El resplandor en torno a la Santísima Virgen se hacía cada vez mayor y ya no se
veía la luz de la lámpara que había encendido José. La Santísima Virgen estaba vuelta a
Oriente y arrodillada sobre su colcha de dormir, con su amplio vestido suelto y extendido
en torno a ella.
A las doce de la noche se quedó arrobada en oración; la vi elevarse sobre la Tierra
de modo que podía verse el suelo debajo. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho y en
torno a ella seguía aumentando el resplandor. Todo estaba entrañable y jubilosamente
agitado, incluso las cosas inanimadas, la roca del techo, las paredes, el techo y el suelo de la
gruta estaba como viva dentro de aquella luz. Entonces ya no vi más el techo de la gruta, y
una vía de luz se abrió entre María y lo más alto del Cielo con un resplandor cada vez más
alto.
En esta vía de luz apareció un maravilloso movimiento de glorias que se
interpenetraban y se acercaban perceptiblemente en forma de coros de espíritus celestiales.
Pero la Santísima Virgen, que levitaba en éxtasis, rezaba ahora mirando hacia abajo,
al suelo, a su Dios en cuya madre se había convertido, que yacía ante ella en el suelo como
un recién nacido desvalido.
Vi a Nuestro Salvador como un niño muy pequeño y refulgente cuya luz
sobrepasaba la del esplendor circundante, acostado en la manta delante de las rodillas de la
Santísima Virgen. Para mí era como si fuera muy pequeñito y se fuera haciendo más grande
ante mis ojos. Pero todo esto solo era un movimiento del otro resplandor tan grande, que no
puedo decir con seguridad cómo lo he visto.
La Santísima Virgen estuvo así arrobada todavía un rato y vi que le puso al niño un
paño, pero no lo tomó en brazos ni lo levantó. Al cabo de un largo rato vi que el niño
rebullía y lo oí llorar, y entonces fue como si María volviera en sí: levantó al niñito de la
alfombra y lo envolvió en el pañal que le había puesto encima y lo sostuvo en brazos junto
a su pecho. Luego se sentó y envolvió completamente al niño en su velo: creo que María
daba de mamar al Salvador. Entonces vi en torno a ella ángeles de figura totalmente
humana adorando con el rostro en el suelo.
Ya habría pasado más de una hora desde el nacimiento cuando María llamó a José,
que todavía estaba en oración. Cuando se acercó, se postró sobre su rostro con fervor,
alegría y humildad, y solo se levantó cuando María le pidió varias veces que lo apretara
contra su corazón y diera gracias alegremente por el sagrado regalo del Altísimo. Entonces
José se incorporó, recibió en sus brazos al niño Jesús y alabó a Dios con lágrimas de gozo.
Entonces la Santísima Virgen envolvió al niño en pañales. En este momento no
recuerdo la forma de envolverlo en pañales, solo sé que uno era rojo, y sobre él una
envoltura blanca hasta debajo de los bracitos y otro pañalito más por arriba hasta la
cabecita. María solamente tenía cuatro pañales.
Luego vi a María y José sentados en el suelo desnudo con las piernas cruzadas uno
junto a otro. No hablaban y parecían sumidos en contemplación. Sobre la alfombra delante
de María yacía envuelto como un bebé, Jesús recién nacido, hermoso y radiante como un
relámpago.
¡Ay!, pensé, este lugar contiene la salvación del mundo entero y nadie tiene ni la
menor idea.
El pesebre descrito por Ana Catalina pudo ser parecido. Las patas pudieron ser
paralelas en vez de cruzadas, pero hubieran sido menos firmes. Aquí se ha representado el
abrevadero separado de la pared pero puede que estuviera unido al banquillo que corría a lo
largo de toda la pared. (Fotografía de Rafael Renedo).
A continuación pusieron al niño en el pesebre, que estaba lleno de juncos y hierbas
finas y revestido con un cobertor que colgaba por los costados. El pesebre estaba encima
del abrevadero de piedra que había a la derecha de la entrada de la cueva, donde ésta se
ensanchaba hacia mediodía.
Esta parte de la cueva estaba más honda que donde nació Jesús, y el suelo estaba
desgastado escalonadamente.
Cuando pusieron el niño en el pesebre, los dos se quedaron de pie a su lado
cantando himnos entre lágrimas de alegría.
José puso entonces el lecho y el asiento de la Santísima Virgen al lado del pesebre.
Antes y después de nacer Jesús, siempre vi a la Santísima Virgen velada y completamente
vestida de blanco. Durante los primeros días la he visto allí, sentada, de rodillas, de pie e
incluso adormilada, envuelta y tendida de costado, pero de ningún modo enferma o
agotada. Cuando venía gente a verla, se sentaba muy envuelta y derecha sobre la manta
donde nació el niño. [Alegría en la Naturaleza. Brotan fuentes. La colina. La Torre de los Pastores.
Viviendas de pastores de los alrededores. El ángel se aparece y anuncia a los pastores en
varios lugares el nacimiento de Cristo.]
Cuando veo las imágenes del nacimiento de Cristo como acontecimiento histórico y
no como fiesta de la Iglesia, ciertamente no veo esa alegría deslumbrante y esa dicha
embriagadora de la Naturaleza que veo en Navidades, donde la aparición pone de
manifiesto el íntimo significado de la fiesta. Sin embargo, hoy a medianoche he visto
también un júbilo insólito y agitación extraordinaria en muchos lugares, hasta en los parajes
más apartados del mundo.
Vi que los corazones de muchas buenas gentes se llenaron de jubiloso anhelo, y los
corazones de los malos de gran temor. Muchos animales se movían alegremente, y en
mucho lugares vi que las flores se enderezaban y que las hierbas, árboles y arbustos
expandían aromas y destilaban bálsamos. Muchas fuentes se hinchieron y brotaron, y en la
cueva de la loma al sur de la Cueva del Pesebre brotó una caudalosa fuente a la hora que
nació Jesús, que a la mañana siguiente San José enmarcó y la preparó un cauce.
Encima de Belén estaba cubierto y el cielo tenía un triste brillo rojizo, pero una
refulgente nube de rocío se tendía sobre la cueva, el valle contiguo a la Tumba de Maraha,
la nodriza de Abraham, y el Valle de los Pastores.
En el Valle de los Pastores, aproximadamente a hora y media de la Cueva del
Pesebre, había una loma que empezaba donde las viñas y se extendía hasta Gaza, en la que
tenían sus chozas los mayorales, los tres pastores más prominentes de las familias de
pastores que vivían en el contorno, a los que presidían, igual que los Reyes Magos a los
miembros de sus clanes.
Aproximadamente otro tanto más allá de la Cueva del Pesebre estaba la llamada
Torre de los Pastores, que consistía en un armazón piramidal de vigas de madera, muy alto,
construido sobre un basamento de grandes peñascos y situado entre árboles verdes en un
cerro en medio del campo. Estaba rodeada de escaleras y galerías, y tenía de vez en cuando
unos pequeños apostaderos cubiertos como si fueran garitas; toda ella estaba recubierta de
esteras. Tenía cierta semejanza con las torres de armazón desde las miran las estrellas por la
noche en el país de los Reyes Magos, y desde lejos daba la impresión de un buque de gran
arboladura con las velas desplegadas. Desde esta torre se podía contemplar hasta muy lejos toda la comarca; se veía
Jerusalén y el Monte de las Tentaciones en el desierto de Jericó. Los pastores ponían
centinelas allá arriba para vigilar la marcha de sus rebaños y para alertar con toques de
cuerno del peligro de ladrones o incursiones de pueblos guerreros, que desde allí arriba se
podían ver de lejos.
Las distintas familias de pastores vivían en cortijos aislados con huertas y campos
en un radio de unas cinco horas alrededor de la torre. La torre era su lugar de reunión
general, donde los pastores se congregaban, guardaban sus aperos y recibían sus comidas.
A lo largo de la loma habían construido cabañas y, separado de ellas, un gran cobertizo
muy distribuido donde vivían y preparaban sus comidas las mujeres de los que guardaban el
ganado.
Esta noche vi que parte de los rebaños estaban todavía al aire libre aquí junto a la
torre, pero en la colina de los mayorales, los rebaños estaban en cobertizos.
Cuando nació Jesús vi a los tres mayorales juntos, de pie delante de sus cabañas,
conmovidos por la maravillosa noche. Miraban a su alrededor y se asombraron del
resplandor milagroso encima del paraje de la Cueva del Pesebre. Lejos de allí vi también
muy agitados a los pastores de la torre, a la que algunos subieron para mirar las extrañas
luminarias que había encima de la Cueva del Pesebre.
Cuando los mayorales alzaron su mirada al cielo, una nube de luz descendió sobre
ellos y mientras se acercaba, distinguí en ella movimiento, transformación y tránsito de
formas y figuras, y escuché un dulce canto que iba en aumento, suave y sin embargo
maravillosamente claro. Al principio los pastores se asustaron, pero de repente se puso un
ángel de pie frente a ellos que les dijo:
—No temáis, pues ved que os anuncio una gran alegría que ha ocurrido para todo el
pueblo, pues hoy os ha nacido el Salvador en la ciudad de David, que es Cristo el Señor.
Sea señal para reconocerlo que lo encontrareis como un niño envuelto en pañales y tendido
en un pesebre.
Mientras el ángel anunciaba esto, aumentó el brillo a su alrededor y entonces vi
cinco o siete grandes y espléndidas figuras angélicas de pie ante los pastores, que tenían en
sus manos una tira larga como un rótulo, en la que algo estaba escrito en letras del tamaño
de la mano. Los escuché cantar alabando a Dios diciendo:
—Honra a Dios en las alturas, y paz en la Tierra a los hombres que son de buena
voluntad1
.
Los pastores de la torre tuvieron esta misma aparición, solo que un poco más tarde.
Asimismo, los ángeles también se aparecieron a un tercer grupo de pastores que estaban
junto a una fuente a Oriente de la Torre de los Pastores, a unas tres horas de Belén.
No vi que los pastores se precipitaran enseguida a ir a la Cueva del Pesebre, de la
que los mayorales estaban a hora y media de camino, y otro tanto más los de la torre. Pero
vi que enseguida deliberaron entre ellos los regalos que llevarían al recién nacido, y se
fueron a buscarlos lo más rápidamente posible.
Llegaron al pesebre por la mañana temprano. A la hora que nació el niño Jesús, mi alma hizo incontables caminos en todas
direcciones del mundo para mirar las milagrosas señales del nacimiento de nuestra
Salvación. Como estaba muy enferma y fatigada, muchas veces me parecía que eran las
imágenes las que venían a mí. He visto innumerables acontecimientos, pero he olvidado la
mayoría por culpa de mis muchos sufrimientos y molestias. Lo que todavía recuerdo
fragmentariamente es lo siguiente: Esta noche he visto que la profetisa Hanna, el anciano Simeón y Noemí, la maestra
de la Santísima Virgen, tuvieron visiones y revelaciones en el Templo acerca del
nacimiento del Salvador, así como también las tuvieron Ana en Nazaret e Isabel en Juta.
Vi que Juan, el niño de Isabel se movía maravillosamente contento. En estas
visiones todos veían y reconocían a María, pero no sabían dónde había ocurrido el milagro,
ni siquiera Isabel; solo Ana sabía que el lugar de la Salvación era Belén. Hoy por la noche vi un suceso portentoso en el Templo. Varias veces todos los
rollos de los saduceos resbalaron de sus recipientes y se esparcieron. Se armó un gran
alboroto sobre ello, los saduceos lo achacaron a brujerías y pagaron mucho dinero para que
se silenciara el asunto. Esta noche han pasado muchas cosas en Roma y otras muchas se me han olvidado.
Es fácil que de vez en cuando trastoque algo, así que lo cuento tal como lo recuerdo ahora:
Vi que cuando nació Jesús, en un paraje de Roma en el que viven muchos judíos
[aquí describió con cierta vaguedad un sitio como una colina rodeada de agua que formaba
una especie de península] brotó encima del río como una fuente de aceite y vi que todos se
maravillaron mucho por eso.
También se ha hecho pedazos un precioso ídolo de Júpiter en un templo cuyo techo
se ha derrumbado completamente. Como se asustaron mucho, sacrificaron y preguntaron a
otro ídolo, me parece que a Venus, qué significaba esto y el demonio tuvo que responder
desde esta imagen:
—Esto ocurre porque una doncella ha concebido sin hombre un hijo que acaba de
nacer.
La imagen habló también de la fuente de aceite que había brotado. En el sitio donde
manó hay ahora una iglesia dedicada a la Madre de Dios.
Los consternados sacerdotes paganos consultaron libros y vieron que setenta años
antes, cuando adornaron mucho aquel ídolo con oro y piedras preciosas y le hicieron
solemnes sacrificios, vivía por entonces en Roma una mujer muy buena y piadosa que ya
no estoy segura si era o no judía, cuyo nombre sonaba como Sirena o Cyrena. Vivía de sus
bienes pero tenía visiones y se veía obligada a profetizar; a veces le decía a la gente las
causas de su esterilidad; de ella lo he olvidado casi todo.
Esta mujer se había permitido correr la voz públicamente de que no le rindieran
honores tan costosos a ese ídolo, porque llegaría la hora en que se rajaría por la mitad.
Como estas expresiones corrían de boca en boca, los sacerdotes la emplazaron para
que dijera cuándo ocurriría eso, y como no fue capaz de decirlo enseguida, la encerraron y
la torturaron mucho tiempo hasta que ella imploró a Dios la respuesta, que fue que la
estatua se derrumbaría cuando una virgen diese a luz un hijo. Se rieron de lo que decía y la
soltaron por loca. Pero ahora, como al hundirse el templo destrozó realmente al ídolo,
reconocieron que había dicho la verdad y solo estaban asombrados por la circunstancia
concreta unida al momento del acontecimiento, porque no sabían que Cristo hubiera nacido
de una virgen.
Vi también que los alcaldes de Roma, uno de los cuales se llamaba Léntulo y era
antepasado del santo sacerdote Moisés y de aquel Léntulo con el que San Pedro tuvo
amistad en Roma, vi, digo, que ambos alcaldes se hicieron informar del suceso y de la
aparición de la fuente de aceite.
Vi también algo de César Augusto pero no lo recuerdo exactamente. Vi al César con
otros hombres en una colina de Roma, en la ladera opuesta del templo derruido. Unas
escaleras subían a la colina, que en lo más alto tenía una gran puerta dorada. Al bajar el
César vio a su derecha a media colina una aparición en el cielo: Era la aparición de una
doncella sobre un arco iris, y un niño que salía flotando de ella2
.
Creo que solo la vio el César. Mandó preguntar el significado de esta aparición a un
oráculo que se había quedado mudo, y éste respondió que había un recién nacido ante el
cual todos deberían inclinarse. Augusto mandó erigir un altar en el lugar de la colina donde
había visto la aparición y mandó consagrarlo con muchos sacrificios al Primogénito de
Dios. He olvidado muchas cosas de todo esto. Vi también en Egipto un acontecimiento que anunciaba el nacimiento de Cristo.
Muy lejos, más allá de Matarea, Heliópolis y Menfis, había un gran ídolo que hacía toda
clase de oráculos y que de repente enmudeció. El rey mandó hacer grandes sacrificios en
todo el país para que el ídolo dijera por qué se había callado. Pero el ídolo fue obligado por
Dios a decir que se había callado y tenía que inclinarse porque había nacido el hijo de la
doncella y que aquí se le erigiría un templo. Tal como dijo el oráculo, el rey del país quiso
erigirle un templo junto al del ídolo.
No me acuerdo exactamente qué pasó, pero sé que tiró la imagen del ídolo y erigió
allí un templo a la virgen con niño que el ídolo había anunciado, y enseguida los veneraron
a la manera pagana. A la hora del nacimiento del Niño Jesús los Reyes Magos tuvieron una aparición
maravillosa. Ellos eran servidores de las estrellas y tenían en lo alto de una montaña una
torre piramidal chata, que en parte era de madera, donde siempre estaba uno de ellos con
varios sacerdotes para observar las estrellas; escribían todo lo que ocurría y se lo
comunicaban unos a otros.
Esta noche creo que he visto en esta torre a dos de los Reyes; el tercero, que vivía al
oriente del Mar Caspio, no estaba con ellos. Lo que ellos observaban siempre era una
constelación determinada en cuyo aspecto veían cambios y recibían visiones del cielo.
Hoy por la noche vi la imagen que ellos habían distinguido; estaba en diversos
cambios. No la veían en una estrella sino en la figura formada por varias estrellas, que se
movían.
Vieron un hermoso arco iris sobre la luna, que estaba en uno de sus cuartos. Encima
del arco iris estaba sentada una doncella que tenía la pierna izquierda como si estuviera
sentada encima de ella, mientras que la derecha le colgaba recta hacia abajo y apoyaba el
pie en la luna. En el arco iris apareció a la izquierda de la doncella una vid y a su derecha
un haz de espigas de trigo.
Delante de la doncella vi aparecer, o levantarse, o brillar con más fuerza, la figura
de un cáliz como los que se usaron para instituir el Santísimo Sacramento. Surgiendo de
este cáliz vi aparecer un niñito, y sobre él un disco claro como una custodia vacía de la que
salían rayos como espigas. En este cuadro tuve el concepto del Santísimo Sacramento.
En la mano derecha del niñito que surgía del cáliz crecía una rama en la que floreció
como una flor una iglesia octogonal con una gran puerta dorada y dos puertecitas laterales.
La doncella movía con su mano derecha el cáliz, el niño y la Hostia y se inclinó adelante,
hacia la iglesia en cuyo interior estaba yo mirando.
Al mirar la iglesia por dentro me pareció grandísima. Al fondo, pero dentro de la
iglesia, vi una aparición de la Santísima Trinidad y sobre ella se alzó la torre de la iglesia,
que al final configuró una ciudad totalmente brillante, tal como suelo ver la Jerusalén
celestial.
Mientras miraba dentro de la iglesia, vi salir muchas más cosas de este cuadro, pero
ya no me acuerdo cómo iban seguidas, ni tampoco recuerdo ahora de qué forma se les
mostró a los Reyes Magos que el niño había nacido en Judea. A esa misma hora, el tercer
rey, que vivía más alejado, vio en su patria el mismo cuadro.
Los Reyes Magos al verlo se llevaron una alegría indecible; reunieron enseguida
tesoros y regalos y formaron su caravana. Tardaron unos días en reunirse los tres. En los
últimos días antes del nacimiento de Cristo yo venía observando gran actividad, y que veían
todas clase de visiones en su torre estrellera.
—¡Qué misericordia la de Dios con estos paganos! ¿Sabes tú de dónde venía la
profecía de los Reyes? Ahora te contaré cosas de aquella época, pero solo un ratito, porque
en este momento ya no lo tengo todo presente. Quinientos años antes de Cristo ya vivían antepasados de los Reyes Magos, de los
que éstos descienden de padre a hijo en pura línea ininterrumpida. [Elías vivió el año 800
antes de Cristo].
Los patriarcas de la estirpe eran más ricos y poderosos que ellos, pues todos sus
bienes estaban reunidos y su patrimonio no se había repartido tanto. Por entonces vivían en
ciudades que eran solo de tiendas, salvo el de oriente del Mar Caspio, cuya ciudad tiene
fundamentos de piedra y los techos de lona están puestos encima, pues viven junto al mar,
que se sale a menudo. Aquí en la montaña estoy tan alta que veo un mar a mi derecha y otro
a la izquierda; se ve como en el interior de un agujero negro.
Estos jefes de clanes ya eran entonces servidores de las estrellas; pero usaban un
culto malísimo, pues sacrificaban viejos y mutilados, y también descuartizaban niños. Lo
más cruel era que ponían a los niños con trajecitos blancos en la caldera y los cocían vivos.
Pero finalmente mejoró todo esto y Dios les predijo con mucha anticipación a estos ciegos
paganos el nacimiento del Salvador.
Por aquel entonces tres hijas de estos reyes tribales, que eran expertas en astrología,
recibieron simultáneamente espíritu profético y tuvieron al mis mo tiempo la visión de que
se alzaría una estrella de Jacob, y que una doncella concebiría, sin hombre, al Salvador.
Estas doncellas llevaban largos mantos y fueron por todo el país predicando que
mejoraran de vida y anunciando que llegaría un tiempo en el que el mensajero del Salvador
vendría a ellos y les traería el legítimo culto a Dios. También predijeron muchas otras
cosas, relativas incluso a nuestros tiempos y otros aún más lejanos.
En consecuencia, los padres de estas tres doncellas construyeron enseguida un
templo a la futura madre de Dios al Sur del mar donde se juntaban sus tres reinos, y la
ofrecieron sacrificios, que en parte fueron de la forma cruel que antes he dicho.
Pero la predicción de las tres doncellas contenía algo concreto acerca de una
constelación y sus distintas modificaciones, y desde entonces empezaron a observarla desde
una colina cercana al templo de la futura madre de Dios. Se fijaban en todo y según sus
observaciones cambiaban su templo, sus adornos y el culto. El techo de lona del templo a
veces lo ponían azul, otras rojo y otras amarillo o de otros colores. Lo que me pareció
maravilloso es que por esa época pasaron su día festivo semanal al sabbat; antes era el
jueves, que tampoco se como se llamaba. [En esa misma Navidad, la narradora había visto muchas cosas para determinar con
mayor aproximación el nacimiento de Cristo, pero su enfermedad y los estorbos de las
visitas del día siguiente, que era la fiesta de la santa de su nombre, Santa Catalina, la
hicieron olvidar muchas de estas cosas.
Sin embargo, poco después, por la tarde, repitió en éxtasis los siguientes residuos de
aquellas visiones. Hay que tener en cuenta que Ana Catalina veía siempre todas estas
precisiones temporales en números romanos escritos con letras, que a menudo lee con
dificultades. Sin embargo es necesario aclarar que la mayoría de las veces recitaba varias
veces la serie de letras, una detrás de otra, o las indicaba con los dedos. Hoy dijo también
los números de este modo:]
Esto puedes leerlo tú. Mira solo lo que está aquí: Cristo nació cuando aún no estaba
completo el año 3997 del mundo. Estos cuatro años incompletos hasta fines del año 4000 se
olvidaron después completamente, y luego empezaron cuatro años más tarde nuestra cuenta
de años actual. La consecuencia es que Cristo nació casi ocho años antes de nuestras
cuentas.
Uno de los cónsules de Roma era entonces Léntulo, antepasado del santo sacerdote
mártir Moisés, cuya reliquia tengo aquí conmigo y que vivió en la época de San Cipriano;
de él procedía también aquel Léntulo de Roma que fue allí amigo de San Pedro. Cristo
nació el año 45 del emperador Augusto.
Por lo demás, Herodes reinó 40 años hasta su muerte; fue independiente 7 años,
pero ejerció muchas crueldades y atormentó mucho al país; murió aproximadamente el
sexto año de la vida de Jesús. Me parece que su muerte se mantuvo en secreto una
temporada4
.
Murió cruelmente, y en sus últimos tiempos todavía causó asesinatos y desgracias.
Lo vi arrastrarse por una gran sala acolchada con almohadones con un venablo con el que
quería pinchar a quienes se le acercaban.
Jesús nació aproximadamente en el 34.° año de su reinado.
Herodes mandó construir el Templo dos años antes que ingresara en él la Santísima
Virgen, justo 17 años antes del nacimiento de Cristo. No fue construirlo de nuevo, sino
únicamente embellecerlo y modificarlo aquí y allá.
La huida fue cuando Jesús tenía nueve meses, y el asesinato de los niños inocentes
ocurrió en su segundo año de vida.
[La narradora mencionó además muchas relaciones, comitivas y viajes de la vida de
Herodes que demostraban la claridad con la que veía todo, pero era imposible recoger y
ordenar aquella masa de datos, balbuceados en parte.]
El nacimiento de Cristo ocurrió un año que los judíos contaban trece meses; una
corrección parecida a nuestro año bisiesto. Me parece también que he olvidado por qué los
judíos tenían dos veces al año meses de 21 y 22 días, y sobre ello oí algo de días festivos,
pero el conjunto solo lo recuerdo muy confusamente.
También vi que modificaron varias veces su calendario. Fue a la salida de un
cautiverio, cuando también estaban reconstruyendo el Templo. He visto al hombre que
cambió el calendario y he sabido su nombre.
[En este momento reflexionó y dijo con jocosa impaciencia en su forma de hablar
bajoalemana:]
—Jck waet nit meh, wu de keerl het. [Ya no sé cómo se llama ese tío].
Creo que Cristo nació en el mes de Casleu, justo un mes antes de cuando lo celebra
la Iglesia, lo que se debe a que en algún cambio de calendario se omitieron por completo
algunas épocas y días; lo he visto muy bien pero no puedo repetirlo ordenadamente. [Los tres mayorales de los pastores van de su colina a adorar al niño Jesús recién
nacido y le presentan sus regalos.]
[Domingo 25 de noviembre por la mañana:]
Al amanecer después del nacimiento de Cristo, los tres mayorales de los pastores
fueron de su colina a la Cueva del Pesebre. Los regalos que previamente habían recogido
consistían en animalitos que tenían cierto parecido con los corzos, pero si eran cabritillos
tenían un aspecto muy distinto a los de aquí pues tenían el cuello largo, los ojos claros y
muy bonitos y eran muy finos y veloces. Los pastores los llevaban a su lado o tras de sí,
atados con cordeles largos y finos. Además, los pastores llevaban manojos de aves
colgando del hombro, y grandes aves vivas debajo del brazo.
Cuando llamaron tímidamente a la Cueva del Pesebre, San José salió a recibirlos
cordialmente. Ellos le dijeron lo que les había anunciado esa noche el ángel, y que venían a
adorar al Niño de la Promesa y a regalarle sus pobres dones. José aceptó sus regalos con
humilde gratitud e hizo que llevaran los animales a la cueva cuya entrada estaba junto a la
puerta Sur de la Cueva del Pesebre, adonde los acompañó.
Luego llevó a los tres mayorales a ver a la Santísima Virgen, que estaba junto al
pesebre sentada en el suelo encima de una manta con el Niño Jesús en el regazo. Los
pastores, con sus cayados en la mano, se hincaron de rodillas humildemente delante de
Jesús. Lloraban de alegría y permanecieron mucho rato con gran dulzura y sin palabras.
Luego cantaron el himno de alabanza que los ángeles habían cantado esa noche y un salmo
que he olvidado. Cuando quisieron despedirse, la Santísima Virgen les puso a uno tras otro
el Niño Jesús en brazos. Se lo devolvieron con lágrimas y abandonaron la cueva. [Hace la quinta voz de un canto de los pastores. Dones y cantos de los pastores.]
[Domingo, 25 de noviembre al anochecer:]
[La narradora tuvo todo el día de hoy grandes padecimientos corporales y
espirituales, y al anochecer, apenas dormida, fue arrobada enseguida a la Tierra Prometida.
Como este año contemplaba el primer año de predicación de Cristo, y concretamente el
ayuno de cuarenta días, dijo puerilmente maravillada:]
—¡Qué emocionante es esto!, por un lado veo aquí a Jesús con treinta años, tentado
y ayunando en la cueva del desierto, y por otro lado lo veo recién nacido en la Cueva del
Pesebre, adorado por los pastores de la torre.
[Tras estas palabras se levantó del lecho con sorprendente rapidez, fue
apresuradamente a la puerta abierta de su cuarto, y gritó ebria de alegría a los amigos que se
encontraban en el gabinete contiguo:]
—¡Venid deprisa, deprisa, a adorar al niño, que está conmigo!
[Enseguida volvió deprisa al lecho y empezó cantar con voz clara e indeciblemente
conmovedora el Magníficat, el Gloria y algunos himnos desconocidos, sencillos, profundos
y en parte rimados. De uno de ellos hizo la quinta voz. Estaba inmensamente alegre y
emocionada, y al día siguiente contó:]
Ayer por la tarde llegaron con regalos a la Cueva del Pesebre varios pastores y
pastoras y también algunos niños de la Torre de los Pastores que está a cuatro horas de la
Cueva del Pesebre. Traían pájaros, huevos, miel, telas de varios colores, madejitas que
parecían de seda natural, y mazos de una planta en forma de caña que tiene hojas grandes y
las espigas llenas de granos gruesos.
Después que le dieron los regalos a San José, se acercaron humildemente al pesebre
junto al que estaba sentada la Santísima Virgen; la saludaron y luego, arrodillados en torno
al pesebre, cantaron salmos muy tiernos, el Gloria y algunos versos cortos. Cantan a varias
voces y yo cantaba con ellos; canté la quinta voz de uno de los cantos; todavía recuerdo
aproximadamente las palabras:
—¡Oh, niñito, qué rosado eres, que vienes como un heraldo!
Cuando los pastores se despidieron, se inclinaron sobre el pesebre, como si besaran
al Niño Jesús.
[Los tres mayorales ayudan a San José. Las esenias prestan servicios a la Santísima
Virgen.]
[Lunes, 26 de noviembre:]
Hoy he visto que los tres mayorales vinieron uno tras otro a la cueva a echar una
mano a San José para lo que necesitara para instalarse más cómodamente en la Cueva del
Pesebre, en las cuevas contiguas y en los alrededores. Varias mujeres piadosas prestaban
servicios a la Santísima Virgen; eran esenias que vivían no lejos de la Cueva del Pesebre. Si
uno va hacia Oriente contorneando la colina para ir a la hondonada del valle, en la quebrada
del cerro hay una serie de pequeñas celdas en la roca que están un poco altas, unas junto a
otras. Las esenias tenían huertecillos cerca de sus viviendas y enseñaban a los niños de su
secta; las había llamado San José, que ya las conocía desde su juventud, pues cuando se
escondía de sus hermanos en la Cueva del Pesebre iba muchas veces a visitarlas junto a la
pared de roca. Las esenias venían una tras otra a traerle a la Santísima Virgen pequeños
recados y hatillos de leña, y cocinaban y lavaban para la Sagrada Familia.
[El burro se conmueve ante el Niño Jesús. La criada de Ana viene desde Nazaret a
ver a María.]
[Martes, 27 de noviembre:]
Hoy vi un cuadro conmovedor en la Cueva del Pesebre pues José y María estaban
de pie ante el pesebre, muy recogidos mirando al Niño Jesús, cuando de repente el burro se
puso de rodillas y apretó completamente la cabeza contra el suelo. María y José lloraban.
Por la tarde llegó un envío de la madre Santa Ana; llegaron de Nazaret un criado de
edad avanzada y la criada de Ana, una viuda emparentada con ella, que traían toda clase de
cositas que María necesitaba y que se emocionaron extraordinariamente al ver al niñito. El
viejo criado lloró de alegría y enseguida se puso en camino para llevarle noticias a Ana. La
criada se quedó con la Santísima Virgen.
[La Santísima Virgen se esconde de los informadores de Herodes. Estado actual de
Belén. Una violencia de Herodes.]
[Miércoles, 28 de noviembre:]
Hoy vi que la Santísima Virgen con el Niño Jesús y la criada abandonaron durante
unas horas la Cueva del Pesebre5
.
Saliendo por la puerta y doblando a la derecha debajo del porche, se escondieron a
los pocos pasos en la cueva lateral donde al nacer Cristo brotó una fuente que José encauzó.
En esa cueva permanecieron cuatro horas, y más adelante, dos días. Al amanecer, José ya
les había preparado allí algunas comodidades.
Se metieron allí por un aviso interior, pues hoy vinieron a la Cueva del Pesebre unos
hombres de Belén, creo que informadores de Herodes, pues a causa de las conversaciones
de los pastores se había extendido el rumor de que aquí había ocurrido un milagro con un
niño.
Estos hombres encontraron a San José cuando iba al encuentro de los pastores
delante de la Cueva del Pesebre. Intercambiaron con él unas palabras pero en cuanto vieron
su pobreza y sencillez lo dejaron con una elegante sonrisa de desprecio. La Santísima
Virgen se quedó aproximadamente cuatro horas con el Niño Jesús en la cueva lateral y
luego volvió al pesebre.
La Cueva del Pesebre está verdaderamente muy cómoda y tranquila; aquí no viene
nadie de Belén y solo pasan por aquí los pastores. En Belén nadie se preocupa de lo que
pasa en las afueras, pues allí, con tanto forastero, hay mucha gente y muchas
aglomeraciones. En Belén se compra y se sacrifica mucho ganado, porque muchos de los
presentes pagan sus tributos con ganado. También hay muchos paganos que sirven de
criados.
[Esta tarde la narradora dijo de repente en sueños:]
Herodes ha mandado asesinar a un hombre piadoso que tenía un cargo preeminente
en el Templo. Lo mandó llamar muy amistosamente a que viniera a verle a Jericó, y lo hizo
asesinar por el camino. Se había enfrentado a las pretensiones de Herodes sobre el Templo.
Naturalmente, acusaron del crimen a Herodes, pero él consiguió aun más poder en el
Templo.
[Ana Catalina afirmó además que Herodes había colocado en altos cargos del
Templo a dos hijos ilegítimos suyos que eran saduceos, a través de los cuales se enteraba de
todo lo que pasaba en el Templo.]
[El propietario del último albergue de Belén visita a la Sagrada Familia. Se
expanden los rumores de la aparición del ángel a los pastores.]
[Jueves, 29 de noviembre:]
Esta mañana temprano el amistoso patrón del último albergue donde la Sagrada
Familia pasó la noche del 22 al 23 de noviembre ha enviado un criado con regalos a la
Cueva del Pesebre, y luego durante el día él mismo vino a honrarlo.
La aparición del ángel a los pastores a la hora en que nació Jesús ha hecho que todas
las buenas gentes del valle hablen del maravilloso Niño de la Promesa; y ahora esta buena
gente viene aquí a adorar al niño que alojaron sin saberlo.
[Mucha buena gente que va al sabbat visita al Niño Jesús, y también la señora del
albergue del 20 de noviembre.]
[Un pariente de Jesús visita a la Sagrada Familia. José le empeña la borriquilla. La
Sagrada Familia celebra el sabbat en la Cueva del Pesebre. Preparativos para la comida de
la circuncisión. Cosas acerca de una especie de caña.]
[Viernes, 30 de noviembre:]
Hoy vinieron pastores y otras buenas gentes a la Cueva del Pesebre y veneraron al
niño muy emocionados. Venían en trajes de fiesta porque iban a Belén a celebrar el sabbat.
Vi también entre ellos a la buena mujer del rudo pastor que dio albergue a la
Sagrada Familia el 20 de noviembre. Desde su vivienda hubiera podido ir directamente al
sabbat a Jerusalén, pero ha dado el rodeo por Belén para venerar al santo niño y sus
amables padres. La buena mujer se sentía completamente feliz de haberles demostrado su
amor.
Hoy después de mediodía vi que los parientes de San José, en cuya vivienda la
Sagrada Familia pasó la noche del 22 de noviembre, vinieron a la Cueva del Pesebre a
saludar al niño; era padre de aquel Jonadab que en la crucifixión llevó un paño a Jesús para
que cubriera su desnudez. Oyó hablar al posadero de su pueblo del viaje de José, y del
milagro del nacimiento del niño y, puesto que venía a Belén al sabbat, se llegó aquí para
agasajarlo. Saludó a María y al Niño Jesús. José estuvo muy amistoso con él, pero no
aceptó nada suyo, sino que solamente le empeñó la borriquilla que iba suelta, a condición
de poder rescatarla si le devolvía el dinero. José necesitaba dinero para costear los gastos de
los regalos y de la comida de la fiesta de la circuncisión.
Cuando yo meditaba lo de empeñar la borriquilla para pagar la comida de la
circuncisión, y que el domingo 2 de septiembre, que sería la circuncisión del Niño, se leería
el Evangelio del Domingo de Ramos que cuenta la entrada de Jesús en Jerusalén montado
en un borrico, vi el siguiente cuadro pero ya no sé dónde lo vi ni tampoco se explicar ya su
significado.
Debajo de una palmera vi dos ángeles en pie que sostenían unas tablas: En una
estaban representados toda clase de instrumentos de martirio y en el centro, una columna
que tenía encima un mortero con dos asas. En la otra había letras que creo que eran cifras,
años y cuentas de tiempos de la Iglesia.
Encima de la palmera, una doncella estaba arrodillada como si hubiera crecido del
tallo; la ropa le flotaba en torno y sobre su cabeza sin velo llevaba anudado el manto
flotante como para formar una capucha; la doncella tenía en sus manos bajo su pecho un
recipiente de la forma del cáliz de la Última Cena, del que salía flotando un refulgente niño
pequeño.
A continuación vi a Dios Padre entre nubes en la forma en que se me aparece
habitualmente, quien se acercó a la palmera, arrancó de ella una pesada rama en forma de
cruz y se la tendió al niño. Enseguida vi al niño como sujeto a esta cruz de palma y que la
doncella le entregaba la rama al Padre con el ni ño crucificado en ella, mientras con la otra
mano sostenía el cáliz vacío, que ahora me parecía su propio corazón corporal. Cuando
quise leer las palabras de la tabla que estaba bajo la palmera, me despertaron por necesidad.
No sé si este cuadro lo vi en la Cueva del Pesebre o en otro lugar6
.
Cuando José terminó el negocio y toda esta gente se fue a la sinagoga de Belén,
preparó en la Cueva del Pesebre la lámpara de sabbat de siete mechas, las encendió y puso
debajo una mesita con un mantel rojo y blanco en la que estaban los rollos de oración.
Celebró el sabbat bajo la lámpara recitando oraciones con la Santísima Virgen y la
criada; dos pastores estaban un poco más atrás, en la entrada de la cueva. Las esenias
también habían venido, y después prepararon la cena.
Hoy, antes del sabbat, las esenias y la criada ya habían preparado algunos platos.
Pusieron a asar en las brasas un asador con las aves, una vez desplumadas y destripadas, e
iban rebozándolas una tras otra debajo del asado en una especie de harina que se hace
machacando los granos de las espigas que crecían en una planta de corteza gruesa.
Esta planta solo crece silvestre en la solana de algunos lugares húmedos y
pantanosos de este país, pero en muchos otros lugares la cultivan. Cerca de Belén y de
Hebrón hay mucha silvestre, pero por Nazaret no la he visto.
A José se la habían traído los pastores de la Torre. Con los granos cocinaban un
puré espeso, blanco y brillante, y con esta harina también hicieron tortas. Me fijé que
debajo del hogar había agujeros calientes y limpios donde asaban los pasteles y los pájaros.
De las abundantes provisiones que los pastores regalaron a José, la Sagrada Familia
utilizó muy pocas y la mayoría fue para regalarlas, agasajar a otros y dar a los pobres.
Mañana por la tarde se distribuirán bien en la comida de la fiesta de la circuncisión. [José va a buscar a los sacerdotes de Belén. Instrumentos para este sagrado acto.
Instalaciones en la Cueva del Pesebre. Comida al concluir el sabbat.]
[Domingo, 1.° de diciembre:]
Hoy después de mediodía llegaron a la Cueva del Pesebre algunos que venían del
sabbat, y por la tarde vi que las esenias y la criada de María preparaban comida bajo una
choza de enramadas delante de la entrada de la cueva. Varios días atrás José había
empezado a levantar esta cabañuela con los pastores y también había despejado la celda que
se había preparado para él a la entrada de la cueva; cubrió el suelo de mantas y, dentro de
su pobreza, lo adornó todo para la fiesta.
Lo arregló todo antes que empezara el sabbat, ya que al amanecer de mañana sería
el octavo día después del nacimiento de Cristo, y según el mandamiento de [la Ley de]
Dios, había que circuncidarlo.
Al anochecer José fue a Belén y volvió con tres sacerdotes, un hombre de edad y
una mujer que parecía ser una especie de enfermera o cuidadora para estos actos religiosos,
que traía consigo el asiento de costumbre y una gruesa placa de piedra octogonal con todo
lo necesario. Depositaron estos objetos en las esteras extendidas en el suelo a la entrada de
la cueva, en el lugar donde iba a ser la ceremonia, no lejos de la bóveda del pesebre, entre
el fogón y lo que José había despejado.
El asiento que traía era un cajón que al sacarlo formaba una especie de diván con el
respaldo a un lado. Estaba forrada de rojo y era más adecuado para tumbarse que para
sentarse a nuestra manera.
La piedra octogonal tendría dos pies de diámetro y en su centro un hoyo octogonal
con tapa metálica. Tenía en compartimentos separados un cuchillo de piedra y tres cajitas.
Pusieron esta piedra al lado de la silla, sobre un taburete de tres patas que hasta ahora
siempre había estado tapado con una colcha en el lugar donde nació Nuestro Señor en la
Cueva del Pesebre.
Tras estos arreglos los sacerdotes saludaron a la Santísima Virgen y al Niño Jesús.
Hablaron cordialmente con ella y también tomaron conmovidos a Jesús en brazos.
Luego se celebró la comida en la choza de ramas de delante de la puerta, y como
siempre ocurre en estas ocasiones, un montón de pobres que habían seguido a los
sacerdotes, rodearon la mesa y recibieron a lo largo de la comida los dones de José y de los
sacerdotes, con lo que pronto estuvo todo repartido.
Vi ponerse el sol; su disco era más grande que aquí entre nosotros y cuando ya
estaba completamente hundido, vi que entraba sol por la puerta abierta de la Cueva del
Pesebre. Había lámparas encendidas en la cueva y vi que por la noche todavía rezaron y
cantaron mucho. La circuncisión se hizo al romper el día, ocho días después del nacimiento
del Señor. La Santísima Virgen estaba atribulada y desasosegada. Ella misma había
preparado los pañitos para recoger la sangre y vendar al niño, y los tenía guardados en los
pliegues de la pechera de su vestido.
Entre oraciones y ceremonias los sacerdotes cubrieron la piedra octogonal con un
tapete rojo y encima otro blanco, y cuando un sacerdote se puso en la silla, más reclinado
que sentado, la Santísima Virgen, que estaba velada y tenía al Niño Jesús en brazos en la
parte de atrás de la cueva, se lo pasó a la criada, así como los pañitos y las vendas. San José
lo recibió de la criada y lo pasó a la cuidadora que había venido con los sacerdotes, y ésta
puso al Niño Jesús, tapado con un velo, sobre el mantel de la piedra octogonal.
Aún rezaron un poco más y luego la cuidadora destapó al niño y lo puso en el
regazo del sacerdote que estaba reclinado. San José se inclinó por encima de los hombros
de los sacerdotes para sostenerle el tronco al niño. Dos sacerdotes se arrodillaron a derecha
e izquierda sujetando cada uno un pie del niño, y el que realizaba la ceremonia se arrodilló
delante de él. Habían quitado la tapa de la piedra octogonal y tenían a mano las tres cajitas
de ungüento y el agua vulneraria.
El mango y la hoja del cuchillo eran de piedra; el mango era liso y castaño y tenía
una ranura donde iba encajada la hoja, que era del color amarillento de la seda bruta y no
me pareció muy afilada.
Hicieron el corte con la punta ganchuda del cuchillo que, abierto, tendría de largo
por lo menos un palmo. El sacerdote hirió también al niño con la afilada uña de su dedo,
chupó la herida y la roció con agua vulneraria y un calmante de las cajitas.
Puso lo que había cortado entre dos plaquitas redondas y brillantes de color castaño
rojizo, que estaban un poco ahondadas en el centro. Era como la cajita muy plana de una
materia preciosa que entregaron a la Santísima Virgen. Entonces dieron el niño a la
cuidadora, que lo vendó y fajó de nuevo en sus pañales. El niño había estado fajado en
blanco y rojo hasta los bracitos, pero ahora le envolvieron también los bracitos; y el velo
que le tapaba la cabecita se lo pusieron en torno a la cabeza como una vaina. Así tapado lo
volvieron a poner en la piedra octogonal revestida y aún rezaron más sobre él.
Aunque yo sabía que el ángel había dicho a San José que el niño debía llamarse
Jesús, recuerdo sin embargo que en el primer momento el sacerdote no aprobó este nombre
y por eso rezaba. Entonces vi que un ángel reluciente se apareció ante el sacerdote y le puso
delante el nombre de Jesús en un letrero como el de la cruz. No sé si éste u otro sacerdote
vieron al ángel como yo, pero se estremeció mucho y escribió este nombre en un pergamino
por inspiración divina.
El Niño Jesús lloraba muy alto después de la ceremonia sagrada y entonces vi que
San José lo quitó de allí y se lo puso en brazos a la Santísima Virgen, que estaba de pie en
la parte de atrás de la cueva con las dos mujeres. Ella lo recibió entre lágrimas, se retiró al
rincón del pesebre, se bajó el velo y tranquilizó al lloroso Niño Jesús dándole el pecho. José
también la dio los pañitos manchados de sangre con que la cuidadora había protegido los
vasos que sangraban. Todavía rezaron y cantaron, las lámparas seguían encendidas y
entonces amaneció.
Después de un rato, la Santísima Virgen salió con el niño y lo depositó en la piedra
octogonal. Los sacerdotes tendieron hacia ella sus manos en cruz por encima del niño, tras
lo cual la Santísima Virgen se retiró llevándoselo.
Antes de irse con sus utensilios, los sacerdotes todavía tomaron un bocado en la
enramada con José y un par de pastores que estaban en la entrada de la cueva. He sabido
que todos los que estuvieron en este acto sagrado eran buena gente, y que más tarde los
sacerdotes fueron iluminados y llegaron a la Salvación. Durante toda la mañana estuvieron
repartiendo generosamente a los pobres que llegaban a la puerta.
Durante la ceremonia el asno estuvo atado en el fondo de la cueva. Hoy pasó delante de la cueva una cuantiosa chusma de sucios mendigos de color
castaño que venían del Valle de los Pastores; parecía que iban a Jerusalén a una fiesta.
Pidieron con mucha violencia, y como las dádivas de José no les bastaban, maldijeron e
insultaron ferozmente junto a la cueva. No sé quiénes serían, pero me eran muy antipáticos.
Durante el día de hoy volvió otra vez la cuidadora a ver a la Santísima Virgen que
volvió a vendar al Niño Jesús. La noche siguiente vi muchas veces que el niño lloraba
mucho inquieto de dolor. María y José lo tenían en brazos alternativamente y para
consolarlo lo paseaban alrededor de la gruta. Al anochecer de hoy ha llegado Isabel a la Cueva del Pesebre. Venía desde Juta
montada en un burro que llevaba un viejo criado. José la recibió afectuosamente, y la
alegría de Isabel y de María cuando se abrazaron fue inmensamente grande. Entre lágrimas,
Isabel apretó al Niño Jesús contra su corazón. A Isabel la prepararon un lecho junto al lugar donde había nacido el Niño Jesús.
Delante de este sitio está ahora a veces un armazón alto, como un caballete de aserrar, en el
que descansa el cajoncito en el que muchas veces ponen al niño mientras ellas están de pie
alrededor rezando y acariciándole. Este armazón tiene que haber sido una cosa muy
corriente para niños, pues en casa de Ana, la madre de María, ya había visto yo descansar a
la Niña María en un armazón parecido. Isabel y María conversan con dulce intimidad. [La Santísima Virgen la comunica sus dolores y gozos. Se esconden a causa de
nuevas visitas.]
[Martes, 4 de diciembre:]
Anoche y todo el día de hoy vi a María e Isabel sentadas juntas en dulces
conversaciones. Yo sentía también que estaba con ellas y escuché todas sus conversaciones
con íntima alegría. La Santísima Virgen la contó todo lo que la había pasado hasta ahora;
mientras contaba la búsqueda de alojamiento en Belén, Isabel lloraba de todo corazón.
También la contó muchas cosas referentes al nacimiento del Niño Jesús, y todavía
me acuerdo de algo. Dijo que en el momento de la Anunciación, su espíritu estuvo ausente
diez minutos con la sensación de que su corazón se desdoblaba, mientras se llenaba de
dicha indecible. En el momento del nacimiento se llenó de un ansia infinita y se quedó
arrobada de rodillas, sintiendo que los ángeles la llevaban. Entonces sintió como si su
corazón se desgarrara y se le separara la mitad.
Así estuvo diez minutos inconsciente y luego la quedó una sensación de gran vacío
interior y un ansia grande de la felicidad infinita que antes siempre había encontrado dentro
de sí y que ahora estaba fuera de ella. Entonces divisó delante un resplandor, como si en él
creciera la figura de su hijo ante sus ojos. Lo vio moverse y lo oyó llorar; volvió en sí, lo
levantó de la colcha y se lo puso al pecho, pues al principio, como estaba como en sueños,
no se atrevía a tocar al niño rodeado de tanta luz. También la dijo que no se dio cuenta
cuándo se separó el niño de ella. Isabel le dijo:
—Tú has dado a luz con mayores gracias que las demás mujeres; el nacimiento de
Juan también estuvo lleno de dulzura, pero fue muy distinto que el tuyo.
Esto es lo que recuerdo de sus conversaciones.
Hoy todavía había gente de toda clase que visitaba a la Santísima Virgen y al Niño
Jesús; y también vi todavía varias veces aquella chusma maleducada que pasó por delante
de la puerta; pedían apostrofando, maldiciendo e insultando y José ya no les dio más
limosnas.
Por la tarde María se volvió a esconder con Isabel y el Niño Jesús en la cueva lateral
junto al pesebre; pienso que se quedaron allí toda la noche. Esto ocurría porque desde Belén
venía al pesebre a curiosear toda clase gente importante y María no quería dejarse ver por
ellos. Hoy vi que la Santísima Virgen salió de la Cueva del Pesebre con el Niño Jesús y
entró en otra cueva situada a la derecha. La entrada era muy estrecha; catorce escalones
inclinados bajaban hasta un pequeño zaguán y luego a una bóveda más espaciosa que la
Cueva del Pesebre. El espacio semicircular al lado de la entrada lo había separado José con
una colcha colgante, con lo que separó un espacio rectangular. La luz no entraba desde
arriba sino a través de unos agujeros laterales que perforaban profundamente la roca.
Los últimos días un anciano sacó de esta cueva mucha paja, leña y haces de cañas
como los que José usaba para la lumbre; el que prestó este servicio era pastor. La cueva era
más luminosa y espaciosa que la del Pesebre. El burro no estaba aquí. Vi al Niño Jesús
tumbado en una hondonada ahuecada. En los últimos días he visto a María mostrar varias
veces a algunos visitantes aislados su niño cubierto con un velo, y completamente desnudo
salvo la faja en torno al cuerpo; otras veces lo he vuelto a ver completamente fajado. La
cuidadora que lo vendó le visitaba muchas veces, y María compartía generosamente con
ella los regalos de los visitantes, que la cuidadora redistribuía en Belén a los necesitados.