casa, en las que vivían unas mujeres de edad mediana que iban completamente veladas, tal como suelo ver en aquel país a las mujeres que viven junto a una escuela. Parecían de la servidumbre de la casa, pues las veía entrar y salir en toda clase de faenas. Traían agua, lavaban y barrían, cerraban las aberturas de las ventanas con las rejas idóneas, arrollaban y reunían los lechos junto a la pared y los tapaban por delante con biombos de zarzo. Los hermanos de José a veces hablaban con las criadas o las ayudaban en sus labores, pero también bromeaban con ellas; José no, pues se mantenía serio y solitario. Me pareció que también había hijas en la casa. Las habitaciones de la planta baja estaban dispuestas a grandes rasgos como en la casa de Ana, aunque todo era más espacioso. José no tenía muy contentos a sus padres, que querían que consiguiese con su talento algún empleo mundano, a lo que José no tenía inclinación alguna. Para sus padres, José era demasiado simple y sencillo ya que sus únicos afanes eran rezar y hacer tranquilamente trabajos manuales. Muchas veces vi que cuando José tenía unos doce años, se sustraía a las bromas pesadas de sus hermanos yéndose a la otra parte de Belén, no lejos de la que después fue Cueva del Pesebre. Allí vivían mujeres piadosas de una comunidad de esenias en una serie de celdas rocosas en un cortado del cerro sobre el que está Belén, donde cultivaban huertecillos y educaban los niños de otros esenios. Muchas veces vi que cuando las esenias estaban en sus celdas rezando de un rollo junto a la lámpara, llegaba el pequeño José huyendo de las travesuras de sus hermanos y rezaba con ellas. También le vi en la cueva donde más adelante nació Jesús, donde rezaba completamente solo o hacía trabajitos de madera de toda clase, pues un viejo carpintero tenía su taller cerca de las esenias y José pasaba mucho tiempo con él, le echaba una mano en sus trabajos e iba aprendiendo poco a poco el oficio, para lo que le aprovechó mucho lo que había aprendido en casa con su profesor. Al final, la hostilidad de sus hermanos le hizo completamente imposible vivir en la casa paterna. Un amigo suyo de Belén, cuya casa estaba separada de la del padre de José por un arroyuelo, le dio vestidos y José se disfrazó y una noche se fue de su casa a ganarse la vida en otra parte con su oficio de carpintero. Tendría entonces 18 ó 20 años, y el primer sitio donde lo vi trabajar de carpintero fue en Libonah, donde de verdad aprendió su oficio por primera vez3 . Su maestro vivía en una vieja muralla que iba a lo largo de una loma estrecha como si fuera un camino de la ciudad a un castillo en ruinas. En esta muralla vivía gente pobre y en ella vi a José entre altos muros con aberturas arriba, que hacía con varas largas bastidores para tejer zarzos. Su maestro era pobre y hacía sobre todo rudos tabiques de zarzos y parecidos trabajos sencillos. José era muy piadoso, bueno y sencillo y todos le querían. Le vi hacer con toda humildad toda clase de servicios a su maestro: recogía virutas, iba por madera y se la traía a la espalda. Andando el tiempo, una vez que José pasó de viaje por aquí con la Santísima Virgen me parece que la llevó a visitar su antiguo lugar de trabajo. Al principio sus padres creían que lo habían secuestrado unos ladrones, pero después sus hermanos lo encontraron aquí y le hicieron muchos reproches, pues se avergonzaban de su modo de vida tan modesto. Pero en su humildad, José no lo dejó por eso, y se limitó a marcharse de aquel lugar para ir a trabajar a Thaanath [Thaanach] cerca de Megido, junto a un río [el Kisón] que desemboca en el mar. El lugar no está lejos de Afeké, la ciudad natal del apóstol Tomás. José vivió aquí con un maestro bien situado; carpinteaban y hacían mejores trabajos4 . Más tarde le vi trabajar para un maestro de Tiberíades. José vivía solo en una casa junto al mar [de Galilea] y ya tendría por entonces unos 33 años. Sus padres habían muerto en Belén mucho tiempo antes; dos hermanos suyos vivían en Belén; el resto se había desperdigado. Su casa paterna estaba en otras manos y toda la familia había venido muy deprisa a menos. José era muy piadoso y rezaba fervorosamente por la llegada del Mesías. Justo estaba ocupado en instalar en su casa un cuarto para rezar aún más aislado, cuando se le apareció un ángel que le dijo que no lo hiciera, pues lo mismo que por voluntad de Dios el patriarca José se había convertido en su época en el administrador del trigo de Egipto, ahora también se le confiaría a él, José, el granero de la Salvación. Pero en su humildad José no lo entendió y se dedicó a rezar sin descanso hasta que recibió aviso de ir al Templo de Jerusalén, donde por decisión divina se convirtió en esposo de la Santísima Virgen. Antes nunca lo he visto casado; era muy retraído y evitaba al sexo femenino. El piadoso padre de Bartolomé se mudó a las cercanías de Dabesez, en el valle donde vivía Sadoc, un piadoso hermano mayor de José al que había tomado mucho afecto durante su estancia en los baños. Sadoc tenía dos hijos y dos hijas que tenían trato con la Sagrada Familia. Cuando Jesús se quedó en el Templo a los doce años y sus padres le creían perdido, lo buscaron también en esta familia. En la juventud de Jesús vi hijos de esta familia entre sus compañeros. Zacarías dijo a Isabel que estaba muy apesadumbrado porque se acercaba la época en que tenía servicio en el Templo de Jerusalén, adonde siempre iba atribulado porque le miraban con desprecio a causa de su infecundidad. Zacarías estaba de servicio en el Templo dos veces al año. No vivían en Hebrón mismo, sino en Juta, como a una hora de allí. Entre Juta y Hebrón hay varias murallas, tal vez como si en otro tiempo hubieran estado unidos ambos lugares. En otras partes de Hebrón también había grupos de casas y edificios diseminados también en ruinas, restos de la gran extensión que tuvo Hebrón, que en otros tiempos fue tan grande como Jerusalén. En Hebrón vivían sacerdotes modestos y en Juta, los principales, de los que Zacarías era como el presidente. Isabel y él eran muy respetados a causa de sus virtudes y su limpia estirpe de Aarón. A continuación, vi a Zacarías con varios sacerdotes de la comarca en una finquita que tenía cerca de Juta; era un jardín con toda clase de pérgolas y una casilla. Zacarías rezaba con los allí reunidos y los enseñaba, era una especie de preparación para el inminente servicio en el Templo. También le oí hablar de su pesadumbre y que presentía que algo le iba a pasar. Luego vi que fue con toda esta gente a Jerusalén, donde tuvieron que esperar cuatro días hasta su turno de ofrendas; hasta ese momento solo rezaba en la parte delantera del Templo. Cuando le llegó el turno de encender el incienso le vi entrar en El Santo donde estaba el Dorado Altar de los Perfumes delante de la entrada del Santísimo. El techo estaba abierto encima del altar y se veía el cielo al aire libre. Desde fuera no se veía oficiar al sacerdote pero se podía ver subir el humo. Cuando entró Zacarías, el otro sacerdote habló un poco con él y luego se marchó5 . Cuando Zacarías se quedó solo, le vi ir detrás de una cortina a un lugar oscuro donde buscó algo que llevó al altar, lo encendió y salió humo. Entonces vi que sobre él bajaba una gloria a la derecha del altar y una figura luminosa dentro de ella que se le acercó. Zacarías se asustó e inmediatamente cayó de rodillas rígido y arrobado, vuelto hacia el lado derecho del altar. El ángel lo puso otra vez de pie y le habló mucho rato. Zacarías también le contestó. Encima de Zacarías vi el cielo abierto y dos ángeles que subían y bajaban de él como por una escalera. A Zacarías se le había soltado el ceñidor y tenía abierto el traje: Uno de los ángeles le quitó algo y el otro le metió un cuerpecito luminoso en el costado; fue como cuando Joaquín recibió del ángel la Bendición para la Concepción de la Santísima Virgen. Una vez encendido el incienso, los sacerdotes solían salir enseguida del Santo, pero como Zacarías tardaba tanto tiempo en volver, el pueblo que estaba rezando fuera se inquietó mucho. Zacarías se había quedado mudo y antes de salir le vi escribir en una pizarrita. Al salir del Templo no podía hablar e hizo señas con la mano, señalando su boca y la pizarrita, e inmediatamente se la envió a Isabel en Juta, para informarla de su mudez y de la misericordiosa promesa de Dios, hasta que él mismo viajara allí en breve plazo, pero Isabel también había tenido una revelación que se me ha olvidado. [Aquí se ha recogido solamente lo que Ana Catalina contó por encima durante su enfermedad, pero para que el lector tenga presente la conversación del ángel con Zacarías y las palabras de Isabel, se incluye aquí este misterio con palabras del Evangelio (Lc 1, 5-25): En los días de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote de nombre Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer era una de las hijas de Aarón y se llamaba Isabel. Ambos eran justos ante Dios y andaban sin falta en todos los mandamientos y leyes del Señor. No tenían hijos, pues Isabel era estéril y ambos ya estaban entrados en años. Pero sucedió que cuando ejercía su sacerdocio delante de Dios según el turno de su clase sacerdotal, le tocó en suerte ofrecer el incienso según la costumbre sacerdotal y entró en el Templo del Señor. Toda la multitud estaba afuera rezando en el momento del incienso. Entonces se le apareció un ángel del Señor que estaba a la derecha del altar y Zacarías se asustó al verlo y le entró miedo. Pero el ángel le dijo: —¡No temas, Zacarías! pues tu oración ha sido escuchada. Tu mujer Isabel te parirá un hijo al que debes llamar Juan. Tendrás alegría y gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento pues será grande ante el Señor. No beberá vino ni bebidas fuertes y el Espíritu Santo lo llenará cuando aún esté dentro de su madre. Convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios y marchará delante de Él con el espíritu y la fuerza de Elías para llevar a los hijos las creencias de los padres, y la sabiduría de los justos a los incrédulos. Y he aquí que estarás mudo y no podrás hablar hasta el día que esto ocurra, porque no has creído mis palabras, que en su momento se cumplirán. El pueblo esperaba a Zacarías y se asombraba de que permaneciera tanto tiempo en el Templo. Al salir no podía hablar y se dieron cuenta que había tenido una visión en el Templo. Él les hizo señas pero seguía mudo. Cuando cumplió los días de su servicio en el Templo, se fue a su casa. Días después concibió su mujer Isabel, que se escondió cinco meses diciendo: —Esto me ha hecho el Señor, que se ha fijado en mí para quitar mi vergüenza delante de la gente.] {Zacarías era hombre de estatura elevada, grande y de aspecto majestuoso.} La Santísima Virgen vivía en el Templo con otras doncellas bajo la inspección de piadosas matronas. Las doncellas se ocupaban en hacer bordados y ornamentos de toda clase en las vestiduras sacerdotales, y en limpiarlas así como los enseres del Templo. Tenían celdas pequeñas donde rezaban y meditaban y desde las cuales podían mirar al interior del Templo. Cuando ya estaban crecidas, las desposaban. Sus padres las habían ofrecido completamente a Dios al entregarlas al Templo, y desde hacía mucho tiempo reinaba entre los israelitas piadosos y devotos el silencioso presentimiento de que alguno de estos matrimonios colaboraría alguna vez a la llegada del Mesías prometido6 . Cuando la Santísima Virgen llegó a los 14 años, debía dejar el Templo para casarse, junto con otras siete doncellas, y vi que su madre Ana fue allí a visitarla. Joaquín ya no vivía y Ana se había casado con otro hombre por orden de Dios. Pero cuando ahora anunciaron a la Virgen que debía abandonar el Templo para casarse, vi que la Santísima Virgen, con el corazón muy agitado, explicó al sacerdote que ella pretendía no abandonar jamás el Templo, pues se había prometido solamente a Dios y pretendía que no la casaran. Sin embargo, le dijeron que tendría que casarse7 . Acto seguido vi que la Santísima Virgen imploró fervientemente a Dios en su oratorio, y también recuerdo haber visto que María, muerta de sed de tanto rezar, bajó con su jarrita a llenarla de agua en un pozo o pilón, y allí oyó una voz sin aparición visible que le hizo una revelación que la dio consuelo y fuerzas para consentir en casarse. Este no fue el anuncio de lo que después vi pasar en Nazaret. Pero yo misma he debido creer alguna vez que también había visto la aparición de un ángel, pues en mi juventud trastocaba a veces este cuadro con el de la Anunciación, que creía que había ocurrido en el Templo. Vi que unos sacerdotes llevaron ante el Santísimo en una silla a sacerdote muy anciano que ya no podía andar, seguramente el Sumo Sacerdote, y mientras ellos encendían el incienso, él rezó algo leyendo de un rollo que tenía ante sí en un atril. Arrobado en espíritu, tuvo una aparición que le puso el índice en el rollo sobre el pasaje de Isaías que dice: «Brotará una rama de la raíz de Jesé y una flor se alzará de su raíz» (Is 11, 1). Cuando el viejo sacerdote volvió en sí, leyó este pasaje y por él llegó a entender algo. Acto seguido enviaron mensajeros a todas partes del país a convocar a todos los solteros de la estirpe de David, y cuando estuvieron reunidos en el Templo muchos de estos solteros en traje de fiesta, les fue presentada la Santísima Virgen. Vi entre ellos a un joven muy piadoso de la comarca de Belén que también había rezado siempre con gran fervor por el cumplimiento de la Promesa, y distinguí en su corazón el cálido deseo de convertirse en el esposo de María. Por su parte María volvió a su celda, derramó santas lágrimas y procuró ni pensar en que dejaría de ser virgen. Entonces vi que el Sumo Sacerdote recibió una inspiración interior y entregó una rama a cada uno de los hombres presentes, les ordenó que la marcaran con su nombre y que la tuvieran en la mano durante la oración y la ofrenda. Cuando ya estuvo hecho todo reunieron las ramas y las pusieron en un altar delante del Santísimo. Se les anunció que aquel cuya rama hubiese florecido sería el designado por el Señor para desposarse con la Virgen María de Nazaret. La oración y la ofrenda prosiguieron mientras ponían las ramas en el altar, y vi que aquel joven cuyo nombre ya me vendrá a la memoria, clamaba fervientemente mientras tanto con los brazos en cruz en una sala del Templo. Al expirar el plazo fijado, se deshizo en lágrimas cuando les devolvieron sus ramas a todos y les anunciaron que ninguna de ellas había florecido y que por consiguiente ninguno de ellos estaba destinado por Dios para esposo de esta virgen9 . Entonces los despidieron para que volvieran a sus casas, pero aquel joven se fue al Monte Carmelo, donde los Hijos de los Profetas vivían como ermitaños desde los tiempos de Elías, y donde vivió rezando constantemente desde entonces por el cumplimiento de la Promesa10 . Vi que a continuación los sacerdotes rebuscaron de nuevo los registros genealógicos por si quedara algún descendiente de David que se les hubiera pasado, y entonces encontraron el registro de seis hermanos de Belén, de los cuales uno era desconocido y no se sabía dónde estaba. Al investigar dónde vivía José, lo descubrieron no lejos de Samaria, en un lugar que está junto a un riachuelo pequeño, donde vivía solitario junto al agua y trabajaba para otro maestro carpintero. Por orden del Sumo Sacerdote, José vino al Templo de Jerusalén con sus mejores galas. Tuvo que tener también una rama en la mano durante la oración y la ofrenda, y cuando quiso retirarla del altar delante del Santísimo, a la rama le brotó arriba una flor blanca como un lirio, mientras una aparición luminosa como el Espíritu Santo venía sobre José. Entonces los sacerdotes reconocieron en José el esposo que Dios destinaba a la Santísima Virgen, y se lo presentaron a María en presencia de su madre. Resignada a la voluntad de Dios, María lo aceptó humildemente por esposo, pues sabía que para Dios, que había aceptado su voto de pertenecerle en cuerpo y alma solamente a Él, todo era posible.