Esta noche he tenido una gran visión acerca de la muerte de la Santísima Virgen,
pero ya he vuelto a olvidar casi todo2
.
Después de la Ascensión del Señor, María vivió tres años en Sión, tres en Betania y
nueve en Éfeso, adonde Juan la llevó en cuanto los judíos pusieron a Lázaro y sus hermanas
en el mar3
.
María no vivía en Éfeso mismo, sino en una comarca a unas tres horas y media de
Éfeso donde ya estaban instaladas algunas de sus íntimas. La morada de María estaba en
una montaña que está a la izquierda según se viene de Jerusalén. La montaña cae hacia
Éfeso con fuerte pendiente. Viniendo del Sureste, Éfeso se ve en una montaña que parece
estar inmediatamente delante, pero si se quiere seguir adelante hay que rodearla
completamente. Delante de Éfeso hay alamedas con frutas amarillas caídas por el suelo. Un
poco al Sur salen sendas estrechas que llevan a un monte de vegetación salvaje, y en lo alto
de ese monte hay una llanura ondulada, también con vegetación y de media hora de
extensión, en la que se habían instalado los cristianos. Es un paraje muy solitario que tiene
muchas colinas fértiles y graciosas, y limpias cuevas de roca entre pequeños llanos
arenosos; un paraje salvaje, pero no un desierto, con muchos árboles de sombra ancha,
tronco liso y forma de pirámide diseminados por allí.
Cuando Juan trajo aquí a la Santísima Virgen ya había mandado construir su casa de
antemano y ya vivían en este paraje familias cristianas y algunas santas mujeres; algunas
moraban en cuevas de tierra o de roca, que ampliaban para vivir con zarzos ligeros de
madera, y otras en frágiles cabañas de lona. Se habían trasladado aquí a causa de una
violenta persecución, y como estaban refugiadas en las cuevas y lugares tal como los
ofrecía la Naturaleza, sus viviendas eran como de ermitaños y en su mayor parte estaban
separadas un cuarto de hora unas de otras. En su conjunto, la colonia parecía una aldea de
campesinos diseminada.
Únicamente era de piedra la casa de María, y detrás de ella hay un trecho corto de
camino que sube a la cima rocosa del monte, desde la cual, se ven por encima de las colinas
y los árboles Éfeso, el mar y muchas islas. Este lugar de aquí está más cerca del mar que
Éfeso, que debe estar a unas horas del mar. Esta comarca es solitaria y por aquí no viene
nadie.
Cerca de aquí hay un castillo donde vive un rey destronado con el que Juan charlaba
a menudo y al que también convirtió; el lugar se convirtió más tarde llegó a ser obispado.
Entre el lugar donde vivía la Santísima Virgen y Éfeso corre un arroyo maravillosamente
serpenteante. La casa de María era rectangular, de piedra, y en su parte trasera, redonda o en
ángulo; las ventanas estaban puestas altas y el techo era plano. La casa estaba dividida en
dos partes por el hogar para la lumbre, que estaba coloca do en el centro. El fuego ardía
frente a la puerta en un hoyo del suelo, pegado a un muro que se alzaba hasta la cubierta de
la casa formando gradas por ambos lados. Por el centro de este muro subía desde el suelo
del hogar hasta la cubierta de la casa una hendidura en forma de media chimenea por la que
ascendía el humo que luego salía por una abertura del tejado. Por encima de ella vi que
sobresalía de la casa un tubo de cobre inclinado.
Esta parte delantera de la casa estaba separada de la de atrás por zarzos ligeros y
móviles a ambos lados del hogar. En esta parte delantera, cuyas paredes eran bastante
rústicas y estaban también un poco ennegrecidas de humo, vi a ambos lados pequeñas
celdas formadas con biombos de zarzo. Cuando la parte delantera de la casa se utilizaba
como salón, los biombos, a los que faltaba mucho para llegar al techo, se apilaban y se
ponían a un lado. En estas celdas dormían la doncella de María y otras mujeres que la
visitaban.
A izquierda y derecha del hogar había unas puertas ligeras para pasar a la parte
trasera de la casa, más oscura, que terminaba en ángulo o semicírculo y que estaba muy
cómoda y limpiamente adornada.
Todas las paredes estaban revestidas de zarzos y el techo formaba una bóveda que
arrancaba de ambos lados. Las vigas que estaban por encima estaban unidas con artesonado
y cañizo y adornadas con orlas de hojas de varias clases, y daban una impresión sencilla
pero decorosa. El ángulo o semicírculo extremo de este espacio trasero estaba cerrado con
una cortina y formaba el oratorio de María.
Planta de la casita de la Santísima Virgen en Éfeso según la narración de la beata
Ana Catalina. (Croquis de Rafael Renedo).
En el centro del muro había un nicho con un recipiente que, girándolo como un
sagrario, se podía abrir y cerrar al tirar de una cinta. Dentro tenía una cruz del tamaño de un
brazo, con sus brazos encajados e inclinados en forma de Y griega mayúscula, tal como
siempre he visto la cruz de Cristo. No tenía detalles ni adornos especiales, sino que apenas
estaba tallada, como las cruces que traen todavía hoy de Tierra Santa. Creo que Juan y
María la habían preparado por sí mismos.
La cruz estaba formada por diversas maderas y se me dijo que el tronco blanquecino
era de ciprés; un brazo marrón, de cedro, y el otro amarillento, de palmera. El suplemento
para el cartel del INRI era de madera de olivo lisa y amarilla.
La cruz estaba hincada en una elevación de tierra o piedra como la cruz de Cristo en
la roca del Calvario. A sus pies había una tarjeta de pergamino con algo escrito; creo que
eran palabras de Cristo. La figura del Señor estaba ligeramente arañada sobre la cruz,
sencillamente y sin adornos; sus líneas estaban untadas de color oscuro para poder
distinguir la figura.
Me dijeron también las meditaciones de María sobre las distintas maderas de la
Cruz; pero desgraciadamente he olvidado estas hermosas indicaciones. En este momento
tampoco se si la cruz de Cristo consistía también de las mismas clases distintas de madera,
o simplemente, si es que María la preparó así a consecuencia de su meditación. La cruz
tenía delante dos tarritos llenos de flores naturales.
También vi un pañito junto a la cruz, y tuve la percepción de que era el mismo con
que la Santísima Virgen limpió la sangre de las heridas del cuerpo de su Hijo tras el
descendimiento, pues al mirarlo me mostraron aquellos actos de su santo amor de Madre.
Al mismo tiempo sentí que ese pañito era con el que los sacerdotes limpian el cáliz cuando
han bebido la sangre del Salvador que han ofrecido, y me pareció que María hizo algo
parecido al limpiar las heridas del Señor, pues al hacerlo, sostenía el pañito de la misma
forma que los sacerdotes. Esto es lo que percibí al mirar este pañito que estaba junto a la
cruz.
A la derecha de este oratorio, apoyada en un nicho del muro, estaba la celda
dormitorio de la Santísima Virgen y frente a ella, a la izquierda del oratorio, una cámara
donde se guardaban ropa y enseres. De una celda a la otra estaba tendida una cortina que
cerraba el oratorio situado entrambas. Para trabajar o leer, María solía sentarse en medio,
delante de esta cortina.
El dormitorio de la Santísima Virgen se apoyaba por detrás en el muro, del que
colgaba un tapiz entrelazado; los dos tabiques laterales eran ligeros, de corteza o de albura,
trenzados según un modelo que alternaba los colores naturales de las maderas. El tabique
tenía en su centro dos puertas ligeras que se abrían hacia dentro, y por delante tenía colgado
un tapiz. La cubierta de esta celda era también de cañizo, que desde las cuatro esquinas
venía a reunirse arriba para formar una especie de bóveda, de cuyo centro colgaba una
lámpara de varios brazos.
El lecho de María tenía un costado junto al muro y era un cajón vacío de pie y
medio de alto, que tenía el largo y ancho de una cama estrecha. La colcha tendida por
encima estaba sujeta en las esquinas con cuatro botones. Tapices adornados con flecos y
borlas revestían los costados del cajón hasta el suelo. La cabecera del lecho era un cojín
redondo, y la colcha, una manta taraceada de color marrón.
La casita estaba cerca de un bosque, entre árboles de tronco liso y forma de
pirámide. Aquí se estaba completamente tranquilo y solitario; las viviendas de las otras
familias estaban a alguna distancia, como diseminadas. En conjunto la colonia cristiana era
como una aldea de campesinos. La Santísima Virgen vivía allí con una joven, su criada, que recolectaba lo poco que
necesitaban para alimentarse. Vivían con total tranquilidad y honda paz. En la casa no había
ningún hombre, pero a veces la visitaba algún apóstol o discípulo que iba de viaje.
Con muchísima frecuencia veía yo entrar y salir un hombre al que siempre he tenido
por Juan, pero que ni en Jerusalén ni aquí estaba continuamente con ella. Viajaba de vez en
cuando y llevaba distinto traje que en época de Jesús, muy largo, con pliegues y de tela fina
blanco grisácea. Era muy delgado y ágil, tenía la cara larga, estrecha y fina, y en su cabeza
descubierta tenía largos cabellos rubios partidos en raya y detrás de las orejas. Respecto a
los demás apóstoles, su tierna apariencia daba una impresión virginal, casi femenina.
En los últimos tiempos de su estancia aquí vi que María se volvía cada vez más
serena y recogida, y que ya casi no tomaba alimento. Era como si solo pareciera estar
todavía aquí, pero como si ya estuviera en espíritu en el Más Allá. Tenía el carácter de
quien está ausente. Las últimas semanas antes de su fin vi que la criada la llevaba por la
casa, débil y envejecida.
Una vez vi entrar en la casa a Juan, que también parecía mucho mayor. Estaba
delgado y enjuto, y al entrar remangó al cinturón su largo traje blanco con pliegues. Se
quitó este cinturón y se puso otro que sacó de debajo de sus ropas y que estaba escrito con
letras. Se puso la estola y una especie de manípulo en el brazo.
La Santísima Virgen salió de su dormitorio y entró completamente envuelta en un
velo blanco, apoyada en el brazo de su criada. Su cara estaba como transparente y blanca
como la nieve. Parecía flotar de anhelo. Desde la Ascensión de Jesús, todo su ser expresaba
un ansia creciente y cada vez más desbordante.
Juan y ella pasaron al oratorio; ella tiró de una cinta o correa, el tabernáculo giró
dentro de la pared y mostró la cruz que tenía dentro. Ambos rezaron un rato de rodillas, y
después Juan se levantó y se sacó del pecho una cajita de metal, la abrió por un costado,
tomó un envoltorio de fino color de lana y de éste un pañito plegado de materia blanca, del
que sacó el Santísimo Sacramento en forma de un pedacito blanco y rectangular. Luego
dijo algunas palabras con solemne gravedad y dio el Sacramento a la Santísima Virgen. La
acercó un cáliz. Detrás de la casa, alejándose un poco por el camino hacia el monte, la Santísima
Virgen se había preparado una especie de vía crucis. Cuando todavía vivía en Jerusalén
después de la muerte del Señor, María nunca dejó de hacer allí su vía crucis con lágrimas y
compartiendo la Pasión. Había medido en pasos las distancias entre los lugares del camino
donde Jesús había padecido, y su amor no podía vivir sin la permanente contemplación del
vía crucis.
Poco después de llegar aquí la vi andar diariamente montaña arriba un trecho de
camino detrás de su casa, contemplando la Pasión. Al principio iba sola midiendo en pasos,
cuyo número tantas veces había contado, la distancia entre los lugares donde al Salvador le
había ocurrido algo, y en cada uno de estos lugares ponía una piedra o marcaba un árbol si
lo había. El camino se internaba por un bosque donde marcó el Calvario en una colina, y
puso el sepulcro de Cristo en una cuevecita de otra colina.
Cuando ya tuvo medidas las doce estaciones de su vía crucis, ella y su doncella iban
en serena contemplación, se sentaban en el suelo en cada una de las estaciones y renovaban
en el corazón el misterio de su significado y alababan al Señor por su amor entre lágrimas
de compasión.
Luego arreglaron aún mejor las estaciones y vi a la Santísima Virgen inscribir con
un buril en cada piedra el significado del lugar, el número de pasos y cosas parecidas.
También las vi limpiar también la cueva del Santo Sepulcro, que acomodaron para rezar.
Por entonces no vi ninguna imagen ni que marcaran estos lugares con cruces
firmemente hincadas; eran solo losas sencillas con inscripciones; pero de tanto pasar y
arreglarlas vi que estos arreglos hicieron el vía crucis cada vez más hermoso y transitable.
Después de la muerte de la Santísima Virgen vi este vía crucis transitado por cristianos que
se prosternaban y besaban el suelo. Después del tercer año de estancia aquí, María tenía grandes ansias de ir a Jerusalén,
y Juan y Pedro la llevaron allí. Me parece que se habían reunido allí varios apóstoles. Vi a
Tomás. Creo que era un concilio y que María los asistía con sus consejos.
[Ana Catalina dijo una vez que la Santísima Virgen había ido dos veces a Jerusalén,
y es posible que trabucara el primer y segundo viaje en relación con el concilio.]
A su llegada, por la tarde ya oscurecido, vi que antes de entrar en la ciudad, visitó el
Monte de los Olivos, el Calvario, el Santo Sepulcro y todos los santos lugares de los
alrededores de Jerusalén. La Madre de Dios estaba tan triste y conmovida por la pena que
apenas podía tenerse de pie, y Pedro y Juan la tenían que llevar sosteniéndola bajo los
brazos.
Ella todavía vino otra vez aquí [a Jerusalén] desde Éfeso, año y medio antes de su
muerte, y entonces la vi visitar los santos lugares con los apóstoles, embozada y otra vez
por la noche. Estaba indeciblemente triste y suspiraba continuamente Oh, hijo mío, hijo
mío .
Cuando llegó a la puerta trasera del palacio donde se encontró con Jesús
desplomado bajo el peso de la cruz, María cayó al suelo sin sentido, conmovida por el
doloroso recuerdo. Sus acompañantes creyeron que se moría.
La llevaron al Cenáculo en Sión, en uno de cuyos edificios delanteros estaba
viviendo, y allí estuvo unos días, tan débil y enferma y con tantos desmayos que muchas
veces se esperó su muerte, y por eso se pensó en prepa rarla sepultura. Ella misma eligió
una cueva del Monte de los Olivos y los apóstoles encargaron a un cantero cristiano que la
preparase allí un hermoso sepulcro5
.
Mientras tanto, se había dicho varias veces que había muerto, y por otros lugares se
extendió también el rumor de que había muerto y la habían sepultado en Jerusalén. Pero
cuando el sepulcro estuvo terminado, María ya estaba curada y lo bastante fuerte para viajar
de vuelta a su casa de Éfeso, donde ella murió realmente al cabo de año y medio. En todas
las épocas se ha venerado la tumba preparada para ella en el Monte de los Olivos, sobre la
cual se construyó más adelante una iglesia, y Juan Damasceno (así lo oí llamar en espíritu,
pero ¿quién era ése?) escribió más adelante que se decía que había muerto y estaba
enterrada en Jerusalén.
Dios ha hecho que las noticias acerca de su muerte, su tumba y su Asunción al Cielo
sean muy inciertas y solo objeto de tradición, para no dar cancha en la Cristiandad a la
mentalidad de entonces, que todavía era muy pagana, pues fácilmente la hubieran adorado
como a una diosa. Entre las santas mujeres que vivían también en la colonia cristiana y estaban la
mayor parte del tiempo con la Santísima Virgen, se encontraba la hija de una hermana de la
profetisa Hanna del Templo que una vez vi viajar a Nazaret con Serafia (Verónica) antes
del bautismo de Jesús. Esta mujer estaba emparentada con la Sagrada Familia a través de
Hanna, pues Hanna estaba emparentada con Ana y aún más con Isabel, la hija de la
hermana de Ana.
Otra de las mujeres que vivían aquí en torno a María, a la que también vi viajar a
Nazaret antes del bautismo de Jesús, era una sobrina de Isabel que se llamaba Mara. Su
parentesco con la Sagrada Familia era el siguiente: La madre de Ana, Ismeria, tenía una
hermana llamada Eremencia y ambas vivían en Mara, una comarca de pastores entre el
Monte Horeb y el Mar Rojo. Como el superior de los esenios del Monte Horeb la advirtió
que entre sus descendientes habría amigos del Mesías, se casó con Afrás, que era del linaje
de sacerdotes que habían llevado el Arca.
Emerencia tuvo tres hijas: Isabel, la madre del Bautista; Enué, que de viuda estuvo
en casa de Ana en el nacimiento de la Santísima Virgen; y Roda de la cual es hija esta Mara
de aquí. Roda fue a casarse lejos de la comarca familiar, y vivió al principio en la comarca
de Siquem y luego en Nazaret y Casaloz junto al Tabor
6
.
Además de su hija Mara, Roda tenía dos hijas más, una de las cuales fue madre de
discípulos. Por otra parte, uno de los dos hijos de Roda fue el primer marido de aquella
Maroni, que, después de su muerte quedó viuda sin hijos y se casó con Eliud, sobrino de
Ana y fue a vivir a Naim. Maroni tuvo un hijo de Eliud, al que el Señor despertó de la
muerte en Naim cuando ella ya había vuelto a enviudar; era el discípulo de Naim, bautizado
con el nombre de Marcial.
Mara, la hija de Roda que estuvo presente en la muerte de María, se había casado en
las cercanías de Belén. Cuando el nacimiento de Cristo, Mara estuvo con María una vez
que la madre Ana se fue de Belén. Mara no era pudiente, pues Roda también había dejado a
sus hijos solo un tercio de la herencia y había dado los otros dos tercios al Templo y a los
pobres. Natanael, el novio de Caná, era según creo hijo de esta Mara y recibió en el
bautismo el nombre de Amador. Mara tuvo todavía más hijos y todos fueron discípulos.
[Antes de morir, la Santísima Virgen visita por última vez el vía crucis que había
erigido. Su aspecto. Describe exactamente sus vestidos estimulada por una reliquia de
éstos. Algunos apóstoles están preparados en su casa.]
[La mañana del 7 de agosto de 1821 contó que:]
Ayer y hoy por la noche he tenido mucho quehacer con la Madre de Dios en Éfeso.
He hecho su vía crucis con ella y otras cinco santas mujeres entre las que estaban la sobrina
de la profetisa Hanna y la viuda Mara, sobrina de Isabel.
La Santísima Virgen iba delante de todas. La vi ya anciana y débil, completamente
blanca y como transparente; verla era indescriptiblemente conmovedor. Para mí que hacía
el vía crucis por última vez y me pareció que mientras lo hacía, ya estaban preparados en su
casa Juan, Pedro y Tadeo. A la Santísima Virgen la vi muy avejentada, pero en su aparición
no había expresión de su edad más que en un ansia ferviente que brotaba de ella como una
gloria.
Estaba indescriptiblemente seria. Nunca la he visto reír, sino sonreír
conmovedoramente. Cuanta más edad tenía, tanto más blanco y transparente aparecía su
rostro. Estaba delgada, pero no la vi ni una arruga, ni señal de que algo se marchitara en
ella. Estaba como en espíritu. El que yo viera en este cuadro a la Santísima Virgen tan clara y completamente
bien, podría deberse a que había tocado una pequeña reliquia del vestido que María llevaba
en esta ocasión. Tengo esa reliquia y procuraré describir el traje tan claramente como me
sea posible.
El traje era para llevar encima del vestido, y solamente le cubría por completo la
espalda, por donde colgaba en pliegues hasta los pies. Una parte se echaba arriba junto al
cuello por el hombro y el pecho hasta el otro hombro, donde se sujetaba con un botón,
formando así un pañuelo de cuello.
Por medio del cinturón que lo ceñía a la cintura, abrazaba el cuerpo desde debajo de
los brazos hasta los pies a ambos lados de la ropa interior parduzca, a cuyos lados formaba
una bolsa del cinturón abajo, enseñando el forro.
Esta bolsa estaba rayada, a lo largo y de través, con rayas rojas y amarillas. La tirita
que tengo es del lado derecho de este pliegue, pero no del forro.
Este era el traje de ceremonia que se usaba según antiguas costumbres judías. La
madre Ana también lo llevaba. El traje no solamente cubría la espalda de su túnica
parduzca sino que de toda la pechera y el delantero, así como de los añadidos, solo dejaba
ver un poco las arrugas de la manga en torno a la mano y el codo.
María llevaba el pelo recogido en una toca amarillenta que se curvaba un poco en la
frente y que se recogía en pliegues en la nuca. Encima de la toca llevaba un velo negro de
tela fina que le colgaba hasta media espalda. Una vez la vi con este traje en las bodas de
Caná.
El tercer año de la vida pública de Jesús, cuando el Señor estuvo enseñando y
curando más allá del Jordán, cerca de Bezabara, que también se llama Betania, vi a la
Santísima Virgen con este traje también en Jerusalén, donde ella vivía en una bonita casa
cercana a las casas de Nicodemo, al que también le pertenecía, según creo. Cuando la
crucifixión del Señor también la vi vestida con él, por debajo del manto de luto o de oración
que la envolvía completamente. Probablemente también llevaba aquí en el vía crucis de
Éfeso el traje de ceremonia, en recuerdo de haberlo llevado entonces cuando la Pasión de
Jesús. Entré en la casa de María, a unas tres horas de Éfeso y la vi acostada en un lecho
bajo y muy estrecho, en una celda dormitorio totalmente revestida de blanco, situada en el
espacio que había detrás y a la derecha del hogar. Su cabeza descansaba en un cojín
redondo; estaba pálida, muy débil y como transida de anhelo. Su cabeza y toda su figura
estaban envueltas en un largo lienzo, cubierto por una manta de lana marrón.
Vi entrar y salir de su celda dormitorio, como si se despidieran de ella, unas cinco
mujeres una detrás de otra. Las que salían del dosel hacían con las manos distintos
ademanes conmovedores de oración o tristeza. Reparé de nuevo entre ellas a la sobrina de
Hanna y a Mara, la sobrina de Isabel que vi en el vía crucis.
En ese momento ya vi reunidos seis apóstoles, en concreto Pedro, Andrés, Juan,
Tadeo, Bartolomé y Matías, así como Nicanor, uno de los siete diáconos que siempre era
muy ayudador y servicial. Los apóstoles estaban de pie y rezaban juntos a la derecha, en la
parte delantera de la casa, donde se habían preparado un sitio para orar.
[Han llegado dos apóstoles más. Matías, hermanastro de Santiago el Menor.
Servicio divino de los apóstoles en la parte delantera de la casa. El altar. Una cajita en
forma de cruz como relicario. ¿Tenían aquí reliquias?. Situación durante el servicio divino.]
[El 10 de agosto de 1821 contó:]
La época del año de la fiesta religiosa de la Dormición de la Santísima Virgen está
perfectamente bien; solo que no todos los años cae en la misma fecha. Hoy vi que todavía
entraron dos apóstoles con las ropas remangadas como si vinieran de viaje, eran Santiago el
Menor y Mateo, su hermanastro, pues cuando el viudo Alfeo se casó con María, la hija de
Cleofás, aportó a Mateo, hijo de su anterior matrimonio.
Vi que ayer a la caída de la tarde y hoy por la mañana, los apóstoles reunidos
celebraron el servicio divino en la parte delantera de la casa, y para ello apartaron a un lado
o colocaron de otra forma los biombos móviles de zarzo que formaban los dormitorios. El
altar consistía en una mesa cubierta de un mantel blanco encima de otro rojo. En cada
celebración sagrada adosaban la mesita a la pared a la derecha del hogar, que seguía
usándose, y después la volvían a retirar.
Delante del altar había un atril revestido del que colgaba un rollo de Escrituras. Por
encima del altar ardían lámparas y ellos mismos habían puesto encima del altar, tumbado o
de pie, un recipiente en forma de cruz hecho de la centelleante sustancia de la madreperla.
Tenía apenas un palmo de largo y ancho y contenía cinco cajitas cerradas con tapaderas de
plata; la del medio contenía al Santísimo Sacramento y las otras crisma, óleos, sal, hilas o
quizá algodón, y otras cosas santas. Estaban tan encajadas y bien tapadas que no se podía
salir nada.
En sus viajes, los apóstoles solían llevar esta cruz colgando del cuello debajo de la
ropa. Entonces eran más que el Sumo Sacerdote cuando llevaba sobre el pecho el
Sacramento de la Vieja Alianza.
No me acuerdo exactamente si los huesos santos se encontraban en una de estas
cajitas o dónde, pero se que en todos los sacrificios de la Nueva Alianza siempre tenían
cerca huesos de profetas, y más adelante de mártires, del mismo modo que los patriarcas en
sus sacrificios siempre ponían sobre el altar huesos de Adán o de otros patriarcas en los que
había descansado la Promesa. En la Última Cena, Cristo les enseñó a hacerlo así. Pedro
estaba delante del altar con ornamentos sacerdotales y los otros detrás de él en forma de
coro. Las mujeres que vivían en la parte trasera de la casa estaban de pie con ellos.
[Llega Simeón. Quince apóstoles y discípulos. Servicio divino. Pedro da el
Santísimo Sacramento a la Virgen. Cosas personales. Santa Susana le acompaña en visión.
Estado de Jerusalén en esa época. Curaciones por el poder sacerdotal.]
[El 11 de agosto de 1821 contó que:]
Hoy vi llegar el noveno apóstol, Simón. Todavía faltaban Santiago el Mayor, Felipe
y Tomás. También vi arrimados varios discípulos más entre los que recuerdo a Juan,
Marcos y aquel hijo o nieto del viejo Simeón que estaba empleado en el Templo en la
inspección de animales de sacrificio y que sacrificó para Jesús el cordero pascual. Ahora
estaban congregados por lo menos diez hombres.
Volvieron a celebrar el servicio divino en el altar, y a algunos de los recién llegados
los vi con las ropas muy remangadas, así que pensé que después querrían salir de viaje
enseguida. Delante del lecho de la Santísima Virgen había un taburetito pequeño, bajo y
triangular, como el de la Cueva de Belén en que los Reyes pusieron los regalos; tenía
encima una tacita con una cucharilla marrón y transparente. En la habitación donde vivía la
Santísima Virgen hoy solamente vi una mujer.
Vi que Pedro la volvió a dar el Santísimo Sacramento después del servicio divino;
se lo llevó en aquel recipiente en forma de cruz. Los apóstoles formaron dos filas desde el
altar hasta su lecho y se inclinaron profundamente cuan do Pedro pasó entre ellos con el
Santísimo Sacramento. Los biombos que rodeaban el lecho de la Santísima Virgen estaban
abiertos por todas partes.
Después de ver esto en Éfeso, me entró el deseo de ver qué aspecto tenía Jerusalén
en esta época, pero me asustaba el largo viaje que hay desde Éfeso hasta allí. En esto entró
Santa Susana mártir cuya fiesta era hoy y cuyas reliquias tengo conmigo, la cual estuvo
conmigo toda la noche y me animó, pues quería acompañarme.
Entonces salimos juntas por encima de mares y tierras y pronto estuvimos en
Jerusalén; ella era muy distinta de mí, era muy ligera y cuando quería agarrarla no podía. Si
yo entraba en un cuadro en un lugar concreto, como por ejemplo aquí, en Jerusalén, ella
desaparecía, pero me acompañaba y me consolaba en cada traslado de un cuadro a otro. Fui al Monte de los Olivos y lo vi todo arrasado y cambiado de cómo estuvo. Sin
embargo, todavía pude reconocer todos los lugares. La casa del Huerto de Getsemaní donde
esperaron los apóstoles, estaba arrasada y allí solo quedaban algunos muros y zanjas para
hacer intransitable el acceso. A continuación me llegué al sepulcro del Señor: estaba
sepultado y tapiado y encima de él, en lo alto de la roca, habían empezado un edificio como
un templete. Solo estaban en pie las paredes vacías.
Cuando miré el paraje a mi alrededor atribulada por esta devastación, se me
apareció mi novio celestial a consolarme en la figura en que en otros tiempos se apareció
aquí a Magdalena.
El Monte Calvario también lo encontré asolado y edificado. La prominencia de la
cima donde estuvo la cruz estaba rebajada y además tenía alrededor zanjas y vallas para que
no se pudiera llegar a ella. Sin embargo subí allí y recé, y entonces volvió a acercárseme el
Señor con consuelo y refrigerio. Cuando se me acercaba el Señor no veía a mi lado a Santa
Susana.
A continuación llegué a un cuadro de las heridas de Cristo y volví a ver de nuevo
muchas curaciones en la comarca de Jerusalén. En este momento estaba pensando en la
gracia de curar en nombre de Jesús, que ha sido otorgada especialmente a los sacerdotes, y
cuando pensaba en concreto cómo el ejercicio de esta gracia resurge especialmente en
nuestros días en el Príncipe Hohenlohe, vi a este sacerdote en acción.
Vi enfermos de muchas clases curados por su oración, y también personas que
cubrían sus viejas úlceras con sucios harapos, que ahora no sé si eran úlceras de verdad o
solo símbolos de viejos pecados en la conciencia.
Entonces llegué incluso a otros sacerdotes de mis cercanías, que tenían también
poder de sanación en ese mismo grado, pero que no lo dejaban salir por respeto humano,
distracción, confusión y falta de perseverancia en la intención.
Entre ellos vi a uno especialmente importante que ayudaba a media docena de
personas, cuyos corazones vi roídos por odiosas fieras que bien podrían significar pecados,
pero, por despreocupación este sacerdote dejaba de ayudar a otros que yacían enfermos
corporalmente aquí y allá, a los que seguramente podría ayudar. Ahora están congregados todo lo más doce hombres en la morada de María. Hoy vi
celebrar el servicio divino en el oratorio del rincón y celebraron misa allí. El cuartito de
María estaba abierto por todo sus lados. Una mujer estaba arrodillada junto al lecho de
María y la incorporaba de vez en cuando; y eso mismo veo también otras veces al día. Le
da una cucharadita de zumo de la taza. María tiene encima de su lecho una cruz de casi
medio brazo de largo en forma de Y griega mayúscula, tal como veo la Santa Cruz. El
tronco es algo más grueso que los brazos. Esta hecha como de distintas maderas y el cuerpo
de Cristo es blanco.
La Santísima Virgen recibió el Santísimo Sacramento.
Después de la Ascensión de Cristo, la Santísima Virgen vivió 14 años y dos meses.
[Hoy por la tarde, mientras dormía, la narradora cantó unos cantos de la Madre de
Dios, de modo suave, apacible e insólitamente conmovedor. Cuando el Escritor la despertó
con la pregunta¿qué estaba cantando?, ella respondió aún adormilada:]
—He ido con la procesión con la Señora aquí, ahora se ha ido.
[Al día siguiente dijo sobre este canto:]
—Por la tarde seguí a dos amigas de María que hacían el vía crucis detrás de la
casa. Van alternativamente todos los días a ese vía crucis por la mañana y por la tarde, y yo
procuro hacerlo detrás de ellas con cuidado y muy despacito. Ayer me extasié y empecé a
cantar y entonces todo desapareció.
El vía crucis de María tiene doce estaciones. Ella misma midió a pasos todas y Juan
ha hecho que pongan lápidas. Al principio solo eran piedras bastas que designaban las
estaciones, pero con el tiempo todo se ha ido arreglando cada vez más, y ahora eran piedras
blancas, bajas y lisas con varias esquinas, creo que casi eran ocho y tenía un hoyo en una
pequeña superficie. Por arriba tenía como un tejadillo.
Cada una de estas lápidas descansaba sobre una losa de la misma piedra cuyo
espesor no podía verse a causa del césped espeso y de las hermosas flores que las orlaban.
Lápidas y losas estaban todas marcadas con letras hebraicas.
Todas estas estaciones estaban en hondonadas cercadas, como en cuencos
artificiales pequeños y redondos. En estos hoyos, una senda lo bastante ancha para una o
dos personas llevaba en torno a las piedras para que se pudieran leer las inscripciones. Las
placitas que tenían alrededor, con hierba y hermosas flores, eran unas más grandes y otros
más pequeñas. Estas piedras no siempre estaban destapadas sino que a veces tenían sujeta a
un lado una estera para taparla cuando no se rezaba, que se sujetaba al otro lado con dos
estacas.
Las doce lápidas de las estaciones eran todas iguales y todas estaban marcadas con
inscripciones hebraicas, pero los lugares donde estaban eran distintos. La estación del
Monte de los Olivos estaba junto a una altura, en una vaguada en la que podían arrodillarse
varias personas. La estación de Monte Calvario era la única que no estaba en una
hondonada sino sobre una colina, y por esta colina se iba a la estación del Santo Sepulcro,
cuya lápida estaba en una hondonada al otro lado de la colina, y aún más abajo el sepulcro
propiamente dicho en una cueva de roca al pie de la colina donde sepultaron a la Santísima
Virgen. Creo que este sepulcro tiene que existir todavía bajo tierra y que alguna vez todavía
saldrá a la luz del día.
Vi que cuando los apóstoles, las santas mujeres y los demás cristianos, se acercaban
a estas estaciones para rezar, se arrodillaban o se prosternaban con el rostro en el suelo y
sacaban de debajo de sus ropas una cruz en Y como de un pie de larga que ponían de pie
sobre el hoyito de la lápida, valiéndose de una pieza móvil que tenía en la parte de atrás.
[Santiago el Mayor llega con tres discípulos. Trajes y conducta de los apóstoles que
llegan. Saludan a la Santísima Virgen.]
[El 13 de agosto de 1821 contó:]
Hoy vi el servicio divino como de costumbre. De día vi a la Santísima Virgen
incorporarse varias veces y refrescarse con la cucharita.
[Por la tarde, hacia las 7, dijo en sueños:]
Ahora ha llegado de España pasando por Roma Santiago el Mayor con tres
discípulos, Timón, Eremensear y otro más. Más tarde vino de Egipto Felipe con un
acompañante. Generalmente los apóstoles y los discípulos llegaban muy cansados y
llevando en la mano largos bastones ganchudos con botones de distintas clases en la
empuñadura que designaban su rango.
Llevaban parte de sus largos mantos de lana blanca echados sobre la cabeza para
cubrirse, como capuchas. Debajo llevaban túnicas sacerdotales de lana largas y blancas que
podían abrirse de arriba abajo, pero las llevaban cerradas con correítas ranuradas como
lazos, y pequeños rodetes como botones. Siempre los veo así pero se me olvida decirlo.
Para andar remangaban estas prendas y las metían en el cinturón. Algunos llevaban
una bolsa de costado colgando del cinturón. Los que entraban abrazaron afectuosamente a
los presentes, y vi que muchos lloraban de pena y de alegría pues volvían a verse pero en
ocasión muy triste. Entonces dejaron el bastón y se quitaron el manto, la bolsa y el cinturón
y entonces la túnica blanca les cayó hasta los pies. Se pusieron un ceñidor ancho que traían
consigo y que estaba marcado con letras. Les lavaron los pies y se acercaron al lecho de
María, a la que saludaron respetuosamente. Ella solo pudo hablar con ellos unas palabras.
No vi que tomaran más que unos panecillos y los vi beber de las botellitas que traían
colgando.