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LA CARAVANA DE LOS REYES MAGOS




—En el convento siempre veía llegar los Reyes a Belén cuando estaba preparando el nacimiento y por tanto, hacia el 25 de diciembre. [De este modo es mucho más verosímil que Herodes no encontrara al niño en Belén después de marcharse los Reyes, pues daba tiempo mientras tanto a que saliera la Sagrada Familia.] Ya conté el día de Navidad que en Nochebuena vi anunciar el nacimiento de Cristo a los Reyes Magos. Vi al atezado Mensor y el castaño Sair mirando a las estrellas en el país del primero; todos sus aparatos estaban preparados para el viaje. Miraban con largos tubos desde lo alto de una torre en forma de tronco de pirámide a la estrella de Jacob, que tenía cola. La estrella se abrió ante sus ojos y dentro apareció una gran doncella brillante, y en medio vi flotar un niño reluciente de cuyo costado derecho crecía una rama en la que florecía una torrecita con varias puertas, que finalmente se transformó en una ciudad. Ya no sé más de este cuadro. Ambos emprendieron viaje inmediatamente después de verlo. El tercero, Zeokeno, vivía unas jornadas más a Oriente y a esa misma hora vio la misma figura en las estrellas. Salió de viaje con muchas prisas a reunirse enseguida con sus dos amigos, como así fue. [La contemplativa va con los Reyes Magos. Ana Catalina visita Belén. Más viajes a Oriente. Comarcas, viviendas, personas que tejen algodón, sus vestidos. Ídolos. Comarca de la que salieron Mensor y Sair. Reagrupan los rebaños que dejan. Zeokeno, el tercer rey, sigue veloz tras ellos.] Me desperté con grandes ansias de estar en la Cueva del Pesebre con la Madre de Dios y de tener un ratito al Niño en mis brazos y apretarlo contra mi corazón. Entré dentro de la cueva. Era de noche; José dormía apoyado en el brazo derecho detrás de su biombo, a la derecha de la puerta y María estaba despierta, sentada en su sitio habitual junto al pesebre y tenía al Niño Jesús al pecho debajo del velo. De día y despierta, cuando estaba sentada, enrollaba como un cojín parte de la manta que le servía de lecho y se la ponía detrás de la espalda para que le sirviera de respaldo; pero ahora tenía un poco más baja la cabecera de su lecho. Me puse de rodillas y pedí con gran fervor tener un ratito al Niño. ¡Ay!, ella lo sabía, lo sabe todo y lo acepta todo ¡es tan amorosa y tan cariñosamente compasiva, si uno reza con fe!, pero estaba rezando tan tranquila, tan recogida, piadosa, y maternal que no me dio el niño; creo que porque le estaba dando de mamar. Yo tampoco lo hubiera hecho. Pero mis ansias seguían creciendo y se unían a la impetuosa corriente de almas que anhelaban al Niño Jesús. Este cálido anhelo de salvación no era en ninguna parte tan puro, tan infantil, fiel e inocente como el de los queridos Reyes Magos del País de la Mañana, cuyos antepasados lo habían esperado con ansia a lo largo de los siglos, creyendo, esperando y amando. Entonces mi anhelo me llevó hacia ellos, y cuanto completé mi oración me salí del pesebre muy devotamente, despacito y sin hacer ruido para no molestar, y entonces fui llevada en un largo viaje a la caravana de los Reyes Magos. Por el camino he visto muchas clases de cosas, países y gentes, viviendas, vestidos, usos y costumbres y también muchas clases de idolatría que practicaban, pero he olvidado la mayor parte. Contaré lo mejor que pueda lo que todavía me queda en la memoria. Fui conducida en dirección a Oriente a una comarca en la que nunca había estado y que en su mayor parte era infértil y de arena. En algunas colinas vivían grupos de gente en cabañas de ramas, familias sueltas de cinco a ocho personas. El techo de ramas apoyaba en la colina donde las viviendas estaban excavadas. Al entrar, vi que el espacio estaba dividido hasta la pared del fondo a ambos lados de la puerta; las habitaciones delanteras y las del fondo eran más grandes, y las del medio más pequeñas. En esta comarca casi no crecían más que matas pequeñas, y aquí y allá algún arbolito que daba unos capullos de los que esta gente sacaba lana blanca. Vi también algunos árboles grandes entre los que habían erigido sus ídolos. Esta gente era aún muy salvaje, pues me pareció que comían sobre todo carne, y en concreto, pájaros crudos. También vivían del robo. Tenían casi el color del cobre y el pelo amarillo de los zorros; eran pequeños, rechonchos, casi gordos, pero muy listos, ágiles y activos. No vi que tuvieran rebaños ni animales domésticos. Tampoco los vi totalmente vestidos: debajo de la cintura, los hombres se tapaban el bajo vientre delante y detrás con cortos taparrabos arrugados, y la mitad del pecho hasta la cintura se la tapaban con un escapulario estrecho de bandas entrecruzadas que se cerraba en torno al cuello por encima de los hombros. Me pareció que esta estrecha prenda que les cubría el pecho era elástica y se podía estirar y hacer mayor. Aparte de las correas que se entrecruzaban al cuello, llevaban la espalda desnuda hasta la cintura. En la cabeza llevaban casquetes atados con una cinta que por encima, delante de la frente, tenía como una rosa o un lazo. Las mujeres llevaban falda corta y plisada hasta media cadera; se tapaban el pecho y el bajo vientre como con la pechera de una chaquetilla, cuyas puntas recogían con el cinturón. Esta prenda se cerraba en torno al cuello con una tira ancha como una estola, bordada en los hombros pero lisa en el pecho. Cubrían su cabeza con una gorra que tenía por arriba un botón en forma de copa aplastada; la gorra tenía punta en la frente, y se pegaba a las orejas y las mejillas. Detrás de las orejas y de la nuca, la gorra tenía franjas sueltas y separadas, por las que salía el moño. La pechera de las mujeres era multicolor, con muchos adornos verdes y amarillos, cosidos o pespunteados. Por delante, más arriba de la cintura, estaba adornada con botones, y en los hombros estaba bordada. La costura era basta, como la de las casullas antiguas. Las mujeres llevaban los antebrazos llenos de ajorcas. Esta gente hacía una especie de mantas con una lana blanca que sacan de los capullos de un arbolito. Dos de ellas se ataban en torno al cuerpo un manojo de esta lana y luego cada una empezaba a andar para atrás mientras sacaba del cuerpo de la otra un cordón muy largo del grueso de un dedo. Después, con esos cordones tejían piezas anchas de tela, y cuando tenían muchas, iban en grupo a venderlas a una ciudad, llevando a la cabeza grandes rollos de mantas de éstas. En este paraje vi también sus ídolos dispersos debajo de árboles grandes; tenían cabezas de buey con cuernos, boca ancha y agujeros redondos en el cuerpo, y más abajo una abertura ancha en la que encendían fuego para quemar las ofrendas que ponían en los agujeros más pequeños. En torno a cada uno de estos ídolos había distintas figuritas de animales en columnitas de piedra: pájaros, dragones y una figura con tres cabezas de perro y cola de serpiente arrollada. Al principio de mi viaje tuve la sensación de que a mi derecha había mucha agua y que me apartaba de ella cada vez más. Después que salí de la comarca de esta gente, mi camino subió cada vez más y tuve que pasar muchas veces una loma de arena blanca, en la que con frecuencia había alrededor piedrecitas negras de todas clases quebradas en forma de conchas y cacharros rotos. Más allá, bajando por un valle, llegué a una comarca que estaba cubierta de numerosos arboles plantados casi en hileras muy tupidas. Había allí árboles con troncos de escamas y hojas monstruosamente grandes, y también árboles en forma de pirámide con flores grandes y bonitas; estos últimos tenían las hojas verdeamarillas y también ramas con brotes. Allí vi también arboles con hojas en forma de corazón, completamente lisas. Después llegué a una comarca que consistía en grandes pastizales que no se veían porque estaban ocultos entre las alturas y en los que hormigueaba ganado de muchas clases. En torno a las alturas crecían viñas cuidadas en terrazas, plantadas en filas y protegidas por pequeños setos trenzados. Los dueños de estos rebaños vivían en tiendas de techo plano cuyas entradas estaban cerradas con puertas ligeras de zarzo. Las tiendas estaban hechas con ese tejido blanco lanoso que hacían los salvajes con los que había estado antes, pero estaban cubiertas por arriba también con unas placas escamosas de color pardo, de las que colgaban flecos por los bordes. Estas placas tenían como pelo, como si estuvieran hechas con musgo o pieles de animales. En el centro estaba una tienda grande rodeada de muchas otras más pequeñas que formaban un amplio círculo. Los rebaños, separados por especies, vagaban por los amplios pastizales separados aquí y allá por extensos matorrales como de monte bajo. Allí distinguí rebaños de muy distintas especies: corderos con largas trenzas de lana rizada y largas colas lanudas; animales muy vivaces con cuernos como cabras, unos tan grandes como terneras y otros del tamaño de los caballitos que actualmente corren en libertad en nuestros páramos. Vi también manadas de camellos y de animales parecidos, pero con dos jorobas. En un sitio vi en un cercado algunos elefantes, blancos o a manchas; eran totalmente mansos y solo para uso doméstico. Durante esta visión me interrumpieron tres veces para ir a otras partes a contemplar otras cosas, pero luego siempre volvía a otra hora del día a este cuadro de vida pastoril. Me parece que estos rebaños y pastos pertenecían a uno de los reyes que ya había emprendido viaje; creo que eran de Mensor y su familia. Los apacentaban pastores subordinados que llevaban chaquetas hasta las rodillas, aproximadamente de la misma forma que los trajes de nuestros aldeanos, solo que más ceñidos al cuerpo. Creo que ahora que el jefe ha salido de viaje para mucho tiempo, unos inspectores están revisando y contando los rebaños. Los pastores subordinados tuvieron que dar cuentas, pues vi que de vez en cuando llegaba gente importante con largos mantos que lo examinaba todo. Iban a la gran tienda central, y los rebaños iban pasando por ésta y por las tiendas pequeñas, donde los contaban y examinaban. Los que tomaban las cuentas tenían en la mano unas superficies de no sé qué en las que apuntaban algo. Pensé entonces: —¡Ojalá nuestros obispos fueran tan aplicados en investigar los rebaños de los pastores que tienen a sus órdenes! Cuando, después de la última interrupción, volví a la comarca de los pastos, ya era de noche y en la comarca reinaba un profundo silencio. La mayoría de los pastores estaban durmiendo en las tiendas pequeñas y solo unos pocos rondaban en silencio para vigilar los rebaños que dormitaban tumbados tranquilamente, más o menos reunidos, pero separados según su especie en grandes cercados de distintas formas. Para mí era sobre todo piadoso y profundamente emotivo mirar el inmenso cielo azul oscuro extendido sobre estos grandes pastizales llenos de rebaños que dormitaban pacíficamente al servicio de los hombres, y ver la centelleante pradera de estrellas innumerables surgidas a la llamada de su Creador, cuya voz de pastor seguían prontamente como fieles rebaños, más obedientes que los corderitos de la Tierra a sus pastores mortales. Y cuando veía aquí o allá que los pastores de guardia en sus rondas miraban más a los rebaños de estrellas del cielo que a los rebaños confiados a su tutela, meditaba complacida: —¡Con cuánta razón miran a lo alto con asombro y gratitud lo que sus antepasados miraron y esperaron con anhelo y oraciones! Pues lo mismo que el buen pastor busca la oveja extraviada y no descansa hasta que la encuentra y la trae a casa, así hace también ahora el Padre celestial, verdadero pastor de todos estos innumerables rebaños de estrellas en el espacio inmenso. Cuando arrojó al hombre a la Tierra y lo maldijo con el castigo, volvió a buscar al hombre caído a su morada en la Tierra como a la ovejita perdida. Sí, envió aquí abajo a hacerse hombre a su hijo unigénito, para que volviera a traer a casa las ovejitas perdidas, cargara los pecados sobre sí como cordero de Dios y, muriendo, satisficiera por ellos a la justicia divina. Y ahora había ocurrido el anuncio del Salvador prometido y guiados por una estrella, sus reyes habían partido la noche anterior a rendir vasallaje al Salvador recién nacido. Por eso los vigilantes de los rebaños rezaban y miraban asombrados hacia arriba, a las cañadas celestiales, pues de allí ha venido el Pastor de los pastores que se ha anunciado en primer lugar a los pastores. Mientras contemplaba los amplios campos de los rebaños, oí que el veloz repiqueteo de los cascos de una hueste de hombres a camello interrumpía el silencio de la noche. La caravana pasó rápidamente junto a los rebaños durmientes y fue a la tienda principal del campamento de los pastores. Aquí y allá, despertados por el ruido, los soñolientos camellos se levantaban del sueño y alargaban los cuellos hacia la caravana, y se oían los balidos de los corderos que se despertaban. Algunos de los que llegaban saltaron de sus monturas y despertaron a los pastores que dormían en las tiendas. Los pastores de guardia que estaban más cerca se aproximaron a la caravana y pronto estuvo todo lleno de vida y congregado en torno a la caravana. Por todas partes hablaban, miraban y señalaban a las estrellas. Hablaban de una constelación o de una aparición en el cielo que había pasado ya, pues yo no la veía. Ésta era la caravana de Zeokeno, el tercero de los Reyes, el más alejado. Había visto en su patria la misma figura en las estrellas y había salido inmediatamente de viaje hacia aquí. Preguntó qué delantera podrían llevarle Mensor y Sair y si todavía se podía ver bien la estrella cuya dirección había que seguir. En cuanto recibió las respuestas que necesitaba, la caravana reanudó rápidamente su camino sin demora. Esta era la comarca donde los Reyes Magos, que vivían separados, solían reunirse habitualmente para observar a los astros; y también estaba cerca la torre piramidal con largos tubos para observar las estrellas. Zeokeno vivía el más alejado de los tres, por cierto que en la comarca donde Abraham vivió al principio, en torno a la cual vivían todos. [Intervalo durante la visión precedente. Un vistazo a Agar e Ismael en el desierto; Agar le marca con una señal.] En el intervalo entre las visiones de estos tres momentos del día en que vi lo que pasaba en los extensos campos de los pastores del alto, se me mostraron algunas cosas de la comarca en la que vivió Abraham pero las he olvidado en su mayor parte. Una vez vi, muy lejos y a un lado, la altura donde Abraham quería sacrificar a Isaac. Otra vez me mostraron muy claramente lo que le pasó a Agar e Ismael en el desierto, aunque ocurrieran lejos de aquí. Ya no sé bien la secuencia. La primera comarca donde vivió Abraham estaba más alta, y los países de los tres Reyes Magos están alrededor y más abajo. Ahora voy a contar el cuadro de Agar e Ismael. Al lado de la montaña de Abraham, pero más al fondo del valle, vi que Agar vagaba con su niño por el monte bajo; iba como si hubiera perdido la razón. El chico tenía ya algunos años y llevaba un vestidito largo; ella iba envuelta en un manto que también le cubría la cabeza. Llevaba por debajo una falda corta y el cuerpo del vestido estaba ajustado, firmemente sujeto y los brazos estrechamente envueltos. Agar puso a su chico debajo de un árbol en una colina y le hizo un signo en la frente, otro en medio del brazo derecho, otro en el pecho y otro en el brazo izquierdo. Cuando se apartó no vi el signo que había hecho en la frente, pero los otros, que estaban dibujados en la ropa, eran visibles y parecían escritos en color pardo rojizo. Este signo tenía forma de cruz pero no era exactamente una cruz normal; parecía una cruz de Malta, como si uno rodeara con un círculo cuatro triángulos con las puntas en cruz. En los cuatro triángulos escribió letras o signos como ganchos, cuyo significado no pude retener exactamente; vi que escribió dos o tres letras en el centro del círculo. Dibujaba muy deprisa con el color rojo que parecía llevar en la mano, si es que no era sangre. Mientras lo hacía, mantuvo unidos los dedos índice y pulgar. Luego se inclinó, miró al cielo y ya no la vi más en torno a su hijo; se alejó como un tiro de escopeta y se sentó bajo un árbol. Entonces oyó una voz del cielo, se puso de pie y siguió andando. Volvió a oír la voz y vio una fuente entre el follaje. Llenó el odre de agua, volvió con su hijo, le dio de beber, lo llevó a la fuente y allí le puso otro vestido encima del que había estado pintando. Esto es lo que recuerdo de esta aparición. Creo que en otros tiempos he visto dos veces a Agar en el desierto; una vez antes del nacimiento de su hijo y después otra como ahora, con Ismael ya mocito. [Zeokeno da alcance a la caravana de Mensor y Sair en una ciudad desierta llena de columnas. Sus pobres habitantes siguen a la caravana. Más tarde, los discípulos Saturnino y Jonadab enseñaron aquí el Evangelio. Comarca en la que vivían los Reyes Magos, sus nombres y duración del viaje, y cómo después de la muerte de Jesús el apóstol Tomás bautizó a los dos Reyes que todavía estaban vivos.] [Noche del 27 al 28 de noviembre de 1821. Nota previa: El año 1821, cuando Ana Catalina comunicó estas contemplaciones de la caravana de los Reyes Magos, ya había narrado toda la predicación itinerante de Jesús en la Tierra, y también había contemplado, entre otras cosas, que después de la resurrección de Lázaro (que ella vio ocurrir el 7 de septiembre del tercer año de predicación) Jesús se retiró a la otra orilla del Jordán y en su ausencia de 16 semanas visitó a los Reyes Magos. Al regreso de su caravana a Belén, los Reyes Magos se reunieron, y ellos y los miembros de sus caravanas se quedaron a residir más cerca de la Tierra Prometida. Solo quedaban vivos Mensor y Zeokeno, pues Jesús encontró al castaño rey Sair en la tumba. Para entender mejor lo que sigue parece necesario contar al lector estos acontecimientos ocurridos 31 años después, pero que Ana Catalina había contado antes:] La noche del 27 al 28 de noviembre, cuando ya empezaba a clarear, la veloz caravana de Zeokeno dio alcance a la de Mensor y Sair en una ciudad desértica en la que había grandes filas de altas columnas aisladas. En las puertas de la ciudad, que eran bonitas torres cuadradas en ruinas, había muchas columnas, y en muchos otros lugares había grandes y bonitas columnas con estatuas que no eran rígidas como en Egipto, sino que tenían bonitas posturas vivas. Esta comarca era arenosa y con muchas montañas de piedra. En las ruinas de esta ciudad desértica se había instalado lo que parecía una banda de salteadores salvajes. Solo tenían lanzas y llevaban puestas pieles de animales. Los salteadores eran de color castaño, bajos y vigorosos, pero sumamente listos. Para mí es como si ya hubiera estado alguna vez en este lugar, quizá en aquel viaje que soñé que hacía a la Montaña de los Profetas y al Ganges. Cuando las tres caravanas se reunieron aquí, abandonaron la ciudad al romper el día y prosiguieron rápidamente su camino, y muchos de estos pobres canallas que vivían aquí se incluyeron en la caravana a causa de la generosidad de los Reyes, que siguieron media jornada más y se tomaron un día de descanso. Después de la muerte de Jesús, el apóstol Juan y los dos discípulos Saturnino, y Jonadab el hermanastro de Pedro fueron enviados a esta ciudad desértica a anunciar el Evangelio. Con esta ocasión vi juntos a los Reyes Magos. El último que llegó aquí era el más alejado, Zeokeno, que tenía un hermoso color amarillento; lo reconocí porque era el que estaba enfermo en su tienda 32 años después, cuando Jesús visitó a los Reyes Magos allí donde se instalaron, más cerca de la Tierra Prometida. Cada uno de los Reyes Magos trae consigo cuatro parientes o amigos de su familia, así que en conjunto iban en la caravana unos quince notables a los cuales siguen multitud de criados y camelleros. Entre los mozos del séquito, que estaban casi desnudos hasta la cintura y que pueden correr y saltar con extraordinaria agilidad, reconocí a aquel discípulo Eleasar que más tarde fue mártir y del que tengo una reliquia en mi poder. [Por la tarde, el confesor preguntó el nombre de los Reyes Magos a Ana Catalina, que respondió:] —A Mensor, el atezado, Santo Tomás le dio el nombre de Leandro cuando lo bautizó después de la muerte de Cristo. Santo Tomás bautizó también a Zeokeno, el viejo amarillento que estaba enfermo cuando Jesús estuvo en el campamento de Mensor. El de color castaño que ya había muerto cuando la visita de Jesús, se llamaba Seir o Sair. [Su confesor la preguntó:] —¿Cómo bautizaron a éste?—pero ella no se dejó engañar y contestó sonriendo: —Ya estaba muerto y tuvo el bautismo de deseo. [El confesor dijo entonces: —Pero yo no he oído esos nombres en los días de mi vida, ¿cómo es que llegaron a llamarlos Gaspar, Melchor, Baltasar?] —Sí, los han llamado así porque rima con su ser, pues estos nombres significan: El primero, va con amor»; el segundo, vagabundea en torno», va con halagos», se aproxima tan suavemente»; y el tercero, enseguida ase con su voluntad», se aferra con su voluntad a la voluntad de Dios». [Ana Catalina dijo todo esto muy cordialmente y expresando con la mímica de sus manos sobre la colcha el significado de estos nombres. Quede a la investigación de los lingüistas aclarar hasta qué punto puedan entenderse estos nombres.] [Orden de la caravana. Pienso y agua a los animales. Preparación de la comida. Vasijas. La estrella que los guía. Longitud del viaje. De su patria. Prosiguen su camino.] [28 de noviembre:] Creo que encontré por primera vez [sic] la caravana de los tres Reyes Magos en una comarca algo más fértil justo media jornada después de la ciudad del desierto donde estaban las columnas y las figuras de piedra. Aquí y allá se veían diseminadas viviendas de pastores con muros de piedras negras y blancas. En la llanura, la caravana se acercó a una fuente en cuya proximidad se encontraban varios cobertizos amplios abiertas por un lado. Tres de ellos estaban en el centro y otros cuantos más alrededor; parecía un sitio de descanso habitual para caravanas parecidas. El conjunto de la caravana se componía de tres huestes; en cada una de ellas había cinco notables entre los que estaba el jeque o rey, que se ocupaba de todo y mandaba y distribuía como padre de familia. Cada uno de estos tres grupos se componía de hombres de distinto color de cara. La tribu de Mensor era de un agradable color atezado; la de Sair era de color castaño, y la de Zeokeno de brillante color amarillento. Negro brillante no vi a nadie, salvo algunos esclavos que todos tenían. Los animales iban cargados hasta arriba y los notables se sentaban entre los bultos cubiertos de alfombras; llevaban varas en la mano. Les seguían otros animales, casi tan grandes como caballos, en los que iban montados entre fardos los criados y los esclavos. Cuando llegaron, se apearon, descargaron completamente a los animales y los abrevaron en la fuente, que estaba cercada con una valla pequeña, sobre la que había un muro con tres entradas abiertas. Dentro de este espacio, el pilón de la fuente estaba algo más bajo, y tenía un poste con tres grifos de agua cerrados con tapones. El pilón estaba tapado con una tapa; uno de los hombres de la ciudad desértica que los habían acompañado lo destapó a cambio de un donativo. Tenían odres de cuero con cuatro compartimentos que podían aplastarse completamente; los llenaron de agua y en ellos podían beber a la vez cuatro camellos. Eran tan cuidadosos con el agua que no dejaron perder ni una sola gota. Luego instalaron los animales en un cercado al aire libre que estaba cerca de la fuente, y pusieron separación entre los sitios de cada uno. Los animales tenían delante unas artesas de piedra en las que les pusieron el pienso que traían consigo; granos grandes como bellotas que quizá fueran judías. Entre lo que descargaron había también grandes jaulas cuadradas, estrechas y altas, que colgaban a los flancos de sus monturas por debajo de los anchos paquetes; tenían dentro grandes aves, sentadas, de una en una o en parejas, según fueran, del tamaño aproximado de gallinas o palomas, que utilizaban para comer durante el viaje. Se sentaron en espacios separados. Empacados en cofres de cuero, llevaban panecillos apretados unos sobre otros del tamaño parecido a los pizarrines de los escolares. Llevaban consigo recipientes muy valiosos de metal amarillo adornados con piedras preciosas, casi de la forma de nuestros vasos litúrgicos, cálices, navetas y conchas, donde bebían y con los que servían la comida. Los bordes de estos vasos estaban adornados en su mayoría con gemas rojas. Las tribus se distinguían entre sí un poco por el vestido. Zeokeno el amarillento y su familia, así como Mensor el atezado, llevaban una gorra alta bordada en colores, con una gruesa cinta blanca arrollada a la cabeza. El caftán les llegaba a la pantorrilla, y era muy sencillo, con algunos botones y adornos en el pecho. Iban envueltos en mantos ligeros, anchos y muy largos, que colgaban por detrás. Sair, el de color castaño, y su familia, llevaban boinas con un pequeño pompón blanco y gorras redondas con bordados de colores y monedas de otro color. Llevaban mantos cortos, algo más largos por detrás que por delante, y debajo caftanes abotonados hasta las rodillas, adornados en el pecho, botón a botón, con cordones, lentejuelas y muchos botones brillantes. A un lado del pecho llevaban un escudito brillante como una estrella. Todos llevaban los pies desnudos, rodeados por los cordones entrelazados con los que sujetaban las sandalias. Los notables llevaban colgados al cinto sables cortos o grandes cuchillos, así como cajitas y bolsas. Entre los Reyes Magos y sus allegados había hombres de cincuenta, cuarenta, treinta y veinte años, unos con barba larga y otros que solo la llevaban corta. Los criados y camelleros iban vestidos muy sencillamente, y algunos, solo con una pieza de tela o una manta vieja. Cuando las bestias estuvieron satisfechas y encerradas, ellos también bebieron, y entonces encendieron lumbre entre los cobertizos donde se habían instalado. La madera para el fuego consistía en astillas de dos pies y medio de largas que la pobre gente de esta comarca había traído en hatos muy bien arreglados, como si los tuvieran preparados de antemano para los viajeros. Los Reyes prepararon una hoguera triangular, pusieron astillas en torno a la cumbre y dejaron a un lado una abertura para dejar pasar el aire; estaba muy bien hecha. No sé exactamente cómo hicieron fuego, pero vi que uno hizo girar un ratito una madera dentro de otra, como en una caja, y que enseguida salió ardiendo; encendieron lumbre así y vi que mataron y asaron algunas aves. Los tres Reyes Magos y los más ancianos, cada uno en su tribu hacían de cabeza de familia, trinchaban y distribuían la comida. Ponían las aves ya troceadas y panecillos en conchas o platitos con patitas, y se los daban a los demás; también llenaron las jarras y dieron de beber a todos. Los criados inferiores, entre los que había negros, estaban al lado, encima de una colcha puesta en el suelo; esperaban con mucha paciencia y también recibieron su ración. Creo que son esclavos. ¡Qué conmovedora es la buena voluntad y la sencillez infantil de estos queridos Reyes! Daban a los que iban con ellos de todo lo que tenían, les sostenían los vasos de oro en la boca y los hacían beber como a los niños. Hoy aprendí mucho sobre los Reyes Magos y también el nombre de sus países y ciudades, pero en mi situación tan molesta y desvalida casi lo he vuelto a olvidar todo. Diré lo que se: Mensor, el atezado, era caldeo y su ciudad, que se llama algo así como Acayaya, está rodeada por un río como una isla2 . Mensor estaba siempre en el campo con sus rebaños. Seir, el de color castaño, ya estaba con él en Navidad, listo para viajar en caravana. Me acuerdo bien que el nombre de su país sonaba como Parzermo [quizá Parziene o Parzomaspe, mal pronunciado]. Un poco más arriba de este país hay un lago. Solo él y su tribu eran muy morenos y de labios rojos; todos los demás a su alrededor eran blancos; su país solo era un lugar, pero tan grande como Münster. Zeokeno, el blanco, era de Media, un país que aún está más arriba y más lejos, encajado como una pieza entre dos mares. Vivía en su ciudad cuyo nombre he olvidado, hecha con tiendas de campaña puestas sobre fundamentos de piedra. Siempre pienso que Zeokeno, que era el más rico y el más apartado de los tres, hubiera tenido camino directo a Belén, y ha tenido que dar un rodeo para viajar con los otros pues creo que casi ha tenido que pasar junto a Babilonia para llegar hasta ellos. Del campamento donde vivía Mensor el atezado, al de Seir, el de color castaño, había tres jornadas de viaje de doce horas cada una, y Zeokeno estaba a cinco de tales jornadas. Mensor y Seir ya estaban juntos en el campamento del primero cuando vieron la visión del nacimiento de Jesús en las estrellas, y al día siguiente salieron de viaje con sus caravanas. Zeokeno, el blanco, vio esta misma visión en su casa y se apresuró con gran diligencia a encontrarse con los otros dos en la ciudad destruida. He sabido la longitud de su viaje a Belén, pero la he vuelto a olvidar en parte; lo que recuerdo aproximadamente es que su camino era de 700 y pico horas, y en el pico entra el 6. Habían calculado 60 jornadas de viaje a doce horas cada una, pero el viaje solo duró 33 días a causa de la gran velocidad de sus monturas y porque a menudo viajaban día y noche. La estrella que los guiaba era exactamente como una bola redonda; tenía como una boca por la que derramaba luz a torrentes [esta expresión debe guardar relación conque Ana Catalina ve a menudo brotar luz de la boca del Señor y de los santos]. Para mí era siempre como si una aparición llevara de la mano flotando esta bola con un hilo de luz. De día la veía delante de ellos como un cuerpo luminoso más claro que el día. Cuando contemplaba su camino desde lejos, me parecía asombrosa la velocidad de la caravana, pero estos animales tienen un paso tan igual y tan ligero que la caravana avanza tan rápida y ordenadamente como el vuelo de una bandada de aves. La situación de los países de los tres Reyes Magos forma un triángulo entre sí. Mensor el atezado, y Sair el castaño vivían casi juntos, pero Zeokeno, el más blanco, vivía más lejos. Creo que ya han pasado por Caldea, donde en una ocasión vi el jardín cerrado dentro de un templo. La lejana ciudad de Zeokeno solo es de piedra en su parte más baja, sobre el suelo, pero de ahí para arriba el resto es de tienda de campaña. Tiene también agua alrededor. Me parece tan grande como Münster. Cuando la caravana terminó su descanso a eso del anochecer, la gente que se les había añadido les ayudó a cargar los animales, y se llevó a rastras todo lo que dejaron. Empezaba a anochecer cuando partieron. Se veía la estrella, que hoy tenía un color rojizo, como la luna en tiempo ventoso, y una larga cola de luz pálida. Durante un rato fueron andando al lado de sus animales a pie y con la cabeza descubierta; estaban rezando. El camino aquí era tal que no se podía ir muy deprisa; después, cuando se hizo llano, subieron a los animales, que tenían un paso muy rápido. A veces iban despacio y entonces cantaban todos, insólitamente conmovedores en la noche. [Descanso corto. Llegan a la comarca de los tejedores de algodón. Se lo anuncian al rey de Causur, a 36 horas de la ciudad destruida. Cuentan la razón de su viaje y él promete colaborar al regreso. Varias cosas de los antepasados de los tres Reyes y de su esperanza de la estrella de Jacob. Balaam. Las sibilas. La escala de Jacob. Ídolos. Sacrificios humanos. Observadores de las estrellas santos y no tan santos.] [29 de noviembre a 2 de diciembre:] La noche del jueves al viernes, 29 al 30 de noviembre, estuve de nuevo con la caravana de los Reyes; nunca podría decir bastante lo que me edifican el orden, la alegría y el piadoso entusiasmo con que hacen todo. Toda la noche seguimos detrás de la estrella, que aquí toca la tierra con su larga cola. Estos buenos hombres la miran siempre con paz y alegría y hablan entre ellos desde sus monturas. A veces se alternan cantando frases cortas. Su forma de cantar es muy lenta y conmovedora, ora muy alta, ora grave. Suena muy conmovedora en la noche serena, y siento en mí todo lo que cantan. ¡Y qué orden más bonito tiene la caravana! Siempre va delante un gran camello con arcas a ambos lados de la joroba. Sobre ella extienden grandes alfombras, y encima se sienta el jeque con un venablo y un saco al costado. Luego siguen animales más pequeños, parecidos a caballos o burros grandes, que llevan encima entre paquetes a los hombres de este jeque. A continuación sigue otro notable a camello y así sucesivamente. Estas bestias pisan muy silenciosamente con pasos grandes y apoyan el pie como si no quisieran romper nada. Su cuerpo va muy tranquilo, como muerto, como si solo lo le llevaran los pies, y en consecuencia llevan la cabeza muy quieta al final de su largo cuello. Esta gente también lo hace todo así, como si no pensara en ello. Todo pasa tan suave y dulcemente como en un sueño tranquilo. Entonces tuve otra vez una meditación muy bonita: Esta buena gente todavía no conoce al Señor y sin embargo van a él tan amistosos, ordenados y elegantes, y en cambio nosotros, a quienes ha salvado y nos ha cubierto con montones de gracias, qué desordenadas, confusas e irreverentes hacemos nuestras procesiones. Pienso que la región por la que vamos esta noche bien pudiera ser la comarca entre Atom, residencia de Azarías y el castillo de aquellos idólatras donde vi a Jesús en su viaje de Arabia a Egipto al final de su tercer año de predicación. El viernes 30 de noviembre la caravana se detuvo de noche junto a una fuente. Un hombre de una de las cabañas cercanas les abrió la fuente. Abrevaron a los animales y se refrescaron con un corto descanso, pero sin descargar los bultos. El sábado 1.° de diciembre, la caravana de los Reyes, que ayer iba cuesta arriba, marchaba ahora por una altiplanicie. Tenían montañas a su derecha y cuando se acercaron a ellas, allí donde el camino vuelve a bajar, me pareció que en esta comarca las viviendas están muchas veces junto al camino, y que entre ellas hay árboles y fuentes. Me pareció que era la comarca de aquella gente que vi hilar y tejer algodón el año pasado y también recientemente. Tendían los hilos entre los árboles y con ellos tejían mantas anchas. Adoraban estatuas de bueyes y dieron voluntariamente alimentos a la numerosa turba que seguía la caravana de los Reyes, pero me sorprendió que no volvieran a usar los platos en que comieron los menesterosos. El domingo 2 de diciembre vi a los Reyes Magos cerca de una ciudad cuyo nombre creo recordar que suena como Causur. La ciudad está formada por tiendas plantadas sobre fundamentos de piedra y en ella residen los reyes a quienes pertenece esta ciudad, cuyo castillo, también hecho de tiendas, está a poca distancia. Desde que los Reyes se reunieron en la ciudad en ruinas hasta aquí han hecho 53 ó 63 horas de camino. Le contaron al rey de Causur todo lo que habían visto en las estrellas; se quedó muy asombrado y miró por un tubo la estrella que les guiaba, en la que vio un niño pequeño con una cruz. Entonces les rogó que le informaran de todo a su regreso, porque también quería levantar altares al niño y hacerle ofrendas. Tengo curiosidad por saber si mantendrá su promesa cuando vuelvan los Reyes. Les oí hablar con él y contarle cómo se había ido instituyendo la observación de las estrellas, de lo que todavía recuerdo lo siguiente: Los antepasados remotos de los Reyes proceden de Job, que entonces vivía en el Cáucaso y que tenía además otros pedazos de tierra más alejados; unos 1.500 años antes del nacimiento de Cristo, eran solamente un linaje. El profeta Balaam era de su comarca, y uno de sus discípulos difundió allí mismo su profecía de que se alzaría una estrella de Jacob, y enseñó sobre ella. Esta enseñanza tuvo allí mucha acogida y construyeron una torre alta en una montaña, en la que vivían alternativamente muchos sabios y astrónomos. He visto la torre, que era como una montaña, ancha abajo y con punta arriba, y vi también los agujeros que tenía por dentro en la parte habitada. Todo lo que distinguían en las estrellas lo anotaban y se lo enseñaban de palabra unos a otros. La observación se interrumpió varias veces por diversos acontecimientos y más adelante cayeron en la cruel idolatría de sacrificar niños para que llegara pronto el Niño de la Promesa. Unos 500 años antes de ahora, es decir, antes del nacimiento de Cristo, volvió a interrumpirse la observación de las estrellas. Por aquel entonces la estirpe se componía de las tres tribus de tres hermanos que vivían separados con sus descendientes. Los tres hermanos tenían tres hijas a las que Dios dio espíritu profético, y que inmediatamente se pusieron a recorrer el país envueltas en largos mantos, profetizando y enseñando acerca de la estrella y del niño de Jacob. Entonces las tres tribus renovaron vigorosamente la observación de las estrellas y sus ansias de que viniera el niño. De estos tres hermanos de hace 500 años proceden en línea directa los Tres Reyes a través de 15 generaciones, pero al mezclarse con otras estirpes tienen ahora distinto color de piel. Desde hace 500 años hasta hoy, siempre se han venido reuniendo algunos predecesores de estos Reyes en un edificio común para observar las estrellas, y según los distintos indicios que recibían, modificaban su culto y su templo. Desgraciadamente mantuvieron todavía mucho tiempo los sacrificios humanos y de niños. Todas las cosas notables y los tiempos relativas a la aproximación del Mesías les fueron indicados con visiones maravillosas en el aspecto de las constelaciones. Yo misma he visto muchas durante su narración, pero no soy capaz de repetirlas claramente. Desde la concepción de María, es decir, hace 15 años, estos cuadros indicaban cada vez con mayor precisión que el niño se acercaba y últimamente habían visto muchas cosas que indicaban la Pasión de Cristo. Pudieron calcular muy bien la llegada de la estrella de Jacob que había profetizado Balaam [Nm 24, 17] porque habían visto la escala de Jacob y pudieron calcular exactamente la cercanía de la salvación como en un calendario por el número de escalones y la sucesión de imágenes que aparecían en ellos. Al final, la escala llevaba a la estrella, o era la última imagen que tenía encima. Veían la escala de Jacob como un tronco en torno al cual estaban en espiga tres series de brotes que mostraban una serie de cuadros cuya perfección veían en la estrella; por eso sabían exactamente cada vez qué cuadro sería el siguiente y, según los intervalos, lo que tardaría. En la época de la concepción de María habían visto la doncella con el cetro y la balanza en equilibrio en la que había trigo y uvas. Algo más abajo vieron a la Virgen con el niño. Vieron a Belén como un bonito castillo, una casa donde se concentraba y se repartía mucha bendición, y allí dentro a la Virgen con el niño rodeado de gran resplandor y muchos Reyes que se inclinaban ante él y le hacían ofrendas. Vieron también la Jerusalén celestial, y entre aquella casa y ésta, una vía oscura llena de espinas, de lucha y de sangre. Todo esto lo tenían por cosas reales [y no simbólicas]. Pensaban que el rey habría nacido en gran pompa y que todos los pueblos se inclinaban ante él; por eso ellos acudían también con sus regalos. Creían que la Jerusalén celestial sería el reino del niño en la Tierra y que ellos llegarían allí. Suponían que el camino oscuro sería su viaje hasta allí, o que una guerra amenazaba al rey. No sabían que significaba el vía crucis. Debajo de la escala vieron, y yo también, una torre artificial del estilo de la que veo en la Montaña de los Profetas. Vieron también que una vez, durante una tormenta, la doncella huyó por un pórtico a la torre, que tenía muchas entradas, pero ya no sé qué significaba esto. [Quizá era la huida a Egipto]. En esta escala de Jacob había una larga serie de imágenes y entre otras, muchas prefiguraciones de la Santísima Virgen como las que vienen en la letanía lauretana: la fuente sellada y el huerto cerrado. También vieron en esta escala las imágenes de unos Reyes que se pasaban el cetro y otros que se ramificaban. A medida que se iban cumpliendo, los cuadros entraban uno tras otro en la estrella. Las últimas tres noches vieron estos cuadros continuamente y entonces el principal de ellos envió mensajes a los otros y cuando vieron el cuadro de los reyes que hacían ofrendas al niño recién nacido se pusieron en camino con sus ricos dones, pues no querían ser los últimos. Todos los clanes de servidores de las estrellas habían visto la estrella, pero solo éstos la siguieron; la estrella que llevaban delante no era un cometa, sino un resplandor brillante que llevaba un ángel. De día, ellos seguían al ángel. Por todo ello iban tan esperanzados, y se asombraron tanto después al no encontrar nada. ¡Qué desconcertados se quedaron con la acogida de Herodes y conque nadie supiera estas cosas! Pero cuando llegaron a Belén y en vez del soberbio castillo que habían visto en la estrella, vieron una cueva desierta, les sobrecogió una gran duda. Sin embargo, siguieron fieles a sus creencias, y al ver a Jesús se dieron cuenta que cumplía todo lo que habían visto en las estrellas. Sus observación de las estrellas estaba relacionadas con ayunos, oraciones y toda clase de purificaciones y abstinencias. Las visiones no las conseguían observando una sola estrella, sino el conjunto de posiciones de determinados astros. Por otra parte, el culto a las estrellas ejercía mala influencia sobre la gente que tenía alguna relación con el mal; en sus visiones, esta gente caía en convulsiones violentas, y por su culpa llegaron los penosos sacrificios de niños; pero otros, como los Reyes Magos, veían las imágenes clara y tranquilamente, con íntima dulzura, y se volvían cada vez mejores y más piadosos. [Refuerzo de la caravana de los Reyes en Causur. Marchan campo a través. Descansan en una fuente. La contemplativa acompaña su canto con su voz.] [Del lunes 3 de diciembre al miércoles 5 de diciembre de 1821:] Cuando los Reyes dejaron Causur vi que se les incorporó una importante caravana de viajeros importantes que llevaban el mismo camino. Los días 3 y 4 de diciembre la caravana avanzó campo a través. El día 5 descansaron junto a una fuente pero sin descargar los animales; dieron pienso, abrevaron a los animales y luego se prepararon comida para ellos. [Personal: Estos últimos días, la bienaventurada Emmerick a menudo canta por las tardes durante el sueño versos cortos de una forma extraña y sumamente conmovedora. Al preguntarla el motivo de estas rimas contestó:] —Canto con mis queridos Reyes, que cantan tan dulcemente coplas cortas, como por ejemplo: Queremos marchar por las montañas y arrodillarnos ante el nuevo rey». Los Reyes se alternan en inventar y cantar versos; empieza uno y todos los demás repiten el verso que ha cantado; luego otro de los suyos canta otro verso y así prosiguen su cabalgada cantando dulcísima y entrañablemente. En el núcleo de la estrella, o más bien, en la bola de luz que va delante de ellos indicando dónde ir, vi la aparición de un niño con una cruz. La bola de luz en la que habían visto en las estrellas la aparición de la Virgen cuando el nacimiento de Jesús, se salió de repente del cuadro y se puso a moverse silenciosamente. [Ana Catalina contempla alternativamente los acontecimientos de la Cueva del Pesebre de Belén y la caravana de los Reyes.] [Isabel vuelve a Juta. Acerca de la criada de María. Comienza la Fiesta de la Consagración del Templo, 25 de Casleu. El nacimiento de Cristo fue el 12 de Casleu. Celebran el sabbat en la Cueva del Pesebre.] [Miércoles 5 de diciembre al sábado 8 de diciembre de 1821.] [Miércoles 5 de diciembre:] María ha tenido una visión acerca de la aproximación de los Reyes Magos, cuando éstos mientras descansaban en Causur. Vio también que querían erigir un altar al Niño. Se lo contó a José y a Isabel y les dijo que hicieran el favor de despejar la Cueva del Pesebre y prepararlo todo para recibir a los Reyes en el momento oportuno. Los curiosos de los que María se escondió ayer en la otra cueva seguían por aquí, y más en los últimos días. Hoy Isabel se vuelve de viaje a Juta; ha venido a buscarla un criado. [Jueves, 6 a 8 de diciembre:] Estos días han estado más tranquilos; las más de las veces la Sagrada Familia ha estado sola en la cueva y solo estaba con ellos la criada de María, una persona vigorosa de unos treinta años, muy humilde y seria. Viuda sin hijos, era pariente de Ana, y ésta la había dado refugio. Su difunto marido había sido muy duro con ella porque iba demasiado con los esenios, pues era muy piadosa y esperaba la salvación de Israel. Esto le encolerizaba, lo mismo que muchos hombres malos de ahora se encolerizan cuando sus mujeres van demasiado a la iglesia. El marido, que la había abandonado, ya ha muerto. La chusma impertinente que mendigaba con tantos insultos y blasfemias ya no volvió los últimos días; eran mendigos que iban a Jerusalén a la Fiesta de la Consagración del Templo de los Macabeos, fiesta que empieza propiamente el 25 del mes de Casleu, pero como el año que nació Jesús cayó en el viernes 7 de diciembre, día en que empezaba el sabbat, la trasladaron a la tarde del sábado 8 de diciembre, 26 de Casleu. La fiesta duraba ocho días3 . José celebró el sabbat bajo la lámpara en la Cueva del Pesebre, con María y la criada. La Fiesta de la Consagración del Templo empezó el sábado al anochecer. José puso faroles en tres lugares de la cueva y encendió siete candelillas en cada uno. Ahora hay tranquilidad pues muchas visitas se han ido de viaje a la fiesta. Hasta ahora, la cuidadora que vendó al niño viene diariamente a ver a María. De vez en cuando, Ana manda mensajeros con regalos y para recibir noticias. Las mujeres judías no amamantan mucho tiempo a sus niños sin darles además otro alimento, y también Jesús recibió desde los primeros días una papilla de molla de caña, que es ligera, dulce y nutritiva. Por el día el asno está casi siempre fuera en el prado y solo está en la cueva por la noche. [Un criado trae regalos de la madre Ana: tela para un ceñidor, fruta y flores. La caravana de los Reyes Magos en las montañas donde las piedras tienen forma de concha. Comarca donde se asentarán en el futuro.] [Domingo 9 de diciembre:] Ayer, sábado 9, la cuidadora ya no vino a la cueva. José fija en la pared las candelillas al anochecer y por la mañana. Desde que empezó la fiesta en Jerusalén, aquí hay mucha tranquilidad. [Lunes 10 de diciembre:] Hoy llegó un criado de Ana que trajo a la Santísima Virgen, además de más enseres, labores femeninas para un ceñidor y una maravillosa cestilla llena de frutas que tenía por encima capullos de rosas frescas pinchadas en las frutas. La cestilla era estrecha y alta y las rosas no eran del color de las nuestras, sino más pálidas, casi color carne, así como también amarillas y blancas, grandes y llenas; las había también con capullos. María pareció muy contenta con ellas y puso la canastilla a su lado. Estos últimos días he visto muchas veces la caravana de los Reyes. El camino era montañoso; pasaban por esa montaña donde muchas veces hay piedras en foma de concha, como si fueran cacharros rotos. Me gustaría tener alguna pues ¡son de una lisura tan bonita! También hay mucha arena blanca y montes donde las piedras son blancas y transparentes como huevos de pájaros. Ahora los estoy viendo en la comarca donde después se fueron a vivir, y donde Jesús los visitó el tercer año de su predicación. No estaban en la ciudad de tiendas porque todavía no existía. [Se acerca la visita de Ana. Distribuye sus rebaños. Se acerca otra fiesta. Un sacerdote con José.] [Martes 11 al jueves 13 de diciembre:] Para mí que a José le gustaría que, después de la purificación de María, ella quisiera vivir con él en Belén. Me parece que ha ido a mirar una vivienda. Hace tres días estuvo en la Cueva del Pesebre bastante gente importante de Belén que ahora tendría mucho gusto en recibirlos en su casa; María se escondió en la cueva lateral y José declinó el ofrecimiento. Ana pronto visitará a la Santísima Virgen. Ha estado muy ocupada en los últimos tiempos, pues ha vuelto a repartir sus rebaños con los pobres y el Templo. La Sagrada Familia siempre reparte todo. Ahora siguen celebrando mañana y tarde la Fiesta de la Consagración del Templo. El día 13 tiene que haber otra fiesta. En Jerusalén lo están cambiando todo para la fiesta y en muchas casas han cerrado las ventanas y han puesto cortinajes. En la cueva vi a José con un sacerdote que tenía un rollo; ambos rezaban a la vez junto a la mesita adornada en rojo y blanco; era como si quisiera ver si José guardaba la fiesta, o como si le anunciara la nueva fiesta. Estos últimos días la cueva ha estado tranquila y sin visitas. [Concluye la Fiesta de la Consagración del Templo. Ana envía comestibles. José ordena las cosas para las visitas de Ana y de los Reyes. Caravana de los Reyes. Llegan a una ciudad de la Tierra Prometida y pasan el Arnón.] [Viernes 14 a miércoles 18 de diciembre:] Con el sabbat también concluyó la Fiesta de la Consagración del Templo y José ya no puso más candelillas. El domingo día 16 y el lunes 17 volvieron a la cueva otra vez algunos indigentes de la comarca y también se dejaron sentir a la puerta los pedigüeños desvergonzados: era que la gente estaba volviendo de la fiesta. El día 17 vinieron dos personas con comestibles y cacharros de parte de Ana. Pero María es aún mucho más rápida que yo para repartir, y enseguida lo regaló todo. Vi también que José empezó a ordenar y limpiar muchas cosas de la Cueva del Pesebre, la cueva contigua y la tumba de Maraha, y que también ha metido provisiones dentro. Esperaban la visita de Ana y, según las visiones de María, esperaban pronto la llegada de los Reyes Magos. A última hora de la tarde de hoy vi que la caravana de los Reyes llegó a una ciudad pequeña y diseminada. Muchas casas estaban valladas con setos altos y cerrados; me pareció que éste era el primer pueblo judío. Los Reyes estaban aquí justo en línea recta a Belén, pero se desviaron a la derecha, posiblemente porque no hay carretera por otro sitio. Cuando llegaron a este lugar se pusieron muy contentos y empezaron a cantar muy bien y muy alto, pues aquí la estrella brillaba extraordinariamente clara y era como un claro de luna a cuya luz se podían ver claramente las sombras. Sin embargo, parecía como si los habitantes no la vieran o no le dieran especial importancia. Por lo demás, la gente era buena y sumamente servicial. Algunos viajeros se apearon y los habitantes les ayudaron a abrevar los animales. Me acordé de los tiempos de Abraham, cuando todos los humanos eran tan buenos y serviciales. Muchos habitantes guiaron la caravana por la ciudad llevando ramas y fueron un trecho con ellos. No siempre vi lucir la estrella delante de ellos, pues a veces estaba muy oscura; era como si brillara más donde vivía buena gente. Cuando los viajeros la veían brillar con mucha claridad en alguna parte se emocionaban mucho y creían que quizá estaría allí el Mesías. Hoy por la mañana pasaron sin detenerse en torno a una ciudad oscura y neblinosa, y de allí al cabo de un rato atravesaron un río que vierte en el Mar Muerto [¿el Arnón?]; en estos dos últimos lugares se quedó mucha de la turba que se les había añadido. En uno de ellos tuve la impresión de que alguien había huido allí en el curso de una contienda que hubo antes del gobierno de Salomón. Hoy por la mañana pasaron el río y entonces llegaron a una buena carretera. [Llegada a Manacea. Promesa de la estrella a sus antepasados, también en Egipto. Longitud del viaje. Malas intenciones de los habitantes de aquí. Se quedan dos días.] [Miércoles 19 a viernes 21 de diciembre:] [Miércoles 19:] Hoy al anochecer vi que la caravana de los Reyes tenía unas doscientas personas, pues su generosidad les había atraído mucha turba. Desde este lado del río que acababa de pasar, la caravana se acercó por oriente a una ciudad por cuyo borde occidental pasó Jesús sin entrar en ella el 31 de julio de su segundo año de predicación. El nombre de la ciudad suena como Manacea, Metanea, Medana o Madián5 . Aquí vivían mezclados judíos y paganos; era mala gente y no querían dejar pasar la caravana aunque la carretera atraviesa el pueblo. Llevaron la caravana a un recinto murado justo al lado oriental de la ciudad, en el que había establos y cobertizos. Allí alzaron los Reyes sus tiendas, abrevaron, dieron pienso a sus animales e hicieron su comida. El jueves 20 y viernes 21 vi que los Reyes descansaron aquí, pero estaban muy acongojados porque al igual que en la ciudad anterior, nadie quería saber nada del rey recién nacido, pese a que los oí contar muy cordialmente a los habitantes muchas cosas sobre las causas de su viaje, la longitud del trayecto y todas sus circunstancias, de lo cual recuerdo lo siguiente: Tenían el anuncio del Rey recién nacido desde mucho tiempo atrás; creo que tuvo que haber sido no mucho después de Job pero antes que Abraham fuera a Egipto, pues una hueste de 3.000 medos del país de Job (pero que también vivían en otras comarcas) hicieron una incursión en Egipto hasta la comarca de Heliópolis. Ya no sé exactamente por qué penetraron tan profundamente, pero era una expedición guerrera y creo que venían a ayudar a alguien. Sin embargo no les fue bien porque iban contra algo santo; ya no sé si es que iban contra hombres santos o contra un misterio religioso relativo al cumplimiento de la Promesa. Entonces, en la comarca de Heliópolis, varios de los jefes medos tuvieron simultáneamente una revelación: se les apareció un ángel que les impidió seguir adelante y les anunció que sus descendientes venerarían a un Salvador que nacería de una virgen. Ya no sé cómo ocurrió pero no avanzaron más sino que volvieran a casa a observar las estrellas. Los medos hicieron una alegre fiesta en Egipto, construyeron arcos de triunfo y altares, los adornaron con flores y se volvieron a casa. Eran servidores de las estrellas, gente de Media extraordinariamente alta, casi una especie de gigantes, de porte muy noble y bonito color de piel castaño amarillento. Iban con sus rebaños de un lugar a otro y con su gran poder dominaban lo que querían. Ya he olvidado el nombre del que tenían por profeta principal; tenían muchas profecías y veían toda clase de signos en los animales. Muchas veces se les ponían de repente en el camino de sus caravanas un animal que estiraba la pata y que antes se dejaban matar que quitarse del camino. Para los medos esto era un signo y se apartaban del camino. Los Reyes Magos contaban que fueron estos medos quienes a su regreso de Egipto trajeron por primera vez la profecía y entonces empezaron a observar los astros. Cuando decayó, la renovó un alumno de Bileam [sic] y mil años después la volvieron a renovar las tres profetisas hijas de los tres jeques. Quinientos años después, es decir, ahora [en la época del nacimiento de Cristo] la estrella había venido y ellos la seguían para adorar al rey recién nacido. Todo esto lo contaban los Reyes a sus curiosos oyentes con la mayor ingenuidad y honradez, y se quedaron muy turbados de que éstos no parecieran creer lo que sus antepasados habían esperado con tanta paciencia desde hacía dos mil años. Este anochecer la estrella estaba cubierta de niebla, pero cuando se hizo de noche volvió a aparecer tan clara y grande entre las nubes que se retiraban, como si estuviera muy cerca de la tierra, que salieron corriendo de su campamento a despertar a los habitantes de los contornos para enseñársela. La gente miraba fijamente al cielo, maravillada y un poco conmovida pero muchos se enfadaron con los Reyes y la mayoría solo buscaba la forma de aprovecharse como fuera de su generosidad. Les oí contar la distancia a la que estaban ahora del punto donde se habían reunido; contaban por jornadas a pie, calculadas a 12 horas, pero como iban montados en sus cabalgaduras, que eran dromedarios, que corren más rápidos que los caballos, contaban cada día a 36 horas, incluyendo la noche y las horas de descanso. Así, el rey más alejado pudo hacer en solo dos días 5 veces 12 horas hasta el punto de reunión, y los menos alejados hicieron 3 veces 12 horas en un día y una noche. Desde el punto de reunión hasta aquí habían hecho 672 horas y para ello necesitaron, descansos incluidos, 25 días con sus noches desde el día del nacimiento de Jesús hasta ahora. [Jueves 20 y viernes 21 de diciembre:] La caravana de los Reyes descansó aquí estos dos días y estuve escuchando sus conversaciones. La tarde del viernes 21, los Reyes se despidieron y se dispusieron a partir, justo en el momento en que los judíos que vivían aquí empezaban el sabbat y pasaban a Poniente por un puente que atraviesa un arroyo, en dirección a la sinagoga de un pueblecito judío. Cuando la estrella que guiaba a los Reyes era visible, los habitantes a veces la miraban y manifestaban gran admiración, pero no por ello se volvían más devotos. Estos seres impertinentes y desvergonzados molestaban a los Reyes Magos con sus exigencias como enjambres de avispas, y los Reyes les repartían siempre con infinita paciencia triangulitos amarillos como láminas de oro y también pepitas más oscuras. Tenían que ser muy ricos. Guiados por los habitantes, los Reyes salieron enseguida de los muros de esa ciudad, en la que vi ídolos encima del templo. Pasaron el puente sobre el arroyo, atravesaron el pueblo judío y luego prosiguieron a buen paso hacia el Jordán por una buena carretera. Desde aquí a Jerusalén tenían todavía más de 24 horas. [José paga el segundo impuesto. Llegada de Ana. Alegría. Su criada. Regalos de Ana. Generosidad de la Sagrada Familia. Después del sabbat, Ana se va con una hermana suya más joven que vive en Benjamín.] [Miércoles 19 de diciembre a sábado 22:] Al atardecer del día 19 Ana viajó a Belén con su segundo marido y María Helí, una criada, un criado y dos asnos, y pasaron la noche no lejos de Betania. Con los arreglos que ha hecho en la Cueva del Pesebre y en la cueva de al lado, José está preparado para acogerlos y para recibir a los Reyes, cuya llegada María vio en visión por primera vez cuando aquellos todavía estaban en Causur. José y María se trasladaron con el Niño Jesús a la otra cueva. La Cueva del Pesebre quedó ahora completamente despejada; solo habían dejado en ella el asno y habían sacado hasta el fogón y el soporte para hacer la comida. Que yo recuerde, José ya ha pagado el segundo impuesto hace algún tiempo. Ya estaban otra vez con María muchos curiosos de Belén que venían a ver al Niño, quien se dejaba tomar tranquilamente por algunos, pero se apartaba llorando de otros. Vi a la Santísima Virgen tranquila en su nueva morada, que ahora estaba instalada muy cómoda; su lecho estaba junto a la pared. El Niño Jesús está acostado a su lado en un canasto alargado, tejido con cortezas anchas, que tiene capota por encima de la cabeza y que descansa en un soporte en forma de horquilla. El lecho de María y el moisés de Jesús estaban separados del resto de la habitación por un biombo de maderas entrecruzadas. De día, si no quería estar sola, se sentaba delante del biombo con el niño al lado. El lugar de reposo de José estaba también separado en un lado apartado de la cueva. En una tabla que salía de la pared había una olla con una lámpara encendida dentro, situada a tal altura que la luz alumbraba por las dos aberturas a los costados. Vi que José le trajo a la Virgen una escudilla con algo para comer, una jarrita y agua. [Jueves 20 de diciembre:] Hoy al anochecer empezó un día de ayuno. Todas las comidas del día siguiente ya estaban preparadas, el fuego estaba tapado, y las aberturas también estaban tapadas con cortinas; todos los cacharros estaban recogidos a un lado. Los días 8 y 16 del mes de Thebet son días de ayuno judíos. Ana ha llegado a la Cueva del Pesebre con su segundo marido, la hija mayor de María [de Helí] y una criada. Estos últimos días yo había visto a Ana de viaje; esta visita va a dormir en la Cueva del Pesebre y por eso la Sagrada Familia se ha trasladado a la cueva de al lado, aunque ha dejado allí el asno. Hoy he visto que María ha puesto a su madre el niñito en brazos y ésta se ha emocionado profundamente. Ana ha traído colchas, paños y viandas. La criada de Ana iba vestida muy rara: llevaba las trenzas dentro de una redecilla que le cuelga hasta la cintura y la falda corta solo la llega a las rodillas. El corpiño, en punta, está ceñido y ajustado en torno a las caderas y por arriba firmemente en torno al pecho, de modo que se podría esconder algo allí detrás. Lleva colgando una cesta. El viejo era muy tímido y humilde. Ana dormía donde había dormido Isabel, y María la contó con gran recogimiento lo mismo que a aquella. Ana lloraba con la Santísima Virgen y las dos se interrumpían para acariciar al Niño Jesús. [Viernes 21 de diciembre:] Hoy he vuelto a ver a la Santísima Virgen en la Cueva del Pesebre y a Jesusito acostado otra vez en el pesebre. Cuando José y María están solos con él, los veo adorarlo muchas veces; y ahora también vi así a la madre Ana y la Santísima Virgen, de pie junto a la cuna, piadosamente inclinadas, mirando a Jesusito con mucha devoción y muy recogidas. Ahora ya no sé exactamente si los acompañantes de Santa Ana dormían en las otras cuevas o se habían vuelto a marchar; creo que se habían ido6 . Hoy he visto que Ana había traído cosas para la madre y el niño, colchas y fajas. A María ya le han dado mucho desde que está aquí, pero su entorno sigue estando pobre porque enseguida vuelve a dar todo lo que no sea imprescindible. Oí que contó a Ana que pronto vendrían los Reyes de Oriente y traerían grandes regalos que podrían despertar admiración. Creo que cuando vengan los Reyes Magos, Ana se irá a casa de su hermana, a tres horas de aquí, y volverá después. [Sábado 22 de diciembre:] Al concluir el sabbat al anochecer de hoy vi que Ana y sus acompañantes se alejaron bastante de la Santísima Virgen, y fueron a tres horas de aquí a la tribu de Benjamín, a ver a una hermana suya más pequeña que allí está casada. No sé el nombre de la aldea, que solo consiste en unas casas y un campo, pero está a media hora del último albergue de la Sagrada Familia en su viaje a Belén, donde vivían los parientes de José. Allí pasaron la noche del 22 al 23 de noviembre. [Llegada a Jerusalén. Acogida en la ciudad. Avisan a Herodes, que está de fiesta. Herodes se aconseja con los doctores de la Ley.] [Sábado 22 de diciembre:] A partir de Mazanea, esa noche la caravana de los Reyes fue más deprisa por una carretera bien pavimentada. Ya no pasaron por ninguna ciudad y dejaron de lado todas las aldeas en las que Jesús curó, enseñó y bendijo niños a fines de julio de su tercer año de predicación. Una de éstas era Bezabara, donde llegaron a primera hora de la mañana al sitio donde se pasa el Jordán. Como era sabbat, hoy encontraron muy poca gente por el camino. Hoy a primera hora, a eso de las 7, he visto pasar el Jordán la caravana de los Reyes. Normalmente el río se pasa en una balsa de troncos, pero para las caravanas grandes montan una especie de puente, cosa que suelen hacer por dinero los barqueros que viven en la orilla. Pero como hoy no pueden trabajar porque es sabbat, los viajeros se ocuparon ellos mismos de pasar en el pontón, y solo algunos criados paganos de los barqueros de la orilla, echaron una mano y también recibieron su paga. Por aquí el Jordán no estaba muy ancho, y además, estaba lleno de bancos de arena. Pusieron tablas encima de la balsa de troncos con que se pasa habitualmente, y subieron los camellos en ella. Cada vez que pasaba parte de la caravana a la otra orilla, el pontón regresaba a cargar más, y al cabo de un rato todos llegaron felizmente al otro lado. [Por la tarde, a eso de las cinco y media, dijo Ana Catalina:] Han dejado Jericó a la derecha; iban derechos a Belén pero han torcido más a la derecha hacia Jerusalén. Con ellos van más de cien personas. Ahora veo allí en la lejanía un pueblo que me resulta conocido, ése que está al lado de un arroyo que viene de Jerusalén que corre de Poniente a Oriente. Seguro que tienen que pasar por este pueblecito. Llevan un rato con el riachuelo a la izquierda. Por este camino veo Jerusalén a ratos, pero de vez en cuando desaparece, según suba o baje el camino. [Más tarde dijo:] Han dejado el pueblecito, no lo han atravesado, doblan a la derecha hacia Jerusalén. Al anochecer de hoy, sábado 22 de diciembre, cerca del final del sabbat vi llegar a Jerusalén la caravana de los Reyes Magos. La ciudad está en alto y sus torres se recortan contra el cielo. La estrella que los guiaba ha desaparecido casi del todo y solo brilla un poco detrás de la ciudad. A medida que se acercaban a Jerusalén, los viajeros estaban cada vez más desanimados, pues la estrella que llevaban delante no estaba nada clara y en Judea solo la habían visto muy rara vez. Creían que iban a encontrar en todas partes mucha alegría y solemnidades por la Salvación recién nacida por cuya causa venían desde tan lejos, pero como nadie sabía una palabra en ninguna parte, estaban turbados e inseguros y creían que tal vez se habrían equivocado por completo. La caravana de más de 200 personas tenía más de un cuarto de hora de largo; en Causur ya se les había agregado una caravana de gente importante, y más adelante otras más. Los Reyes Magos iban sentados en dromedarios, camellos con dos jorobas, entre las cuales había toda clase de paquetes; otros tres dromedarios estaban cargados con paquetes y los camelleros iban sentados encima. Cada rey llevaba consigo cuatro de su linaje; reconocí entre otros al hombre de Cuppes y a Azarías de Atom, que entonces eran jóvenes; a Azarías lo vi más tarde hecho un padre de familia cuando el viaje de Jesús a Arabia. Aparte de estos dromedarios, la mayoría del resto de la caravana montaba unas caballerías amarillentas, de cabeza fina, muy rápidas, que no sé si eran asnos o caballos, pero que tenían aspecto muy diferente de nuestros caballos. Los animales de los notables estaban muy bien engualdrapados y enjaezados, y les colgaban toda clase de cadenitas doradas y estrellitas. Unos del séquito fueron hasta la puerta y regresaron con inspectores y soldados. La llegada de una caravana tan grande por esta carretera era muy insólita en esta época del año, pues no era día de fiesta y tampoco llevaban ningún negocio. Los Reyes contaban por qué venían a quienes les preguntaban: hablaron de las estrellas y del niño recién nacido. Aquí nadie sabía del asunto y ellos se quedaron muy abatidos y ahora sí que creyeron que se habían equivocado, pues no encontraban a nadie que pareciera saber de la Salvación del mundo. Toda la gente les miraba muy asombrada y nadie podía entender qué querían. Pero cuando los guardianes de la puerta vieron que daban amablemente importantes limosnas a los pertinaces mendigos, y oyeron que buscaban alojamiento, que estaban dispuestos a pagarlo espléndidamente y que también deseaban ver al rey Herodes, algunos volvieron a la ciudad y hubo un variado trajín de idas y venidas, mensajes, informes y aclaraciones en ambos sentidos. Entretanto, los Reyes conversaban con la gente de toda clase que se había congregado a su alrededor. Algunos sabían un rumor acerca de un niño que debía haber nacido en Belén, pero éste no podía ser porque sus padres era gente pobre y común. Otros se reían de ellos y, por lo que captaron de las medias palabras de la gente, los Reyes se dieron cuenta que Herodes tampoco sabía una palabra del niño recién nacido y que en general la gente no apreciaba. Entonces se abatieron aún más, pues les preocupaba cómo exponer el asunto a Herodes. Pero en su congoja estaban tranquilos, rezaban para que se les aumentaran los ánimos y se decían uno a otro: —Quien nos ha sacado tan deprisa y nos ha guiado con la estrella, también nos llevará felizmente a casa.