A Joaquín le habían llevado al Santo por indicación divina. Ahora, por una inspiración parecida le llevaron al pasadizo sagrado que discurre por debajo del suelo del Templo y de la Puerta Dorada. He tenido comunicaciones sobre el significado y formación de este pasadizo durante la construcción del Templo así como de su destino, pero ya no soy capaz de repetirlas detalladamente. Creo que había un rito de reconciliación, y de bendición para los estériles, relacionado con el uso de este pasadizo, que también se usaba en determinadas circunstancias para purificar, reconciliar, absolver y cosas parecidas. Los sacerdotes llevaron a Joaquín a este pasadizo por una puertecita de la zona del Patio de los Sacrificios y allí se volvieron, mientras Joaquín seguía por ese camino que iba bajando. Ana había llegado al Templo con la criada que le llevaba las jaulas con las palomas para la ofrenda; entregó su ofrenda y reveló a un sacerdote que un ángel la había ordenado encontrarse con su marido bajo la Puerta Dorada. Entonces vi que, guiada por sacerdotes y acompañada de mujeres venerables entre las que me parece que estaba la profetisa Hanna, entró por el acceso situado al otro extremo del pasadizo sagrado, tras lo cual sus acompañantes la dejaron sola. La disposición de este pasadizo me pareció maravillosa: Joaquín pasó la puertecita y luego el camino bajó mucho; al principio era angosto pero luego se ensanchaba. Sus paredes refulgían doradas y verdes, y arriba lucía una luz rojiza. Vi hermosas columnas retorcidas como árboles y vides. Cuando Joaquín hubo recorrido más o menos un tercio del pasadizo, llegó a un lugar en cuyo centro había una columna en forma de palmera con hojas y frutos colgantes, y Ana vino a su encuentro resplandeciendo de alegría. Se abrazaron con santa alegría y compartieron su dicha; estaban arrobados y rodeados de una nube de luz que salía de una muchedumbre de ángeles que bajaban cerniéndose sobre ellos y que traían la aparición de una alta torre luminosa. La torre era como las que veo formarse en los cuadros de la Letanía Lauretana: torre de David, torre de marfil y otras. Vi como si la torre desapareciera entre Ana y Joaquín, y que a éstos los rodeó una gloria de luz. Supe después que a consecuencia de las gracias que recibieron aquí, la concepción de María había sido tan pura como todas lo hubieran sido sin el pecado original. Al mismo tiempo tuve una indecible visión: se abrió el cielo sobre ellos y vi la alegría de la Santísima Trinidad y de los ángeles, y su participación en la misteriosa bendición impartida aquí a los padres de María. Después, Ana y Joaquín caminaron bajo la Puerta Dorada alabando a Dios hasta la salida. Hacia el final, el camino volvía a subir. Salieron debajo de una arcada alta y hermosa a una especie de capilla en la que ardían muchas luces; los sacerdotes los recibieron aquí y los acompañaron a la salida. La parte del Templo donde estaba la Sala del Sanedrín quedaba más bien sobre la mitad del pasadizo subterráneo; aquí al final se encontraban, según creo, las viviendas de los sacerdotes que se ocupaban de las vestiduras. Joaquín y Ana llegaron entonces a una especie de entrante del borde de la montaña del Templo que da al Valle de Josafat. Desde aquí ya no se podía seguir de frente pues el camino torcía a derecha o a izquierda. Después, Ana y Joaquín aún fueron de visita a una vivienda sacerdotal y luego emprendieron su viaje de vuelta a casa con sus criados. Llegados a Nazaret, Joaquín dio un alegre banquete, dio de comer a muchos pobres y repartió grandes limosnas. Vi la alegría, la ternura y la cálida gratitud a Dios de ambos esposos al meditar su misericordia con ellos; muchas veces los vi rezar con lágrimas. En esta ocasión recibí además la explicación de que la Santísima Virgen fue concebida por sus padres por santa obediencia y con perfecta pureza, y que después vivieron en constante continencia, suma devoción y temor de Dios. Al mismo tiempo se me enseñó claramente que la pureza, castidad y continencia de los padres y su lucha contra la impureza tiene inmensa influencia en la santidad de los niños que tengan, y que después de la concepción la continencia total aparta del fruto mucho germen de pecado. Por lo demás, siempre he reconocido que la raíz de toda deformidad y pecado está en la incontinencia y en el exceso. Vi un cuadro maravilloso de cómo Dios mostró a los ángeles cómo quería restaurar el género humano después de la caída. El cuadro no lo entendí al primer vistazo, pero enseguida se me hizo completamente inteligible. Vi el Trono de Dios, la Santísima Trinidad y al mismo tiempo un movimiento en el Trinidad. Vi los nueve coros de ángeles y que Dios les anunció que quería restaurar al género humano caído. Y ello causó a los ángeles indecible júbilo. Entonces me mostraron toda clase de símbolos del desarrollo del designio salvador de Dios para los hombres. Entre los nueve coros de ángeles vi aparecer unos cuadros que seguían uno tras otro una especie de Historia; los ángeles colaboraban a estos cuadros, los protegían y los defendían. Ya no consigo acordarme con seguridad de la ilación del conjunto, así que tengo que decir en nombre de Dios lo que todavía sé. Vi aparecer ante el Trono de Dios una montaña de gemas que crecía y se ensanchaba. Estaba escalonada; era como un trono, y entonces salió la figura de una torre que abrazó como tal todos los tesoros espirituales y todos los dones de la gracia. Los nueve coros de ángeles la rodearon. A un lado de la torre vi aparecer, como sobre un halo de nubecillas, espigas de trigo y racimos de uvas entrelazados como los dedos de unas manos unidas. Ya no sé exactamente en qué momento del cuadro en su conjunto, vi esto. Apareció en el cielo una figura humana como de doncella, que pasó a la torre como si se fundiera con ella. La torre era muy ancha y plana por arriba, y me pareció abierta por la parte de atrás por donde entró la doncella. Esta no era la Santísima Virgen María en el tiempo, sino en la Eternidad, en Dios2 . Vi formarse su aparición delante de la Santísima Trinidad del mismo modo que el aliento forma una nubecilla delante de la boca3 . De la Santísima Trinidad salió una aparición a la torre y entonces, en este momento del cuadro vi que entre los ángeles se constituía un vaso para el Santísimo. Los ángeles colaboraban en esta custodia que tenía la forma de una torre rodeada de todo género de imágenes significativas. De pie a sus lados estaban dos figuras que se daban las manos tras ella. Este vaso espiritual, concebido en perpetuo crecimiento, se hacía cada vez más exquisito y más rico. Entonces vi algo que salía de Dios y atravesaba los nueve coros de ángeles, que me pareció una refulgente nubecilla sagrada que se iba distinguiendo mejor a medida que estaba más cerca de la custodia de Lo Santo, donde finalmente entró. Pero para que yo comprendiese que era una Bendición sustancial de Dios que significaba la gracia de una propagación pura y sin pecado, es decir, la obtención de retoños puros, vi que al final esta Bendición entró en la custodia de Lo Santo en forma de una alubia refulgente. A su vez, la custodia misma pasó a la torre4 . En algunas de estas apariciones vi colaborar activamente a los ángeles. De lo más hondo se alzaron una serie de cuadros que eran en cierto modo falsos espejismos y vi que los ángeles lucharon contra ellos y los echaron afuera. He visto muchísimas cosas parecidas pero las he vuelto a olvidar. Lo que todavía recuerdo de estas visiones engañosas es lo que sigue: Vi surgir desde abajo una iglesia, casi de la forma en que se me aparece siempre la Iglesia Universal cuando no la veo como edificio concreto de un lugar, sino como la Santa Iglesia Católica en general, solo que ésta tiene la torre encima de la entrada, cosa que la iglesia que subía de abajo no tenía. Esta iglesia que venía de lo profundo era muy grande, pero falsa. Los ángeles la empujaron a un lado y se quedó torcida. Vi aparecer una gran concha que tenía una boquilla en un costado y quería entrar en la falsa iglesia, pero también la empujaron a un lado. Acto seguido vi que los ángeles prepararon un cáliz que tenía la forma del cáliz de la Última Cena y que entró en la torre donde había entrado la doncella. Entonces vi aparecer una torre o construcción chata con muchos portales, y vi entrar por ellos muchas huestes entre las cuales reconocí figuras como Abraham y los hijos de Israel. Pienso que significaba la esclavitud en Egipto. Vi alzarse una torre redonda y escalonada que también estaba relacionada con Egipto, y que los ángeles también la empujaron y se quedó torcida. Vi levantarse un templo egipcio que se parecía a aquel en cuyo tejado vi que los sacerdotes idólatras egipcios sujetaron la imagen de una doncella alada cuando el mensajero de Elías les anunció la prefiguración de la Santísima Virgen que este profeta había visto en el Carmelo, de la cual hablaré más tarde. Este templo fue empujado y se quedó inclinado. Entre los coros de ángeles, vi brotar a la derecha de la torre santa una rama que se convirtió en todo un árbol genealógico de figuritas masculinas y femeninas que se daban la mano. El árbol genealógico terminaba con la aparición de un pesebrito con un niño acostado, de la forma en que he visto representar el pesebre en casa de los Reyes Magos. A continuación vi aparecer una iglesia grande y magnífica5 . La concatenación y transición de todos estos cuadros era maravillosa, y en conjunto, la visión era indescriptiblemente rica y significativa. Incluso las apariciones adversas, falsas y malignas de torres, cálices e iglesias que los ángeles echaron fuera, tenían que servir a la Salvación. [Mientras contaba estos fragmentos, Ana Catalina volvía siempre a la inefable alegría de los ángeles. En conjunto, estos retazos no tenían un auténtico final, sino que parecían una serie de símbolos de la Historia de la Salvación. Sobre esto dijo Ana Catalina:] Primero he visto la obra de la Salvación prefigurada entre los coros de los ángeles, y luego en una serie de escenas desde Adán hasta la cautividad de Babilonia. Vi en Egipto, en épocas muy tempranas, un acontecimiento referido a una prefiguración de la Santísima Virgen; tiene que haber sido mucho antes de Elías, en cuya época ya he visto allí algo que contaré después. En Egipto, mucho más lejos de la Tierra Prometida que On o Heliópolis, vi un lugar en el que había un ídolo en una isla. La cabeza de este ídolo no era enteramente humana ni de buey y tenía tres cuernos, uno de ellos en medio de la frente. La imagen estaba hueca y tenía agujeros en el cuerpo donde se quemaban las víctimas como en un horno. Sus pies eran como garras. Tenía en la mano una flor que sale del agua como un lirio y que se abre y cierra según el sol. En la otra mano, el ídolo llevaba también una planta con espigas de granos muy gruesos, que creo que crecían también en el agua aunque ya no lo se seguro. Habían construido el templo a este ídolo después de una gran victoria, querían consagrarlo y todo estaba preparado para el sacrificio. Pero cuando se acercaron al ídolo por encima del agua, vi un acontecimiento maravilloso. Vi en el ídolo una aparición gris y oscura, sobre la que bajó del cielo un ángel grande como el que se apareció en el Apocalipsis al evangelista San Juan. El ángel pinchó con su vara en la espalda a la figura oscura, el demonio se retorció y se vio obligado a hablar a través del ídolo para decir que no consagraran el templo en su honor, sino en el de una doncella que aparecería sobre la Tierra y a la que debían agradecer esta victoria. Ya no sé exactamente los detalles. Vi que esta gente erigió en el nuevo templo una imagen de una doncella volando, y la llevaron junto a la pared. La doncella se inclinaba volando sobre una barquilla donde estaba acostado un niño fajado en pañales, y la barquilla estaba encima de una columnita rizada por arriba como un árbol. La doncella tenía extendidas las dos manos y de una de ellas colgaba una balanza. A su lado, en la pared, dos figuras ponían algo en los platillos de la balanza. La barquilla donde estaba acostado el niño era igual que aquella donde dejaron a Moisés en la corriente del Nilo, solo que abierta por arriba, mientras que la de Moisés estaba tapada por arriba, salvo una pequeña abertura. Vi toda la Tierra Prometida marchita, seca y sin agua, y a Elías que subía al Carmelo con dos servidores a implorar la lluvia a Dios. Subieron primero a una alta loma, luego unas ásperas escaleras de piedra hasta una terraza y luego otra vez muchos escalones de roca hasta llegar a una gran superficie en la que había una colina rocosa donde se encontraba una cueva. Elías subió los escalones hasta la cueva de la colina rocosa, dejó los criados al borde de la gran superficie y les ordenó que miraran al Mar de Galilea, que parecía grisáceo y estaba casi completamente seco, lleno de agujeros y cuevas, pantanos y animales en descomposición. Elías se sentó acurrucado en el suelo, hundió la cabeza entre las rodillas, se cubrió, rezó vehementemente a Dios y gritó siete veces a los criados si veían levantarse una nube en el lago. Al séptimo grito vi levantarse la nube; los criados lo anunciaron a Elías, y éste los envió enseguida al rey Ajab. Vi formarse un pequeño torbellino blanco en el centro del lago, del que se levantó una nubecita negra como un puño que se abrió y ensanchó. Justo al principio, vi en esta nubecilla una figurita reluciente como una doncella; y también Elías la divisó en la nube que se ensanchaba. La cabeza de la doncella estaba rodeada de rayos, abría sus brazos como en cruz y de una de sus manos colgaba una guirnalda de victoria. Su largo traje estaba como recogido bajo sus pies. Dentro de la nube que se ensanchaba, la doncella parecía extenderse sobre todo el país. Vi como si esta nube se repartiera y dejara caer blancos remolinos sobre comarcas concretas, santas o santificadas donde vivía gente piadosa y que imploraba la Salvación. Los remolinos tenían los bordes irisados y en su centro se reunía la bendición como una perla en su madreperla. Se me aclaró que esto era una prefiguración, y que en estos lugares bendecidos donde la nube había dejado caer remolinos blancos, realmente salieron colaboraciones para que apareciera la Santísima Virgen 6 . En sueño profético vi que mientras subía la nube Elías supo cuatro misterios relacionados con la Santísima Virgen, pero en mi penoso estado desgraciadamente he olvidado los detalles, como tantísimas cosas. Entre otras cosas, Elías supo que María nacería en la séptima edad del mundo, y por eso tuvo que llamar siete veces a su criado. Elías vio también de qué linaje procedería; vio a un lado del país un árbol genealógico bajo pero muy ancho, y en el lado opuesto divisó árbol genealógico muy alto, ancho en las raíces, que adelgazaba en la copa y la hundía dentro del primer árbol. Elías lo entendió todo y de ese modo entendió cuatro misterios de la futura Madre del Salvador. A continuación contemplé que Elías ensanchó la cueva sobre la cual había estado rezando. Puso más orden entre los Hijos de los Profetas, de los cuales siempre hubo algunos en esa cueva implorando la llegada de la Santísima Virgen y venerando su futuro ya antes de que naciera. Esta devoción a la Santísima Virgen prosiguió aquí ininterrumpidamente; todavía la tenían los esenios cuando María ya andaba por la Tierra y más tarde la han mantenido hasta nuestros días los ermitaños de los que finalmente salieron los monjes carmelitas. Vi mucho alboroto en el Templo de Jerusalén, mucho deliberar, escribir con plumas de caña y enviar mensajeros por el país. Rezaban y clamaban a Dios pidiéndole lluvia, y mandaron buscar a Elías por todas partes. He visto también a Elías en el desierto: un ángel lo alimentaba y le daba de beber; el ángel tenía un recipiente como un tonelito brillante, atravesado por rayas blancas y rojas. Vi todos sus tratos con Ajab, la ofrenda del Carmelo, la matanza de sacerdotes idólatras, su oración por la lluvia y formarse las nubes. Pero más allá de la sequedad de la tierra, vi que había también una gran sequía e infertilidad de gérmenes nobles entre los seres humanos. Vi que Elías, con su oración, clamaba por la bendición de la que salió la nube, y que si él no hubiera dirigido y distribuido las precipitaciones de las nubes según sus visiones interiores, quizás se hubieran convertido en una destructiva inundación. Elías preguntó por la nube siete veces a su criado; significaban siete edades o generaciones hasta que arraigara firmemente en Israel la Bendición propiamente dicha, de la que la nube de bendición era solamente una prefiguración. Elías mismo vio alzarse en la nube la imagen de la Santísima Virgen y reconoció varios misterios relativos a su procedencia y llegada7 . Vi que por la oración de Elías, la Bendición fue llamada a bajar primero como rocío. Las nubes se depositaban en superficies blancas, formaban remolinos, tenían bordes irisados y finalmente se deshacían cayendo en forma de gotas. En ello reconocí también su relación con el maná del desierto, que por las mañanas era algo así como un pellejo espeso y compacto que podía arrollarse. Vi que el remolino de rocío fue a lo largo del Jordán pero no se dejó caer en todas partes, sino solo en lugares importantes aquí y allá. Vi claramente que estos resplandecientes remolinos de rocío se depositaron especialmente en Ainón, frente a Salem, y en lo que más adelante fueron lugares de bautismo. Pregunté también qué significaban los bordes de colores de los remolinos de rocío, y se me explicó con el ejemplo de una ostra en el mar, que también tiene estos brillantes bordes de colores y que, expuesta al sol, aspira la luz y la limpia de colores hasta que en su centro se forma la perla puramente blanca. Pero se me enseñó que el rocío y la lluvia subsiguiente eran más que lo que suele entenderse como refrescar la tierra. Tuve la comprensión nítida de que sin este rocío la llegada de la Santísima Virgen se hubiera retrasado cien años, mientras que al bendecirse y dulcificarse la Tierra también se alimentaron y refrescaron las estirpes que vivían de sus frutos, y al recibir bendición, también se ennobleció su carne. En relación con la aproximación del Mesías, vi los rayos de este rocío fecundador llegar de generación en generación hasta la sustancia de la Santísima Virgen. No lo puedo describir. A veces veía formarse uno de estos bordes irisados o también varias perlas, y aparecer en ellos una figura humana que exhalaba como un espíritu que germinaba de nuevo junto con otros tales. La imagen de la madreperla se refería a María y Jesús. Vi también que lo mismo que entonces la Tierra y la carne estaban sedientas y suspiraban por la lluvia, así suspiraban después el Espíritu y los humanos por el bautismo de Juan. Todo el cuadro era un presagio de la llegada de la Santísima Virgen y un símbolo del estado del pueblo en la época del Bautista: en aquel entonces sus miedos, su languidez, su búsqueda de la lluvia y de Elías y, sin embargo, la persecución de éste; y más tarde, parecida languidez del pueblo para el bautismo y la penitencia, y de nuevo la incomprensión de la sinagoga y el mandar a buscar a Juan. En Egipto vi anunciada esta embajada de la Salvación de la manera siguiente: por orden de Dios, Elías debía convocar a tres buenas familias dispersas en distintas comarcas de Oriente, Norte, y Sur, y para hacerlo eligió tres alumnos de profeta, que solo envió después que supo que eran los adecuados pidiendo una señal a Dios, pues era una misión lejana y peligrosa, para la que tenía que elegir mensajeros prudentes para que no los asesinaran. Uno fue hacia el Norte, otro a Oriente y el tercero a mediodía; éste tuvo que hacer un importante trecho de camino por Egipto, donde a los israelitas les amenazaba especialmente el peligro de ser asesinados. El mensajero siguió el camino que tomó la Sagrada Familia en la huida a Egipto. Lo vi llegar a un templo idólatra en una gran llanura, rodeado de prados y edificios de todas clases, en el que adoraban un toro vivo. Tenían en su templo una imagen de toro y varios ídolos más, y hacían un cruel sacrificio en que asesinaban niños deformes. Apresaron al alumno de profeta al pasar por allí y lo llevaron ante los sacerdotes, que por suerte eran sumamente curiosos, pues de lo contrario lo hubieran asesinado enseguida. Entonces le preguntaron de dónde era y qué le traía por aquí, y él les dijo todo a bocajarro: que nacería una virgen por la cual vendría la salvación al mundo; y que entonces se romperían todos sus ídolos8 . Los sacerdotes se asombraron al oír este anuncio; parecía que los había turbado mucho y lo soltaron sin daños. A continuación los vi deliberar y mandaron hacer la imagen de una doncella que sujetaron en el centro del techo del templo como cerniéndose extendida sobre él. La figura tenía ese tocado de las estatuas de ídolos medio mujer medio leona, de las que hay allí tantísimas tumbadas en fila. En la mitad de la cabeza llevaba como un frutero pequeño y hondo; los brazos estaban pegados al cuerpo hasta el codo y los antebrazos, extendidos en actitud de rechazar y defender, tenían espigas en las manos. Tenía tres pechos, uno mayor en el centro y dos más pequeños a los lados, debajo del grande. La parte inferior del cuerpo estaba vestida de largo, los pies eran puntiagudos y en proporción, muy pequeños, y de ellos colgaban como borlas. En los brazos tenía una especie de alas como finas plumas en forma de rayos, y otro tanto en los antebrazos; estas alas eran como dos peinetas de plumas que se agarranban mutuamente. También tenía plumas cruzadas a lo largo de los lomos y por encima de la cintura hasta abajo. La falda no tenía pliegues. A esta imagen la veneraban y la hacían sacrificios para rogarla que por favor no destruyera a su dios Apis ni a los demás ídolos. Por lo demás, persistieron como hasta entonces en toda la crudeza de su culto idolátrico, solo que a partir de entonces siempre invocaban primero a la imagen de la doncella, imagen que, según creo, habían compuesto con todo detalle según la narración que les hizo el profeta de la figura que había visto Elías. Vi que por la gran misericordia de Dios, en aquellos tiempos también se les anunció a los paganos piadosos que el Mesías nacería en Judea de una virgen. Los antepasados de los Reyes Magos, caldeos servidores de las estrellas, recibieron este conocimiento por la aparición de una imagen en una constelación o en el cielo, y predijeron sobre ella. Las huellas de esta prefiguración de la Santísima Virgen las he visto en su templo y ya las he narrado cuando conté el viaje de Jesús para ver a los Reyes después de la resurrección de Lázaro, el último trimestre de su tercer año de predicación. He visto muchas cosas de la historia de Tobías, que es una prefiguración de la historia de la llegada de la Salvación a Israel; no como si esta historia fuera una prefiguración poética sino una prefiguración ocurrida y vivida. En Sara, la mujer del joven Tobías, se me mostró una prefiguración de Ana. Contaré lo que todavía recuerde de lo mucho que he visto, solo que no podré hacerlo en el orden debido: en el viejo Tobías estaba prefigurada la estirpe piadosa de judíos que esperaba al Mesías. La golondrina, mensajera de la primavera, significaba la proximidad de la Salvación. La ceguera del viejo Tobías significaba que ya no engendraría más hijos y que se entregaba exclusivamente a orar y contemplar; significaba el oscuro y fiel anhelo e impaciente espera de la luz de la Salvación y la ignorancia de donde vendría. La pendenciera mujer de Tobías representaba las vejaciones, las fórmulas vacías y la manipulación de la Ley que hacían los fariseos. Como Tobías ya había advertido antes a su mujer, el cabritillo que ella había traído a casa en vez de jornal, era en realidad robado y aquella gente se lo había vendido por bueno y barato. Tobías los conocía y lo sabía, pero su mujer le insultó, lo cual significaba el desprecio que por los esenios y judíos piadosos sentían los fariseos y los judíos de fórmulas vacías, así como la relación de la mujer con éstos, cuyo significado ya no puedo aclarar. El ángel [sic] Rafael no faltó a la verdad con las palabras «Soy Azarías, hijo de Ananías» pues estas palabras significan aproximadamente «Ayuda del Señor de la nube del Señor»9 . Este ángel que guiaba al joven Tobías representaba la conducción de las generaciones y la custodia y gobierno de la Bendición hasta que fuera concebida la Santísima Virgen. En la oración del viejo Tobías y en la de Sara, hija de Ragüel, que los ángeles llevaron simultáneamente al Trono de Dios, donde fue escuchada, reconocí las súplicas del Israel piadoso y de las hijas de Sión por la llegada de la Salvación, así como la oración de Joaquín y Ana por la criatura prometida, simultánea aunque en lugares separados. La ceguera del viejo Tobías y los insultos de su mujer contra él significaban también la infertilidad de Joaquín y cómo fue desechada su ofrenda en el Templo. Los siete maridos de Sara, hija de Ragüel, asesinados por el demonio, fueron muertos por sensualidad, pues Sara había hecho voto de ser solo de un hombre casto y piadoso. Estos siete muertos representaban aquellos cuya entrada en la estirpe de Jesús según la carne hubiera retrasado la aparición de la Santísima Virgen y la llegada de la Salvación, y significaba también ciertas épocas carentes de bendición en la historia de la Salvación, así como a los pretendientes que Ana tuvo que rechazar para casarse con Joaquín, padre de María. Los insultos de la criada contra Sara (Tob 3, 7) significaban los insultos de paganos y judíos impíos y ateos contra la esperanza del Mesías, que empujaron tanto Sara como a los judíos piadosos a rezar más fervientemente. También prefiguraba los insultos de la criada contra la madre Santa Ana, a consecuencia de los cuales rezó con tanto fervor que fue escuchada. El pez que quería tragar al joven Tobías significaba la oposición del inframundo, de los paganos y de los pecados a la llegada de la Salvación, y con ello también la infertilidad de Ana. La muerte del pez, quitarle el corazón, el hígado y la hiel, y el hecho de que el joven Tobías y Sara los quemaran y los redujeran a humo significaba su victoria sobre el demonio de la carnalidad que había estrangulado a sus anteriores maridos, así como las buenas obras y la continencia de Joaquín y de Ana con las que consiguieron la bendición de una santa fecundidad. Vi también en ello una profunda relación con el Santísimo Sacramento, que ya no sé explicar. La hiel del pez con la que el viejo Tobías volvió a ver significa la amargura del dolor con que los judíos elegidos llegaban a conocer y participar en la Salvación; y significa la entrada de la luz en las tinieblas por la amarga Pasión que Jesús sufrió desde su nacimiento. He tenido muchas explicaciones de esta clase y he visto muchos detalles de la historia de Tobías. Creo que los descendientes del joven Tobías contribuyeron al linaje de Joaquín y de Ana. El viejo Tobías aún tuvo más hijos, pero no fueron buenos. Sara dio a luz tres hijas y cuatro hijos. Primero nació una niña. El viejo Tobías llegó a conocer a sus nietos. Vi que la estirpe del Mesías salía de David y se dividía en dos corrientes. A la derecha corría el linaje por Salomón y terminaba en Jacob, padre de San José; sobre las ramas de este tronco derecho del árbol genealógico de David por Salomón vi las figuras de todos los antepasados de San José que citan los Evangelios. Este linaje de la derecha tiene una significación superior que vi salir de la boca de algunas figuras en torrentes de luz blanca totalmente incolora. Las figuras eran más altas y espirituales que las del linaje de la izquierda. Cada una tenía en la mano un tallo florido tan largo como el brazo, con hojas palmeadas que colgaban hacia abajo, y al final del tallo florecía una gran campanilla parecida a un lirio, con cinco estambres amarillos por arriba que dispersaban fino polen. Las flores eran de distinto tamaño, fuerza y belleza; la flor que llevaba José, el padre nutricio de Jesús era la más hermosa de todas, pura y llena de hojas frescas. Hacia la mitad de esta rama del árbol había tres miembros ennegrecidos y secos a los habían echado. En esta línea de Salomón había varios huecos en que los frutos estaban ampliamente separados unos de otros. Pocos miembros antes de su fin, los linajes izquierdo y derecho se tocaban y se entrecruzaban mutuamente varias veces. Tuve una comunicación acerca de que el linaje de Salomón tenía mayor importancia: era más del espíritu y menos de la carne, y tenía algo de la importancia de Salomón que no puedo expresar. El linaje de la izquierda iba de David por Nathán hasta Helí, que es el nombre correcto de Joaquín, padre de María, pues el nombre de Joaquín lo recibió más tarde, lo mismo que Abram pasó a llamarse Abraham. He olvidado las causas, pero quizá vuelva a recibirlas. En mis contemplaciones muchas veces oigo que llaman a Jesús «hijo de Helí» según la carne10 . Todo este linaje de la izquierda de David por Nathán lo vi discurrir más pequeño. La mayor parte de las veces salía del ombligo de las distintas figuras; lo vi de colores, rojo, amarillo y blanco, pero nunca azul. Aquí y allá tenía manchas que después volvían a blanquearse. Las figuras de éste eran más pequeñas que las del linaje por Salomón. Sus ramos eran más pequeños y tenían hojas dentadas verdeamarillentas que colgaban a un lado, y arriba un botón rojizo del color del escaramujo, que no era un capullo de flor, sino una frutita siempre cerrada. Junto a los ramos, una doble fila de ramitas se dejaba caer hacia donde colgaban las hojas dentadas. Tres o cuatro miembros antes de Helí o Joaquín, ambas líneas se entrecruzaban y terminaban arriba en la Santísima Virgen. Me parece que en este entrecruzamiento ya empecé a ver refulgir rayos de la sangre de la Santísima Virgen11 . La madre Santa Ana procedía por línea paterna de Leví y por línea materna de Benjamín. Vi en una contemplación que sus antepasados llevaron el Arca de la Alianza con mucha piedad y devoción y recibieron rayos de Bendición del Arca que transmitieron a su descendencia, a Ana y a María. En la casa paterna de Ana, así como en la de Joaquín, siempre he visto muchos sacerdotes, lo que también se debía a su parentesco con Zacarías e Isabel. —¡Eh! ¿Por qué debo despertarme? —pero enseguida se despertó completamente y dijo sonriendo—: Estaba en un sitio mucho mejor donde me iba mucho mejor que aquí. Estaba muy consolada cuando de repente me ha despertado un estornudo y alguien me ha dicho: «¡Debes despertarte!», pero yo no quería porque ¡me gustaba tanto estar allí! Me impacientó mucho tener que irme, y entonces tuve que estornudar y me desperté. Ayer por la noche, apenas me había dormido después de rezar cuando entró una persona en mi cama y reconocí una doncella a la que ya he visto muchas veces antes, que me habló muy poquito: —Hoy has hablado mucho de mí y ahora tienes que verlo para que no te equivoques al hablar de mí —y yo le pregunté: —¿Hoy también he hablado demasiado?—y ella replicó brevemente: —No—y desapareció. Era todavía virgen, delgada y animosa; tenía la cabeza cubierta con una toca blanco que recogía sus cabellos y le colgaba por la nuca, recogida en punta. Su vestido largo la tapaba todo y era de lana blanca; tenía mangas pegadas que solo parecían algo hinchadas y arrugadas a la altura del codo. Llevaba sobre el vestido un manto blanco de lana parduzca, como de pelo de camello. Apenas me había alegrado y enternecido con esta aparición cuando de repente se puso delante de mi cama una mujer mayor con vestimenta parecida, la cabeza algo inclinada y las mejillas muy hundidas; era una judía hermosa y delgada de unos cincuenta años. Yo pensé: —¡Huy! ¿Qué querrá de mí esta vieja judía?—Entonces ella me habló: —No tienes que espantarte de mí; solo quiero enseñarte cómo era cuando di a luz a la madre del Señor, para que no te equivoques—y yo le pregunté enseguida: —¡Eh! ¿Dónde está la niñita María?—y ella me replicó: —Ahora no la tengo conmigo.—Entonces le volví a preguntar: —¿Cuantos años tiene ahora?—y me contestó: —Cuatro años—y volví a preguntarle: —Entonces, ¿también he hablado bien?—y respondió brevemente: —Sí—pero yo le rogué: —¡Oh! Haz que no diga demasiado. No me contestó y desapareció. Entonces me desperté y pensé sobre todo lo que había visto de la madre Ana y de la niñez de la Santísima Virgen y todo se me aclaró y me sentí completamente dichosa. Por la mañana, otra vez despierta, todavía vi un cuadro nuevo, muy bonito, que lo resumía todo. Creía que no se me podría olvidar, pero al día siguiente cayeron sobre mí tantas molestias y dolores que ya no recuerdo nada de todo aquello. Pasé toda la noche hasta la mañana en un cuadro terrible de la abominación de los pecados del mundo entero, y después me dormí de nuevo y fui arrobada a Jerusalén, al lugar donde estuvo el Templo, y luego más lejos, a la comarca de Nazaret donde estuvo antiguamente la casa de Joaquín y Ana. Todavía reconocí los alrededores y vi allí que brotaba y se alzaba de la Tierra una fina columna de luz como el tallo de una flor, que sostenía la aparición de una refulgente iglesia octogonal como el cáliz de una flor o la cápsula de las semillas de la amapola en su peciolo12 . Dentro de la iglesia, en su centro, la columna soporte salía como un arbolito que tenía en sus ramas, regularmente distribuidas, figuras de la familia de la Santísima Virgen que eran objeto de veneración en el cuadro de esta fiesta. Las figuras estaban de pie como estambres de una flor. La madre Santa Ana estaba entre San Joaquín y otro hombre, quizás su padre, y debajo del pecho de Santa Ana vi un resplandor, más o menos de la forma de un cáliz, donde se desarrollaba y crecía la refulgente figura de una criatura. Tenía las manitas cruzadas sobre el pecho y de ella partían infinidad de rayos hacia una parte del mundo; me sorprendió que no fueran igual en todas direcciones. En las otras ramas que la rodeaban, estaban sentadas diversas figuras que miraban respetuosamente al centro, y dentro de la iglesia, innumerables coros y formaciones de santos todo alrededor que se dirigían rezando a esta santa madre. La dulce intimidad y unidad de este servicio divino solo la puedo comparar con un campo de flores muy distintas que, movidas por una brisa suave, se mueven y ofrecen aromas y colores a los rayos del sol, del que todas han recibido estos dones e incluso la vida. Sobre este símbolo de la Fiesta de la Inmaculada Concepción el arbolito de luz sacó un nuevo brote en su copa, y en esta segunda corona de ramas vi celebrar un momento posterior de la fiesta. Allí se arrodillaban María y José, y algo más abajo y delante de ellos, la madre Santa Ana. Rezaban al Niño Jesús que estaba sentado en la copa encima de ellos rodeado de gloria infinita con la manzana imperial o la bola del mundo en la mano. En torno a esta presentación, en su entorno inmediato se inclinaron adorando los coros de los Reyes Magos, los pastores, los apóstoles y los discípulos y, más alejados, los coros de otros santos. Lejos, más arriba, en la luz superior, vi formas indistintas de poderes y dignidades, y aún más arriba como si medio sol radiante se introdujera en la cúpula de la iglesia. Este segundo cuadro parecía significar que después de la Inmaculada Concepción se acercaban las Navidades. En la primera aparición vi el cuadro como si yo estuviera fuera de la iglesia, en torno al pie de la columna, pero después lo vi dentro de la misma iglesia como la he descrito. Vi crecer también a la niñita María en el ámbito de luz bajo el corazón de la madre Santa Ana, y al mismo tiempo recibí el convencimiento inefable de lo que era la concepción sin el pecado hereditario, y lo entendí tan claramente como si leyera un libro. También se me dijo que aquí hubo una vez una iglesia en honor de esta gracia de Dios pero quedó abandonada y en ruinas con ocasión de muchas discusiones inconvenientes sobre este santísimo misterio. {Entendí también estas palabras: «En cada visión permanece el misterio hasta que se haya realizado».} Sin embargo, la Iglesia Triunfante siempre festeja la fiesta aquí en este lugar. Oigo muchas veces que la Santísima Virgen cuenta a sus íntimas, por ejemplo, a Juana Cusa y Susana de Jerusalén, toda clase de misterios suyos y de Nuestro Señor que ella sabe, unos por conocimiento interior, y otros porque se los ha contado su madre Santa Ana, y así hoy también la he escuchado contar a Susana y a Marta que mientras llevó a Nuestro Señor bajo su corazón no tuvo la más mínima molestia sino infinita dicha y alegría interior. También las contó que Joaquín y Ana se habían encontrado en una hora dorada en la sala que está por debajo de la Puerta Dorada, adonde les llegó la plenitud de la gracia divina a consecuencia de la cual recibió el ser bajo el corazón de su madre sin impureza alguna de sus padres y solo por santa obediencia y puro amor de Dios. María también las hizo saber que, sin el pecado original, la concepción de todo ser humano hubiera sido así de pura. Habló también de su querida hermana mayor, María Helí, y de que sus padres se dieron cuenta que no era el fruto de la Promesa y después se habían contenido mucho tiempo y habían anhelado mucho la niña de la Promesa. Me alegró escuchar aquí y ahora a la Santísima Virgen lo que siempre he visto de su hermana mayor. Entonces volví a ver todo el proceso de la gracia recibida por los padres de María, desde las apariciones del ángel a Ana y Joaquín hasta su encuentro bajo la Puerta Dorada, tal como siempre lo cuento. Bajo la Puerta Dorada, es decir, en la santa sala subterránea que hay debajo de la Puerta Dorada, vi a Joaquín y Ana rodeados de una multitud de ángeles con luces celestiales, y que ellos mismos relucían y estaban tan puros como espíritus en un estado sobrenatural como nunca había estado antes una pareja humana. Creo que en la Puerta Dorada se celebraban las pruebas y ceremonias de absolución de las mujeres acusadas de adulterio y otras reconciliaciones. Debajo del Templo había cinco pasadizos parecidos y otro más bajo el lugar donde vivían las doncellas, en los que se realizaban determinadas expiaciones. Ahora ya no sé si este recorrido lo pisó alguna vez alguien distinto de Joaquín y Ana, pero creo que sería un caso rarísimo; y ahora tampoco recuerdo si era de uso general para las ofrendas que traían los estériles. Los sacerdotes lo ordenaron así. Llegó a Roma, estuvo con el Santo Padre, visitó en Cerdeña a una piadosa monja de clausura, tocó Palermo, llegó a Palestina y a continuación a la India y de allí a lo que Ana Catalina llamaba «la Montaña de los Profetas»15 . Allí vio conservados en una tienda de campaña los libros proféticos de todas las épocas y todos los pueblos, examinados y administrados por un personaje que Ana Catalina tomaba unas veces por Juan Evangelista y otras por Elías, y que la recordaba especialmente a éste último porque comprobó que allí arriba, cerca de la tienda, completamente cubierto de verdes plantas vivas, estaba el vehículo con que este profeta fue arrebatado de la Tierra. Este personaje la dijo que cotejaba con el libro grande que tenía delante todos los libros de conocimientos proféticos: los que nunca se habían dado a la Humanidad, los que estaban contaminados de alguna manera, o los que aún tenían que dársele. Tachaba mucho o los echaba a un fuego que ardía a su lado. Los seres humanos aún no estaban en condiciones de recibir estos dones, pues antes tenía que llegar alguien. Todo esto lo vio en una isla verde rodeada de un lago claro en el que había varias torres de formas distintas y rodeadas de jardines. Ana Catalina tuvo la percepción de que estas torres eran cámaras del tesoro o fuentes de la sabiduría de los distintos pueblos y que debajo de la isla, que estaba regada por varias fuentes, estaba el origen de varios ríos que se tenían por sagrados, y entre ellos el Ganges, que sale a la luz al pie de la Montaña. La dirección del camino por donde la llevaron a esta Montaña de los Profetas desde el punto de partida de su viaje fue siempre en dirección a la alta Asia Central. Mencionó situaciones, y la Naturaleza, seres humanos, animales, y flora de las regiones por las que pasaba; y luego fue elevada a través de un espacio solitario y vacío, como a través de nubes, hasta el lugar mencionado. Una localización más precisa se dará en el lugar idóneo, junto con la totalidad de este viaje en visión y todo lo que experimentó allí Ana Catalina. Para el regreso volvieron a bajar a través de la región de las nubes y luego cruzaron otra vez comarcas con magnífica vegetación, animales y pájaros, hasta llegar al Ganges y contemplar los usos religiosos indios en este río. (Veinte años después de transcritas estas comunicaciones, la situación geográfica de este sitio y la mención de que allí arriba casi todo estaba cubierto de vivo verdor, recordó a un lector que en las creencias religiosas de varios pueblos asiáticos existen tradiciones acerca de un sitio parecido y, en parte, con parecidos habitantes. Entre los musulmanes, al profeta Elías se le conoce con el nombre de «El Jiser», esto es, «El Verde», un profeta maravilloso de naturaleza semiangélica que vive al Norte, en la Montaña Kaf celebrada en muchísimos escritos religiosos y poéticos, y que allí vigila los misterios de la Fuente de la Vida. Los indios llevan su monte santo al Monte Meru y los chinos al Kuenlún, y ambos los presentan paradisíacos y en la alta Asia Central donde Ana Catalina halló la Montaña de los Profetas. También los antiguos persas creían en un lugar así, al que veneran con el nombre de Alborch o El-Bors. Los babilonios parecen haber tenido la misma creencia (según Is 14, 13). El hecho de que los babilonios pongan la montaña en el Norte al igual que persas y musulmanes se explica por su situación relativa respecto a la alta Asia Central.) Ana Catalina todavía fue después a una ciudad judía maravillosa situada en una alta montaña de roca en Abisinia, y visitó a su presidenta Judit, con la que habló del Mesías, de la fiesta de la Concepción de su Madre, que era ese día, y del santo tiempo de Adviento y de la fiesta del Navidad, que ya se acercaban16 . En todo este viaje, Ana Catalina hizo lo que, según su misión y las oportunidades que se le ofrecerían, hubiera hecho en parecido viaje un misionero concienzudo: rezó, ayudó, consoló y enseñó. Pero para hacer comprensible al lector con palabras de Ana Catalina lo que oyó durante su viaje con referencia a la Fiesta de Concepción de María, se ruega la lectura de la nota que resume la parte de la predicación itinerante de Jesús a la que ella se refiere aquí:] Anoche, cuando llegué en mi viaje en sueños a la Tierra Prometida, vi todo lo que ya he contado de la Concepción de la Santísima Virgen, y a continuación entré en la contemplación cotidiana de la predicación de Nuestro Señor que hoy correspondía al 8 de diciembre del tercer año. No encontré a Jesús en la Tierra Prometida, sino que mi guía me llevó a Oriente más allá del Jordán, hacia Arabia, donde el Señor acompañado de tres jóvenes se encontraba hoy en la ciudad de tiendas donde se asentaron los Reyes Magos a su regreso de Belén. Vi que los dos de los tres Reyes Magos que aún vivían celebraban con sus tribus una fiesta de tres días a partir de hoy, 8 de diciembre. Quince años antes del nacimiento de Cristo, una noche como ésta habían visto alzarse por primera vez la estrella prometida por Balaam (Nm 24, 17) que ellos y sus antepasados habían aguardado mucho tiempo ansiosamente observando fielmente el cielo. En la estrella distinguieron una doncella que llevaba en la mano un cetro y en la otra una balanza con sus platillos equilibrados, en uno una hermosa espiga y un racimo en el otro. Por eso desde el regreso de Belén, con tal motivo celebraban anualmente una fiesta de tres días a partir de esta fecha. A consecuencia del conocimiento recibido el día de la Concepción de María quince años antes del nacimiento de Cristo, los servidores de las estrellas derogaron un espantoso rito que llevaban mucho tiempo practicando a causa de unas revelaciones mal entendidas y corrompidas por influencias malignas. Se trataba en concreto del sacrificio de un niño pues en distintas épocas y de distintas maneras practicaron sacrificios humanos y también sacrificios de niños. Vi que en la época de la Concepción de María tenían la siguiente costumbre: tomaban un niño de la madre más pura y más piadosa de su religión, que se consideraba feliz de que sacrificaran así a su hijo. Desollaban al bebé y lo rebozaban en harina para recoger la sangre, y se comían la harina empapada de sangre como alimento sagrado. Volvían a espolvorearlo con harina, y a comerla hasta que el niño quedaba completamente desangrado. Finalmente cortaban la carne del niño en trocitos que se repartían y se los comían17 . Vi realizar esta horrible acción con la mayor sencillez y devoción, y se me dijo que habían llegado a esta costumbre horrible por mala comprensión y deformación de indicaciones proféticas y prefiguraciones de la Última Cena. Vi este espantoso sacrificio en Caldea, en el país de Mensor, uno de los tres Reyes Magos que el día de la Concepción de María recibió en visión una iluminación divina por la cual abolieron esta crueldad. Lo vi en lo alto de una alta construcción piramidal de madera, absorto en la observación de las estrellas, como venía haciendo esta gente durante siglos según antiguas tradiciones. El rey Mensor, que estaba contemplando las estrellas, yacía rígido y arrobado; estaba enajenado. Sus compañeros vinieron a él y lo volvieron en sí, pero al principio parecía no conocerlos. Había visto la constelación con la doncella, la balanza, la espiga y el racimo, y había recibido la orden de abolir aquel rito cruel. Cuando vi en sueños por la noche a mi derecha la terrible imagen del niño asesinado, me di la vuelta horrorizada en la cama, pero entonces vi lo mismo a mi izquierda. Imploré a Dios de todo corazón que me librara de estas espantosas visiones y entonces me desperté, oí las campanadas del reloj y mi esposo celestial me dijo señalando en torno a mí: —Mira aquí, todavía peor, lo que diariamente me ocurre por todo el mundo por culpa de muchos. Y entonces llevó mi mirada muy lejos alrededor y ante mi alma se presentó algo todavía mucho más cruel que aquel sacrificio de niños, al ver a Jesús mismo cruelmente sacrificado de muchas maneras sobre el altar cuando el santo misterio se realiza indigna y pecaminosamente. Vi que la Sagrada Hostia yacía en el altar como un niño Jesús vivo y que sacerdotes indignos y degenerados lo atormentaban y lo troceaban con la patena. Aunque realizaban válidamente el misterio, su misa parecía un feroz asesinato18 . Todo esto lo vi en muchas visiones mientras llevaban a mi alma por muchos países de toda la Tierra. Finalmente volví a la visión de la Fiesta de la Concepción de María: No soy capaz de decir de ninguna manera la forma maravillosa en que he estado viajando en sueños esta noche. Estuve en las más variadas regiones del Mundo y en distintas épocas, y he visto muchas veces celebrar la Fiesta de la Concepción de María en los lugares más dispares del mundo. También la vi celebrar en Éfeso, dentro de la casa de la Madre de Dios que todavía era allí una iglesia. Tiene que haber sido en tiempos muy antiguos, pues todavía vi en perfecto estado el vía crucis que erigió María misma; el segundo vía crucis está en Jerusalén y el tercero en Roma. Los griegos celebraban esta fiesta mucho tiempo antes de separarse de la Iglesia; todavía me acuerdo de algo pero no estoy segura de las causas. En concreto vi que un santo, creo que Sabas, tuvo una aparición que se refería a la Inmaculada Concepción; vio un cuadro de la Santísima Virgen sobre la bola del mundo, aplastando la cabeza de la serpiente y se dio cuenta que la Santísima Virgen era la única que había sido concebida sin herida ni mancha de la serpiente19 . También vi que una iglesia de los griegos o un obispo griego no quisieron aceptar esta fiesta y entonces les llegó este cuadro por encima del mar. La aparición se acercó flotando a su iglesia y se puso encima del altar. Enseguida empezaron a celebrar la fiesta. En esa iglesia tenían un cuadro de la Santísima Virgen pintada por San Lucas a tamaño natural, que parecía viva, en traje blanco y con velo. Tengo la impresión de que la habían recibido de Roma, donde solo tienen un cuadro del busto. Pusieron este cuadro encima del altar en el sitio donde se había aparecido aquella imagen de la Inmaculada Concepción. Pienso que o todavía está en Constantinopla o la he visto venerar allí en tiempos antiguos. También he estado en Inglaterra donde he visto introducir y celebrar esta fiesta; en relación con ello, antes de ayer, fiesta de San Nicolás, he visto el siguiente milagro: Vi a un abad de Inglaterra en gran peligro en un barco en medio de la tormenta. Imploraron apremiantemente la protección de la Madre de Dios y entonces vi que venía flotando sobre el mar hacia el barco la aparición del santo obispo Nicolás de Mira, quien dijo al abad que la Santísima Virgen le enviaba para anunciarle que mandara celebrar en Inglaterra la Fiesta de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y entonces el barco arribaría. A la pregunta del abad de con qué oraciones debían celebrarla, San Nicolás le contestó que con las mismas que el nacimiento de María. Al introducir esta fiesta salió el nombre de Anselmo, pero ya he olvidado los detalles. También vi introducir de esta fiesta en Francia, y que San Bernardo escribía contra ella porque no venía de Roma. Por eso había visto que Joaquín, antes de ir al Templo, hizo chozas de ramas con sus pastores y que Ana recibió la promesa de la fecundidad cuando rezaba bajo un árbol que formaba una enramada. Pero, como Ana Catalina ya había mencionado el año anterior [1820], ella recordaba que Joaquín había salido con sus ofrendas para Jerusalén a en contrarse con Ana en el Templo con motivo de una Fiesta de Consagración del Templo. No puede entenderse que fuera la acostumbrada Fiesta de Consagración del Templo de invierno el 25 de Casleu, sino el memorial de la consagración del Templo de Salomón. Según sus comunicaciones diarias de los tres años de predicación itinerante de Jesús, el segundo año de predicación el Señor asistió a la clausura de la Fiesta de las Cabañuelas en Aruma, a unas horas de Salem, donde predicó sobre la futura destrucción del Templo. Aunque nuestras obras más leídas callen sobre la antigüedad de esta fiesta hebrea, y aún sin tener en cuenta las aclaraciones de Ana Catalina, no puede dudarse de su existencia si se tiene en cuenta que Salomón celebró la consagración del Templo construido por él, en relación con la Fiesta de las Cabañuelas (3 Re 8, 2.66 y 2 Cr 7, 10) y que la Masora indica que los días segundo y octavo de la Fiesta de las Cabañuelas se lea el relato de la consagración del Templo de Salomón. Aunque Ana Catalina había visto el encuentro de Joaquín y Ana en el Templo en la clausura de la Fiesta de las Cabañuelas, y por consiguiente dos meses antes de la fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, se sentía obligada a comunicar la Concepción de Santísima Virgen en la fiesta de María en Diciembre. También contó que cuando Cristo visitó a los Reyes Magos en Arabia después de la resurrección de Lázaro, celebraban la memoria de este acontecimiento lleno de gracia este día y no en la Fiesta de las Cabañuelas de otoño. En consecuencia, el encuentro bajo la Puerta Dorada, y la sobreirradiación de luz y bendición desde arriba puede aparecernos como una especie de inmediata y sustancial renovación, santificación, consagración, fortalecimiento y purificación de este matrimonio, bendito para el cometido que le fijó el designio divino. Solo con la entrega de la Bendición esencial a Joaquín y de la gracia a Santa Ana llegaron ambos al momento de madurez para el santo objetivo de su matrimonio. Como esta madurez se la dio entonces la acción de Dios que les trajo fuerza y gracia inmediata y sustancial, parece adecuado que, así equipados por el Cielo, también los uniera el Cielo con una acción parecida.
FILOSOFÍA Y LETRAS COMUNIDAD MARIARUM
VISITAS
COMUNIDAD
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
A Joaquín le habían llevado al Santo por indicación divina. Ahora, por una inspiración parecida le llevaron al pasadizo sagrado que discurre por debajo del suelo del Templo y de la Puerta Dorada. He tenido comunicaciones sobre el significado y formación de este pasadizo durante la construcción del Templo así como de su destino, pero ya no soy capaz de repetirlas detalladamente. Creo que había un rito de reconciliación, y de bendición para los estériles, relacionado con el uso de este pasadizo, que también se usaba en determinadas circunstancias para purificar, reconciliar, absolver y cosas parecidas. Los sacerdotes llevaron a Joaquín a este pasadizo por una puertecita de la zona del Patio de los Sacrificios y allí se volvieron, mientras Joaquín seguía por ese camino que iba bajando. Ana había llegado al Templo con la criada que le llevaba las jaulas con las palomas para la ofrenda; entregó su ofrenda y reveló a un sacerdote que un ángel la había ordenado encontrarse con su marido bajo la Puerta Dorada. Entonces vi que, guiada por sacerdotes y acompañada de mujeres venerables entre las que me parece que estaba la profetisa Hanna, entró por el acceso situado al otro extremo del pasadizo sagrado, tras lo cual sus acompañantes la dejaron sola. La disposición de este pasadizo me pareció maravillosa: Joaquín pasó la puertecita y luego el camino bajó mucho; al principio era angosto pero luego se ensanchaba. Sus paredes refulgían doradas y verdes, y arriba lucía una luz rojiza. Vi hermosas columnas retorcidas como árboles y vides. Cuando Joaquín hubo recorrido más o menos un tercio del pasadizo, llegó a un lugar en cuyo centro había una columna en forma de palmera con hojas y frutos colgantes, y Ana vino a su encuentro resplandeciendo de alegría. Se abrazaron con santa alegría y compartieron su dicha; estaban arrobados y rodeados de una nube de luz que salía de una muchedumbre de ángeles que bajaban cerniéndose sobre ellos y que traían la aparición de una alta torre luminosa. La torre era como las que veo formarse en los cuadros de la Letanía Lauretana: torre de David, torre de marfil y otras. Vi como si la torre desapareciera entre Ana y Joaquín, y que a éstos los rodeó una gloria de luz. Supe después que a consecuencia de las gracias que recibieron aquí, la concepción de María había sido tan pura como todas lo hubieran sido sin el pecado original. Al mismo tiempo tuve una indecible visión: se abrió el cielo sobre ellos y vi la alegría de la Santísima Trinidad y de los ángeles, y su participación en la misteriosa bendición impartida aquí a los padres de María. Después, Ana y Joaquín caminaron bajo la Puerta Dorada alabando a Dios hasta la salida. Hacia el final, el camino volvía a subir. Salieron debajo de una arcada alta y hermosa a una especie de capilla en la que ardían muchas luces; los sacerdotes los recibieron aquí y los acompañaron a la salida. La parte del Templo donde estaba la Sala del Sanedrín quedaba más bien sobre la mitad del pasadizo subterráneo; aquí al final se encontraban, según creo, las viviendas de los sacerdotes que se ocupaban de las vestiduras. Joaquín y Ana llegaron entonces a una especie de entrante del borde de la montaña del Templo que da al Valle de Josafat. Desde aquí ya no se podía seguir de frente pues el camino torcía a derecha o a izquierda. Después, Ana y Joaquín aún fueron de visita a una vivienda sacerdotal y luego emprendieron su viaje de vuelta a casa con sus criados. Llegados a Nazaret, Joaquín dio un alegre banquete, dio de comer a muchos pobres y repartió grandes limosnas. Vi la alegría, la ternura y la cálida gratitud a Dios de ambos esposos al meditar su misericordia con ellos; muchas veces los vi rezar con lágrimas. En esta ocasión recibí además la explicación de que la Santísima Virgen fue concebida por sus padres por santa obediencia y con perfecta pureza, y que después vivieron en constante continencia, suma devoción y temor de Dios. Al mismo tiempo se me enseñó claramente que la pureza, castidad y continencia de los padres y su lucha contra la impureza tiene inmensa influencia en la santidad de los niños que tengan, y que después de la concepción la continencia total aparta del fruto mucho germen de pecado. Por lo demás, siempre he reconocido que la raíz de toda deformidad y pecado está en la incontinencia y en el exceso. Vi un cuadro maravilloso de cómo Dios mostró a los ángeles cómo quería restaurar el género humano después de la caída. El cuadro no lo entendí al primer vistazo, pero enseguida se me hizo completamente inteligible. Vi el Trono de Dios, la Santísima Trinidad y al mismo tiempo un movimiento en el Trinidad. Vi los nueve coros de ángeles y que Dios les anunció que quería restaurar al género humano caído. Y ello causó a los ángeles indecible júbilo. Entonces me mostraron toda clase de símbolos del desarrollo del designio salvador de Dios para los hombres. Entre los nueve coros de ángeles vi aparecer unos cuadros que seguían uno tras otro una especie de Historia; los ángeles colaboraban a estos cuadros, los protegían y los defendían. Ya no consigo acordarme con seguridad de la ilación del conjunto, así que tengo que decir en nombre de Dios lo que todavía sé. Vi aparecer ante el Trono de Dios una montaña de gemas que crecía y se ensanchaba. Estaba escalonada; era como un trono, y entonces salió la figura de una torre que abrazó como tal todos los tesoros espirituales y todos los dones de la gracia. Los nueve coros de ángeles la rodearon. A un lado de la torre vi aparecer, como sobre un halo de nubecillas, espigas de trigo y racimos de uvas entrelazados como los dedos de unas manos unidas. Ya no sé exactamente en qué momento del cuadro en su conjunto, vi esto. Apareció en el cielo una figura humana como de doncella, que pasó a la torre como si se fundiera con ella. La torre era muy ancha y plana por arriba, y me pareció abierta por la parte de atrás por donde entró la doncella. Esta no era la Santísima Virgen María en el tiempo, sino en la Eternidad, en Dios2 . Vi formarse su aparición delante de la Santísima Trinidad del mismo modo que el aliento forma una nubecilla delante de la boca3 . De la Santísima Trinidad salió una aparición a la torre y entonces, en este momento del cuadro vi que entre los ángeles se constituía un vaso para el Santísimo. Los ángeles colaboraban en esta custodia que tenía la forma de una torre rodeada de todo género de imágenes significativas. De pie a sus lados estaban dos figuras que se daban las manos tras ella. Este vaso espiritual, concebido en perpetuo crecimiento, se hacía cada vez más exquisito y más rico. Entonces vi algo que salía de Dios y atravesaba los nueve coros de ángeles, que me pareció una refulgente nubecilla sagrada que se iba distinguiendo mejor a medida que estaba más cerca de la custodia de Lo Santo, donde finalmente entró. Pero para que yo comprendiese que era una Bendición sustancial de Dios que significaba la gracia de una propagación pura y sin pecado, es decir, la obtención de retoños puros, vi que al final esta Bendición entró en la custodia de Lo Santo en forma de una alubia refulgente. A su vez, la custodia misma pasó a la torre4 . En algunas de estas apariciones vi colaborar activamente a los ángeles. De lo más hondo se alzaron una serie de cuadros que eran en cierto modo falsos espejismos y vi que los ángeles lucharon contra ellos y los echaron afuera. He visto muchísimas cosas parecidas pero las he vuelto a olvidar. Lo que todavía recuerdo de estas visiones engañosas es lo que sigue: Vi surgir desde abajo una iglesia, casi de la forma en que se me aparece siempre la Iglesia Universal cuando no la veo como edificio concreto de un lugar, sino como la Santa Iglesia Católica en general, solo que ésta tiene la torre encima de la entrada, cosa que la iglesia que subía de abajo no tenía. Esta iglesia que venía de lo profundo era muy grande, pero falsa. Los ángeles la empujaron a un lado y se quedó torcida. Vi aparecer una gran concha que tenía una boquilla en un costado y quería entrar en la falsa iglesia, pero también la empujaron a un lado. Acto seguido vi que los ángeles prepararon un cáliz que tenía la forma del cáliz de la Última Cena y que entró en la torre donde había entrado la doncella. Entonces vi aparecer una torre o construcción chata con muchos portales, y vi entrar por ellos muchas huestes entre las cuales reconocí figuras como Abraham y los hijos de Israel. Pienso que significaba la esclavitud en Egipto. Vi alzarse una torre redonda y escalonada que también estaba relacionada con Egipto, y que los ángeles también la empujaron y se quedó torcida. Vi levantarse un templo egipcio que se parecía a aquel en cuyo tejado vi que los sacerdotes idólatras egipcios sujetaron la imagen de una doncella alada cuando el mensajero de Elías les anunció la prefiguración de la Santísima Virgen que este profeta había visto en el Carmelo, de la cual hablaré más tarde. Este templo fue empujado y se quedó inclinado. Entre los coros de ángeles, vi brotar a la derecha de la torre santa una rama que se convirtió en todo un árbol genealógico de figuritas masculinas y femeninas que se daban la mano. El árbol genealógico terminaba con la aparición de un pesebrito con un niño acostado, de la forma en que he visto representar el pesebre en casa de los Reyes Magos. A continuación vi aparecer una iglesia grande y magnífica5 . La concatenación y transición de todos estos cuadros era maravillosa, y en conjunto, la visión era indescriptiblemente rica y significativa. Incluso las apariciones adversas, falsas y malignas de torres, cálices e iglesias que los ángeles echaron fuera, tenían que servir a la Salvación. [Mientras contaba estos fragmentos, Ana Catalina volvía siempre a la inefable alegría de los ángeles. En conjunto, estos retazos no tenían un auténtico final, sino que parecían una serie de símbolos de la Historia de la Salvación. Sobre esto dijo Ana Catalina:] Primero he visto la obra de la Salvación prefigurada entre los coros de los ángeles, y luego en una serie de escenas desde Adán hasta la cautividad de Babilonia. Vi en Egipto, en épocas muy tempranas, un acontecimiento referido a una prefiguración de la Santísima Virgen; tiene que haber sido mucho antes de Elías, en cuya época ya he visto allí algo que contaré después. En Egipto, mucho más lejos de la Tierra Prometida que On o Heliópolis, vi un lugar en el que había un ídolo en una isla. La cabeza de este ídolo no era enteramente humana ni de buey y tenía tres cuernos, uno de ellos en medio de la frente. La imagen estaba hueca y tenía agujeros en el cuerpo donde se quemaban las víctimas como en un horno. Sus pies eran como garras. Tenía en la mano una flor que sale del agua como un lirio y que se abre y cierra según el sol. En la otra mano, el ídolo llevaba también una planta con espigas de granos muy gruesos, que creo que crecían también en el agua aunque ya no lo se seguro. Habían construido el templo a este ídolo después de una gran victoria, querían consagrarlo y todo estaba preparado para el sacrificio. Pero cuando se acercaron al ídolo por encima del agua, vi un acontecimiento maravilloso. Vi en el ídolo una aparición gris y oscura, sobre la que bajó del cielo un ángel grande como el que se apareció en el Apocalipsis al evangelista San Juan. El ángel pinchó con su vara en la espalda a la figura oscura, el demonio se retorció y se vio obligado a hablar a través del ídolo para decir que no consagraran el templo en su honor, sino en el de una doncella que aparecería sobre la Tierra y a la que debían agradecer esta victoria. Ya no sé exactamente los detalles. Vi que esta gente erigió en el nuevo templo una imagen de una doncella volando, y la llevaron junto a la pared. La doncella se inclinaba volando sobre una barquilla donde estaba acostado un niño fajado en pañales, y la barquilla estaba encima de una columnita rizada por arriba como un árbol. La doncella tenía extendidas las dos manos y de una de ellas colgaba una balanza. A su lado, en la pared, dos figuras ponían algo en los platillos de la balanza. La barquilla donde estaba acostado el niño era igual que aquella donde dejaron a Moisés en la corriente del Nilo, solo que abierta por arriba, mientras que la de Moisés estaba tapada por arriba, salvo una pequeña abertura. Vi toda la Tierra Prometida marchita, seca y sin agua, y a Elías que subía al Carmelo con dos servidores a implorar la lluvia a Dios. Subieron primero a una alta loma, luego unas ásperas escaleras de piedra hasta una terraza y luego otra vez muchos escalones de roca hasta llegar a una gran superficie en la que había una colina rocosa donde se encontraba una cueva. Elías subió los escalones hasta la cueva de la colina rocosa, dejó los criados al borde de la gran superficie y les ordenó que miraran al Mar de Galilea, que parecía grisáceo y estaba casi completamente seco, lleno de agujeros y cuevas, pantanos y animales en descomposición. Elías se sentó acurrucado en el suelo, hundió la cabeza entre las rodillas, se cubrió, rezó vehementemente a Dios y gritó siete veces a los criados si veían levantarse una nube en el lago. Al séptimo grito vi levantarse la nube; los criados lo anunciaron a Elías, y éste los envió enseguida al rey Ajab. Vi formarse un pequeño torbellino blanco en el centro del lago, del que se levantó una nubecita negra como un puño que se abrió y ensanchó. Justo al principio, vi en esta nubecilla una figurita reluciente como una doncella; y también Elías la divisó en la nube que se ensanchaba. La cabeza de la doncella estaba rodeada de rayos, abría sus brazos como en cruz y de una de sus manos colgaba una guirnalda de victoria. Su largo traje estaba como recogido bajo sus pies. Dentro de la nube que se ensanchaba, la doncella parecía extenderse sobre todo el país. Vi como si esta nube se repartiera y dejara caer blancos remolinos sobre comarcas concretas, santas o santificadas donde vivía gente piadosa y que imploraba la Salvación. Los remolinos tenían los bordes irisados y en su centro se reunía la bendición como una perla en su madreperla. Se me aclaró que esto era una prefiguración, y que en estos lugares bendecidos donde la nube había dejado caer remolinos blancos, realmente salieron colaboraciones para que apareciera la Santísima Virgen 6 . En sueño profético vi que mientras subía la nube Elías supo cuatro misterios relacionados con la Santísima Virgen, pero en mi penoso estado desgraciadamente he olvidado los detalles, como tantísimas cosas. Entre otras cosas, Elías supo que María nacería en la séptima edad del mundo, y por eso tuvo que llamar siete veces a su criado. Elías vio también de qué linaje procedería; vio a un lado del país un árbol genealógico bajo pero muy ancho, y en el lado opuesto divisó árbol genealógico muy alto, ancho en las raíces, que adelgazaba en la copa y la hundía dentro del primer árbol. Elías lo entendió todo y de ese modo entendió cuatro misterios de la futura Madre del Salvador. A continuación contemplé que Elías ensanchó la cueva sobre la cual había estado rezando. Puso más orden entre los Hijos de los Profetas, de los cuales siempre hubo algunos en esa cueva implorando la llegada de la Santísima Virgen y venerando su futuro ya antes de que naciera. Esta devoción a la Santísima Virgen prosiguió aquí ininterrumpidamente; todavía la tenían los esenios cuando María ya andaba por la Tierra y más tarde la han mantenido hasta nuestros días los ermitaños de los que finalmente salieron los monjes carmelitas. Vi mucho alboroto en el Templo de Jerusalén, mucho deliberar, escribir con plumas de caña y enviar mensajeros por el país. Rezaban y clamaban a Dios pidiéndole lluvia, y mandaron buscar a Elías por todas partes. He visto también a Elías en el desierto: un ángel lo alimentaba y le daba de beber; el ángel tenía un recipiente como un tonelito brillante, atravesado por rayas blancas y rojas. Vi todos sus tratos con Ajab, la ofrenda del Carmelo, la matanza de sacerdotes idólatras, su oración por la lluvia y formarse las nubes. Pero más allá de la sequedad de la tierra, vi que había también una gran sequía e infertilidad de gérmenes nobles entre los seres humanos. Vi que Elías, con su oración, clamaba por la bendición de la que salió la nube, y que si él no hubiera dirigido y distribuido las precipitaciones de las nubes según sus visiones interiores, quizás se hubieran convertido en una destructiva inundación. Elías preguntó por la nube siete veces a su criado; significaban siete edades o generaciones hasta que arraigara firmemente en Israel la Bendición propiamente dicha, de la que la nube de bendición era solamente una prefiguración. Elías mismo vio alzarse en la nube la imagen de la Santísima Virgen y reconoció varios misterios relativos a su procedencia y llegada7 . Vi que por la oración de Elías, la Bendición fue llamada a bajar primero como rocío. Las nubes se depositaban en superficies blancas, formaban remolinos, tenían bordes irisados y finalmente se deshacían cayendo en forma de gotas. En ello reconocí también su relación con el maná del desierto, que por las mañanas era algo así como un pellejo espeso y compacto que podía arrollarse. Vi que el remolino de rocío fue a lo largo del Jordán pero no se dejó caer en todas partes, sino solo en lugares importantes aquí y allá. Vi claramente que estos resplandecientes remolinos de rocío se depositaron especialmente en Ainón, frente a Salem, y en lo que más adelante fueron lugares de bautismo. Pregunté también qué significaban los bordes de colores de los remolinos de rocío, y se me explicó con el ejemplo de una ostra en el mar, que también tiene estos brillantes bordes de colores y que, expuesta al sol, aspira la luz y la limpia de colores hasta que en su centro se forma la perla puramente blanca. Pero se me enseñó que el rocío y la lluvia subsiguiente eran más que lo que suele entenderse como refrescar la tierra. Tuve la comprensión nítida de que sin este rocío la llegada de la Santísima Virgen se hubiera retrasado cien años, mientras que al bendecirse y dulcificarse la Tierra también se alimentaron y refrescaron las estirpes que vivían de sus frutos, y al recibir bendición, también se ennobleció su carne. En relación con la aproximación del Mesías, vi los rayos de este rocío fecundador llegar de generación en generación hasta la sustancia de la Santísima Virgen. No lo puedo describir. A veces veía formarse uno de estos bordes irisados o también varias perlas, y aparecer en ellos una figura humana que exhalaba como un espíritu que germinaba de nuevo junto con otros tales. La imagen de la madreperla se refería a María y Jesús. Vi también que lo mismo que entonces la Tierra y la carne estaban sedientas y suspiraban por la lluvia, así suspiraban después el Espíritu y los humanos por el bautismo de Juan. Todo el cuadro era un presagio de la llegada de la Santísima Virgen y un símbolo del estado del pueblo en la época del Bautista: en aquel entonces sus miedos, su languidez, su búsqueda de la lluvia y de Elías y, sin embargo, la persecución de éste; y más tarde, parecida languidez del pueblo para el bautismo y la penitencia, y de nuevo la incomprensión de la sinagoga y el mandar a buscar a Juan. En Egipto vi anunciada esta embajada de la Salvación de la manera siguiente: por orden de Dios, Elías debía convocar a tres buenas familias dispersas en distintas comarcas de Oriente, Norte, y Sur, y para hacerlo eligió tres alumnos de profeta, que solo envió después que supo que eran los adecuados pidiendo una señal a Dios, pues era una misión lejana y peligrosa, para la que tenía que elegir mensajeros prudentes para que no los asesinaran. Uno fue hacia el Norte, otro a Oriente y el tercero a mediodía; éste tuvo que hacer un importante trecho de camino por Egipto, donde a los israelitas les amenazaba especialmente el peligro de ser asesinados. El mensajero siguió el camino que tomó la Sagrada Familia en la huida a Egipto. Lo vi llegar a un templo idólatra en una gran llanura, rodeado de prados y edificios de todas clases, en el que adoraban un toro vivo. Tenían en su templo una imagen de toro y varios ídolos más, y hacían un cruel sacrificio en que asesinaban niños deformes. Apresaron al alumno de profeta al pasar por allí y lo llevaron ante los sacerdotes, que por suerte eran sumamente curiosos, pues de lo contrario lo hubieran asesinado enseguida. Entonces le preguntaron de dónde era y qué le traía por aquí, y él les dijo todo a bocajarro: que nacería una virgen por la cual vendría la salvación al mundo; y que entonces se romperían todos sus ídolos8 . Los sacerdotes se asombraron al oír este anuncio; parecía que los había turbado mucho y lo soltaron sin daños. A continuación los vi deliberar y mandaron hacer la imagen de una doncella que sujetaron en el centro del techo del templo como cerniéndose extendida sobre él. La figura tenía ese tocado de las estatuas de ídolos medio mujer medio leona, de las que hay allí tantísimas tumbadas en fila. En la mitad de la cabeza llevaba como un frutero pequeño y hondo; los brazos estaban pegados al cuerpo hasta el codo y los antebrazos, extendidos en actitud de rechazar y defender, tenían espigas en las manos. Tenía tres pechos, uno mayor en el centro y dos más pequeños a los lados, debajo del grande. La parte inferior del cuerpo estaba vestida de largo, los pies eran puntiagudos y en proporción, muy pequeños, y de ellos colgaban como borlas. En los brazos tenía una especie de alas como finas plumas en forma de rayos, y otro tanto en los antebrazos; estas alas eran como dos peinetas de plumas que se agarranban mutuamente. También tenía plumas cruzadas a lo largo de los lomos y por encima de la cintura hasta abajo. La falda no tenía pliegues. A esta imagen la veneraban y la hacían sacrificios para rogarla que por favor no destruyera a su dios Apis ni a los demás ídolos. Por lo demás, persistieron como hasta entonces en toda la crudeza de su culto idolátrico, solo que a partir de entonces siempre invocaban primero a la imagen de la doncella, imagen que, según creo, habían compuesto con todo detalle según la narración que les hizo el profeta de la figura que había visto Elías. Vi que por la gran misericordia de Dios, en aquellos tiempos también se les anunció a los paganos piadosos que el Mesías nacería en Judea de una virgen. Los antepasados de los Reyes Magos, caldeos servidores de las estrellas, recibieron este conocimiento por la aparición de una imagen en una constelación o en el cielo, y predijeron sobre ella. Las huellas de esta prefiguración de la Santísima Virgen las he visto en su templo y ya las he narrado cuando conté el viaje de Jesús para ver a los Reyes después de la resurrección de Lázaro, el último trimestre de su tercer año de predicación. He visto muchas cosas de la historia de Tobías, que es una prefiguración de la historia de la llegada de la Salvación a Israel; no como si esta historia fuera una prefiguración poética sino una prefiguración ocurrida y vivida. En Sara, la mujer del joven Tobías, se me mostró una prefiguración de Ana. Contaré lo que todavía recuerde de lo mucho que he visto, solo que no podré hacerlo en el orden debido: en el viejo Tobías estaba prefigurada la estirpe piadosa de judíos que esperaba al Mesías. La golondrina, mensajera de la primavera, significaba la proximidad de la Salvación. La ceguera del viejo Tobías significaba que ya no engendraría más hijos y que se entregaba exclusivamente a orar y contemplar; significaba el oscuro y fiel anhelo e impaciente espera de la luz de la Salvación y la ignorancia de donde vendría. La pendenciera mujer de Tobías representaba las vejaciones, las fórmulas vacías y la manipulación de la Ley que hacían los fariseos. Como Tobías ya había advertido antes a su mujer, el cabritillo que ella había traído a casa en vez de jornal, era en realidad robado y aquella gente se lo había vendido por bueno y barato. Tobías los conocía y lo sabía, pero su mujer le insultó, lo cual significaba el desprecio que por los esenios y judíos piadosos sentían los fariseos y los judíos de fórmulas vacías, así como la relación de la mujer con éstos, cuyo significado ya no puedo aclarar. El ángel [sic] Rafael no faltó a la verdad con las palabras «Soy Azarías, hijo de Ananías» pues estas palabras significan aproximadamente «Ayuda del Señor de la nube del Señor»9 . Este ángel que guiaba al joven Tobías representaba la conducción de las generaciones y la custodia y gobierno de la Bendición hasta que fuera concebida la Santísima Virgen. En la oración del viejo Tobías y en la de Sara, hija de Ragüel, que los ángeles llevaron simultáneamente al Trono de Dios, donde fue escuchada, reconocí las súplicas del Israel piadoso y de las hijas de Sión por la llegada de la Salvación, así como la oración de Joaquín y Ana por la criatura prometida, simultánea aunque en lugares separados. La ceguera del viejo Tobías y los insultos de su mujer contra él significaban también la infertilidad de Joaquín y cómo fue desechada su ofrenda en el Templo. Los siete maridos de Sara, hija de Ragüel, asesinados por el demonio, fueron muertos por sensualidad, pues Sara había hecho voto de ser solo de un hombre casto y piadoso. Estos siete muertos representaban aquellos cuya entrada en la estirpe de Jesús según la carne hubiera retrasado la aparición de la Santísima Virgen y la llegada de la Salvación, y significaba también ciertas épocas carentes de bendición en la historia de la Salvación, así como a los pretendientes que Ana tuvo que rechazar para casarse con Joaquín, padre de María. Los insultos de la criada contra Sara (Tob 3, 7) significaban los insultos de paganos y judíos impíos y ateos contra la esperanza del Mesías, que empujaron tanto Sara como a los judíos piadosos a rezar más fervientemente. También prefiguraba los insultos de la criada contra la madre Santa Ana, a consecuencia de los cuales rezó con tanto fervor que fue escuchada. El pez que quería tragar al joven Tobías significaba la oposición del inframundo, de los paganos y de los pecados a la llegada de la Salvación, y con ello también la infertilidad de Ana. La muerte del pez, quitarle el corazón, el hígado y la hiel, y el hecho de que el joven Tobías y Sara los quemaran y los redujeran a humo significaba su victoria sobre el demonio de la carnalidad que había estrangulado a sus anteriores maridos, así como las buenas obras y la continencia de Joaquín y de Ana con las que consiguieron la bendición de una santa fecundidad. Vi también en ello una profunda relación con el Santísimo Sacramento, que ya no sé explicar. La hiel del pez con la que el viejo Tobías volvió a ver significa la amargura del dolor con que los judíos elegidos llegaban a conocer y participar en la Salvación; y significa la entrada de la luz en las tinieblas por la amarga Pasión que Jesús sufrió desde su nacimiento. He tenido muchas explicaciones de esta clase y he visto muchos detalles de la historia de Tobías. Creo que los descendientes del joven Tobías contribuyeron al linaje de Joaquín y de Ana. El viejo Tobías aún tuvo más hijos, pero no fueron buenos. Sara dio a luz tres hijas y cuatro hijos. Primero nació una niña. El viejo Tobías llegó a conocer a sus nietos. Vi que la estirpe del Mesías salía de David y se dividía en dos corrientes. A la derecha corría el linaje por Salomón y terminaba en Jacob, padre de San José; sobre las ramas de este tronco derecho del árbol genealógico de David por Salomón vi las figuras de todos los antepasados de San José que citan los Evangelios. Este linaje de la derecha tiene una significación superior que vi salir de la boca de algunas figuras en torrentes de luz blanca totalmente incolora. Las figuras eran más altas y espirituales que las del linaje de la izquierda. Cada una tenía en la mano un tallo florido tan largo como el brazo, con hojas palmeadas que colgaban hacia abajo, y al final del tallo florecía una gran campanilla parecida a un lirio, con cinco estambres amarillos por arriba que dispersaban fino polen. Las flores eran de distinto tamaño, fuerza y belleza; la flor que llevaba José, el padre nutricio de Jesús era la más hermosa de todas, pura y llena de hojas frescas. Hacia la mitad de esta rama del árbol había tres miembros ennegrecidos y secos a los habían echado. En esta línea de Salomón había varios huecos en que los frutos estaban ampliamente separados unos de otros. Pocos miembros antes de su fin, los linajes izquierdo y derecho se tocaban y se entrecruzaban mutuamente varias veces. Tuve una comunicación acerca de que el linaje de Salomón tenía mayor importancia: era más del espíritu y menos de la carne, y tenía algo de la importancia de Salomón que no puedo expresar. El linaje de la izquierda iba de David por Nathán hasta Helí, que es el nombre correcto de Joaquín, padre de María, pues el nombre de Joaquín lo recibió más tarde, lo mismo que Abram pasó a llamarse Abraham. He olvidado las causas, pero quizá vuelva a recibirlas. En mis contemplaciones muchas veces oigo que llaman a Jesús «hijo de Helí» según la carne10 . Todo este linaje de la izquierda de David por Nathán lo vi discurrir más pequeño. La mayor parte de las veces salía del ombligo de las distintas figuras; lo vi de colores, rojo, amarillo y blanco, pero nunca azul. Aquí y allá tenía manchas que después volvían a blanquearse. Las figuras de éste eran más pequeñas que las del linaje por Salomón. Sus ramos eran más pequeños y tenían hojas dentadas verdeamarillentas que colgaban a un lado, y arriba un botón rojizo del color del escaramujo, que no era un capullo de flor, sino una frutita siempre cerrada. Junto a los ramos, una doble fila de ramitas se dejaba caer hacia donde colgaban las hojas dentadas. Tres o cuatro miembros antes de Helí o Joaquín, ambas líneas se entrecruzaban y terminaban arriba en la Santísima Virgen. Me parece que en este entrecruzamiento ya empecé a ver refulgir rayos de la sangre de la Santísima Virgen11 . La madre Santa Ana procedía por línea paterna de Leví y por línea materna de Benjamín. Vi en una contemplación que sus antepasados llevaron el Arca de la Alianza con mucha piedad y devoción y recibieron rayos de Bendición del Arca que transmitieron a su descendencia, a Ana y a María. En la casa paterna de Ana, así como en la de Joaquín, siempre he visto muchos sacerdotes, lo que también se debía a su parentesco con Zacarías e Isabel. —¡Eh! ¿Por qué debo despertarme? —pero enseguida se despertó completamente y dijo sonriendo—: Estaba en un sitio mucho mejor donde me iba mucho mejor que aquí. Estaba muy consolada cuando de repente me ha despertado un estornudo y alguien me ha dicho: «¡Debes despertarte!», pero yo no quería porque ¡me gustaba tanto estar allí! Me impacientó mucho tener que irme, y entonces tuve que estornudar y me desperté. Ayer por la noche, apenas me había dormido después de rezar cuando entró una persona en mi cama y reconocí una doncella a la que ya he visto muchas veces antes, que me habló muy poquito: —Hoy has hablado mucho de mí y ahora tienes que verlo para que no te equivoques al hablar de mí —y yo le pregunté: —¿Hoy también he hablado demasiado?—y ella replicó brevemente: —No—y desapareció. Era todavía virgen, delgada y animosa; tenía la cabeza cubierta con una toca blanco que recogía sus cabellos y le colgaba por la nuca, recogida en punta. Su vestido largo la tapaba todo y era de lana blanca; tenía mangas pegadas que solo parecían algo hinchadas y arrugadas a la altura del codo. Llevaba sobre el vestido un manto blanco de lana parduzca, como de pelo de camello. Apenas me había alegrado y enternecido con esta aparición cuando de repente se puso delante de mi cama una mujer mayor con vestimenta parecida, la cabeza algo inclinada y las mejillas muy hundidas; era una judía hermosa y delgada de unos cincuenta años. Yo pensé: —¡Huy! ¿Qué querrá de mí esta vieja judía?—Entonces ella me habló: —No tienes que espantarte de mí; solo quiero enseñarte cómo era cuando di a luz a la madre del Señor, para que no te equivoques—y yo le pregunté enseguida: —¡Eh! ¿Dónde está la niñita María?—y ella me replicó: —Ahora no la tengo conmigo.—Entonces le volví a preguntar: —¿Cuantos años tiene ahora?—y me contestó: —Cuatro años—y volví a preguntarle: —Entonces, ¿también he hablado bien?—y respondió brevemente: —Sí—pero yo le rogué: —¡Oh! Haz que no diga demasiado. No me contestó y desapareció. Entonces me desperté y pensé sobre todo lo que había visto de la madre Ana y de la niñez de la Santísima Virgen y todo se me aclaró y me sentí completamente dichosa. Por la mañana, otra vez despierta, todavía vi un cuadro nuevo, muy bonito, que lo resumía todo. Creía que no se me podría olvidar, pero al día siguiente cayeron sobre mí tantas molestias y dolores que ya no recuerdo nada de todo aquello. Pasé toda la noche hasta la mañana en un cuadro terrible de la abominación de los pecados del mundo entero, y después me dormí de nuevo y fui arrobada a Jerusalén, al lugar donde estuvo el Templo, y luego más lejos, a la comarca de Nazaret donde estuvo antiguamente la casa de Joaquín y Ana. Todavía reconocí los alrededores y vi allí que brotaba y se alzaba de la Tierra una fina columna de luz como el tallo de una flor, que sostenía la aparición de una refulgente iglesia octogonal como el cáliz de una flor o la cápsula de las semillas de la amapola en su peciolo12 . Dentro de la iglesia, en su centro, la columna soporte salía como un arbolito que tenía en sus ramas, regularmente distribuidas, figuras de la familia de la Santísima Virgen que eran objeto de veneración en el cuadro de esta fiesta. Las figuras estaban de pie como estambres de una flor. La madre Santa Ana estaba entre San Joaquín y otro hombre, quizás su padre, y debajo del pecho de Santa Ana vi un resplandor, más o menos de la forma de un cáliz, donde se desarrollaba y crecía la refulgente figura de una criatura. Tenía las manitas cruzadas sobre el pecho y de ella partían infinidad de rayos hacia una parte del mundo; me sorprendió que no fueran igual en todas direcciones. En las otras ramas que la rodeaban, estaban sentadas diversas figuras que miraban respetuosamente al centro, y dentro de la iglesia, innumerables coros y formaciones de santos todo alrededor que se dirigían rezando a esta santa madre. La dulce intimidad y unidad de este servicio divino solo la puedo comparar con un campo de flores muy distintas que, movidas por una brisa suave, se mueven y ofrecen aromas y colores a los rayos del sol, del que todas han recibido estos dones e incluso la vida. Sobre este símbolo de la Fiesta de la Inmaculada Concepción el arbolito de luz sacó un nuevo brote en su copa, y en esta segunda corona de ramas vi celebrar un momento posterior de la fiesta. Allí se arrodillaban María y José, y algo más abajo y delante de ellos, la madre Santa Ana. Rezaban al Niño Jesús que estaba sentado en la copa encima de ellos rodeado de gloria infinita con la manzana imperial o la bola del mundo en la mano. En torno a esta presentación, en su entorno inmediato se inclinaron adorando los coros de los Reyes Magos, los pastores, los apóstoles y los discípulos y, más alejados, los coros de otros santos. Lejos, más arriba, en la luz superior, vi formas indistintas de poderes y dignidades, y aún más arriba como si medio sol radiante se introdujera en la cúpula de la iglesia. Este segundo cuadro parecía significar que después de la Inmaculada Concepción se acercaban las Navidades. En la primera aparición vi el cuadro como si yo estuviera fuera de la iglesia, en torno al pie de la columna, pero después lo vi dentro de la misma iglesia como la he descrito. Vi crecer también a la niñita María en el ámbito de luz bajo el corazón de la madre Santa Ana, y al mismo tiempo recibí el convencimiento inefable de lo que era la concepción sin el pecado hereditario, y lo entendí tan claramente como si leyera un libro. También se me dijo que aquí hubo una vez una iglesia en honor de esta gracia de Dios pero quedó abandonada y en ruinas con ocasión de muchas discusiones inconvenientes sobre este santísimo misterio. {Entendí también estas palabras: «En cada visión permanece el misterio hasta que se haya realizado».} Sin embargo, la Iglesia Triunfante siempre festeja la fiesta aquí en este lugar. Oigo muchas veces que la Santísima Virgen cuenta a sus íntimas, por ejemplo, a Juana Cusa y Susana de Jerusalén, toda clase de misterios suyos y de Nuestro Señor que ella sabe, unos por conocimiento interior, y otros porque se los ha contado su madre Santa Ana, y así hoy también la he escuchado contar a Susana y a Marta que mientras llevó a Nuestro Señor bajo su corazón no tuvo la más mínima molestia sino infinita dicha y alegría interior. También las contó que Joaquín y Ana se habían encontrado en una hora dorada en la sala que está por debajo de la Puerta Dorada, adonde les llegó la plenitud de la gracia divina a consecuencia de la cual recibió el ser bajo el corazón de su madre sin impureza alguna de sus padres y solo por santa obediencia y puro amor de Dios. María también las hizo saber que, sin el pecado original, la concepción de todo ser humano hubiera sido así de pura. Habló también de su querida hermana mayor, María Helí, y de que sus padres se dieron cuenta que no era el fruto de la Promesa y después se habían contenido mucho tiempo y habían anhelado mucho la niña de la Promesa. Me alegró escuchar aquí y ahora a la Santísima Virgen lo que siempre he visto de su hermana mayor. Entonces volví a ver todo el proceso de la gracia recibida por los padres de María, desde las apariciones del ángel a Ana y Joaquín hasta su encuentro bajo la Puerta Dorada, tal como siempre lo cuento. Bajo la Puerta Dorada, es decir, en la santa sala subterránea que hay debajo de la Puerta Dorada, vi a Joaquín y Ana rodeados de una multitud de ángeles con luces celestiales, y que ellos mismos relucían y estaban tan puros como espíritus en un estado sobrenatural como nunca había estado antes una pareja humana. Creo que en la Puerta Dorada se celebraban las pruebas y ceremonias de absolución de las mujeres acusadas de adulterio y otras reconciliaciones. Debajo del Templo había cinco pasadizos parecidos y otro más bajo el lugar donde vivían las doncellas, en los que se realizaban determinadas expiaciones. Ahora ya no sé si este recorrido lo pisó alguna vez alguien distinto de Joaquín y Ana, pero creo que sería un caso rarísimo; y ahora tampoco recuerdo si era de uso general para las ofrendas que traían los estériles. Los sacerdotes lo ordenaron así. Llegó a Roma, estuvo con el Santo Padre, visitó en Cerdeña a una piadosa monja de clausura, tocó Palermo, llegó a Palestina y a continuación a la India y de allí a lo que Ana Catalina llamaba «la Montaña de los Profetas»15 . Allí vio conservados en una tienda de campaña los libros proféticos de todas las épocas y todos los pueblos, examinados y administrados por un personaje que Ana Catalina tomaba unas veces por Juan Evangelista y otras por Elías, y que la recordaba especialmente a éste último porque comprobó que allí arriba, cerca de la tienda, completamente cubierto de verdes plantas vivas, estaba el vehículo con que este profeta fue arrebatado de la Tierra. Este personaje la dijo que cotejaba con el libro grande que tenía delante todos los libros de conocimientos proféticos: los que nunca se habían dado a la Humanidad, los que estaban contaminados de alguna manera, o los que aún tenían que dársele. Tachaba mucho o los echaba a un fuego que ardía a su lado. Los seres humanos aún no estaban en condiciones de recibir estos dones, pues antes tenía que llegar alguien. Todo esto lo vio en una isla verde rodeada de un lago claro en el que había varias torres de formas distintas y rodeadas de jardines. Ana Catalina tuvo la percepción de que estas torres eran cámaras del tesoro o fuentes de la sabiduría de los distintos pueblos y que debajo de la isla, que estaba regada por varias fuentes, estaba el origen de varios ríos que se tenían por sagrados, y entre ellos el Ganges, que sale a la luz al pie de la Montaña. La dirección del camino por donde la llevaron a esta Montaña de los Profetas desde el punto de partida de su viaje fue siempre en dirección a la alta Asia Central. Mencionó situaciones, y la Naturaleza, seres humanos, animales, y flora de las regiones por las que pasaba; y luego fue elevada a través de un espacio solitario y vacío, como a través de nubes, hasta el lugar mencionado. Una localización más precisa se dará en el lugar idóneo, junto con la totalidad de este viaje en visión y todo lo que experimentó allí Ana Catalina. Para el regreso volvieron a bajar a través de la región de las nubes y luego cruzaron otra vez comarcas con magnífica vegetación, animales y pájaros, hasta llegar al Ganges y contemplar los usos religiosos indios en este río. (Veinte años después de transcritas estas comunicaciones, la situación geográfica de este sitio y la mención de que allí arriba casi todo estaba cubierto de vivo verdor, recordó a un lector que en las creencias religiosas de varios pueblos asiáticos existen tradiciones acerca de un sitio parecido y, en parte, con parecidos habitantes. Entre los musulmanes, al profeta Elías se le conoce con el nombre de «El Jiser», esto es, «El Verde», un profeta maravilloso de naturaleza semiangélica que vive al Norte, en la Montaña Kaf celebrada en muchísimos escritos religiosos y poéticos, y que allí vigila los misterios de la Fuente de la Vida. Los indios llevan su monte santo al Monte Meru y los chinos al Kuenlún, y ambos los presentan paradisíacos y en la alta Asia Central donde Ana Catalina halló la Montaña de los Profetas. También los antiguos persas creían en un lugar así, al que veneran con el nombre de Alborch o El-Bors. Los babilonios parecen haber tenido la misma creencia (según Is 14, 13). El hecho de que los babilonios pongan la montaña en el Norte al igual que persas y musulmanes se explica por su situación relativa respecto a la alta Asia Central.) Ana Catalina todavía fue después a una ciudad judía maravillosa situada en una alta montaña de roca en Abisinia, y visitó a su presidenta Judit, con la que habló del Mesías, de la fiesta de la Concepción de su Madre, que era ese día, y del santo tiempo de Adviento y de la fiesta del Navidad, que ya se acercaban16 . En todo este viaje, Ana Catalina hizo lo que, según su misión y las oportunidades que se le ofrecerían, hubiera hecho en parecido viaje un misionero concienzudo: rezó, ayudó, consoló y enseñó. Pero para hacer comprensible al lector con palabras de Ana Catalina lo que oyó durante su viaje con referencia a la Fiesta de Concepción de María, se ruega la lectura de la nota que resume la parte de la predicación itinerante de Jesús a la que ella se refiere aquí:] Anoche, cuando llegué en mi viaje en sueños a la Tierra Prometida, vi todo lo que ya he contado de la Concepción de la Santísima Virgen, y a continuación entré en la contemplación cotidiana de la predicación de Nuestro Señor que hoy correspondía al 8 de diciembre del tercer año. No encontré a Jesús en la Tierra Prometida, sino que mi guía me llevó a Oriente más allá del Jordán, hacia Arabia, donde el Señor acompañado de tres jóvenes se encontraba hoy en la ciudad de tiendas donde se asentaron los Reyes Magos a su regreso de Belén. Vi que los dos de los tres Reyes Magos que aún vivían celebraban con sus tribus una fiesta de tres días a partir de hoy, 8 de diciembre. Quince años antes del nacimiento de Cristo, una noche como ésta habían visto alzarse por primera vez la estrella prometida por Balaam (Nm 24, 17) que ellos y sus antepasados habían aguardado mucho tiempo ansiosamente observando fielmente el cielo. En la estrella distinguieron una doncella que llevaba en la mano un cetro y en la otra una balanza con sus platillos equilibrados, en uno una hermosa espiga y un racimo en el otro. Por eso desde el regreso de Belén, con tal motivo celebraban anualmente una fiesta de tres días a partir de esta fecha. A consecuencia del conocimiento recibido el día de la Concepción de María quince años antes del nacimiento de Cristo, los servidores de las estrellas derogaron un espantoso rito que llevaban mucho tiempo practicando a causa de unas revelaciones mal entendidas y corrompidas por influencias malignas. Se trataba en concreto del sacrificio de un niño pues en distintas épocas y de distintas maneras practicaron sacrificios humanos y también sacrificios de niños. Vi que en la época de la Concepción de María tenían la siguiente costumbre: tomaban un niño de la madre más pura y más piadosa de su religión, que se consideraba feliz de que sacrificaran así a su hijo. Desollaban al bebé y lo rebozaban en harina para recoger la sangre, y se comían la harina empapada de sangre como alimento sagrado. Volvían a espolvorearlo con harina, y a comerla hasta que el niño quedaba completamente desangrado. Finalmente cortaban la carne del niño en trocitos que se repartían y se los comían17 . Vi realizar esta horrible acción con la mayor sencillez y devoción, y se me dijo que habían llegado a esta costumbre horrible por mala comprensión y deformación de indicaciones proféticas y prefiguraciones de la Última Cena. Vi este espantoso sacrificio en Caldea, en el país de Mensor, uno de los tres Reyes Magos que el día de la Concepción de María recibió en visión una iluminación divina por la cual abolieron esta crueldad. Lo vi en lo alto de una alta construcción piramidal de madera, absorto en la observación de las estrellas, como venía haciendo esta gente durante siglos según antiguas tradiciones. El rey Mensor, que estaba contemplando las estrellas, yacía rígido y arrobado; estaba enajenado. Sus compañeros vinieron a él y lo volvieron en sí, pero al principio parecía no conocerlos. Había visto la constelación con la doncella, la balanza, la espiga y el racimo, y había recibido la orden de abolir aquel rito cruel. Cuando vi en sueños por la noche a mi derecha la terrible imagen del niño asesinado, me di la vuelta horrorizada en la cama, pero entonces vi lo mismo a mi izquierda. Imploré a Dios de todo corazón que me librara de estas espantosas visiones y entonces me desperté, oí las campanadas del reloj y mi esposo celestial me dijo señalando en torno a mí: —Mira aquí, todavía peor, lo que diariamente me ocurre por todo el mundo por culpa de muchos. Y entonces llevó mi mirada muy lejos alrededor y ante mi alma se presentó algo todavía mucho más cruel que aquel sacrificio de niños, al ver a Jesús mismo cruelmente sacrificado de muchas maneras sobre el altar cuando el santo misterio se realiza indigna y pecaminosamente. Vi que la Sagrada Hostia yacía en el altar como un niño Jesús vivo y que sacerdotes indignos y degenerados lo atormentaban y lo troceaban con la patena. Aunque realizaban válidamente el misterio, su misa parecía un feroz asesinato18 . Todo esto lo vi en muchas visiones mientras llevaban a mi alma por muchos países de toda la Tierra. Finalmente volví a la visión de la Fiesta de la Concepción de María: No soy capaz de decir de ninguna manera la forma maravillosa en que he estado viajando en sueños esta noche. Estuve en las más variadas regiones del Mundo y en distintas épocas, y he visto muchas veces celebrar la Fiesta de la Concepción de María en los lugares más dispares del mundo. También la vi celebrar en Éfeso, dentro de la casa de la Madre de Dios que todavía era allí una iglesia. Tiene que haber sido en tiempos muy antiguos, pues todavía vi en perfecto estado el vía crucis que erigió María misma; el segundo vía crucis está en Jerusalén y el tercero en Roma. Los griegos celebraban esta fiesta mucho tiempo antes de separarse de la Iglesia; todavía me acuerdo de algo pero no estoy segura de las causas. En concreto vi que un santo, creo que Sabas, tuvo una aparición que se refería a la Inmaculada Concepción; vio un cuadro de la Santísima Virgen sobre la bola del mundo, aplastando la cabeza de la serpiente y se dio cuenta que la Santísima Virgen era la única que había sido concebida sin herida ni mancha de la serpiente19 . También vi que una iglesia de los griegos o un obispo griego no quisieron aceptar esta fiesta y entonces les llegó este cuadro por encima del mar. La aparición se acercó flotando a su iglesia y se puso encima del altar. Enseguida empezaron a celebrar la fiesta. En esa iglesia tenían un cuadro de la Santísima Virgen pintada por San Lucas a tamaño natural, que parecía viva, en traje blanco y con velo. Tengo la impresión de que la habían recibido de Roma, donde solo tienen un cuadro del busto. Pusieron este cuadro encima del altar en el sitio donde se había aparecido aquella imagen de la Inmaculada Concepción. Pienso que o todavía está en Constantinopla o la he visto venerar allí en tiempos antiguos. También he estado en Inglaterra donde he visto introducir y celebrar esta fiesta; en relación con ello, antes de ayer, fiesta de San Nicolás, he visto el siguiente milagro: Vi a un abad de Inglaterra en gran peligro en un barco en medio de la tormenta. Imploraron apremiantemente la protección de la Madre de Dios y entonces vi que venía flotando sobre el mar hacia el barco la aparición del santo obispo Nicolás de Mira, quien dijo al abad que la Santísima Virgen le enviaba para anunciarle que mandara celebrar en Inglaterra la Fiesta de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre y entonces el barco arribaría. A la pregunta del abad de con qué oraciones debían celebrarla, San Nicolás le contestó que con las mismas que el nacimiento de María. Al introducir esta fiesta salió el nombre de Anselmo, pero ya he olvidado los detalles. También vi introducir de esta fiesta en Francia, y que San Bernardo escribía contra ella porque no venía de Roma. Por eso había visto que Joaquín, antes de ir al Templo, hizo chozas de ramas con sus pastores y que Ana recibió la promesa de la fecundidad cuando rezaba bajo un árbol que formaba una enramada. Pero, como Ana Catalina ya había mencionado el año anterior [1820], ella recordaba que Joaquín había salido con sus ofrendas para Jerusalén a en contrarse con Ana en el Templo con motivo de una Fiesta de Consagración del Templo. No puede entenderse que fuera la acostumbrada Fiesta de Consagración del Templo de invierno el 25 de Casleu, sino el memorial de la consagración del Templo de Salomón. Según sus comunicaciones diarias de los tres años de predicación itinerante de Jesús, el segundo año de predicación el Señor asistió a la clausura de la Fiesta de las Cabañuelas en Aruma, a unas horas de Salem, donde predicó sobre la futura destrucción del Templo. Aunque nuestras obras más leídas callen sobre la antigüedad de esta fiesta hebrea, y aún sin tener en cuenta las aclaraciones de Ana Catalina, no puede dudarse de su existencia si se tiene en cuenta que Salomón celebró la consagración del Templo construido por él, en relación con la Fiesta de las Cabañuelas (3 Re 8, 2.66 y 2 Cr 7, 10) y que la Masora indica que los días segundo y octavo de la Fiesta de las Cabañuelas se lea el relato de la consagración del Templo de Salomón. Aunque Ana Catalina había visto el encuentro de Joaquín y Ana en el Templo en la clausura de la Fiesta de las Cabañuelas, y por consiguiente dos meses antes de la fiesta litúrgica de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre, se sentía obligada a comunicar la Concepción de Santísima Virgen en la fiesta de María en Diciembre. También contó que cuando Cristo visitó a los Reyes Magos en Arabia después de la resurrección de Lázaro, celebraban la memoria de este acontecimiento lleno de gracia este día y no en la Fiesta de las Cabañuelas de otoño. En consecuencia, el encuentro bajo la Puerta Dorada, y la sobreirradiación de luz y bendición desde arriba puede aparecernos como una especie de inmediata y sustancial renovación, santificación, consagración, fortalecimiento y purificación de este matrimonio, bendito para el cometido que le fijó el designio divino. Solo con la entrega de la Bendición esencial a Joaquín y de la gracia a Santa Ana llegaron ambos al momento de madurez para el santo objetivo de su matrimonio. Como esta madurez se la dio entonces la acción de Dios que les trajo fuerza y gracia inmediata y sustancial, parece adecuado que, así equipados por el Cielo, también los uniera el Cielo con una acción parecida.