FILOSOFÍA Y LETRAS COMUNIDAD MARIARUM

VISITAS

COMUNIDAD

LA SANTÍSIMA VIRGEN EN ÉFESO




Esta noche he tenido una gran visión acerca de la muerte de la Santísima Virgen, pero ya he vuelto a olvidar casi todo2 . Después de la Ascensión del Señor, María vivió tres años en Sión, tres en Betania y nueve en Éfeso, adonde Juan la llevó en cuanto los judíos pusieron a Lázaro y sus hermanas en el mar3 . María no vivía en Éfeso mismo, sino en una comarca a unas tres horas y media de Éfeso donde ya estaban instaladas algunas de sus íntimas. La morada de María estaba en una montaña que está a la izquierda según se viene de Jerusalén. La montaña cae hacia Éfeso con fuerte pendiente. Viniendo del Sureste, Éfeso se ve en una montaña que parece estar inmediatamente delante, pero si se quiere seguir adelante hay que rodearla completamente. Delante de Éfeso hay alamedas con frutas amarillas caídas por el suelo. Un poco al Sur salen sendas estrechas que llevan a un monte de vegetación salvaje, y en lo alto de ese monte hay una llanura ondulada, también con vegetación y de media hora de extensión, en la que se habían instalado los cristianos. Es un paraje muy solitario que tiene muchas colinas fértiles y graciosas, y limpias cuevas de roca entre pequeños llanos arenosos; un paraje salvaje, pero no un desierto, con muchos árboles de sombra ancha, tronco liso y forma de pirámide diseminados por allí. Cuando Juan trajo aquí a la Santísima Virgen ya había mandado construir su casa de antemano y ya vivían en este paraje familias cristianas y algunas santas mujeres; algunas moraban en cuevas de tierra o de roca, que ampliaban para vivir con zarzos ligeros de madera, y otras en frágiles cabañas de lona. Se habían trasladado aquí a causa de una violenta persecución, y como estaban refugiadas en las cuevas y lugares tal como los ofrecía la Naturaleza, sus viviendas eran como de ermitaños y en su mayor parte estaban separadas un cuarto de hora unas de otras. En su conjunto, la colonia parecía una aldea de campesinos diseminada. Únicamente era de piedra la casa de María, y detrás de ella hay un trecho corto de camino que sube a la cima rocosa del monte, desde la cual, se ven por encima de las colinas y los árboles Éfeso, el mar y muchas islas. Este lugar de aquí está más cerca del mar que Éfeso, que debe estar a unas horas del mar. Esta comarca es solitaria y por aquí no viene nadie. Cerca de aquí hay un castillo donde vive un rey destronado con el que Juan charlaba a menudo y al que también convirtió; el lugar se convirtió más tarde llegó a ser obispado. Entre el lugar donde vivía la Santísima Virgen y Éfeso corre un arroyo maravillosamente serpenteante. La casa de María era rectangular, de piedra, y en su parte trasera, redonda o en ángulo; las ventanas estaban puestas altas y el techo era plano. La casa estaba dividida en dos partes por el hogar para la lumbre, que estaba coloca do en el centro. El fuego ardía frente a la puerta en un hoyo del suelo, pegado a un muro que se alzaba hasta la cubierta de la casa formando gradas por ambos lados. Por el centro de este muro subía desde el suelo del hogar hasta la cubierta de la casa una hendidura en forma de media chimenea por la que ascendía el humo que luego salía por una abertura del tejado. Por encima de ella vi que sobresalía de la casa un tubo de cobre inclinado. Esta parte delantera de la casa estaba separada de la de atrás por zarzos ligeros y móviles a ambos lados del hogar. En esta parte delantera, cuyas paredes eran bastante rústicas y estaban también un poco ennegrecidas de humo, vi a ambos lados pequeñas celdas formadas con biombos de zarzo. Cuando la parte delantera de la casa se utilizaba como salón, los biombos, a los que faltaba mucho para llegar al techo, se apilaban y se ponían a un lado. En estas celdas dormían la doncella de María y otras mujeres que la visitaban. A izquierda y derecha del hogar había unas puertas ligeras para pasar a la parte trasera de la casa, más oscura, que terminaba en ángulo o semicírculo y que estaba muy cómoda y limpiamente adornada. Todas las paredes estaban revestidas de zarzos y el techo formaba una bóveda que arrancaba de ambos lados. Las vigas que estaban por encima estaban unidas con artesonado y cañizo y adornadas con orlas de hojas de varias clases, y daban una impresión sencilla pero decorosa. El ángulo o semicírculo extremo de este espacio trasero estaba cerrado con una cortina y formaba el oratorio de María. Planta de la casita de la Santísima Virgen en Éfeso según la narración de la beata Ana Catalina. (Croquis de Rafael Renedo). En el centro del muro había un nicho con un recipiente que, girándolo como un sagrario, se podía abrir y cerrar al tirar de una cinta. Dentro tenía una cruz del tamaño de un brazo, con sus brazos encajados e inclinados en forma de Y griega mayúscula, tal como siempre he visto la cruz de Cristo. No tenía detalles ni adornos especiales, sino que apenas estaba tallada, como las cruces que traen todavía hoy de Tierra Santa. Creo que Juan y María la habían preparado por sí mismos. La cruz estaba formada por diversas maderas y se me dijo que el tronco blanquecino era de ciprés; un brazo marrón, de cedro, y el otro amarillento, de palmera. El suplemento para el cartel del INRI era de madera de olivo lisa y amarilla. La cruz estaba hincada en una elevación de tierra o piedra como la cruz de Cristo en la roca del Calvario. A sus pies había una tarjeta de pergamino con algo escrito; creo que eran palabras de Cristo. La figura del Señor estaba ligeramente arañada sobre la cruz, sencillamente y sin adornos; sus líneas estaban untadas de color oscuro para poder distinguir la figura. Me dijeron también las meditaciones de María sobre las distintas maderas de la Cruz; pero desgraciadamente he olvidado estas hermosas indicaciones. En este momento tampoco se si la cruz de Cristo consistía también de las mismas clases distintas de madera, o simplemente, si es que María la preparó así a consecuencia de su meditación. La cruz tenía delante dos tarritos llenos de flores naturales. También vi un pañito junto a la cruz, y tuve la percepción de que era el mismo con que la Santísima Virgen limpió la sangre de las heridas del cuerpo de su Hijo tras el descendimiento, pues al mirarlo me mostraron aquellos actos de su santo amor de Madre. Al mismo tiempo sentí que ese pañito era con el que los sacerdotes limpian el cáliz cuando han bebido la sangre del Salvador que han ofrecido, y me pareció que María hizo algo parecido al limpiar las heridas del Señor, pues al hacerlo, sostenía el pañito de la misma forma que los sacerdotes. Esto es lo que percibí al mirar este pañito que estaba junto a la cruz. A la derecha de este oratorio, apoyada en un nicho del muro, estaba la celda dormitorio de la Santísima Virgen y frente a ella, a la izquierda del oratorio, una cámara donde se guardaban ropa y enseres. De una celda a la otra estaba tendida una cortina que cerraba el oratorio situado entrambas. Para trabajar o leer, María solía sentarse en medio, delante de esta cortina. El dormitorio de la Santísima Virgen se apoyaba por detrás en el muro, del que colgaba un tapiz entrelazado; los dos tabiques laterales eran ligeros, de corteza o de albura, trenzados según un modelo que alternaba los colores naturales de las maderas. El tabique tenía en su centro dos puertas ligeras que se abrían hacia dentro, y por delante tenía colgado un tapiz. La cubierta de esta celda era también de cañizo, que desde las cuatro esquinas venía a reunirse arriba para formar una especie de bóveda, de cuyo centro colgaba una lámpara de varios brazos. El lecho de María tenía un costado junto al muro y era un cajón vacío de pie y medio de alto, que tenía el largo y ancho de una cama estrecha. La colcha tendida por encima estaba sujeta en las esquinas con cuatro botones. Tapices adornados con flecos y borlas revestían los costados del cajón hasta el suelo. La cabecera del lecho era un cojín redondo, y la colcha, una manta taraceada de color marrón. La casita estaba cerca de un bosque, entre árboles de tronco liso y forma de pirámide. Aquí se estaba completamente tranquilo y solitario; las viviendas de las otras familias estaban a alguna distancia, como diseminadas. En conjunto la colonia cristiana era como una aldea de campesinos. La Santísima Virgen vivía allí con una joven, su criada, que recolectaba lo poco que necesitaban para alimentarse. Vivían con total tranquilidad y honda paz. En la casa no había ningún hombre, pero a veces la visitaba algún apóstol o discípulo que iba de viaje. Con muchísima frecuencia veía yo entrar y salir un hombre al que siempre he tenido por Juan, pero que ni en Jerusalén ni aquí estaba continuamente con ella. Viajaba de vez en cuando y llevaba distinto traje que en época de Jesús, muy largo, con pliegues y de tela fina blanco grisácea. Era muy delgado y ágil, tenía la cara larga, estrecha y fina, y en su cabeza descubierta tenía largos cabellos rubios partidos en raya y detrás de las orejas. Respecto a los demás apóstoles, su tierna apariencia daba una impresión virginal, casi femenina. En los últimos tiempos de su estancia aquí vi que María se volvía cada vez más serena y recogida, y que ya casi no tomaba alimento. Era como si solo pareciera estar todavía aquí, pero como si ya estuviera en espíritu en el Más Allá. Tenía el carácter de quien está ausente. Las últimas semanas antes de su fin vi que la criada la llevaba por la casa, débil y envejecida. Una vez vi entrar en la casa a Juan, que también parecía mucho mayor. Estaba delgado y enjuto, y al entrar remangó al cinturón su largo traje blanco con pliegues. Se quitó este cinturón y se puso otro que sacó de debajo de sus ropas y que estaba escrito con letras. Se puso la estola y una especie de manípulo en el brazo. La Santísima Virgen salió de su dormitorio y entró completamente envuelta en un velo blanco, apoyada en el brazo de su criada. Su cara estaba como transparente y blanca como la nieve. Parecía flotar de anhelo. Desde la Ascensión de Jesús, todo su ser expresaba un ansia creciente y cada vez más desbordante. Juan y ella pasaron al oratorio; ella tiró de una cinta o correa, el tabernáculo giró dentro de la pared y mostró la cruz que tenía dentro. Ambos rezaron un rato de rodillas, y después Juan se levantó y se sacó del pecho una cajita de metal, la abrió por un costado, tomó un envoltorio de fino color de lana y de éste un pañito plegado de materia blanca, del que sacó el Santísimo Sacramento en forma de un pedacito blanco y rectangular. Luego dijo algunas palabras con solemne gravedad y dio el Sacramento a la Santísima Virgen. La acercó un cáliz.  Detrás de la casa, alejándose un poco por el camino hacia el monte, la Santísima Virgen se había preparado una especie de vía crucis. Cuando todavía vivía en Jerusalén después de la muerte del Señor, María nunca dejó de hacer allí su vía crucis con lágrimas y compartiendo la Pasión. Había medido en pasos las distancias entre los lugares del camino donde Jesús había padecido, y su amor no podía vivir sin la permanente contemplación del vía crucis. Poco después de llegar aquí la vi andar diariamente montaña arriba un trecho de camino detrás de su casa, contemplando la Pasión. Al principio iba sola midiendo en pasos, cuyo número tantas veces había contado, la distancia entre los lugares donde al Salvador le había ocurrido algo, y en cada uno de estos lugares ponía una piedra o marcaba un árbol si lo había. El camino se internaba por un bosque donde marcó el Calvario en una colina, y puso el sepulcro de Cristo en una cuevecita de otra colina. Cuando ya tuvo medidas las doce estaciones de su vía crucis, ella y su doncella iban en serena contemplación, se sentaban en el suelo en cada una de las estaciones y renovaban en el corazón el misterio de su significado y alababan al Señor por su amor entre lágrimas de compasión. Luego arreglaron aún mejor las estaciones y vi a la Santísima Virgen inscribir con un buril en cada piedra el significado del lugar, el número de pasos y cosas parecidas. También las vi limpiar también la cueva del Santo Sepulcro, que acomodaron para rezar. Por entonces no vi ninguna imagen ni que marcaran estos lugares con cruces firmemente hincadas; eran solo losas sencillas con inscripciones; pero de tanto pasar y arreglarlas vi que estos arreglos hicieron el vía crucis cada vez más hermoso y transitable. Después de la muerte de la Santísima Virgen vi este vía crucis transitado por cristianos que se prosternaban y besaban el suelo. Después del tercer año de estancia aquí, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén, y Juan y Pedro la llevaron allí. Me parece que se habían reunido allí varios apóstoles. Vi a Tomás. Creo que era un concilio y que María los asistía con sus consejos. [Ana Catalina dijo una vez que la Santísima Virgen había ido dos veces a Jerusalén, y es posible que trabucara el primer y segundo viaje en relación con el concilio.] A su llegada, por la tarde ya oscurecido, vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los alrededores de Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo los brazos. Ella todavía vino otra vez aquí [a Jerusalén] desde Éfeso, año y medio antes de su muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los apóstoles, embozada y otra vez por la noche. Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente Oh, hijo mío, hijo mío . Cuando llegó a la puerta trasera del palacio donde se encontró con Jesús desplomado bajo el peso de la cruz, María cayó al suelo sin sentido, conmovida por el doloroso recuerdo. Sus acompañantes creyeron que se moría. La llevaron al Cenáculo en Sión, en uno de cuyos edificios delanteros estaba viviendo, y allí estuvo unos días, tan débil y enferma y con tantos desmayos que muchas veces se esperó su muerte, y por eso se pensó en prepa rarla sepultura. Ella misma eligió una cueva del Monte de los Olivos y los apóstoles encargaron a un cantero cristiano que la preparase allí un hermoso sepulcro5 . Mientras tanto, se había dicho varias veces que había muerto, y por otros lugares se extendió también el rumor de que había muerto y la habían sepultado en Jerusalén. Pero cuando el sepulcro estuvo terminado, María ya estaba curada y lo bastante fuerte para viajar de vuelta a su casa de Éfeso, donde ella murió realmente al cabo de año y medio. En todas las épocas se ha venerado la tumba preparada para ella en el Monte de los Olivos, sobre la cual se construyó más adelante una iglesia, y Juan Damasceno (así lo oí llamar en espíritu, pero ¿quién era ése?) escribió más adelante que se decía que había muerto y estaba enterrada en Jerusalén. Dios ha hecho que las noticias acerca de su muerte, su tumba y su Asunción al Cielo sean muy inciertas y solo objeto de tradición, para no dar cancha en la Cristiandad a la mentalidad de entonces, que todavía era muy pagana, pues fácilmente la hubieran adorado como a una diosa. Entre las santas mujeres que vivían también en la colonia cristiana y estaban la mayor parte del tiempo con la Santísima Virgen, se encontraba la hija de una hermana de la profetisa Hanna del Templo que una vez vi viajar a Nazaret con Serafia (Verónica) antes del bautismo de Jesús. Esta mujer estaba emparentada con la Sagrada Familia a través de Hanna, pues Hanna estaba emparentada con Ana y aún más con Isabel, la hija de la hermana de Ana. Otra de las mujeres que vivían aquí en torno a María, a la que también vi viajar a Nazaret antes del bautismo de Jesús, era una sobrina de Isabel que se llamaba Mara. Su parentesco con la Sagrada Familia era el siguiente: La madre de Ana, Ismeria, tenía una hermana llamada Eremencia y ambas vivían en Mara, una comarca de pastores entre el Monte Horeb y el Mar Rojo. Como el superior de los esenios del Monte Horeb la advirtió que entre sus descendientes habría amigos del Mesías, se casó con Afrás, que era del linaje de sacerdotes que habían llevado el Arca. Emerencia tuvo tres hijas: Isabel, la madre del Bautista; Enué, que de viuda estuvo en casa de Ana en el nacimiento de la Santísima Virgen; y Roda de la cual es hija esta Mara de aquí. Roda fue a casarse lejos de la comarca familiar, y vivió al principio en la comarca de Siquem y luego en Nazaret y Casaloz junto al Tabor 6 . Además de su hija Mara, Roda tenía dos hijas más, una de las cuales fue madre de discípulos. Por otra parte, uno de los dos hijos de Roda fue el primer marido de aquella Maroni, que, después de su muerte quedó viuda sin hijos y se casó con Eliud, sobrino de Ana y fue a vivir a Naim. Maroni tuvo un hijo de Eliud, al que el Señor despertó de la muerte en Naim cuando ella ya había vuelto a enviudar; era el discípulo de Naim, bautizado con el nombre de Marcial. Mara, la hija de Roda que estuvo presente en la muerte de María, se había casado en las cercanías de Belén. Cuando el nacimiento de Cristo, Mara estuvo con María una vez que la madre Ana se fue de Belén. Mara no era pudiente, pues Roda también había dejado a sus hijos solo un tercio de la herencia y había dado los otros dos tercios al Templo y a los pobres. Natanael, el novio de Caná, era según creo hijo de esta Mara y recibió en el bautismo el nombre de Amador. Mara tuvo todavía más hijos y todos fueron discípulos. [Antes de morir, la Santísima Virgen visita por última vez el vía crucis que había erigido. Su aspecto. Describe exactamente sus vestidos estimulada por una reliquia de éstos. Algunos apóstoles están preparados en su casa.] [La mañana del 7 de agosto de 1821 contó que:] Ayer y hoy por la noche he tenido mucho quehacer con la Madre de Dios en Éfeso. He hecho su vía crucis con ella y otras cinco santas mujeres entre las que estaban la sobrina de la profetisa Hanna y la viuda Mara, sobrina de Isabel. La Santísima Virgen iba delante de todas. La vi ya anciana y débil, completamente blanca y como transparente; verla era indescriptiblemente conmovedor. Para mí que hacía el vía crucis por última vez y me pareció que mientras lo hacía, ya estaban preparados en su casa Juan, Pedro y Tadeo. A la Santísima Virgen la vi muy avejentada, pero en su aparición no había expresión de su edad más que en un ansia ferviente que brotaba de ella como una gloria. Estaba indescriptiblemente seria. Nunca la he visto reír, sino sonreír conmovedoramente. Cuanta más edad tenía, tanto más blanco y transparente aparecía su rostro. Estaba delgada, pero no la vi ni una arruga, ni señal de que algo se marchitara en ella. Estaba como en espíritu. El que yo viera en este cuadro a la Santísima Virgen tan clara y completamente bien, podría deberse a que había tocado una pequeña reliquia del vestido que María llevaba en esta ocasión. Tengo esa reliquia y procuraré describir el traje tan claramente como me sea posible. El traje era para llevar encima del vestido, y solamente le cubría por completo la espalda, por donde colgaba en pliegues hasta los pies. Una parte se echaba arriba junto al cuello por el hombro y el pecho hasta el otro hombro, donde se sujetaba con un botón, formando así un pañuelo de cuello. Por medio del cinturón que lo ceñía a la cintura, abrazaba el cuerpo desde debajo de los brazos hasta los pies a ambos lados de la ropa interior parduzca, a cuyos lados formaba una bolsa del cinturón abajo, enseñando el forro. Esta bolsa estaba rayada, a lo largo y de través, con rayas rojas y amarillas. La tirita que tengo es del lado derecho de este pliegue, pero no del forro. Este era el traje de ceremonia que se usaba según antiguas costumbres judías. La madre Ana también lo llevaba. El traje no solamente cubría la espalda de su túnica parduzca sino que de toda la pechera y el delantero, así como de los añadidos, solo dejaba ver un poco las arrugas de la manga en torno a la mano y el codo. María llevaba el pelo recogido en una toca amarillenta que se curvaba un poco en la frente y que se recogía en pliegues en la nuca. Encima de la toca llevaba un velo negro de tela fina que le colgaba hasta media espalda. Una vez la vi con este traje en las bodas de Caná. El tercer año de la vida pública de Jesús, cuando el Señor estuvo enseñando y curando más allá del Jordán, cerca de Bezabara, que también se llama Betania, vi a la Santísima Virgen con este traje también en Jerusalén, donde ella vivía en una bonita casa cercana a las casas de Nicodemo, al que también le pertenecía, según creo. Cuando la crucifixión del Señor también la vi vestida con él, por debajo del manto de luto o de oración que la envolvía completamente. Probablemente también llevaba aquí en el vía crucis de Éfeso el traje de ceremonia, en recuerdo de haberlo llevado entonces cuando la Pasión de Jesús. Entré en la casa de María, a unas tres horas de Éfeso y la vi acostada en un lecho bajo y muy estrecho, en una celda dormitorio totalmente revestida de blanco, situada en el espacio que había detrás y a la derecha del hogar. Su cabeza descansaba en un cojín redondo; estaba pálida, muy débil y como transida de anhelo. Su cabeza y toda su figura estaban envueltas en un largo lienzo, cubierto por una manta de lana marrón. Vi entrar y salir de su celda dormitorio, como si se despidieran de ella, unas cinco mujeres una detrás de otra. Las que salían del dosel hacían con las manos distintos ademanes conmovedores de oración o tristeza. Reparé de nuevo entre ellas a la sobrina de Hanna y a Mara, la sobrina de Isabel que vi en el vía crucis. En ese momento ya vi reunidos seis apóstoles, en concreto Pedro, Andrés, Juan, Tadeo, Bartolomé y Matías, así como Nicanor, uno de los siete diáconos que siempre era muy ayudador y servicial. Los apóstoles estaban de pie y rezaban juntos a la derecha, en la parte delantera de la casa, donde se habían preparado un sitio para orar. [Han llegado dos apóstoles más. Matías, hermanastro de Santiago el Menor. Servicio divino de los apóstoles en la parte delantera de la casa. El altar. Una cajita en forma de cruz como relicario. ¿Tenían aquí reliquias?. Situación durante el servicio divino.] [El 10 de agosto de 1821 contó:] La época del año de la fiesta religiosa de la Dormición de la Santísima Virgen está perfectamente bien; solo que no todos los años cae en la misma fecha. Hoy vi que todavía entraron dos apóstoles con las ropas remangadas como si vinieran de viaje, eran Santiago el Menor y Mateo, su hermanastro, pues cuando el viudo Alfeo se casó con María, la hija de Cleofás, aportó a Mateo, hijo de su anterior matrimonio. Vi que ayer a la caída de la tarde y hoy por la mañana, los apóstoles reunidos celebraron el servicio divino en la parte delantera de la casa, y para ello apartaron a un lado o colocaron de otra forma los biombos móviles de zarzo que formaban los dormitorios. El altar consistía en una mesa cubierta de un mantel blanco encima de otro rojo. En cada celebración sagrada adosaban la mesita a la pared a la derecha del hogar, que seguía usándose, y después la volvían a retirar. Delante del altar había un atril revestido del que colgaba un rollo de Escrituras. Por encima del altar ardían lámparas y ellos mismos habían puesto encima del altar, tumbado o de pie, un recipiente en forma de cruz hecho de la centelleante sustancia de la madreperla. Tenía apenas un palmo de largo y ancho y contenía cinco cajitas cerradas con tapaderas de plata; la del medio contenía al Santísimo Sacramento y las otras crisma, óleos, sal, hilas o quizá algodón, y otras cosas santas. Estaban tan encajadas y bien tapadas que no se podía salir nada. En sus viajes, los apóstoles solían llevar esta cruz colgando del cuello debajo de la ropa. Entonces eran más que el Sumo Sacerdote cuando llevaba sobre el pecho el Sacramento de la Vieja Alianza. No me acuerdo exactamente si los huesos santos se encontraban en una de estas cajitas o dónde, pero se que en todos los sacrificios de la Nueva Alianza siempre tenían cerca huesos de profetas, y más adelante de mártires, del mismo modo que los patriarcas en sus sacrificios siempre ponían sobre el altar huesos de Adán o de otros patriarcas en los que había descansado la Promesa. En la Última Cena, Cristo les enseñó a hacerlo así. Pedro estaba delante del altar con ornamentos sacerdotales y los otros detrás de él en forma de coro. Las mujeres que vivían en la parte trasera de la casa estaban de pie con ellos. [Llega Simeón. Quince apóstoles y discípulos. Servicio divino. Pedro da el Santísimo Sacramento a la Virgen. Cosas personales. Santa Susana le acompaña en visión. Estado de Jerusalén en esa época. Curaciones por el poder sacerdotal.] [El 11 de agosto de 1821 contó que:] Hoy vi llegar el noveno apóstol, Simón. Todavía faltaban Santiago el Mayor, Felipe y Tomás. También vi arrimados varios discípulos más entre los que recuerdo a Juan, Marcos y aquel hijo o nieto del viejo Simeón que estaba empleado en el Templo en la inspección de animales de sacrificio y que sacrificó para Jesús el cordero pascual. Ahora estaban congregados por lo menos diez hombres. Volvieron a celebrar el servicio divino en el altar, y a algunos de los recién llegados los vi con las ropas muy remangadas, así que pensé que después querrían salir de viaje enseguida. Delante del lecho de la Santísima Virgen había un taburetito pequeño, bajo y triangular, como el de la Cueva de Belén en que los Reyes pusieron los regalos; tenía encima una tacita con una cucharilla marrón y transparente. En la habitación donde vivía la Santísima Virgen hoy solamente vi una mujer. Vi que Pedro la volvió a dar el Santísimo Sacramento después del servicio divino; se lo llevó en aquel recipiente en forma de cruz. Los apóstoles formaron dos filas desde el altar hasta su lecho y se inclinaron profundamente cuan do Pedro pasó entre ellos con el Santísimo Sacramento. Los biombos que rodeaban el lecho de la Santísima Virgen estaban abiertos por todas partes. Después de ver esto en Éfeso, me entró el deseo de ver qué aspecto tenía Jerusalén en esta época, pero me asustaba el largo viaje que hay desde Éfeso hasta allí. En esto entró Santa Susana mártir cuya fiesta era hoy y cuyas reliquias tengo conmigo, la cual estuvo conmigo toda la noche y me animó, pues quería acompañarme. Entonces salimos juntas por encima de mares y tierras y pronto estuvimos en Jerusalén; ella era muy distinta de mí, era muy ligera y cuando quería agarrarla no podía. Si yo entraba en un cuadro en un lugar concreto, como por ejemplo aquí, en Jerusalén, ella desaparecía, pero me acompañaba y me consolaba en cada traslado de un cuadro a otro. Fui al Monte de los Olivos y lo vi todo arrasado y cambiado de cómo estuvo. Sin embargo, todavía pude reconocer todos los lugares. La casa del Huerto de Getsemaní donde esperaron los apóstoles, estaba arrasada y allí solo quedaban algunos muros y zanjas para hacer intransitable el acceso. A continuación me llegué al sepulcro del Señor: estaba sepultado y tapiado y encima de él, en lo alto de la roca, habían empezado un edificio como un templete. Solo estaban en pie las paredes vacías. Cuando miré el paraje a mi alrededor atribulada por esta devastación, se me apareció mi novio celestial a consolarme en la figura en que en otros tiempos se apareció aquí a Magdalena. El Monte Calvario también lo encontré asolado y edificado. La prominencia de la cima donde estuvo la cruz estaba rebajada y además tenía alrededor zanjas y vallas para que no se pudiera llegar a ella. Sin embargo subí allí y recé, y entonces volvió a acercárseme el Señor con consuelo y refrigerio. Cuando se me acercaba el Señor no veía a mi lado a Santa Susana. A continuación llegué a un cuadro de las heridas de Cristo y volví a ver de nuevo muchas curaciones en la comarca de Jerusalén. En este momento estaba pensando en la gracia de curar en nombre de Jesús, que ha sido otorgada especialmente a los sacerdotes, y cuando pensaba en concreto cómo el ejercicio de esta gracia resurge especialmente en nuestros días en el Príncipe Hohenlohe, vi a este sacerdote en acción. Vi enfermos de muchas clases curados por su oración, y también personas que cubrían sus viejas úlceras con sucios harapos, que ahora no sé si eran úlceras de verdad o solo símbolos de viejos pecados en la conciencia. Entonces llegué incluso a otros sacerdotes de mis cercanías, que tenían también poder de sanación en ese mismo grado, pero que no lo dejaban salir por respeto humano, distracción, confusión y falta de perseverancia en la intención. Entre ellos vi a uno especialmente importante que ayudaba a media docena de personas, cuyos corazones vi roídos por odiosas fieras que bien podrían significar pecados, pero, por despreocupación este sacerdote dejaba de ayudar a otros que yacían enfermos corporalmente aquí y allá, a los que seguramente podría ayudar.  Ahora están congregados todo lo más doce hombres en la morada de María. Hoy vi celebrar el servicio divino en el oratorio del rincón y celebraron misa allí. El cuartito de María estaba abierto por todo sus lados. Una mujer estaba arrodillada junto al lecho de María y la incorporaba de vez en cuando; y eso mismo veo también otras veces al día. Le da una cucharadita de zumo de la taza. María tiene encima de su lecho una cruz de casi medio brazo de largo en forma de Y griega mayúscula, tal como veo la Santa Cruz. El tronco es algo más grueso que los brazos. Esta hecha como de distintas maderas y el cuerpo de Cristo es blanco. La Santísima Virgen recibió el Santísimo Sacramento. Después de la Ascensión de Cristo, la Santísima Virgen vivió 14 años y dos meses. [Hoy por la tarde, mientras dormía, la narradora cantó unos cantos de la Madre de Dios, de modo suave, apacible e insólitamente conmovedor. Cuando el Escritor la despertó con la pregunta¿qué estaba cantando?, ella respondió aún adormilada:] —He ido con la procesión con la Señora aquí, ahora se ha ido. [Al día siguiente dijo sobre este canto:] —Por la tarde seguí a dos amigas de María que hacían el vía crucis detrás de la casa. Van alternativamente todos los días a ese vía crucis por la mañana y por la tarde, y yo procuro hacerlo detrás de ellas con cuidado y muy despacito. Ayer me extasié y empecé a cantar y entonces todo desapareció. El vía crucis de María tiene doce estaciones. Ella misma midió a pasos todas y Juan ha hecho que pongan lápidas. Al principio solo eran piedras bastas que designaban las estaciones, pero con el tiempo todo se ha ido arreglando cada vez más, y ahora eran piedras blancas, bajas y lisas con varias esquinas, creo que casi eran ocho y tenía un hoyo en una pequeña superficie. Por arriba tenía como un tejadillo. Cada una de estas lápidas descansaba sobre una losa de la misma piedra cuyo espesor no podía verse a causa del césped espeso y de las hermosas flores que las orlaban. Lápidas y losas estaban todas marcadas con letras hebraicas. Todas estas estaciones estaban en hondonadas cercadas, como en cuencos artificiales pequeños y redondos. En estos hoyos, una senda lo bastante ancha para una o dos personas llevaba en torno a las piedras para que se pudieran leer las inscripciones. Las placitas que tenían alrededor, con hierba y hermosas flores, eran unas más grandes y otros más pequeñas. Estas piedras no siempre estaban destapadas sino que a veces tenían sujeta a un lado una estera para taparla cuando no se rezaba, que se sujetaba al otro lado con dos estacas. Las doce lápidas de las estaciones eran todas iguales y todas estaban marcadas con inscripciones hebraicas, pero los lugares donde estaban eran distintos. La estación del Monte de los Olivos estaba junto a una altura, en una vaguada en la que podían arrodillarse varias personas. La estación de Monte Calvario era la única que no estaba en una hondonada sino sobre una colina, y por esta colina se iba a la estación del Santo Sepulcro, cuya lápida estaba en una hondonada al otro lado de la colina, y aún más abajo el sepulcro propiamente dicho en una cueva de roca al pie de la colina donde sepultaron a la Santísima Virgen. Creo que este sepulcro tiene que existir todavía bajo tierra y que alguna vez todavía saldrá a la luz del día. Vi que cuando los apóstoles, las santas mujeres y los demás cristianos, se acercaban a estas estaciones para rezar, se arrodillaban o se prosternaban con el rostro en el suelo y sacaban de debajo de sus ropas una cruz en Y como de un pie de larga que ponían de pie sobre el hoyito de la lápida, valiéndose de una pieza móvil que tenía en la parte de atrás. [Santiago el Mayor llega con tres discípulos. Trajes y conducta de los apóstoles que llegan. Saludan a la Santísima Virgen.] [El 13 de agosto de 1821 contó:] Hoy vi el servicio divino como de costumbre. De día vi a la Santísima Virgen incorporarse varias veces y refrescarse con la cucharita. [Por la tarde, hacia las 7, dijo en sueños:] Ahora ha llegado de España pasando por Roma Santiago el Mayor con tres discípulos, Timón, Eremensear y otro más. Más tarde vino de Egipto Felipe con un acompañante. Generalmente los apóstoles y los discípulos llegaban muy cansados y llevando en la mano largos bastones ganchudos con botones de distintas clases en la empuñadura que designaban su rango. Llevaban parte de sus largos mantos de lana blanca echados sobre la cabeza para cubrirse, como capuchas. Debajo llevaban túnicas sacerdotales de lana largas y blancas que podían abrirse de arriba abajo, pero las llevaban cerradas con correítas ranuradas como lazos, y pequeños rodetes como botones. Siempre los veo así pero se me olvida decirlo. Para andar remangaban estas prendas y las metían en el cinturón. Algunos llevaban una bolsa de costado colgando del cinturón. Los que entraban abrazaron afectuosamente a los presentes, y vi que muchos lloraban de pena y de alegría pues volvían a verse pero en ocasión muy triste. Entonces dejaron el bastón y se quitaron el manto, la bolsa y el cinturón y entonces la túnica blanca les cayó hasta los pies. Se pusieron un ceñidor ancho que traían consigo y que estaba marcado con letras. Les lavaron los pies y se acercaron al lecho de María, a la que saludaron respetuosamente. Ella solo pudo hablar con ellos unas palabras. No vi que tomaran más que unos panecillos y los vi beber de las botellitas que traían colgando.