[En octubre se anuncian el censo y el impuesto de César Augusto. Preparativos de la
Santísima Virgen para el nacimiento de Cristo.]
La época real del nacimiento de Cristo, tal como siempre la he visto fue cuatro
semanas antes de cuando la celebra la Iglesia; tiene que ser hacia la fiesta de Santa
Catalina. La Anunciación siempre la he visto a fines de febrero. Ya a fines de octubre vi
que se dio a conocer en la Tierra Prometida el censo y el tributo que había ordenado el
César. A partir de este momento vi mucha gente viajando de acá para allá por todo el país. Hace ya una serie de días que veo a la Santísima Virgen en la casa de Ana, su
madre, que está en el Valle de Zabulón a cosa de una hora de Nazaret. Cuando María está
con Ana, en la casa de Nazaret solamente se queda la criada que cuida de San José. Por lo
demás, mientras Ana vivió, María y José no hacían compra aparte, sino que siempre la
recibían de aquélla.
Hace ya un par de semanas que veo afanarse a la Santísima Virgen con los
preparativos del nacimiento de Cristo; cose y borda alfombras, fajas y pañales; ha
preparado de todo en abundancia.
Joaquín ya no vive, pero veo otro hombre en casa, y es que Ana se ha vuelto a casar.
Su marido tiene un empleo en el Templo relacionado con las ofrendas de animales. La
comida, panecillos y peces, Ana se la envía en un saco de cuero dividido en varios
compartimentos adonde esté con los rebaños.
En la casa hay una chica bastante crecida, de unos siete años, que echa una mano a
María y a la que ésta enseña; me parece que tal vez sea una hijita de María Cleofás;
también se llama María. José no está en Nazaret pero tiene que venir pronto; está en el
camino de regreso de Jerusalén adonde ha llevado una ofrenda de ganado.
Vi a la Santísima Virgen en casa; tenía ya el vientre alto y estaba sentada en una
sala trabajando con otras mujeres; preparaban enseres y cobertores para cuando María de a
luz.
Ana tenía una posición muy desahogada y era propietaria de rebaños y pastos.
Equipó ricamente a la Santísima Virgen con todo lo de costumbre en su estado. Como creía
que María daría a luz en su casa y que todos los parientes la visitarían allí, preparó todo de
lo más caro para el nacimiento del Niño de la Promesa y especialmente hermosas mantas y
bonitas alfombras.
Yo había visto ya una manta de éstas en casa de Isabel con ocasión del nacimiento
de Juan; estaba pespunteada con símbolos y frases; he visto hilos de oro y plata
entretejidos. En el centro tenía cosida una especie de envoltura donde la recién parida podía
embutirse de manera que, cuando sujetaba las distintas piezas en torno a ella con lazos y
botones, quedaba acomodada como en un barquito, como un bebé en su saco. Cuando las
amigas la visitaban podía incorporarse cómodamente entre cojines, mientras las amigas se
sentaban en el borde de la alfombra.
Aquí en casa de Ana también preparaban colchas de éstas, además de muchos
pañales y fajas para el niño. Incluso vi que aquí y allá habían cosido hilos de plata y de oro.
No todas las colchas y enseres eran para uso propio, sino que muchas eran para
regalar a los pobres, en los que se pensaba siempre en estos alegres acontecimientos.
Vi a la Santísima Virgen y otras mujeres sentadas en el suelo en torno a un gran
cofre. Con dos palillos que tenían arrollados hilos de colores, cosían o bordaban una gran
manta de éstas que reposaba en el cofre en medio de ellas. La madre Ana estaba muy
atareada; iba y venía con lana, la repartía y decía a las chicas lo que tenían que hacer. José llegará hoy a Nazaret. Ha estado en Jerusalén, adonde ha llevado ganado para
la ofrenda, y lo ha instalado en el pequeño albergue que está a un cuarto de hora de
Jerusalén en dirección a Belén. Una pareja de ancianos sin hijos tiene allí una casa que
sirve de albergue para gente tranquila y de confianza.
Desde allí José fue a Belén, pero no visitó a sus parientes; solamente quería
informarse del censo y el tributo, pues cada uno tenía que ir a su lugar de nacimiento. Pero
no se hizo inscribir todavía pues tenía el propósito de ir con María de Nazaret al Templo de
Jerusalén cuando pasaran los días de su purificación, y luego a Belén para establecerse allí.
Ahora no sé exactamente qué ventajas le veía a esto, pero José no estaba a gusto en
Nazaret; por eso vio la oportunidad en Belén y anduvo informándose sobre piedra y madera
de construcción, pues tenía idea de hacerse allí una casa.
En cuanto se informó, volvió al albergue de Jerusalén, llevó su ofrenda al Templo y
se apresuró a volver a casa. Hoy, cuando iba por el campo de Kimki [Guinim], a unas seis
horas de Nazaret, a eso de la medianoche, se le apareció un ángel que le avisó que fuera
enseguida a Belén con María, pues el niño debía nacer allí. Le especificó todo lo que tenía
que llevar consigo para el caso, le concretó que llevase pocas cosas y sencillas, y en
particular, que no llevase ninguna manta bordada. Además del burro que montaría María
debería llevar una burrita de un año que todavía no hubiese parido, y la debía dejar suelta,
para seguir siempre el camino que tomara la burrita.
Hoy al anochecer, Ana y la Santísima Virgen fueron a Nazaret, pues sabían que
llegaría José; sin embargo no parecían saber que María tuviera que viajar a Belén desde
casa de Ana; creían que María traería al mundo a su niñito en su casa de Nazaret, pues vi
que, empacadas en bolsas, las llevaron allí varios enseres que habían preparado. Entre otras
cosas, vi varias envolturas de tela azul con capucha que creo eran para meter al bebé. José
también llegó a Nazaret al anochecer. Hoy vi a la Santísima Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret donde José las
reveló lo que le habían anunciado la noche anterior. Ellas se volvieron enseguida a casa de
Ana a equiparse para salir rápidamente de viaje. A Ana, este viaje la preocupaba.
La Santísima Virgen ya sabía que su niño tenía que nacer en Belén pero se había
callado por humildad; lo sabía por los escritos de los profetas sobre el nacimiento del
Mesías que guardaba en su armarito de Nazaret. Los había recibido de sus maestras del
Templo y aquellas santas mujeres la habían instruido en ellos, los leía a menudo y rogaba
que se cumplieran. Su oración constante clamaba anhelante por el advenimiento del
Mesías; siempre rogaba de antemano por la bienaventurada que daría a luz al niño santo, y
en su humildad únicamente pretendía poderla servir como su criada más pobre y nunca
pensó que pudiera ser ella misma.
Por eso ahora sabía por aquellas citas de los profetas, que el Salvador nacería en
Belén. Aceptó de muy buena gana la voluntad de Dios y se puso de viaje, muy penoso para
ella en aquella estación del año pues muchas veces ya se sentía frío en los valles de las
montañas.
Hoy al anochecer vi que José y la Santísima Virgen, acompañados de Ana, María
Cleofás y algunos criados, salieron de casa de Ana para emprender el viaje. María iba
sentada en el asno a la amazona, en una cómoda silla, y José guiaba al burro, que también
cargaba el equipaje. Llevaban también un segundo asno, que era en el que se volvería Ana.
Cuando salieron de viaje, el marido de Ana estaba en el campo. [En los pastos de Ana dan una borriquilla a los viajeros. Ana y María Cleofás se
vuelven. La Sagrada Familia para en una finca de Lázaro cerca de la ciudad de Guinim. El
administrador intima con ellos.]
[Miércoles 14 de noviembre:]
Hoy por la mañana vi a los santos viajeros en una campiña, llamada de Guinim, a
seis horas de Nazaret, donde antes de ayer se apareció el ángel a San José.
[Ana Catalina dijo:]
Este campo de Guinim, de varias horas de largo, tiene forma de pera. Hay otro
campo llamado Guimmi más cerca de Nazaret, en una aldea de pastores que está muy alta,
Guimmi o Guimchi, donde Jesús estuvo enseñando a los pastores del 7 al 9 de septiembre
anteriores a su bautismo; los leprosos se habían escondido en sus casas. También curó allí a
la posadera con hidropesía y los fariseos le insultaron.
Por el otro lado, al Suroeste de Nazaret y todavía más lejos, al lado de allá del
arroyo Kisón, hay un poblado de leprosos, cabañas ruinosas en torno a un estanque que
forma allí un afluente del Kisón. Jesús estuvo curando allí el 30 de septiembre anterior al
bautismo.
El campo de Guinim por el que la Sagrada Familia ha viajado hoy está separado del
otro campo de Guimmi por un arroyuelo o una rambla seca. Los nombres son tan parecidos
que puedo haberlos trastocado fácilmente.
Ana tenía allí una dehesa adonde los criados fueron a buscar la borriquilla de un año
que iba a llevar José. La burrita corría unas veces delante de la comitiva y otras detrás.
Allí, Ana y María Cleofás se despidieron conmovedoramente de los santos viajeros
y se volvieron a casa con los criados.
La Sagrada Familia siguió su camino subiendo al Monte Guilboá. Seguían a la
borriquilla, que siempre se colaba por atajos solitarios, y no atravesaron ningún pueblo. Los
vi entrar en una finca de Lázaro que está puesta en una altura, no lejos de la ciudad de
Guinim, hacia la parte de Samaria1
.
El encargado los acogió amistosamente pues los conocía de otro viaje; su familia era
íntima de Lázaro. Había allí avenidas y hermosos frutales; la casa estaba tan alta que desde
la azotea se divisaba un panorama muy amplio. Lázaro la había heredado de su padre y
Jesús se alojó allí muchas veces durante su predicación y estuvo enseñando en aquella
comarca.
El encargado y su mujer charlaron amistosamente con la Santísima Virgen y se
asombraron de que hubiera querido emprender un viaje tan largo en su estado cuando
hubiera podido tenerlo todo tan a gusto en casa de Ana, su madre. [Descanso en el Terebinto de Abraham. María tiene frío. Vanas esperanzas de José.
Como muestra el camino la borriquilla.]
[Noche del jueves 15 al viernes 16 de noviembre:]
Unas horas más allá del lugar anterior, la Sagrada Familia pasó de noche por un frío
valle camino de una montaña. Era como si hubiera caído escarcha; se veía que la Santísima
Virgen tenía frío y dijo a San José:
—Tenemos que descansar; no puedo seguir más.
Apenas dijo esto, la borriquilla que los acompañaba se paró debajo de un gran
terebinto añoso que había por allí, cerca del cual había una fuente. Se detuvieron al pie del
árbol; José extendió unas mantas para que se sentara la Santísima Virgen, la ayudó a bajar
del asno y ella se sentó apoyada en el árbol, en cuyas ramas José colgó el farol que llevaba
consigo, tal como he visto hacer muchas veces en este país a la gente que viaja de noche.
La Santísima Virgen rogó fervientemente a Dios que no la permitiese sufrir daño
por el frío. Entonces de repente la traspasó un calor tan intenso que tendió sus manos a José
para que calentase las suyas.
Aquí se repusieron un poco con panecillos y frutas que llevaban y bebieron agua de
la fuente cercana, mezclada con bálsamo que José llevaba en una jarrita.
José estuvo dando mucho consuelo a la Santísima Virgen. ¡Es tan bueno! ¡Le duele
tanto que el viaje sea tan penoso! Cuando María se quejó de frío, la habló del buen
alojamiento que esperaba encontrar para ella en Belén; sabía de una casa de gente muy
buena donde encontrarían un sitio cómodo por poco dinero; más valía pagar algo que no
tener dónde alojarse. En general, alabó Belén y la consoló cuanto pudo.
A mí esto me inquietaba porque sabía lo distintas que serían las cosas. También
fueron así para aquel santo las esperanzas humanas.
Hasta ese momento, en su viaje habían pasado dos riachuelos, uno de ellos por una
pasarela que estaba alta; los dos burros los vadearon ambos. La borriquilla que corría suelta
correteaba en torno a los viajeros de una forma extraña; por caminos cerrados o entre
montañas, donde no podían equivocarse, corría unas veces delante y otras detrás, pero
donde el camino se dividía, siempre reaparecía y tiraba por el camino justo, y donde tenían
que descansar se quedaba quieta como aquí en el terebinto. Ya no sé si pasaron la noche
bajo el árbol o si aún tuvieron que llegar a otro albergue.
Este terebinto era un árbol sagrado y muy viejo del bosque de Moreh cerca de
Siquem. Cuando Abraham vino a la tierra de Canaán, tuvo aquí una aparición del Señor que
le prometió esta tierra para sus descendientes, y Abraham erigió un altar debajo del
terebinto. Antes de que Jacob fuera a Bethel a ofrendar al Señor, enterró al pie del terebinto
los ídolos de Labán y las joyas que llevaba consigo su familia. Josué instaló bajo el
terebinto el tabernáculo donde estuvo el Arca de la Alianza y mandó al pueblo reunido en
torno al árbol que renunciase a sus ídolos. También aquí los siquemitas saludaron por rey a
Abimelec, hijo de Gedeón.
[Rechazados en un cortijo, se alojan en un cobertizo abierto dos horas al Sur del
terebinto. La mujer del labrador les trae comida. Después de una hora monte arriba llegan a
pasar el sabbat a un gran albergue. Se alojan en un cobertizo y José celebra el sabbat.]
[Viernes 16 de noviembre:]
Hoy vi que la Sagrada Familia llegó a una gran casa de labor, a unas dos horas al
Sur del árbol. El ama estaba ausente y el hombre rechazó a San José diciéndole que siguiera
más allá. Cuando siguieron otro trecho más, encontraron que la borriquilla corría a una
cabaña de pastores vacía, a la que se dirigieron. Algunos pastores que estaban ocupados
desbrozando estuvieron muy cordiales con ellos y les dieron paja y hatillos de juncos y leña
menuda para encender la lumbre. Los pastores fueron también a la casa donde los habían
rechazado y contaron a la señora de la casa, que ya había vuelto, lo bueno y cariñoso que
era San José y lo bonita y maravillosamente santa que era su mujer; así que la mujer regañó
al marido por haber rechazado a tan buena gente y se fue enseguida adonde había parado la
Sagrada Familia, entró tímidamente y regresó enseguida a su casa a traerles algo de comer.
El sitio donde estaban ahora era la ladera septentrional de un monte que está poco
más o menos entre Zebez y Samaria. Cerca de aquí, a Oriente y más allá del Jordán, está
Succoz, y algo más al Sur y también del lado de allá está Ainón, y de este lado, Salim.
Desde aquí puede haber a Nazaret sus buenas doce horas.
Al cabo de un rato llegó la mujer con dos niños y algunas provisiones adonde estaba
la Sagrada Familia. Estaba conmovida y se disculpó amistosamente, y después que tomaron
un bocado y descansaron, llegó también el marido a pedir perdón a José por haberle
rechazado. También le aconsejó que siguieran una hora más monte arriba para llegar a un
buen albergue antes que empezase el sabbat, y donde podrían pasarlo.
Entonces se pusieron en marcha y después que hicieron como una hora más de
camino cuesta arriba, llegaron a un albergue con bastante buen aspecto consistente en
varios edificios y un jardín de recreo rodeado de árboles, así como matas de bálsamo en
espalderas. Este albergue todavía estaba en la ladera Norte.
La Virgen se apeó; José llevaba el burro. Se acercaron a la casa y cuando asomó el
patrón, José le pidió posada, pero aquél se excusó porque tenía la casa llena de gente.
También salió la posadera y cuando la Santísima Virgen se la acercó y la pidió alojamiento
tan humilde y entrañablemente, la mujer quedó sobrecogida de emoción y el posadero
tampoco pudo oponerse. Les hizo un sitio cómodo en una cabaña cercana e instaló al burro
en un establo. La borriquilla no estaba aquí sino que corría libremente por aquellos parajes;
siempre estaba ausente a menos que tuviera que señalar el camino.
José preparó allí su lámpara del sabbat y allí estuvieron rezando el sabbat la
Santísima Virgen y él, devotos y conmovedores; comieron también unos bocados y luego
descansaron sobre los colchones extendidos. La Sagrada Familia ha permanecido aquí todo el día de hoy rezando juntos. Vi que
la señora de la casa y sus tres niños estaban con la Santísima Virgen, y que también vino a
visitarla la mujer del posadero anterior con sus dos hijos. Se sentaron juntas con toda
confianza, muy impresionadas por el pudor y la sabiduría de María, a la que escuchaban
con mucha emoción mientras charlaba con los niños y los enseñaba. Los niños tenían rollos
de pergamino y María se los hacía leer; hablaba con ellos tan cariñosamente sobre lo que
leían que los niños no podían apartar sus ojos de ella. Era muy dulce verlo, y más aún oírlo.
Después de mediodía, José y el posadero se dieron una vuelta por aquellos
contornos, contemplaron los campos y los huertos y conversaban piadosamente, tal como
siempre veo hacer en sabbat a la gente piadosa del país. La siguiente noche también se
quedaron aquí. [Ojeada al templo de Garizim. Llegan al anochecer a una gran casa de pastores a
una hora al Sureste de Siquem. Lo que Jesús hará aquí en el futuro.]
[Domingo, 18 de noviembre:]
Las buenas gentes de este albergue se habían encariñado extraordinariamente con la
Santísima Virgen y sentían tierna compasión por su estado. La pidieron afectuosamente que
se quedara a esperar aquí el alumbramiento; la enseñaron también la cómoda habitación
donde querían instalarla. La señora de la casa la ofreció de corazón todo su cariño y sus
cuidados.
Sin embargo, José y María reemprendieron temprano su viaje por la ladera
suroriental del monte y penetraron en un valle de montaña. Cada vez se alejaban más de
Samaria, adonde parecía llevarlos su camino anterior. A medida que se alejaban podían ver
en la terraza del templo del Monte Garizim, que se ve desde muy lejos, muchas figuras de
leones y de otros animales cuya blancura centelleaba al sol.
Luego los vi viajar unas seis horas más y a eso del anochecer, a cosa de una hora
entre Mediodía y Poniente de Siquem, llegaron a una casa de campo de pastores donde los
acogieron bien.
El hombre de la casa era guarda de los campos y huertos de frutales pertenecientes a
una ciudad cercana. La casa estaba en la ladera y no en la llanura. Todo era aquí mejor y
más fértil que en las comarcas por donde habían viajado hasta entonces, pues ésta era
solana, lo que en la Tierra Prometida y en esta estación es una diferencia significativa.
Desde aquí hasta Belén había muchas viviendas de pastores parecidas, dispersas por los
valles.
Esta gente de aquí era de los pastores cuyas hijas se casaron con unos criados de los
Reyes Magos que se quedaron en la Tierra Prometida. De uno de estos enlaces nació un
chico al que Nuestro Señor curó a instancias de la Santísima Virgen el 31 de julio (día 7 de
Ab) de su segundo año de predicación, después de hablar con la samaritana. En su viaje a
Arabia tras la resurrección de Lázaro, Jesús lo tomó de compañero junto con otros dos
jóvenes, y más adelante se convirtió en uno de los discípulos. Jesús se paró allí muchas
veces a enseñar y aquí en la casa había niños que José bendijo antes de salir. [Prosiguen viaje. Rechazados groseramente por un labrador seis horas más al sur,
descansan en un cobertizo abierto. El camino hasta aquí.]
[Lunes 19 de noviembre:]
Hoy los vi más veces por camino llano. La Santísima Virgen a veces va andando y a
menudo descansan en sitios cómodos y toman algo. Llevan panecillos y una bebida que
refresca y tonifica al mismo tiempo, que llevan en una jarrita muy adornada que tiene dos
asas y que brilla como si fuera un mineral parduzco: es bálsamo que mezclan con el agua.
Muchas veces recogen las bayas y frutos que todavía cuelgan de los árboles y arbustos en
algunos sitios muy soleados.
La silla encima del burro donde va montada María tenía a derecha e izquierda
soportes para descansar los pies, que María llevaba ocultos de modo que no iban colgando
como entre nosotros, cuando se viaja por el campo. El movimiento es sumamente tranquilo
y decoroso. La Santísima Virgen se sienta alternativamente a derecha o izquierda de la
montura.
Lo primero que hacía José en cada parada y en cada alojamiento era prepararle un
asiento cómodo y un sitio para que descansase; él se lavaba los pies a menudo, y María
también; por lo demás, se lavaban con mucha frecuencia.
Ya estaba oscuro cuando llegaron a una casa aislada. José llamó a la puerta y pidió
alojamiento, pero el hombre de la casa no le quiso abrir, y cuando José le hizo presente el
estado de María, que no podía seguir más, y que él no pedía albergue gratis, aquel hombre
duro replicó indignado que esto no era una posada, ni quería que le molestaran ni sufría que
le aporreasen la puerta, y que siguiera su camino. Aquel hombre implacable ni siquiera
abrió la puerta, sino que le gritó sus duras palabras a través de la puerta cerrada.
Así que María y José siguieron su camino un corto trecho y se recogieron en un
cobertizo donde encontraron a la borriquilla. José encendió el farol y, con ayuda de la
Santísima Virgen, la preparó un lecho. También metió dentro al borrico, para el que
encontró pienso y paja. Rezaron, tomaron un bocado y durmieron unas horas.
Desde el último alojamiento hasta aquí debe haber seis horas de camino; estaban a
26 horas de Nazaret y a diez de Jerusalén.
Hasta el momento no habían viajado por ninguna gran carretera, pero habían
atravesado varias de las rutas comerciales que van del Jordán a Samaria y que desembocan
en los caminos militares de Siria a Egipto. Los caminos laterales por los que van son muy
estrechos y, sobre todo en montaña son tan angostos que para ir por ellos sin tropiezo hay
que ser muy experto, pero los burros van por ellos con gran seguridad. Aquí apenas hay
albergues. [La higuera sin fruto al Noreste de Betania. Albergue donde el posadero los increpa
pero la mujer los admite. Se alojan con ricos labradores; acogida tibia. Jesús visitó estas
casas después de su bautismo. Dirección del camino; por qué paran tantas veces.]
[Martes, 20 de noviembre:]
Dejaron el alojamiento antes de amanecer; ahora el camino volvía a subir un poco.
Me parece que rozaron el camino que lleva de Gabara a Jerusalén, y que por allí estaba la
frontera entre Samaria y Judea. Los volvieron a rechazar groseramente en otra casa.
En esto pasó que cuando estaban aún varias horas al Noreste de Betania, María
imploró insistentemente parar a tomar algo, y entonces José se apartó una media hora del
camino y la llevó donde sabía que había una hermosa higuera que siempre estaba llena de
higos; el árbol estaba rodeado de bancos.
José lo conocía de un viaje anterior, pero cuando llegaron, el arbolito no tenía fruta,
lo que les afligió mucho. Creo recordar confusamente que más tarde algo le pasó con Jesús
a este árbol. Estaba verde pero no tenía fruta y me parece que el Señor la maldijo en un
viaje, huyendo de Jerusalén, y se secó2
.
En esto se acercaron a una casa donde el hombre al principio estuvo muy grosero
con José, que humildemente le pedía alojamiento. Alumbró la cara a la Santísima Virgen e
increpó a José: «Para dar tumbos con una mujer tan joven, muy celoso tenía que estar».
Pero luego vino el ama de casa, se apiadó de la Santísima Virgen y les asignó con todo
cariño un sitio en un edificio contiguo y también les llevó panecillos para que repusieran
fuerzas. El marido también se arrepintió de su grosería y después estuvo muy cariñoso con
los santos viajeros.
De allí fueron a una tercera casa habitada por gente joven, en la que vi a un anciano
que vagabundeaba apoyado en un bastón. Allí los acogieron pasablemente pero no
especialmente bien, ni se preocuparon mucho de ellos. Estos no eran simples pastores, sino
labradores ricos de aquel país, liados con el mundo, el comercio y cosas parecidas.
Después de su bautismo el 1 de Tisri (20 de octubre), Jesús visitó una de estas casas
y encontró adornado para oratorio el lugar donde habían reposado sus padres. No sé
exactamente si era la casa donde al principio el marido increpó a San José. Recuerdo
confusamente que esta gente lo arregló así justo después de los milagros que pasaron en el
Nacimiento.
Hacia el final del camino, José hizo muchas paradas, pues el viaje se le hacía cada
vez más penoso a la Santísima Virgen. Siguieron el camino por el que se metía la
borriquilla, con lo que rodearon Jerusalén por Oriente; fue un rodeo de día y medio por lo
menos.
El padre de José había tenido prados por aquí, y José conocía muy bien estos
parajes. Si hubieran ido hacia el Sur cortando el desierto por detrás de Betania, seguro que
hubieran llegado a Belén en seis horas, pero ese camino era montuoso y en ésta época del
año muy incómodo, así que siguieron a la borriquilla por los valles, acercándose cada vez
más al Jordán. [El amo de la casa los recibe amistosamente, la dueña está trastornada y no se deja
ver. Jesús la cura treinta años después.]
[Miércoles, 21 de noviembre:]
Hoy vi que los santos viajeros se alojaron a pleno día en una casa grande de pastores
que debía estar a unas tres horas del sitio donde más adelante bautizó Juan en el Jordán, a
unas siete horas de Belén.
Era la misma casa en la que treinta años después Jesús pernoctó el 11 de octubre,
antes de su primera mañana tras el Bautismo de Juan. Al lado de la casa había un granero
separado, donde guardaban los aperos de labranza y de los pastores. En el patio había una
fuente rodeada de baños que recibían agua de los caños que venían de la fuente. El dueño
de la casa debía tener muchos campos, porque había allí mucho ajetreo y muchos criados
que iban, venían y comían aquí.
El hombre de la casa recibió a los viajeros muy amistosamente, pues era muy
servicial. Los llevaron a un sitio cómodo y se ocuparon bien del asno, hizo que un criado
lavara los pies a José junto a la fuente y que le pusiera otros vestidos hasta que le quitara el
polvo y planchara los de José. Una criada prestó los mismos servicios a la Santísima
Virgen. Allí comieron y durmieron.
El ama de casa estaba un poco trastornada; vivía apartada y se mantenía distante,
pero atisbaba a hurtadillas a los viajeros, y como era joven y vanidosa se enfadó a causa de
la belleza de la Santísima Virgen, a lo que se añadía el temor de que la Santísima Virgen la
hablara de quedarse a dar a luz aquí, así que displicentemente, no compareció.
Esta fue la misma mujer que Jesús encontró allí, ciega y encorvada, treinta años
después, el 11 de octubre después de su bautismo, y a la que curó tras recordarle su falta de
hospitalidad y su petulancia.
En la casa también había niños. La Sagrada Familia pasó la noche aquí. [En el albergue hay un funeral. Bien acogidos.]
[Jueves 22 de noviembre:]
Hoy a eso de mediodía vi que la Sagrada Familia ha reanudado su viaje desde el
alojamiento de ayer, y que algunos moradores de la casa los han acompañado un trecho del
camino.
Tras un corto viaje de unas dos horas hacia Poniente, llegaron a un lugar donde a
ambos lados de una gran carretera había dos filas de casas no muy juntas, con jardines y
patios delanteros. José tenía parientes que vivían aquí, hijos del segundo matrimonio de un
padrastro o madrastra; la casa estaba bien y tenía muy buen aspecto.
Sin embargo ellos atravesaron todo el lugar y luego fueron media hora hacia la
derecha en dirección a Jerusalén, a un gran albergue en cuyo patio había un surtidor con
muchos caños. Se había congregado mucha gente porque se estaba celebrando un funeral.
El interior de la casa, en cuyo centro estaba el hogar con su campana de humos, lo
habían convertido en gran salón al retirar los tabiques de madera bajos y móviles que
normalmente separaban varios cuartos cerrados. Detrás del hogar colgaban colchas negras,
y delante había una especie de envoltorio negro parecido a un féretro, en torno al cual
rezaban congregados muchos hombres con largos trajes negros y otros blancos más cortos
encima; algunos llevaban colgando del brazo manípulos [cintas anchas de carácter
litúrgico] con flecos.
En otra sala, las mujeres, todas envueltas en velos hasta el suelo, estaban sentadas
en cofres bajos, se condolían y plañían.
La gente del albergue, que estaba ocupada con el duelo, solo los recibieron de lejos,
pero la servidumbre de la casa los recibió muy cariñosamente y les dispensó toda clase de
atenciones. Prepararon para ellos un cuarto aparte dejando caer las esteras que estaban
arrolladas arriba, para que se encontraran como en una tienda de campaña.
En esta casa estaban apoyados en la pared muchos lechos enrollados y podían
formarse muchas celdas separándolas con esteras.
Más adelante vi que los del albergue visitaron a la Sagrada Familia y conversaron
muy cordialmente con ellos; ya no llevaban los sobretodos blancos sobre los trajes negros.
Después que José y María se refrescaron y tomaron un poco de comida, rezaron juntos y se
entregaron al reposo. [Buena voluntad de la gente del albergue. Vanas esperanzas de José acerca de
Belén.]
[Viernes, 23 de noviembre:]
José y María salieron de aquí para Belén hoy a eso de mediodía; todavía les
quedaban tres horas de camino. El ama de casa les rogó que se quedaran, pues el parto de
María parecía cuestión de horas. Pero María, con el velo echado, respondió que todavía
faltaban 36 horas; no estoy segura si dijo 38. La mujer los hubiera retenido con mucho
gusto, pero no en su misma casa sino en otro edificio.
Al partir, José habló con el posadero de los burros de éste y los alabó mucho y dijo
que él también llevaba consigo una borriquilla para empeñarla en caso de necesidad.
Como los del albergue insistían en la dificultad de encontrar alojamiento en Belén,
José les dijo que allí tenía amigos que seguramente los acogerían bien. Me dolía que
hablara con tanta seguridad de buena acogida; por el camino volvió a hablar de ello con
María, y es que se ve que la gente muy santa también puede equivocarse. [El censo romano en la casa paterna de José. José censado. Sobre el tributo que se
pagaba en tres plazos.]
[Viernes 23 de noviembre:]
El camino desde el último albergue a Belén debe llevar unas tres horas. Rodearon a
Belén por el Norte y se acercaron a la ciudad desde Poniente. Hicieron alto debajo de un
árbol a la vera del camino; María bajó del asno y se arregló la ropa.
Luego José fue con ella a un gran edificio rodeado de jardines y de otros edificios
menores que estaba a unos minutos de Belén. Delante tenía árboles y alrededor acampaba
mucha gente y había muchas tiendas. Era la vieja casa solariega de David y antigua casa del
padre de José; todavía vivían en ella parientes o conocidos de José pero estuvieron muy
distantes con él, como si no lo conocieran. Ahora está aquí la Casa de Recaudación del
Tesoro Romano.
Llevando el asno del ronzal, José fue enseguida a la casa con la Santísima Virgen,
pues todo recién llegado tenía que inscribirse en ella y recibir una cédula sin la cual no se le
permitía estar en Belén.
[Después de varias pausas, la narradora, que estaba en contemplación, dijo lo
siguiente:]
La borriquilla que andaba suelta no se fue con ellos, sino que correteaba al Sur de la
ciudad, donde el valle está llano.
José ha entrado en la casa. María está en un casita junto al patio con unas mujeres
muy acogedoras que la dan de comer… Son mujeres que cocinan para la tropa… Los
soldados son romanos… tienen esas correas colgando alrededor de las caderas… Aquí hace
un tiempo agradable, nada de frío… El sol brilla sobre los montes que hay entre Jerusalén y
Betania, que desde aquí se ven muy bonitas…
José está en una sala grande que no está en la planta baja. Le preguntan quién es y lo
buscan en un largo rollo de los muchos que cuelgan de las paredes. Lo desenrollan y leen
en voz alta su estirpe, así como el linaje de María; José parecía no saber que María
procediera en línea tan directa de David a través de Joaquín; pues José mismo procede de
un vástago anterior de David… El hombre le pregunta:
—¿Dónde tienes a tu mujer?
A causa de muchos desórdenes de todo género, hace siete años que no censaban
como es debido a la gente de este país. Veo los números V y II que hacen siete [Hizo estos
números con los dedos]. El tributo ya está en curso desde hace un par de meses. En estos
siete años algo se ha pagado aquí y allá, pero nada en serio. La gente todavía tendrá que
pagar dos veces más, y algunos se quedarán aquí tres meses.
José llegaba un poco retrasado al impuesto pero le trataron amistosamente. Hoy
todavía no ha pagado, pero le preguntaron sus medios de fortuna y explicó que no tenía
terrenos, y que vivía de su oficio y de la ayuda de su suegra.
En varias salas de la casa hay un montón de escribanos y funcionarios importantes.
Arriba están los romanos y también muchos soldados. Hay fariseos y saduceos, sacerdotes,
ancianos y toda clase de escribanos y funcionarios de ésos, tanto por parte romana como
judía. En Jerusalén no hay una comisión de éstas, pero sí en muchos otros lugares del país,
como Magdalum junto al Mar de Galilea, donde tiene que ir a pagar la gente de Galilea y
también gente de Sidón, según creo, algunos a causa de sus negocios mercantiles.
Únicamente tienen que ir a su lugar de nacimiento los que no están avecindados o no se
pueden estimar sus bienes raíces.
El impuesto tiene que pagarse en tres partes de ahora en tres meses, y cada pago
tiene distinto destino: del primer pago participan César Augusto, el rey Herodes y otro rey
más que vive cerca de Egipto, que hizo algo en la guerra y tiene cierto derecho arriba, en
una comarca del país, por cuya causa tienen que darle algo.
El segundo pago se destina a la construcción del Templo, algo así como si se
estuviera pagando una deuda que tuviera contraída.
El tercer pago debería ser para los pobres y las viudas, que no han recibido nada
desde hace mucho tiempo, pero les llega muy poco, igual que hoy día. Los motivos que se
exponen son justos, pero el dinero se queda en las manos de los grandes. El griterío y los
aspavientos eran horribles, talmente como si fuera …ico [Brentano no recoge la primera
parte de esta palabra, tal vez: ¿diaból?…ico].
A José le despidieron arriba, y cuando bajó, en un pasillo llamaron también a la
Santísima Virgen ante el escribano, pero no la leyeron nada en voz alta. También le dijeron
a José que no hubiera sido necesario que trajera a su mujer consigo, y parecieron
chancearse a causa de la juventud de María. José se avergonzó delante de María, pues temía
que pensara que no le respetaban en su pueblo natal. [María se sienta y espera bajo un árbol. Van a la Cueva del Pesebre que está fuera
de Belén.]
Entonces fueron a Belén, que está bastante desparramado, y adonde se entra
pasando murallas derrumbadas por una puerta también derruida. María se quedó con el
burro justo al principio de la calle y José fue a buscar alojamiento ya en las primeras casas
pero sin éxito porque había muchos forasteros en Belén y todo era correr de aquí para allá.
José regresó y le dijo a María que aquí no encontraba albergue; que si le parecía bien
podrían entrar un poco más en la ciudad.
José iba delante con el burro del ronzal, y la Santísima Virgen le seguía junto a éste.
Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María volvió a quedarse con el animal mientras
José buscaba una vez más alojamiento de casa en casa, pero fue en vano y otra vez volvió
atribulado. Esto se repitió varias veces, y muchas veces la Santísima Virgen tuvo que
esperar mucho tiempo. Belén estaba lleno de gente por todas partes y en todas partes
rechazaban a José. Entonces dijo a María que irían a otra parte de Belén, donde seguro que
encontrarían alojamiento.
Deshicieron un trecho del camino que habían traído y luego torcieron al Sur. Iban
con toda timidez por una calle que más parecía un camino rural, pues las casas estaban
construidas en colinas un poco apartadas. También aquí la búsqueda fue en vano.
Al otro lado de Belén, donde las casas ya estaban dispersas, llegaron a una plaza
despejada en una hondonada que era como un campo; estaba un poco solitaria. Había allí
una especie de cobertizo, y no lejos de él un árbol grande y extenso que daba sombra igual
que un gran tilo. Tenía el tronco liso y sus ramas se extendían alrededor como una
techumbre.
José llevó a la Santísima Virgen a este árbol y la preparó debajo de él con los fardos
de viaje un cómodo asiento junto al tronco para que pudiera descansar mientras él seguía
buscando alojamiento por las casas del contorno. El burro estaba de pie con la cabeza
vuelta al árbol.
Al principio María estaba de pie, apoyada en el árbol; su amplio vestido de lana
blanca no tenía ceñidor y la colgaba suelto en amplios pliegues. Cubría su cabeza con un
velo blanco. Mucha gente pasaba por delante, la miraba y no sabía que el Salvador estaba
muy cerca.
La Santísima Virgen era muy paciente, muy humilde y estaba muy llena de
esperanza pero ¡ay! tuvo que esperar mucho tiempo, y se sentó en la manta con las piernas
cruzadas. Así sentada, tenía la cabeza gacha y las manos sobre el pecho.
José volvió afligido a su lado: no había encontrado alojamiento. Los amigos de los
que había hablado a la Santísima Virgen, casi no querían ni reconocerle. José lloraba y
María lo consoló. Volvió a buscar de casa en casa pero en todas partes aún lo rechazaban
más cuando alegaba el próximo parto de su mujer como motivo principal de sus ruegos. El
paraje era solitario pero al final se quedaron allí unos transeúntes que la miraban desde
lejos con curiosidad, tal como suele hacerse cuando se ve a alguien parado mucho rato en la
oscuridad. Me parece que algunos incluso les hablaron y les preguntaron quiénes eran.
Finalmente regresó José, tan afligido que venía temblando. Dijo que todo había sido
en vano, pero que él sabía un sitio cerca de la ciudad donde podrían quedarse, que era de
unos pastores que muchas veces solían instalarse allí cuando traían ganado a la ciudad; en
cualquier caso allí encontrarían techo. Él lo conocía desde su juventud, pues cuando sus
hermanos le atormentaban se retiraba a rezar allí a esconderse de ellos. Si acaso vinieran los
pastores se arreglaría fácilmente con ellos, pero no iban mucho por allí en esta época del
año. En cuanto la Santísima Virgen descansara, quería ir a dar un vistazo.
Entonces salieron de Belén por su parte oriental, por un sendero solitario que
doblaba a la izquierda. El camino era como cuando se va a lo largo de las murallas en
ruinas, tapias y fosos de una ciudad pequeña. Al principio el camino subía un poco; luego
bajaron una colina y llegaron a una loma o muralla antigua a unos minutos a oriente de
Belén. La loma tenía delante un sitio agradable con distintos árboles, coníferas, cedros o
terebintos, y otros árboles no tenían hojas, como entre nosotros el boj. El paraje era de esos
que hay al final de las murallas en ruinas de una pequeña ciudad. El abrigo donde José buscó albergue a la Santísima Virgen se encontraba junto a
otras simas y cuevas en el extremo meridional de aquella colina en torno a la cual tuerce el
camino del Valle de los Pastores.
Entrando desde el lado de Poniente, la puerta de la cueva llevaba por un estrecho
pasadizo a un ensanchamiento medio redondo, medio triangular, que está a Oriente dentro
de la colina. La cueva era de roca natural, y solo tiene un rústico muro que la completa un
poco por su parte meridional, por donde pasa junto a ella el camino al Valle de los Pastores.
Por este lado de Mediodía había otra entrada a la cueva que normalmente estaba
cerrada, pero que José volvió a poner en uso. Saliendo por esta puerta y volviéndose a la
izquierda se encontraba la ancha entrada a una bóveda estrecha e incómoda que se
internaba bajo la Cueva del Pesebre.
Desde la entrada normal de la cueva, que es la que mira a Poniente, solo podían
verse algunos tejados y torres de Belén. Si uno tuerce a la derecha saliendo por esta puerta,
se llega a la entrada de una cueva oscura que está más abajo, donde una vez estuvo
escondida la Santísima Virgen.
Delante de la entrada oriental [sic; debe ser errata por «occidental»] había un porche
ligero de cañizo sostenido por postes que se extendía junto a la parte meridional de la cueva
y por encima de la entrada que hay allí, para poder estar a la sombra delante de la cueva. En
su lado meridional, la cueva tiene tres lumbreras y respiraderos, revestidos de muro y
enrejados, y en el techo de roca que, cubierto de césped, forma el final de la loma en la que
está situada Belén, había otra abertura parecida.
Según las reiteradas descripciones de la narradora, el interior de la cueva tenía
aproximadamente la siguiente disposición: Entrando por su parte occidental por una puerta
ligera de zarzo, se llegaba a un pasadizo de regular anchura que terminaba en una bóveda
irregular medio redonda, medio esquinada, que se ensanchaba especialmente por su parte
Sur, de modo que el plano de conjunto de la cueva podía compararse a una cabeza que
descansara sobre su cuello.
Si se entraba por el cuello de la cueva, que no era tan alto, la gruta era más alta y
estaba abovedada en forma de caverna por la Naturaleza y se podía estar de pie; el suelo iba
bajando gradualmente en escalones. Todo alrededor de las paredes, el suelo estaba más alto
y circundado por un banco bajo de piedra de anchura variable.
Allí donde las paredes de la cueva eran naturales, eran agradables y limpias aunque
no fueran lisas y para mí tenían algo acogedor que me gustaba más que los rústicos y bastos
añadidos de mampostería, como por ejemplo la parte superior de la pared meridional de la
entrada, donde habían hecho tres respiraderos o lumbreras y, si mal no recuerdo, donde
también he visto tres agujeros inclinados a media altura de la bóveda que venían desde el
costado meridional al oriental.
En el lado norte del pasadizo se abría la entrada a una cuevecita lateral y pasando
junto a ella estaba el sitio donde José encendió la lumbre. Luego esta pared torcía al noreste
en la cueva más alta y ancha, y aquí estaba el sitio donde después estuvo la acémila de José,
encima de la parte más ancha del banco de piedra que rodeaba por dentro a la cueva.
Detrás de esto, entrando en la roca hacia el norte, todavía había una cueva en un
rincón, poco más o menos lo bastante grande para que cupiese el burro, en la que había
pienso. Luego la pared de la gruta torcía al sureste y contorneaba el interior ensanchándola
hacia el Sur para volver finalmente al norte en la entrada de la cueva.
La Santísima Virgen se encontraba en el extremo oriental de la cueva, justo enfrente
de la entrada, cuando la luz del mundo salió de ella.
En el costado occidental del ensanchamiento meridional de la gruta estaba el
pesebre donde fue adorado el Niño Jesús; consistía en un abrevadero en el suelo, que era
una piedra ahuecada en forma de artesa que servía para abrevar a los animales, y sobre ella
un receptáculo cuadrangular y alargado, hecho de palos entrelazados y más ancho por
arriba que por abajo, levantado sobre cuatro patas lo bastante altas para que el ganado
pudiera comer cómodamente la hierba o heno que hubiese en él o, agachando la cabeza,
beber el agua que hubiera en el abrevadero de debajo.
Cuando los Reyes Magos ofrecieron sus dones, la Santísima Virgen se sentó con el
Niño Jesús frente al pesebre en el lado oriental de esta parte de la gruta.
Si uno dobla a Poniente desde el sitio del pesebre hacia lo que he llamado cuello de
la cueva, primero se pasa junto a la puerta que ya dije antes que José volvió a abrir, y luego
se entra en la cámara de San José, que él separó más adelante con algunos mamparos en el
lado meridional de este pasadizo. En este lado había un entrante en la pared donde apartó
todos los trastos.
El camino al Valle de los Pastores discurría junto al costado meridional de la Cueva
del Pesebre. Por allí están diseminadas algunas casitas en las colinas y por los campos
también hay cobertizos rodeados con paredes de zarzo y cubierta de cañizo apoyada en
cuatro, seis u ocho postes.
A Oriente de la cueva, la colina se hunde en un valle que está cerrado por el norte y
que tenía un cuarto de hora de ancho. Aquí en la ladera había árboles, arbustos y huertos, y
si uno se internaba por la alta y abundante hierba del prado donde manaba una fuente,
atravesaba los árboles plantados en hileras y se alejaba hacia la altura oriental de este valle,
se llegaba por este agradabilísimo camino al sureste de la Cueva del Pesebre, a un espolón
de la loma, donde estaba la Cueva de Maraha, la nodriza de Abraham, también llamada
Cueva de la Leche o de los Lactantes, en la que la Santísima Virgen a veces estuvo con el
Niño.
Encima de esta cueva había un árbol grande que tenía asientos adosados, desde el
que se podía contemplar Belén mejor que desde la Cueva del Pesebre.
Varias veces he oído los presagios ocurridos en el Viejo Testamento en la Cueva del
Pesebre, de los que todavía recuerdo que fue allí donde al cabo de siete años de penitencia
Eva engendró y dio a luz a Set, el hijo de la Promesa.
Aquí la dijo un ángel que Dios la había dado esta semilla a cambio de Abel. Aquí, y
en la cueva sepulcral de Maraha, estuvo escondido y fue amamantado Set, a quien
perseguían sus hermanos como a José los hijos de Jacob.
En las cuevas en que vivían los hombres en los primeros tiempo, muchas veces he
visto que hacían hoyos en las rocas para descansar cómodamente ellos y sus hijos encima
de hierbas o pieles de animales; así que quizá el hoyo que hay en el banco de piedra que
está debajo del pesebre pudo haber sido el lecho de Set o de un habitante posterior, pero en
este momento ya no estoy segura.
De mis contemplaciones de los años de enseñanza de Jesús, recuerdo también que el
6 de octubre después de su bautismo, el Señor pasó el sabbat aquí en la Cueva del Pesebre
que los pastores ya habían convertido en oratorio, y en aquella ocasión dijo a los pastores
que cuando María fue concebida, su Padre Celestial ya había predestinado este lugar. Abraham tuvo una nodriza, llamada Maraha, a la que apreciaba mucho. La nodriza
llegó a edad avanzada, y Abraham siempre la llevaba a camello en sus caravanas. En
Succoz vivió mucho tiempo con él y después, en sus últimos días vivió aquí en el Valle de
los Pastores, donde Abraham puso sus tiendas en la zona de esta cueva. Cuando Maraha ya
era más que centenaria y se acercaba su muerte, rogó a Abraham que la enterrara en esta
cueva, de la que habló proféticamente y a la que dio el nombre de Cueva de la Leche o de
los Lactantes3
.
Aquí ocurrió algo milagroso y brotó una fuente, pero lo he olvidado. La cueva era
entonces un pasadizo alto y estrecho abierto en una masa de piedra blanca que no era dura.
A un costado, un filón de esta masa se estrechaba sin llegar al techo y si uno se subía en él,
alcanzaba la entrada de otra caverna que estaba más alta. Por debajo de la cueva hay
también varios túneles que se introducen profundamente en la loma.
Más tarde, Abraham ensanchó la cueva al labrar la tumba de Maraha en la masa que
estaba al costado. Tenía por debajo un grueso bloque de piedra en el que descansaba una
especie de abrevadero macizo sobre patas cortas y gruesas que terminaban por arriba como
con almenas. Se podía mirar entre este cajón de arriba y el bloque de piedra de debajo, y
ahora me sorprende que en tiempo de Jesús no se ve nada allí dentro.
La Cueva de la Tumba de la Nodriza tenía algo de premonición con la persecución
de la madre que amamantaba al Salvador, pues en la historia juvenil de Abraham hubo
también una persecución que era una prefiguración, y su aya le había salvado la vida en
esta cueva. Lo que todavía recuerdo de ello a grandes rasgos es como sigue:
El rey de la patria de Abraham soñó, o le profetizaron, que nacería un niño que sería
peligroso para él, y el rey tomó medidas contra él. La madre de Abraham mantuvo
escondido su embarazo, lo alumbró en una cueva y su aya Maraha lo amamantó en secreto.
Maraha vivía como pobre esclava trabajando en un terreno salvaje junto a la cueva
donde había amamantado al niño Abraham. Después se lo llevaron sus padres, y gracias a
su tamaño descomunal lograron hacerle pasar por un niño nacido antes de la profecía. Poco
después, cuando ya era un chiquillo, volvió a estar en peligro otra vez a causa de algunas
manifestaciones milagrosas y el aya huyó con él a un escondite; vi que se lo llevaba en
secreto atado a su cuerpo bajo su ancho manto. En aquella ocasión asesinaron a muchos
niños de su tamaño.
Esta cueva ha sido lugar de oración desde los tiempos de Abraham, especialmente
para madres con niños de pecho, y esto era profético, pues en el aya de Abraham se
veneraba prefiguradamente también a la Santísima Virgen tal como Elías la vio en la nube
que traía lluvia y la erigió un oratorio en el Carmelo. Al amamantar al patriarca del linaje
de la Santísima Virgen, Maraha contribuyó con su leche a la llegada del Mesías.
Mira, no lo puedo expresar exactamente, pero era como un pozo profundo hasta la
fuente de la vida, del que siempre sacaron agua hasta que brotaron las claras aguas de
María.
[En su sueño extático la narradora se expresó así sobre ello:]
El árbol que estaba encima de la cueva era un gran árbol de sombra igual que un tilo
grande: ancho por abajo y puntiagudo por arriba; era un terebinto con grandes semillas
oleaginosas que son comestibles. Abraham y Melquisedec una vez estuvieron reunidos
debajo del árbol, ya no sé en qué ocasión. José ensanchó aun más la cueva y tapó sus
profundas prolongaciones.
El árbol está en lo alto de esta loma, y debajo de ella hay una puerta inclinada que
lleva por un pasillo o una especie de vestíbulo, a una puerta bien vertical que lleva a la
tumba misma, cuyo espacio interior era entonces más bien redondo que cuadrado. Los
pastores se instalaban a menudo en la parte delantera.
Este árbol es grande y añoso y daba mucha sombra; era sagrado para los pastores y
la gente del contorno así como para los peregrinos que solían descansar y orar allí. Ahora
ya no sé la historia del árbol, pero tiene relación con Abraham y quizá lo plantó él. Tenía a
su lado un fogón para hacer lumbre que podía taparse; delante del árbol había también una
fuente cuya agua venían a buscar los pastores en determinadas épocas, convencidos de que
era especialmente curativa. A ambos lados del árbol había unas chozas abiertas para dormir
en ellas. Todo ello estaba cercado con un seto. [José limpia, enciende la lámpara, se ocupa del agua y de la lumbre y hace la
comida. Prepara un lecho para María y una celda para sí. Va a la ciudad y vuelve tarde.]
[Viernes, 23 de noviembre:]
El sol ya estaba muy bajo cuando llegaron a la entrada de la cueva. La borriquilla
que había venido con ellos y que cuando estuvieron en la casa de José se marchó a corretear
por los alrededores de la ciudad, vino con ellos justo en el momento de llegar a la cueva y
saltaba y jugaba alegremente a su alrededor; por eso la Santísima Virgen dijo a San José:
—Mira, seguro que es voluntad de Dios que nos alojemos aquí.
Pero José estaba muy atribulado y silenciosamente avergonzado por haber hablado
tanto de la buena acogida que tendrían en Belén. Instaló al borrico bajo el porche de delante
de la cueva y allí mismo preparó un asiento para la Santísima Virgen, en el que ella se dejó
caer mientras José hacía luz, abría la ligera puerta de cañizo y entraba en la cueva.
La entrada de la cueva era estrecha pues estaban apoyados en la pared muchos hatos
de paja, como cañizos, sobre los que colgaban esteras pardas, y detrás, en la bóveda de la
cueva propiamente dicha, había también muchos objetos que estorbaban. José despejó y
sacó afuera lo necesario para preparar a la Santísima Virgen un sitio cómodo para reposar
en el lado oriental de la cueva. Luego sujetó una lámpara encendida en la pared de la oscura
caverna e introdujo a la Santísima Virgen, que se instaló encima del lecho preparado por
José con las mantas y fardos. José se disculpó muy humildemente por el mal alojamiento,
pero María estaba alegre y contenta, con mucho recogimiento.
Cuando la Santísima Virgen ya estaba descansando, José se apresuró a ir con el odre
de cuero que llevaba a un arroyuelo muy estrecho que corría por el prado del valle de detrás
de la loma, sujetó el odre con dos estacas en la fuente para que se llenase de agua y lo llevó
a la cueva. A continuación fue al pueblo por unos platitos, algo de fruta y unos hatillos de
leña.
Se acercaba el sabbat y en las esquinas de las calles de la ciudad había puestos
preparados con los víveres más indispensables para tantos forasteros que los necesitaban.
Las cosas tenían el precio al lado. Me parece que los que estaban en los puestos eran
criados o no eran judíos, ya no lo sé con certeza.
José volvió y trajo carbones encendidos en una especie de brasero enrejado que
tenía un mango abajo, y los vertió junto a la pared septentrional de la entrada de la cueva
para hacer una pequeña lumbre. Para el viaje, José había traído este brasero así como otros
enseres pequeños. Los hatillos de leña consistían en palitos delgados que estaban muy bien
atados con juncos gruesos.
Luego José preparó algo de comer, que consistió en gachas de granos amarillos y
una fruta grande asada que al comerla tenía dentro muchas pipas por todas partes. Además
tenían panecillos planos. Después de comer rezaron algo más y José le hizo la cama a la
Santísima Virgen.
Encima de un lecho de juncos extendió una manta de esas que describí antes de las
que preparaban en casa de Ana, y puso de almohada una manta arrollada.
Después metió al burro dentro y lo ató donde no estorbara, tapó las aberturas de la
cueva para que no hubiera corrientes y luego se preparó su propia yacija a la entrada de la
cueva.
Como entonces empezaba el sabbat, la Santísima Virgen y él se pusieron de pie bajo
la lámpara, rezaron la oraciones del sabbat y a continuación tomaron su austera comida
edificantemente.
Acto seguido, José salió de la cueva y fue a la ciudad; pero María se arropó para
entregarse al reposo.
Mientras José estuvo ausente, vi rezar de rodillas por primera vez a la Santísima
Virgen. Se arrodilló en su lecho y luego se tumbó en su manta de costado, vuelta hacia el
rincón; su cabeza descansaba en su brazo que apoyaba en la manta enrollada. José tardó en
volver; estaba afligido, creo que lloraba. Rezó algo más y se tendió humildemente en su
lecho a la entrada de la cueva. [José compra enseres en Belén después del sabbat. Vuelve a llevar a María a la
Cueva del Pesebre, toma algunas disposiciones y, como Jesús se acerca, se prosterna en su
celda a rezar.]
[Hoy la narradora estaba muy enferma y solo pudo contar lo poco que sigue:]
La Santísima Virgen pasó el sabbat en la Cueva del Pesebre orando y contemplando
fervorosamente. José salió varias veces, probablemente a la sinagoga de Belén. Comieron
juntos la comida preparada el día anterior y también rezaron juntos.
La tarde del sabbat, que los judíos suelen dedicar a solazarse paseando, José llevó a
la Santísima Virgen a la cueva sepulcral de Maraha por el valle que va detrás de la loma de
la Cueva del Pesebre. Parte de esta tarde la pasaron orando y contemplando en esta cueva,
que es más espaciosa que la del Pesebre, y en la que José la preparó un asiento. Otro rato lo
pasaron orando y contemplando bajo el árbol sagrado que hay allí, hasta que José volvió a
llevarla a la Cueva del Pesebre algún tiempo después del cierre del sabbat, cuando José
volvió a buscarla.
María le había dicho a San José que a eso de medianoche llegaría la hora del
nacimiento de su hijo, pues entonces se cumplirían los nueve meses desde que la saludó el
ángel de Dios, y le pidió que pusiera de su parte todo lo posible para honrar tan bien como
fueran capaces la entrada al mundo del niño prometido por Dios, sobrenaturalmente
concebido, y que uniera a las suyas sus oraciones por aquellos corazones empedernidos que
no habían querido darles alojamiento.
José la propuso llamar para el parto a un par de piadosas mujeres que conocía en
Belén, pero ella declinó y dijo que no necesitaba asistencia humana.
Antes de la clausura del sabbat, José fue a Belén y tan pronto como se puso el sol
compró rápidamente algunas cosas necesarias: un taburete, una mesita baja, unos platitos,
frutos secos y pasas, y se apresuró a traerlo todo a la Cueva del Pesebre. Hecho esto, corrió
a la tumba de Maraha y volvió a traer a la Santísima Virgen a la Cueva del Pesebre, donde
la instaló en su colcha de dormir en el rincón oriental.
Luego preparó más comida y comieron y rezaron juntos. A continuación aisló
completamente del espacio restante un dormitorio para él; lo rodeó de varas y colgó en ellas
las esteras que había encontrado en la cueva. Echó más pienso al burro, que estaba junto a
la pared izquierda de la entrada; luego llenó el receptáculo enrejado del pesebre con juncos,
hierbas finas o musgo, y encima extendió una colcha que colgaba por los lados.
Entonces la Santísima Virgen le dijo que se acercaba la hora y que hiciera el favor
de retirarse a orar a su camareta. José colgó en la cueva más lámparas encendidas y salió
afuera al oir ruido delante de la cueva: era la borriquilla que hasta entonces había estado
correteando suelta por el valle y que ahora saltaba y correteaba contentísima de un lado a
otro. La ató bajo el porche delantero y la esparció pienso.
Luego, cuando José volvió a la cueva y miró a la Santísima Virgen desde la entrada
de su dormitorio, la vio rezar de rodillas en su lecho con el rostro vuelto a oriente; María le
daba la espalda; estaba como rodeada de llamas y toda la cueva estaba como llena de una
luz sobrenatural. José la miró como Moisés a la zarza ardiente y luego, con santo temor,
entró en su celda y se postró en el suelo a rezar sobre su rostro.