FILOSOFÍA Y LETRAS COMUNIDAD MARIARUM

VISITAS

COMUNIDAD

EL ADVIENTO




[En octubre se anuncian el censo y el impuesto de César Augusto. Preparativos de la Santísima Virgen para el nacimiento de Cristo.] La época real del nacimiento de Cristo, tal como siempre la he visto fue cuatro semanas antes de cuando la celebra la Iglesia; tiene que ser hacia la fiesta de Santa Catalina. La Anunciación siempre la he visto a fines de febrero. Ya a fines de octubre vi que se dio a conocer en la Tierra Prometida el censo y el tributo que había ordenado el César. A partir de este momento vi mucha gente viajando de acá para allá por todo el país. Hace ya una serie de días que veo a la Santísima Virgen en la casa de Ana, su madre, que está en el Valle de Zabulón a cosa de una hora de Nazaret. Cuando María está con Ana, en la casa de Nazaret solamente se queda la criada que cuida de San José. Por lo demás, mientras Ana vivió, María y José no hacían compra aparte, sino que siempre la recibían de aquélla. Hace ya un par de semanas que veo afanarse a la Santísima Virgen con los preparativos del nacimiento de Cristo; cose y borda alfombras, fajas y pañales; ha preparado de todo en abundancia. Joaquín ya no vive, pero veo otro hombre en casa, y es que Ana se ha vuelto a casar. Su marido tiene un empleo en el Templo relacionado con las ofrendas de animales. La comida, panecillos y peces, Ana se la envía en un saco de cuero dividido en varios compartimentos adonde esté con los rebaños. En la casa hay una chica bastante crecida, de unos siete años, que echa una mano a María y a la que ésta enseña; me parece que tal vez sea una hijita de María Cleofás; también se llama María. José no está en Nazaret pero tiene que venir pronto; está en el camino de regreso de Jerusalén adonde ha llevado una ofrenda de ganado. Vi a la Santísima Virgen en casa; tenía ya el vientre alto y estaba sentada en una sala trabajando con otras mujeres; preparaban enseres y cobertores para cuando María de a luz. Ana tenía una posición muy desahogada y era propietaria de rebaños y pastos. Equipó ricamente a la Santísima Virgen con todo lo de costumbre en su estado. Como creía que María daría a luz en su casa y que todos los parientes la visitarían allí, preparó todo de lo más caro para el nacimiento del Niño de la Promesa y especialmente hermosas mantas y bonitas alfombras. Yo había visto ya una manta de éstas en casa de Isabel con ocasión del nacimiento de Juan; estaba pespunteada con símbolos y frases; he visto hilos de oro y plata entretejidos. En el centro tenía cosida una especie de envoltura donde la recién parida podía embutirse de manera que, cuando sujetaba las distintas piezas en torno a ella con lazos y botones, quedaba acomodada como en un barquito, como un bebé en su saco. Cuando las amigas la visitaban podía incorporarse cómodamente entre cojines, mientras las amigas se sentaban en el borde de la alfombra. Aquí en casa de Ana también preparaban colchas de éstas, además de muchos pañales y fajas para el niño. Incluso vi que aquí y allá habían cosido hilos de plata y de oro. No todas las colchas y enseres eran para uso propio, sino que muchas eran para regalar a los pobres, en los que se pensaba siempre en estos alegres acontecimientos. Vi a la Santísima Virgen y otras mujeres sentadas en el suelo en torno a un gran cofre. Con dos palillos que tenían arrollados hilos de colores, cosían o bordaban una gran manta de éstas que reposaba en el cofre en medio de ellas. La madre Ana estaba muy atareada; iba y venía con lana, la repartía y decía a las chicas lo que tenían que hacer. José llegará hoy a Nazaret. Ha estado en Jerusalén, adonde ha llevado ganado para la ofrenda, y lo ha instalado en el pequeño albergue que está a un cuarto de hora de Jerusalén en dirección a Belén. Una pareja de ancianos sin hijos tiene allí una casa que sirve de albergue para gente tranquila y de confianza. Desde allí José fue a Belén, pero no visitó a sus parientes; solamente quería informarse del censo y el tributo, pues cada uno tenía que ir a su lugar de nacimiento. Pero no se hizo inscribir todavía pues tenía el propósito de ir con María de Nazaret al Templo de Jerusalén cuando pasaran los días de su purificación, y luego a Belén para establecerse allí. Ahora no sé exactamente qué ventajas le veía a esto, pero José no estaba a gusto en Nazaret; por eso vio la oportunidad en Belén y anduvo informándose sobre piedra y madera de construcción, pues tenía idea de hacerse allí una casa. En cuanto se informó, volvió al albergue de Jerusalén, llevó su ofrenda al Templo y se apresuró a volver a casa. Hoy, cuando iba por el campo de Kimki [Guinim], a unas seis horas de Nazaret, a eso de la medianoche, se le apareció un ángel que le avisó que fuera enseguida a Belén con María, pues el niño debía nacer allí. Le especificó todo lo que tenía que llevar consigo para el caso, le concretó que llevase pocas cosas y sencillas, y en particular, que no llevase ninguna manta bordada. Además del burro que montaría María debería llevar una burrita de un año que todavía no hubiese parido, y la debía dejar suelta, para seguir siempre el camino que tomara la burrita. Hoy al anochecer, Ana y la Santísima Virgen fueron a Nazaret, pues sabían que llegaría José; sin embargo no parecían saber que María tuviera que viajar a Belén desde casa de Ana; creían que María traería al mundo a su niñito en su casa de Nazaret, pues vi que, empacadas en bolsas, las llevaron allí varios enseres que habían preparado. Entre otras cosas, vi varias envolturas de tela azul con capucha que creo eran para meter al bebé. José también llegó a Nazaret al anochecer. Hoy vi a la Santísima Virgen con su madre Ana en la casa de Nazaret donde José las reveló lo que le habían anunciado la noche anterior. Ellas se volvieron enseguida a casa de Ana a equiparse para salir rápidamente de viaje. A Ana, este viaje la preocupaba. La Santísima Virgen ya sabía que su niño tenía que nacer en Belén pero se había callado por humildad; lo sabía por los escritos de los profetas sobre el nacimiento del Mesías que guardaba en su armarito de Nazaret. Los había recibido de sus maestras del Templo y aquellas santas mujeres la habían instruido en ellos, los leía a menudo y rogaba que se cumplieran. Su oración constante clamaba anhelante por el advenimiento del Mesías; siempre rogaba de antemano por la bienaventurada que daría a luz al niño santo, y en su humildad únicamente pretendía poderla servir como su criada más pobre y nunca pensó que pudiera ser ella misma. Por eso ahora sabía por aquellas citas de los profetas, que el Salvador nacería en Belén. Aceptó de muy buena gana la voluntad de Dios y se puso de viaje, muy penoso para ella en aquella estación del año pues muchas veces ya se sentía frío en los valles de las montañas. Hoy al anochecer vi que José y la Santísima Virgen, acompañados de Ana, María Cleofás y algunos criados, salieron de casa de Ana para emprender el viaje. María iba sentada en el asno a la amazona, en una cómoda silla, y José guiaba al burro, que también cargaba el equipaje. Llevaban también un segundo asno, que era en el que se volvería Ana. Cuando salieron de viaje, el marido de Ana estaba en el campo. [En los pastos de Ana dan una borriquilla a los viajeros. Ana y María Cleofás se vuelven. La Sagrada Familia para en una finca de Lázaro cerca de la ciudad de Guinim. El administrador intima con ellos.] [Miércoles 14 de noviembre:] Hoy por la mañana vi a los santos viajeros en una campiña, llamada de Guinim, a seis horas de Nazaret, donde antes de ayer se apareció el ángel a San José. [Ana Catalina dijo:] Este campo de Guinim, de varias horas de largo, tiene forma de pera. Hay otro campo llamado Guimmi más cerca de Nazaret, en una aldea de pastores que está muy alta, Guimmi o Guimchi, donde Jesús estuvo enseñando a los pastores del 7 al 9 de septiembre anteriores a su bautismo; los leprosos se habían escondido en sus casas. También curó allí a la posadera con hidropesía y los fariseos le insultaron. Por el otro lado, al Suroeste de Nazaret y todavía más lejos, al lado de allá del arroyo Kisón, hay un poblado de leprosos, cabañas ruinosas en torno a un estanque que forma allí un afluente del Kisón. Jesús estuvo curando allí el 30 de septiembre anterior al bautismo. El campo de Guinim por el que la Sagrada Familia ha viajado hoy está separado del otro campo de Guimmi por un arroyuelo o una rambla seca. Los nombres son tan parecidos que puedo haberlos trastocado fácilmente. Ana tenía allí una dehesa adonde los criados fueron a buscar la borriquilla de un año que iba a llevar José. La burrita corría unas veces delante de la comitiva y otras detrás. Allí, Ana y María Cleofás se despidieron conmovedoramente de los santos viajeros y se volvieron a casa con los criados. La Sagrada Familia siguió su camino subiendo al Monte Guilboá. Seguían a la borriquilla, que siempre se colaba por atajos solitarios, y no atravesaron ningún pueblo. Los vi entrar en una finca de Lázaro que está puesta en una altura, no lejos de la ciudad de Guinim, hacia la parte de Samaria1 . El encargado los acogió amistosamente pues los conocía de otro viaje; su familia era íntima de Lázaro. Había allí avenidas y hermosos frutales; la casa estaba tan alta que desde la azotea se divisaba un panorama muy amplio. Lázaro la había heredado de su padre y Jesús se alojó allí muchas veces durante su predicación y estuvo enseñando en aquella comarca. El encargado y su mujer charlaron amistosamente con la Santísima Virgen y se asombraron de que hubiera querido emprender un viaje tan largo en su estado cuando hubiera podido tenerlo todo tan a gusto en casa de Ana, su madre. [Descanso en el Terebinto de Abraham. María tiene frío. Vanas esperanzas de José. Como muestra el camino la borriquilla.] [Noche del jueves 15 al viernes 16 de noviembre:] Unas horas más allá del lugar anterior, la Sagrada Familia pasó de noche por un frío valle camino de una montaña. Era como si hubiera caído escarcha; se veía que la Santísima Virgen tenía frío y dijo a San José: —Tenemos que descansar; no puedo seguir más. Apenas dijo esto, la borriquilla que los acompañaba se paró debajo de un gran terebinto añoso que había por allí, cerca del cual había una fuente. Se detuvieron al pie del árbol; José extendió unas mantas para que se sentara la Santísima Virgen, la ayudó a bajar del asno y ella se sentó apoyada en el árbol, en cuyas ramas José colgó el farol que llevaba consigo, tal como he visto hacer muchas veces en este país a la gente que viaja de noche. La Santísima Virgen rogó fervientemente a Dios que no la permitiese sufrir daño por el frío. Entonces de repente la traspasó un calor tan intenso que tendió sus manos a José para que calentase las suyas. Aquí se repusieron un poco con panecillos y frutas que llevaban y bebieron agua de la fuente cercana, mezclada con bálsamo que José llevaba en una jarrita. José estuvo dando mucho consuelo a la Santísima Virgen. ¡Es tan bueno! ¡Le duele tanto que el viaje sea tan penoso! Cuando María se quejó de frío, la habló del buen alojamiento que esperaba encontrar para ella en Belén; sabía de una casa de gente muy buena donde encontrarían un sitio cómodo por poco dinero; más valía pagar algo que no tener dónde alojarse. En general, alabó Belén y la consoló cuanto pudo. A mí esto me inquietaba porque sabía lo distintas que serían las cosas. También fueron así para aquel santo las esperanzas humanas. Hasta ese momento, en su viaje habían pasado dos riachuelos, uno de ellos por una pasarela que estaba alta; los dos burros los vadearon ambos. La borriquilla que corría suelta correteaba en torno a los viajeros de una forma extraña; por caminos cerrados o entre montañas, donde no podían equivocarse, corría unas veces delante y otras detrás, pero donde el camino se dividía, siempre reaparecía y tiraba por el camino justo, y donde tenían que descansar se quedaba quieta como aquí en el terebinto. Ya no sé si pasaron la noche bajo el árbol o si aún tuvieron que llegar a otro albergue. Este terebinto era un árbol sagrado y muy viejo del bosque de Moreh cerca de Siquem. Cuando Abraham vino a la tierra de Canaán, tuvo aquí una aparición del Señor que le prometió esta tierra para sus descendientes, y Abraham erigió un altar debajo del terebinto. Antes de que Jacob fuera a Bethel a ofrendar al Señor, enterró al pie del terebinto los ídolos de Labán y las joyas que llevaba consigo su familia. Josué instaló bajo el terebinto el tabernáculo donde estuvo el Arca de la Alianza y mandó al pueblo reunido en torno al árbol que renunciase a sus ídolos. También aquí los siquemitas saludaron por rey a Abimelec, hijo de Gedeón. [Rechazados en un cortijo, se alojan en un cobertizo abierto dos horas al Sur del terebinto. La mujer del labrador les trae comida. Después de una hora monte arriba llegan a pasar el sabbat a un gran albergue. Se alojan en un cobertizo y José celebra el sabbat.] [Viernes 16 de noviembre:] Hoy vi que la Sagrada Familia llegó a una gran casa de labor, a unas dos horas al Sur del árbol. El ama estaba ausente y el hombre rechazó a San José diciéndole que siguiera más allá. Cuando siguieron otro trecho más, encontraron que la borriquilla corría a una cabaña de pastores vacía, a la que se dirigieron. Algunos pastores que estaban ocupados desbrozando estuvieron muy cordiales con ellos y les dieron paja y hatillos de juncos y leña menuda para encender la lumbre. Los pastores fueron también a la casa donde los habían rechazado y contaron a la señora de la casa, que ya había vuelto, lo bueno y cariñoso que era San José y lo bonita y maravillosamente santa que era su mujer; así que la mujer regañó al marido por haber rechazado a tan buena gente y se fue enseguida adonde había parado la Sagrada Familia, entró tímidamente y regresó enseguida a su casa a traerles algo de comer. El sitio donde estaban ahora era la ladera septentrional de un monte que está poco más o menos entre Zebez y Samaria. Cerca de aquí, a Oriente y más allá del Jordán, está Succoz, y algo más al Sur y también del lado de allá está Ainón, y de este lado, Salim. Desde aquí puede haber a Nazaret sus buenas doce horas. Al cabo de un rato llegó la mujer con dos niños y algunas provisiones adonde estaba la Sagrada Familia. Estaba conmovida y se disculpó amistosamente, y después que tomaron un bocado y descansaron, llegó también el marido a pedir perdón a José por haberle rechazado. También le aconsejó que siguieran una hora más monte arriba para llegar a un buen albergue antes que empezase el sabbat, y donde podrían pasarlo. Entonces se pusieron en marcha y después que hicieron como una hora más de camino cuesta arriba, llegaron a un albergue con bastante buen aspecto consistente en varios edificios y un jardín de recreo rodeado de árboles, así como matas de bálsamo en espalderas. Este albergue todavía estaba en la ladera Norte. La Virgen se apeó; José llevaba el burro. Se acercaron a la casa y cuando asomó el patrón, José le pidió posada, pero aquél se excusó porque tenía la casa llena de gente. También salió la posadera y cuando la Santísima Virgen se la acercó y la pidió alojamiento tan humilde y entrañablemente, la mujer quedó sobrecogida de emoción y el posadero tampoco pudo oponerse. Les hizo un sitio cómodo en una cabaña cercana e instaló al burro en un establo. La borriquilla no estaba aquí sino que corría libremente por aquellos parajes; siempre estaba ausente a menos que tuviera que señalar el camino. José preparó allí su lámpara del sabbat y allí estuvieron rezando el sabbat la Santísima Virgen y él, devotos y conmovedores; comieron también unos bocados y luego descansaron sobre los colchones extendidos. La Sagrada Familia ha permanecido aquí todo el día de hoy rezando juntos. Vi que la señora de la casa y sus tres niños estaban con la Santísima Virgen, y que también vino a visitarla la mujer del posadero anterior con sus dos hijos. Se sentaron juntas con toda confianza, muy impresionadas por el pudor y la sabiduría de María, a la que escuchaban con mucha emoción mientras charlaba con los niños y los enseñaba. Los niños tenían rollos de pergamino y María se los hacía leer; hablaba con ellos tan cariñosamente sobre lo que leían que los niños no podían apartar sus ojos de ella. Era muy dulce verlo, y más aún oírlo. Después de mediodía, José y el posadero se dieron una vuelta por aquellos contornos, contemplaron los campos y los huertos y conversaban piadosamente, tal como siempre veo hacer en sabbat a la gente piadosa del país. La siguiente noche también se quedaron aquí. [Ojeada al templo de Garizim. Llegan al anochecer a una gran casa de pastores a una hora al Sureste de Siquem. Lo que Jesús hará aquí en el futuro.] [Domingo, 18 de noviembre:] Las buenas gentes de este albergue se habían encariñado extraordinariamente con la Santísima Virgen y sentían tierna compasión por su estado. La pidieron afectuosamente que se quedara a esperar aquí el alumbramiento; la enseñaron también la cómoda habitación donde querían instalarla. La señora de la casa la ofreció de corazón todo su cariño y sus cuidados. Sin embargo, José y María reemprendieron temprano su viaje por la ladera suroriental del monte y penetraron en un valle de montaña. Cada vez se alejaban más de Samaria, adonde parecía llevarlos su camino anterior. A medida que se alejaban podían ver en la terraza del templo del Monte Garizim, que se ve desde muy lejos, muchas figuras de leones y de otros animales cuya blancura centelleaba al sol. Luego los vi viajar unas seis horas más y a eso del anochecer, a cosa de una hora entre Mediodía y Poniente de Siquem, llegaron a una casa de campo de pastores donde los acogieron bien. El hombre de la casa era guarda de los campos y huertos de frutales pertenecientes a una ciudad cercana. La casa estaba en la ladera y no en la llanura. Todo era aquí mejor y más fértil que en las comarcas por donde habían viajado hasta entonces, pues ésta era solana, lo que en la Tierra Prometida y en esta estación es una diferencia significativa. Desde aquí hasta Belén había muchas viviendas de pastores parecidas, dispersas por los valles. Esta gente de aquí era de los pastores cuyas hijas se casaron con unos criados de los Reyes Magos que se quedaron en la Tierra Prometida. De uno de estos enlaces nació un chico al que Nuestro Señor curó a instancias de la Santísima Virgen el 31 de julio (día 7 de Ab) de su segundo año de predicación, después de hablar con la samaritana. En su viaje a Arabia tras la resurrección de Lázaro, Jesús lo tomó de compañero junto con otros dos jóvenes, y más adelante se convirtió en uno de los discípulos. Jesús se paró allí muchas veces a enseñar y aquí en la casa había niños que José bendijo antes de salir. [Prosiguen viaje. Rechazados groseramente por un labrador seis horas más al sur, descansan en un cobertizo abierto. El camino hasta aquí.] [Lunes 19 de noviembre:] Hoy los vi más veces por camino llano. La Santísima Virgen a veces va andando y a menudo descansan en sitios cómodos y toman algo. Llevan panecillos y una bebida que refresca y tonifica al mismo tiempo, que llevan en una jarrita muy adornada que tiene dos asas y que brilla como si fuera un mineral parduzco: es bálsamo que mezclan con el agua. Muchas veces recogen las bayas y frutos que todavía cuelgan de los árboles y arbustos en algunos sitios muy soleados. La silla encima del burro donde va montada María tenía a derecha e izquierda soportes para descansar los pies, que María llevaba ocultos de modo que no iban colgando como entre nosotros, cuando se viaja por el campo. El movimiento es sumamente tranquilo y decoroso. La Santísima Virgen se sienta alternativamente a derecha o izquierda de la montura. Lo primero que hacía José en cada parada y en cada alojamiento era prepararle un asiento cómodo y un sitio para que descansase; él se lavaba los pies a menudo, y María también; por lo demás, se lavaban con mucha frecuencia. Ya estaba oscuro cuando llegaron a una casa aislada. José llamó a la puerta y pidió alojamiento, pero el hombre de la casa no le quiso abrir, y cuando José le hizo presente el estado de María, que no podía seguir más, y que él no pedía albergue gratis, aquel hombre duro replicó indignado que esto no era una posada, ni quería que le molestaran ni sufría que le aporreasen la puerta, y que siguiera su camino. Aquel hombre implacable ni siquiera abrió la puerta, sino que le gritó sus duras palabras a través de la puerta cerrada. Así que María y José siguieron su camino un corto trecho y se recogieron en un cobertizo donde encontraron a la borriquilla. José encendió el farol y, con ayuda de la Santísima Virgen, la preparó un lecho. También metió dentro al borrico, para el que encontró pienso y paja. Rezaron, tomaron un bocado y durmieron unas horas. Desde el último alojamiento hasta aquí debe haber seis horas de camino; estaban a 26 horas de Nazaret y a diez de Jerusalén. Hasta el momento no habían viajado por ninguna gran carretera, pero habían atravesado varias de las rutas comerciales que van del Jordán a Samaria y que desembocan en los caminos militares de Siria a Egipto. Los caminos laterales por los que van son muy estrechos y, sobre todo en montaña son tan angostos que para ir por ellos sin tropiezo hay que ser muy experto, pero los burros van por ellos con gran seguridad. Aquí apenas hay albergues. [La higuera sin fruto al Noreste de Betania. Albergue donde el posadero los increpa pero la mujer los admite. Se alojan con ricos labradores; acogida tibia. Jesús visitó estas casas después de su bautismo. Dirección del camino; por qué paran tantas veces.] [Martes, 20 de noviembre:] Dejaron el alojamiento antes de amanecer; ahora el camino volvía a subir un poco. Me parece que rozaron el camino que lleva de Gabara a Jerusalén, y que por allí estaba la frontera entre Samaria y Judea. Los volvieron a rechazar groseramente en otra casa. En esto pasó que cuando estaban aún varias horas al Noreste de Betania, María imploró insistentemente parar a tomar algo, y entonces José se apartó una media hora del camino y la llevó donde sabía que había una hermosa higuera que siempre estaba llena de higos; el árbol estaba rodeado de bancos. José lo conocía de un viaje anterior, pero cuando llegaron, el arbolito no tenía fruta, lo que les afligió mucho. Creo recordar confusamente que más tarde algo le pasó con Jesús a este árbol. Estaba verde pero no tenía fruta y me parece que el Señor la maldijo en un viaje, huyendo de Jerusalén, y se secó2 . En esto se acercaron a una casa donde el hombre al principio estuvo muy grosero con José, que humildemente le pedía alojamiento. Alumbró la cara a la Santísima Virgen e increpó a José: «Para dar tumbos con una mujer tan joven, muy celoso tenía que estar». Pero luego vino el ama de casa, se apiadó de la Santísima Virgen y les asignó con todo cariño un sitio en un edificio contiguo y también les llevó panecillos para que repusieran fuerzas. El marido también se arrepintió de su grosería y después estuvo muy cariñoso con los santos viajeros. De allí fueron a una tercera casa habitada por gente joven, en la que vi a un anciano que vagabundeaba apoyado en un bastón. Allí los acogieron pasablemente pero no especialmente bien, ni se preocuparon mucho de ellos. Estos no eran simples pastores, sino labradores ricos de aquel país, liados con el mundo, el comercio y cosas parecidas. Después de su bautismo el 1 de Tisri (20 de octubre), Jesús visitó una de estas casas y encontró adornado para oratorio el lugar donde habían reposado sus padres. No sé exactamente si era la casa donde al principio el marido increpó a San José. Recuerdo confusamente que esta gente lo arregló así justo después de los milagros que pasaron en el Nacimiento. Hacia el final del camino, José hizo muchas paradas, pues el viaje se le hacía cada vez más penoso a la Santísima Virgen. Siguieron el camino por el que se metía la borriquilla, con lo que rodearon Jerusalén por Oriente; fue un rodeo de día y medio por lo menos. El padre de José había tenido prados por aquí, y José conocía muy bien estos parajes. Si hubieran ido hacia el Sur cortando el desierto por detrás de Betania, seguro que hubieran llegado a Belén en seis horas, pero ese camino era montuoso y en ésta época del año muy incómodo, así que siguieron a la borriquilla por los valles, acercándose cada vez más al Jordán. [El amo de la casa los recibe amistosamente, la dueña está trastornada y no se deja ver. Jesús la cura treinta años después.] [Miércoles, 21 de noviembre:] Hoy vi que los santos viajeros se alojaron a pleno día en una casa grande de pastores que debía estar a unas tres horas del sitio donde más adelante bautizó Juan en el Jordán, a unas siete horas de Belén. Era la misma casa en la que treinta años después Jesús pernoctó el 11 de octubre, antes de su primera mañana tras el Bautismo de Juan. Al lado de la casa había un granero separado, donde guardaban los aperos de labranza y de los pastores. En el patio había una fuente rodeada de baños que recibían agua de los caños que venían de la fuente. El dueño de la casa debía tener muchos campos, porque había allí mucho ajetreo y muchos criados que iban, venían y comían aquí. El hombre de la casa recibió a los viajeros muy amistosamente, pues era muy servicial. Los llevaron a un sitio cómodo y se ocuparon bien del asno, hizo que un criado lavara los pies a José junto a la fuente y que le pusiera otros vestidos hasta que le quitara el polvo y planchara los de José. Una criada prestó los mismos servicios a la Santísima Virgen. Allí comieron y durmieron. El ama de casa estaba un poco trastornada; vivía apartada y se mantenía distante, pero atisbaba a hurtadillas a los viajeros, y como era joven y vanidosa se enfadó a causa de la belleza de la Santísima Virgen, a lo que se añadía el temor de que la Santísima Virgen la hablara de quedarse a dar a luz aquí, así que displicentemente, no compareció. Esta fue la misma mujer que Jesús encontró allí, ciega y encorvada, treinta años después, el 11 de octubre después de su bautismo, y a la que curó tras recordarle su falta de hospitalidad y su petulancia. En la casa también había niños. La Sagrada Familia pasó la noche aquí. [En el albergue hay un funeral. Bien acogidos.] [Jueves 22 de noviembre:] Hoy a eso de mediodía vi que la Sagrada Familia ha reanudado su viaje desde el alojamiento de ayer, y que algunos moradores de la casa los han acompañado un trecho del camino. Tras un corto viaje de unas dos horas hacia Poniente, llegaron a un lugar donde a ambos lados de una gran carretera había dos filas de casas no muy juntas, con jardines y patios delanteros. José tenía parientes que vivían aquí, hijos del segundo matrimonio de un padrastro o madrastra; la casa estaba bien y tenía muy buen aspecto. Sin embargo ellos atravesaron todo el lugar y luego fueron media hora hacia la derecha en dirección a Jerusalén, a un gran albergue en cuyo patio había un surtidor con muchos caños. Se había congregado mucha gente porque se estaba celebrando un funeral. El interior de la casa, en cuyo centro estaba el hogar con su campana de humos, lo habían convertido en gran salón al retirar los tabiques de madera bajos y móviles que normalmente separaban varios cuartos cerrados. Detrás del hogar colgaban colchas negras, y delante había una especie de envoltorio negro parecido a un féretro, en torno al cual rezaban congregados muchos hombres con largos trajes negros y otros blancos más cortos encima; algunos llevaban colgando del brazo manípulos [cintas anchas de carácter litúrgico] con flecos. En otra sala, las mujeres, todas envueltas en velos hasta el suelo, estaban sentadas en cofres bajos, se condolían y plañían. La gente del albergue, que estaba ocupada con el duelo, solo los recibieron de lejos, pero la servidumbre de la casa los recibió muy cariñosamente y les dispensó toda clase de atenciones. Prepararon para ellos un cuarto aparte dejando caer las esteras que estaban arrolladas arriba, para que se encontraran como en una tienda de campaña. En esta casa estaban apoyados en la pared muchos lechos enrollados y podían formarse muchas celdas separándolas con esteras. Más adelante vi que los del albergue visitaron a la Sagrada Familia y conversaron muy cordialmente con ellos; ya no llevaban los sobretodos blancos sobre los trajes negros. Después que José y María se refrescaron y tomaron un poco de comida, rezaron juntos y se entregaron al reposo. [Buena voluntad de la gente del albergue. Vanas esperanzas de José acerca de Belén.] [Viernes, 23 de noviembre:] José y María salieron de aquí para Belén hoy a eso de mediodía; todavía les quedaban tres horas de camino. El ama de casa les rogó que se quedaran, pues el parto de María parecía cuestión de horas. Pero María, con el velo echado, respondió que todavía faltaban 36 horas; no estoy segura si dijo 38. La mujer los hubiera retenido con mucho gusto, pero no en su misma casa sino en otro edificio. Al partir, José habló con el posadero de los burros de éste y los alabó mucho y dijo que él también llevaba consigo una borriquilla para empeñarla en caso de necesidad. Como los del albergue insistían en la dificultad de encontrar alojamiento en Belén, José les dijo que allí tenía amigos que seguramente los acogerían bien. Me dolía que hablara con tanta seguridad de buena acogida; por el camino volvió a hablar de ello con María, y es que se ve que la gente muy santa también puede equivocarse. [El censo romano en la casa paterna de José. José censado. Sobre el tributo que se pagaba en tres plazos.] [Viernes 23 de noviembre:] El camino desde el último albergue a Belén debe llevar unas tres horas. Rodearon a Belén por el Norte y se acercaron a la ciudad desde Poniente. Hicieron alto debajo de un árbol a la vera del camino; María bajó del asno y se arregló la ropa. Luego José fue con ella a un gran edificio rodeado de jardines y de otros edificios menores que estaba a unos minutos de Belén. Delante tenía árboles y alrededor acampaba mucha gente y había muchas tiendas. Era la vieja casa solariega de David y antigua casa del padre de José; todavía vivían en ella parientes o conocidos de José pero estuvieron muy distantes con él, como si no lo conocieran. Ahora está aquí la Casa de Recaudación del Tesoro Romano. Llevando el asno del ronzal, José fue enseguida a la casa con la Santísima Virgen, pues todo recién llegado tenía que inscribirse en ella y recibir una cédula sin la cual no se le permitía estar en Belén. [Después de varias pausas, la narradora, que estaba en contemplación, dijo lo siguiente:] La borriquilla que andaba suelta no se fue con ellos, sino que correteaba al Sur de la ciudad, donde el valle está llano. José ha entrado en la casa. María está en un casita junto al patio con unas mujeres muy acogedoras que la dan de comer… Son mujeres que cocinan para la tropa… Los soldados son romanos… tienen esas correas colgando alrededor de las caderas… Aquí hace un tiempo agradable, nada de frío… El sol brilla sobre los montes que hay entre Jerusalén y Betania, que desde aquí se ven muy bonitas… José está en una sala grande que no está en la planta baja. Le preguntan quién es y lo buscan en un largo rollo de los muchos que cuelgan de las paredes. Lo desenrollan y leen en voz alta su estirpe, así como el linaje de María; José parecía no saber que María procediera en línea tan directa de David a través de Joaquín; pues José mismo procede de un vástago anterior de David… El hombre le pregunta: —¿Dónde tienes a tu mujer? A causa de muchos desórdenes de todo género, hace siete años que no censaban como es debido a la gente de este país. Veo los números V y II que hacen siete [Hizo estos números con los dedos]. El tributo ya está en curso desde hace un par de meses. En estos siete años algo se ha pagado aquí y allá, pero nada en serio. La gente todavía tendrá que pagar dos veces más, y algunos se quedarán aquí tres meses. José llegaba un poco retrasado al impuesto pero le trataron amistosamente. Hoy todavía no ha pagado, pero le preguntaron sus medios de fortuna y explicó que no tenía terrenos, y que vivía de su oficio y de la ayuda de su suegra. En varias salas de la casa hay un montón de escribanos y funcionarios importantes. Arriba están los romanos y también muchos soldados. Hay fariseos y saduceos, sacerdotes, ancianos y toda clase de escribanos y funcionarios de ésos, tanto por parte romana como judía. En Jerusalén no hay una comisión de éstas, pero sí en muchos otros lugares del país, como Magdalum junto al Mar de Galilea, donde tiene que ir a pagar la gente de Galilea y también gente de Sidón, según creo, algunos a causa de sus negocios mercantiles. Únicamente tienen que ir a su lugar de nacimiento los que no están avecindados o no se pueden estimar sus bienes raíces. El impuesto tiene que pagarse en tres partes de ahora en tres meses, y cada pago tiene distinto destino: del primer pago participan César Augusto, el rey Herodes y otro rey más que vive cerca de Egipto, que hizo algo en la guerra y tiene cierto derecho arriba, en una comarca del país, por cuya causa tienen que darle algo. El segundo pago se destina a la construcción del Templo, algo así como si se estuviera pagando una deuda que tuviera contraída. El tercer pago debería ser para los pobres y las viudas, que no han recibido nada desde hace mucho tiempo, pero les llega muy poco, igual que hoy día. Los motivos que se exponen son justos, pero el dinero se queda en las manos de los grandes. El griterío y los aspavientos eran horribles, talmente como si fuera …ico [Brentano no recoge la primera parte de esta palabra, tal vez: ¿diaból?…ico]. A José le despidieron arriba, y cuando bajó, en un pasillo llamaron también a la Santísima Virgen ante el escribano, pero no la leyeron nada en voz alta. También le dijeron a José que no hubiera sido necesario que trajera a su mujer consigo, y parecieron chancearse a causa de la juventud de María. José se avergonzó delante de María, pues temía que pensara que no le respetaban en su pueblo natal. [María se sienta y espera bajo un árbol. Van a la Cueva del Pesebre que está fuera de Belén.] Entonces fueron a Belén, que está bastante desparramado, y adonde se entra pasando murallas derrumbadas por una puerta también derruida. María se quedó con el burro justo al principio de la calle y José fue a buscar alojamiento ya en las primeras casas pero sin éxito porque había muchos forasteros en Belén y todo era correr de aquí para allá. José regresó y le dijo a María que aquí no encontraba albergue; que si le parecía bien podrían entrar un poco más en la ciudad. José iba delante con el burro del ronzal, y la Santísima Virgen le seguía junto a éste. Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María volvió a quedarse con el animal mientras José buscaba una vez más alojamiento de casa en casa, pero fue en vano y otra vez volvió atribulado. Esto se repitió varias veces, y muchas veces la Santísima Virgen tuvo que esperar mucho tiempo. Belén estaba lleno de gente por todas partes y en todas partes rechazaban a José. Entonces dijo a María que irían a otra parte de Belén, donde seguro que encontrarían alojamiento. Deshicieron un trecho del camino que habían traído y luego torcieron al Sur. Iban con toda timidez por una calle que más parecía un camino rural, pues las casas estaban construidas en colinas un poco apartadas. También aquí la búsqueda fue en vano. Al otro lado de Belén, donde las casas ya estaban dispersas, llegaron a una plaza despejada en una hondonada que era como un campo; estaba un poco solitaria. Había allí una especie de cobertizo, y no lejos de él un árbol grande y extenso que daba sombra igual que un gran tilo. Tenía el tronco liso y sus ramas se extendían alrededor como una techumbre. José llevó a la Santísima Virgen a este árbol y la preparó debajo de él con los fardos de viaje un cómodo asiento junto al tronco para que pudiera descansar mientras él seguía buscando alojamiento por las casas del contorno. El burro estaba de pie con la cabeza vuelta al árbol. Al principio María estaba de pie, apoyada en el árbol; su amplio vestido de lana blanca no tenía ceñidor y la colgaba suelto en amplios pliegues. Cubría su cabeza con un velo blanco. Mucha gente pasaba por delante, la miraba y no sabía que el Salvador estaba muy cerca. La Santísima Virgen era muy paciente, muy humilde y estaba muy llena de esperanza pero ¡ay! tuvo que esperar mucho tiempo, y se sentó en la manta con las piernas cruzadas. Así sentada, tenía la cabeza gacha y las manos sobre el pecho. José volvió afligido a su lado: no había encontrado alojamiento. Los amigos de los que había hablado a la Santísima Virgen, casi no querían ni reconocerle. José lloraba y María lo consoló. Volvió a buscar de casa en casa pero en todas partes aún lo rechazaban más cuando alegaba el próximo parto de su mujer como motivo principal de sus ruegos. El paraje era solitario pero al final se quedaron allí unos transeúntes que la miraban desde lejos con curiosidad, tal como suele hacerse cuando se ve a alguien parado mucho rato en la oscuridad. Me parece que algunos incluso les hablaron y les preguntaron quiénes eran. Finalmente regresó José, tan afligido que venía temblando. Dijo que todo había sido en vano, pero que él sabía un sitio cerca de la ciudad donde podrían quedarse, que era de unos pastores que muchas veces solían instalarse allí cuando traían ganado a la ciudad; en cualquier caso allí encontrarían techo. Él lo conocía desde su juventud, pues cuando sus hermanos le atormentaban se retiraba a rezar allí a esconderse de ellos. Si acaso vinieran los pastores se arreglaría fácilmente con ellos, pero no iban mucho por allí en esta época del año. En cuanto la Santísima Virgen descansara, quería ir a dar un vistazo. Entonces salieron de Belén por su parte oriental, por un sendero solitario que doblaba a la izquierda. El camino era como cuando se va a lo largo de las murallas en ruinas, tapias y fosos de una ciudad pequeña. Al principio el camino subía un poco; luego bajaron una colina y llegaron a una loma o muralla antigua a unos minutos a oriente de Belén. La loma tenía delante un sitio agradable con distintos árboles, coníferas, cedros o terebintos, y otros árboles no tenían hojas, como entre nosotros el boj. El paraje era de esos que hay al final de las murallas en ruinas de una pequeña ciudad. El abrigo donde José buscó albergue a la Santísima Virgen se encontraba junto a otras simas y cuevas en el extremo meridional de aquella colina en torno a la cual tuerce el camino del Valle de los Pastores. Entrando desde el lado de Poniente, la puerta de la cueva llevaba por un estrecho pasadizo a un ensanchamiento medio redondo, medio triangular, que está a Oriente dentro de la colina. La cueva era de roca natural, y solo tiene un rústico muro que la completa un poco por su parte meridional, por donde pasa junto a ella el camino al Valle de los Pastores. Por este lado de Mediodía había otra entrada a la cueva que normalmente estaba cerrada, pero que José volvió a poner en uso. Saliendo por esta puerta y volviéndose a la izquierda se encontraba la ancha entrada a una bóveda estrecha e incómoda que se internaba bajo la Cueva del Pesebre. Desde la entrada normal de la cueva, que es la que mira a Poniente, solo podían verse algunos tejados y torres de Belén. Si uno tuerce a la derecha saliendo por esta puerta, se llega a la entrada de una cueva oscura que está más abajo, donde una vez estuvo escondida la Santísima Virgen. Delante de la entrada oriental [sic; debe ser errata por «occidental»] había un porche ligero de cañizo sostenido por postes que se extendía junto a la parte meridional de la cueva y por encima de la entrada que hay allí, para poder estar a la sombra delante de la cueva. En su lado meridional, la cueva tiene tres lumbreras y respiraderos, revestidos de muro y enrejados, y en el techo de roca que, cubierto de césped, forma el final de la loma en la que está situada Belén, había otra abertura parecida. Según las reiteradas descripciones de la narradora, el interior de la cueva tenía aproximadamente la siguiente disposición: Entrando por su parte occidental por una puerta ligera de zarzo, se llegaba a un pasadizo de regular anchura que terminaba en una bóveda irregular medio redonda, medio esquinada, que se ensanchaba especialmente por su parte Sur, de modo que el plano de conjunto de la cueva podía compararse a una cabeza que descansara sobre su cuello. Si se entraba por el cuello de la cueva, que no era tan alto, la gruta era más alta y estaba abovedada en forma de caverna por la Naturaleza y se podía estar de pie; el suelo iba bajando gradualmente en escalones. Todo alrededor de las paredes, el suelo estaba más alto y circundado por un banco bajo de piedra de anchura variable. Allí donde las paredes de la cueva eran naturales, eran agradables y limpias aunque no fueran lisas y para mí tenían algo acogedor que me gustaba más que los rústicos y bastos añadidos de mampostería, como por ejemplo la parte superior de la pared meridional de la entrada, donde habían hecho tres respiraderos o lumbreras y, si mal no recuerdo, donde también he visto tres agujeros inclinados a media altura de la bóveda que venían desde el costado meridional al oriental. En el lado norte del pasadizo se abría la entrada a una cuevecita lateral y pasando junto a ella estaba el sitio donde José encendió la lumbre. Luego esta pared torcía al noreste en la cueva más alta y ancha, y aquí estaba el sitio donde después estuvo la acémila de José, encima de la parte más ancha del banco de piedra que rodeaba por dentro a la cueva. Detrás de esto, entrando en la roca hacia el norte, todavía había una cueva en un rincón, poco más o menos lo bastante grande para que cupiese el burro, en la que había pienso. Luego la pared de la gruta torcía al sureste y contorneaba el interior ensanchándola hacia el Sur para volver finalmente al norte en la entrada de la cueva. La Santísima Virgen se encontraba en el extremo oriental de la cueva, justo enfrente de la entrada, cuando la luz del mundo salió de ella. En el costado occidental del ensanchamiento meridional de la gruta estaba el pesebre donde fue adorado el Niño Jesús; consistía en un abrevadero en el suelo, que era una piedra ahuecada en forma de artesa que servía para abrevar a los animales, y sobre ella un receptáculo cuadrangular y alargado, hecho de palos entrelazados y más ancho por arriba que por abajo, levantado sobre cuatro patas lo bastante altas para que el ganado pudiera comer cómodamente la hierba o heno que hubiese en él o, agachando la cabeza, beber el agua que hubiera en el abrevadero de debajo. Cuando los Reyes Magos ofrecieron sus dones, la Santísima Virgen se sentó con el Niño Jesús frente al pesebre en el lado oriental de esta parte de la gruta. Si uno dobla a Poniente desde el sitio del pesebre hacia lo que he llamado cuello de la cueva, primero se pasa junto a la puerta que ya dije antes que José volvió a abrir, y luego se entra en la cámara de San José, que él separó más adelante con algunos mamparos en el lado meridional de este pasadizo. En este lado había un entrante en la pared donde apartó todos los trastos. El camino al Valle de los Pastores discurría junto al costado meridional de la Cueva del Pesebre. Por allí están diseminadas algunas casitas en las colinas y por los campos también hay cobertizos rodeados con paredes de zarzo y cubierta de cañizo apoyada en cuatro, seis u ocho postes. A Oriente de la cueva, la colina se hunde en un valle que está cerrado por el norte y que tenía un cuarto de hora de ancho. Aquí en la ladera había árboles, arbustos y huertos, y si uno se internaba por la alta y abundante hierba del prado donde manaba una fuente, atravesaba los árboles plantados en hileras y se alejaba hacia la altura oriental de este valle, se llegaba por este agradabilísimo camino al sureste de la Cueva del Pesebre, a un espolón de la loma, donde estaba la Cueva de Maraha, la nodriza de Abraham, también llamada Cueva de la Leche o de los Lactantes, en la que la Santísima Virgen a veces estuvo con el Niño. Encima de esta cueva había un árbol grande que tenía asientos adosados, desde el que se podía contemplar Belén mejor que desde la Cueva del Pesebre. Varias veces he oído los presagios ocurridos en el Viejo Testamento en la Cueva del Pesebre, de los que todavía recuerdo que fue allí donde al cabo de siete años de penitencia Eva engendró y dio a luz a Set, el hijo de la Promesa. Aquí la dijo un ángel que Dios la había dado esta semilla a cambio de Abel. Aquí, y en la cueva sepulcral de Maraha, estuvo escondido y fue amamantado Set, a quien perseguían sus hermanos como a José los hijos de Jacob. En las cuevas en que vivían los hombres en los primeros tiempo, muchas veces he visto que hacían hoyos en las rocas para descansar cómodamente ellos y sus hijos encima de hierbas o pieles de animales; así que quizá el hoyo que hay en el banco de piedra que está debajo del pesebre pudo haber sido el lecho de Set o de un habitante posterior, pero en este momento ya no estoy segura. De mis contemplaciones de los años de enseñanza de Jesús, recuerdo también que el 6 de octubre después de su bautismo, el Señor pasó el sabbat aquí en la Cueva del Pesebre que los pastores ya habían convertido en oratorio, y en aquella ocasión dijo a los pastores que cuando María fue concebida, su Padre Celestial ya había predestinado este lugar. Abraham tuvo una nodriza, llamada Maraha, a la que apreciaba mucho. La nodriza llegó a edad avanzada, y Abraham siempre la llevaba a camello en sus caravanas. En Succoz vivió mucho tiempo con él y después, en sus últimos días vivió aquí en el Valle de los Pastores, donde Abraham puso sus tiendas en la zona de esta cueva. Cuando Maraha ya era más que centenaria y se acercaba su muerte, rogó a Abraham que la enterrara en esta cueva, de la que habló proféticamente y a la que dio el nombre de Cueva de la Leche o de los Lactantes3 . Aquí ocurrió algo milagroso y brotó una fuente, pero lo he olvidado. La cueva era entonces un pasadizo alto y estrecho abierto en una masa de piedra blanca que no era dura. A un costado, un filón de esta masa se estrechaba sin llegar al techo y si uno se subía en él, alcanzaba la entrada de otra caverna que estaba más alta. Por debajo de la cueva hay también varios túneles que se introducen profundamente en la loma. Más tarde, Abraham ensanchó la cueva al labrar la tumba de Maraha en la masa que estaba al costado. Tenía por debajo un grueso bloque de piedra en el que descansaba una especie de abrevadero macizo sobre patas cortas y gruesas que terminaban por arriba como con almenas. Se podía mirar entre este cajón de arriba y el bloque de piedra de debajo, y ahora me sorprende que en tiempo de Jesús no se ve nada allí dentro. La Cueva de la Tumba de la Nodriza tenía algo de premonición con la persecución de la madre que amamantaba al Salvador, pues en la historia juvenil de Abraham hubo también una persecución que era una prefiguración, y su aya le había salvado la vida en esta cueva. Lo que todavía recuerdo de ello a grandes rasgos es como sigue: El rey de la patria de Abraham soñó, o le profetizaron, que nacería un niño que sería peligroso para él, y el rey tomó medidas contra él. La madre de Abraham mantuvo escondido su embarazo, lo alumbró en una cueva y su aya Maraha lo amamantó en secreto. Maraha vivía como pobre esclava trabajando en un terreno salvaje junto a la cueva donde había amamantado al niño Abraham. Después se lo llevaron sus padres, y gracias a su tamaño descomunal lograron hacerle pasar por un niño nacido antes de la profecía. Poco después, cuando ya era un chiquillo, volvió a estar en peligro otra vez a causa de algunas manifestaciones milagrosas y el aya huyó con él a un escondite; vi que se lo llevaba en secreto atado a su cuerpo bajo su ancho manto. En aquella ocasión asesinaron a muchos niños de su tamaño. Esta cueva ha sido lugar de oración desde los tiempos de Abraham, especialmente para madres con niños de pecho, y esto era profético, pues en el aya de Abraham se veneraba prefiguradamente también a la Santísima Virgen tal como Elías la vio en la nube que traía lluvia y la erigió un oratorio en el Carmelo. Al amamantar al patriarca del linaje de la Santísima Virgen, Maraha contribuyó con su leche a la llegada del Mesías. Mira, no lo puedo expresar exactamente, pero era como un pozo profundo hasta la fuente de la vida, del que siempre sacaron agua hasta que brotaron las claras aguas de María. [En su sueño extático la narradora se expresó así sobre ello:] El árbol que estaba encima de la cueva era un gran árbol de sombra igual que un tilo grande: ancho por abajo y puntiagudo por arriba; era un terebinto con grandes semillas oleaginosas que son comestibles. Abraham y Melquisedec una vez estuvieron reunidos debajo del árbol, ya no sé en qué ocasión. José ensanchó aun más la cueva y tapó sus profundas prolongaciones. El árbol está en lo alto de esta loma, y debajo de ella hay una puerta inclinada que lleva por un pasillo o una especie de vestíbulo, a una puerta bien vertical que lleva a la tumba misma, cuyo espacio interior era entonces más bien redondo que cuadrado. Los pastores se instalaban a menudo en la parte delantera. Este árbol es grande y añoso y daba mucha sombra; era sagrado para los pastores y la gente del contorno así como para los peregrinos que solían descansar y orar allí. Ahora ya no sé la historia del árbol, pero tiene relación con Abraham y quizá lo plantó él. Tenía a su lado un fogón para hacer lumbre que podía taparse; delante del árbol había también una fuente cuya agua venían a buscar los pastores en determinadas épocas, convencidos de que era especialmente curativa. A ambos lados del árbol había unas chozas abiertas para dormir en ellas. Todo ello estaba cercado con un seto. [José limpia, enciende la lámpara, se ocupa del agua y de la lumbre y hace la comida. Prepara un lecho para María y una celda para sí. Va a la ciudad y vuelve tarde.] [Viernes, 23 de noviembre:] El sol ya estaba muy bajo cuando llegaron a la entrada de la cueva. La borriquilla que había venido con ellos y que cuando estuvieron en la casa de José se marchó a corretear por los alrededores de la ciudad, vino con ellos justo en el momento de llegar a la cueva y saltaba y jugaba alegremente a su alrededor; por eso la Santísima Virgen dijo a San José: —Mira, seguro que es voluntad de Dios que nos alojemos aquí. Pero José estaba muy atribulado y silenciosamente avergonzado por haber hablado tanto de la buena acogida que tendrían en Belén. Instaló al borrico bajo el porche de delante de la cueva y allí mismo preparó un asiento para la Santísima Virgen, en el que ella se dejó caer mientras José hacía luz, abría la ligera puerta de cañizo y entraba en la cueva. La entrada de la cueva era estrecha pues estaban apoyados en la pared muchos hatos de paja, como cañizos, sobre los que colgaban esteras pardas, y detrás, en la bóveda de la cueva propiamente dicha, había también muchos objetos que estorbaban. José despejó y sacó afuera lo necesario para preparar a la Santísima Virgen un sitio cómodo para reposar en el lado oriental de la cueva. Luego sujetó una lámpara encendida en la pared de la oscura caverna e introdujo a la Santísima Virgen, que se instaló encima del lecho preparado por José con las mantas y fardos. José se disculpó muy humildemente por el mal alojamiento, pero María estaba alegre y contenta, con mucho recogimiento. Cuando la Santísima Virgen ya estaba descansando, José se apresuró a ir con el odre de cuero que llevaba a un arroyuelo muy estrecho que corría por el prado del valle de detrás de la loma, sujetó el odre con dos estacas en la fuente para que se llenase de agua y lo llevó a la cueva. A continuación fue al pueblo por unos platitos, algo de fruta y unos hatillos de leña. Se acercaba el sabbat y en las esquinas de las calles de la ciudad había puestos preparados con los víveres más indispensables para tantos forasteros que los necesitaban. Las cosas tenían el precio al lado. Me parece que los que estaban en los puestos eran criados o no eran judíos, ya no lo sé con certeza. José volvió y trajo carbones encendidos en una especie de brasero enrejado que tenía un mango abajo, y los vertió junto a la pared septentrional de la entrada de la cueva para hacer una pequeña lumbre. Para el viaje, José había traído este brasero así como otros enseres pequeños. Los hatillos de leña consistían en palitos delgados que estaban muy bien atados con juncos gruesos. Luego José preparó algo de comer, que consistió en gachas de granos amarillos y una fruta grande asada que al comerla tenía dentro muchas pipas por todas partes. Además tenían panecillos planos. Después de comer rezaron algo más y José le hizo la cama a la Santísima Virgen. Encima de un lecho de juncos extendió una manta de esas que describí antes de las que preparaban en casa de Ana, y puso de almohada una manta arrollada. Después metió al burro dentro y lo ató donde no estorbara, tapó las aberturas de la cueva para que no hubiera corrientes y luego se preparó su propia yacija a la entrada de la cueva. Como entonces empezaba el sabbat, la Santísima Virgen y él se pusieron de pie bajo la lámpara, rezaron la oraciones del sabbat y a continuación tomaron su austera comida edificantemente. Acto seguido, José salió de la cueva y fue a la ciudad; pero María se arropó para entregarse al reposo. Mientras José estuvo ausente, vi rezar de rodillas por primera vez a la Santísima Virgen. Se arrodilló en su lecho y luego se tumbó en su manta de costado, vuelta hacia el rincón; su cabeza descansaba en su brazo que apoyaba en la manta enrollada. José tardó en volver; estaba afligido, creo que lloraba. Rezó algo más y se tendió humildemente en su lecho a la entrada de la cueva. [José compra enseres en Belén después del sabbat. Vuelve a llevar a María a la Cueva del Pesebre, toma algunas disposiciones y, como Jesús se acerca, se prosterna en su celda a rezar.] [Hoy la narradora estaba muy enferma y solo pudo contar lo poco que sigue:] La Santísima Virgen pasó el sabbat en la Cueva del Pesebre orando y contemplando fervorosamente. José salió varias veces, probablemente a la sinagoga de Belén. Comieron juntos la comida preparada el día anterior y también rezaron juntos. La tarde del sabbat, que los judíos suelen dedicar a solazarse paseando, José llevó a la Santísima Virgen a la cueva sepulcral de Maraha por el valle que va detrás de la loma de la Cueva del Pesebre. Parte de esta tarde la pasaron orando y contemplando en esta cueva, que es más espaciosa que la del Pesebre, y en la que José la preparó un asiento. Otro rato lo pasaron orando y contemplando bajo el árbol sagrado que hay allí, hasta que José volvió a llevarla a la Cueva del Pesebre algún tiempo después del cierre del sabbat, cuando José volvió a buscarla. María le había dicho a San José que a eso de medianoche llegaría la hora del nacimiento de su hijo, pues entonces se cumplirían los nueve meses desde que la saludó el ángel de Dios, y le pidió que pusiera de su parte todo lo posible para honrar tan bien como fueran capaces la entrada al mundo del niño prometido por Dios, sobrenaturalmente concebido, y que uniera a las suyas sus oraciones por aquellos corazones empedernidos que no habían querido darles alojamiento. José la propuso llamar para el parto a un par de piadosas mujeres que conocía en Belén, pero ella declinó y dijo que no necesitaba asistencia humana. Antes de la clausura del sabbat, José fue a Belén y tan pronto como se puso el sol compró rápidamente algunas cosas necesarias: un taburete, una mesita baja, unos platitos, frutos secos y pasas, y se apresuró a traerlo todo a la Cueva del Pesebre. Hecho esto, corrió a la tumba de Maraha y volvió a traer a la Santísima Virgen a la Cueva del Pesebre, donde la instaló en su colcha de dormir en el rincón oriental. Luego preparó más comida y comieron y rezaron juntos. A continuación aisló completamente del espacio restante un dormitorio para él; lo rodeó de varas y colgó en ellas las esteras que había encontrado en la cueva. Echó más pienso al burro, que estaba junto a la pared izquierda de la entrada; luego llenó el receptáculo enrejado del pesebre con juncos, hierbas finas o musgo, y encima extendió una colcha que colgaba por los lados. Entonces la Santísima Virgen le dijo que se acercaba la hora y que hiciera el favor de retirarse a orar a su camareta. José colgó en la cueva más lámparas encendidas y salió afuera al oir ruido delante de la cueva: era la borriquilla que hasta entonces había estado correteando suelta por el valle y que ahora saltaba y correteaba contentísima de un lado a otro. La ató bajo el porche delantero y la esparció pienso. Luego, cuando José volvió a la cueva y miró a la Santísima Virgen desde la entrada de su dormitorio, la vio rezar de rodillas en su lecho con el rostro vuelto a oriente; María le daba la espalda; estaba como rodeada de llamas y toda la cueva estaba como llena de una luz sobrenatural. José la miró como Moisés a la zarza ardiente y luego, con santo temor, entró en su celda y se postró en el suelo a rezar sobre su rostro.